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La batalla por otros medios

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La capacidad didáctica de Carlos Alberto Montaner se nos revela una vez más en su penúltimo libro, Cuba, la batalla de ideas (Firmas Press, Miami 2008), una compilación de conferencias, ensayos y artículos redactados por el autor en los últimos años y ahora puestos a confluir armónicamente. Dividido en cuatro partes fundamentales (Debates, La transición, José Martí y La identidad conflictiva), este volumen desarticula el “descomunal y constante esfuerzo por ocultar la realidad” al que el gobierno cubano, con su proverbial destreza eufemística, llama “la batalla de ideas”.

Cuba, la batalla de ideas abre con un prólogo en el que el autor de Viaje al corazón de Cuba ausculta los primeros meses revolucionarios, inmediatamente posteriores a 1959, a través de su experiencia vital. Niño precoz, Carlos Alberto Montaner tuvo el privilegio de descubrir tempranamente, y por partida doble -a una edad muy temprana y de una muy temprana manera- el carácter totalitario de la revolución castrista. Un privilegio que lo llevaría a la cárcel cuando sólo contaba 17 años, en 1961.

Es a partir de su salida de Cuba, tras escapar de prisión, que el actual presidente de la Unión Liberal Cubana desarrolla una carrera literaria y periodística en la que el afán de trascender la exposición de los hechos para proponer explicaciones y/o soluciones a los mismos, marcará distancias. A esta tradición pedagógica, que probablemente Montaner ha llevado más lejos que cualquier otro escritor cubano, pertenece Cuba, la batalla de ideas, una batalla por otros medios que pone al contrario –el régimen castrista- bocabajo y pataleando.

Pero, ¿por qué por otros medios? Porque la “batalla de ideas” anunciada por el régimen de La Habana no es más que una operación propagandística en la que no caben el intercambio de argumentos ni la polémica, dado que el público lector natural, el residente en la Isla, sólo tiene acceso a las “ideas” de uno de los contrincantes. ¿Cómo puede haber batalla si en el campo de batalla por antonomasia, el territorio cubano, sólo dispara al aire un solo ejército? ¿De qué batalla estamos hablando si uno de los dos bandos se niega a enfrentar al otro en un debate abierto? Imaginémonos la arena del circo romano y a un solitario gladiador en el centro, pegando mandobles a diestra y siniestra, sin oposición visible. Es esta suerte de grotesca pantomima lo que puede percibir el público (la sociedad cubana) desde las gradas insulares. Es a esto a lo que se reduce la famosa “batalla” castrista.

Así, en este contexto oportunista, desde el que los lectores de la Isla carecen de contrapartidas, se inscriben libros de reciente aparición en Cuba como, por ejemplo, El Imperio del terror, el cual, según sus patrocinadores, constituye "una investigación acuciosa y oportuna" sobre "una esfera del desarrollo capitalista norteamericano, conducida hasta sus expresiones más recientes". Escrito nada menos que por el coronel del Ministerio del Interior cubano y asistente de Raúl Castro (quien casualmente es su padre), Alejandro Castro Espín, el panfleto supuestamente ofrece "pruebas contundentes sobre la esencia imperial de las fuerzas que ejercen el poder" en Estados Unidos y "los métodos empleados para preservarlo", incluida la manipulación "del sentimiento patriótico".

Precisamente, es a este universo editorial –y mediático- cerrado a cal y canto, oscurantista y acostumbrado a jugar con ventaja, al que se oponen compilaciones como Cuba, la batalla de ideas, un libro de estructura sui generis, en el que se suceden los desmontajes y las refutaciones (son refutados desde el escritor francés Ignacio Ramonet hasta el ex canciller cubano Felipe Pérez Roque, pasando por el propio Fidel Castro). Recomiendo especialmente las secciones “José Martí” y “La identidad conflictiva”, en las que el autor explora algunos ángulos y/o recovecos del nacionalismo cubano hasta arribar a la sociedad posnacional que integran, entre otros, los llamados cuban-americans, o descendientes de cubanos en Estados Unidos.

En cualquier caso, no se puede abandonar el campo de juego, ni siquiera cuando ha sido secuestrado por jugadores que no respetan las reglas, y Carlos Alberto Montaner lo sabe muy bien. Hay que dar la batalla aunque sea por otros medios, y este libro la da por todo lo alto.

Cortesía Libertad Digital



De Armas: Una entrevista con Armando Valdés-Zamora (II)

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Reseño dos entrevistas antes de pasar a la nuestra. En la primera, en Efory Atocha, Chago dialoga con Maria Elena Cruz Varela, quien analiza los actuales movimientos en la cúpula del poder castrista, y nos habla de su próxima presentación en Barcelona, entre otros tópicos. No se la pierdan. En la segunda, la famosa Superwoman, que en su momento electrizara la blogosfera cubana, responde a las preguntas de nuestras reporteras de oro en la Segunda Elaboración de este blog en Google.

A continuación, la segunda parte de la entrevista posteada en la entrada anterior. Abarcadora y muy instructiva:

Una entrevista con Armando Valdés-Zamora

por Armando de Armas

Armando de Armas: Usted es Doctor por la Universidad de la Sorbona con una tesis titulada La escritura del cuerpo: el discurso teórico y poético de José Lezama Lima. ¿Cómo se aprecia en la obra lezamiana la escritura del cuerpo, específicamente cómo se manifiesta en la novela Paradiso?

Armando Valdés-Zamora: Con respecto a Lezama mi tesis es que es el cuerpo la forma predominante en toda su escritura: poesía, narrativa, ensayística, diarios, cartas, etcétera. Yo he pretendido invertir el punto de vista crítico con respecto a la escritura de Lezama: verlo como un escritor del cuerpo y no del espíritu insular, partir del análisis de su conciencia y confrontarlo al texto sin tener en cuenta las numerosas trampas y guías apócrifas con las cuales él criollamente desvía a los lectores.

En mi tesis yo demuestro que Lezama pasa por tres etapas al tratar de escribir un texto-cuerpo: una insular, otra barroca y la última, la más trágica, que él mismo nombra barroco carcelario, es la etapa durante la cual él escribe su propio cuerpo, encerrado en el espacio de su casa y en el tiempo agónico del estalinismo de los setenta, que coincide con el final de su vida en 1976.

Ah, en mi tesis me centro en la poesía de Lezama, en su discurso teórico y en su escritura íntima. No toqué entonces Paradiso porque es de lo que más se ha hablado. En un libro que escribo actualmente integró la novela a esta estructura de lectura del cuerpo que divido en dos partes: Mirada y Experiencia corporal. Los resultados de este estudio complementario aún no son definitivos.

AA. ¿Cómo se aprecia la escritura del cuerpo, digamos, en la narrativa cubana de la década del 90 al presente?

AV. La imaginación literaria cubana puede valorarse a partir de la lectura de la figura del cuerpo. Eso forma parte de un proyecto de libro que sé me llevará muchos años de trabajo. Con respecto a la narrativa de los 90 quiero creer que son las memorias de Reinaldo Arenas "las responsables" de otra manera de llevar al extremo la corporeidad en la literatura cubana. Aquí lo que se ha dado en llamar "las políticas del cuerpo" están regidas por el exceso del sexo y por el nihilismo del sujeto. El cuerpo en Arenas es la única posesión y reivindicación del insular frente al poder, el máximo ejemplo de rebeldía frente a las marcas que instaura el totalitarismo en los cuerpos de sus víctimas. Aunque se diferencie mucho de Antes que anochezca por adoptar la forma de una ficción, La nada cotidiana de Zoé Valdés es la variante femenina de esa manera descarnada de asumir el cuerpo, en este caso de una mujer. Estos dos libros, junto al Premio Cervantes a Cabrera Infante en 1997, constituyen los hitos más visibles de la literatura cubana en Europa en los noventa. Mucho de lo malo que ha venido después en nuestras letras parte de una interpretación errada y simplificada de estos paradigmas.

Yo quiero añadir también los casos de los desaparecidos Guillermo Rosales y Carlos Victoria. Me parece increíble no haberlo leído en ninguna parte, pero yo considero la novela Puente en la oscuridad el más logrado trabajo de ficción de todos los escritos sobre la tragedia del exilio de Miami: ese cuerpo dividido en dos, esa mitad perdida del hermano, ese padre del otro lado del puente, tomando como base lo más sugerente del romanticismo inglés, salvan otra manera perdurable e intelectualmente refinada de escribir el cuerpo contemporáneo del cubano.

AA. ¿Qué opinión le merece que el mismo régimen que condenó a José Lezama Lima al ostracismo y la miseria, procure luego de su muerte rendirle honores y apoderarse por otra parte de su legado?

AV. Mario Vargas Llosa ha escrito un bello artículo en El País sobre el intento de recuperación de Jorge Luis Borges por parte del gobierno populista argentino que deseaba repatriar los restos del escritor enterrado en Ginebra. Los mediocres siempre necesitan empobrecer el discurso con símbolos que las masas idolatren.

La figura de Lezama se puede prestar a la burda recuperación por el solo hecho de haber muerto en Cuba. Lo más bochornoso no es la manipulación de los comisarios culturales, sino la traición a su memoria de quienes contaron con su confianza y que se prestan por temor y oportunismo a tergiversar incluso su pensamiento y su literatura. Los ejemplos sobran, pero quiero mencionar al menos uno. El de "la congelación" de la tesis de la teleología insular. Esta idea de Lezama que data de 1937 sólo constituye una etapa inicial de su pensamiento, la cual, además, él criticó después. Dejar a Lezama en este estado de sus reflexiones estéticas pretende integrarlo a la idea de una excepcionalidad insular a la que corresponde un hecho final unitivo, una utopía posible que viene siendo al triunfo de la revolución de 1959. Sin comentarios…

La celebración de un coloquio en México en 2010 por los 100 años del nacimiento de Lezama promovida por José Prats Sariol y de cuyo comité organizador formo parte, es una de las maneras de tratar de salvar la memoria de "El Maestro", de actualizar el estudio de su obra, de rendir homenaje a unos de los más importantes escritores de todo el siglo XX, al margen de rencores, de odios, y de protagonismos inútiles.

AA. ¿Ha visto la película sobre Lezama, El viajero inmóvil, que el régimen de La Habana ha hecho circular recientemente? ¿Qué le parece la película? ¿Qué le parece el hecho de que algunos de los intelectuales que aparecen en el filme fueron los mismos que le censuraron y reprimieron?

AV. De esa película sólo he visto las imágenes de Youtube, aunque sí he leído muchas reseñas que insisten en considerarla muy mediocre. De las bajezas de ciertos sectores intelectuales cubanos de la isla se puede esperar cualquier cosa. Yo que quiero ser hasta compasivo me pregunto qué harán esos canallas letrados cuando no estén sus amos en el poder…

AA. ¿En qué proyecto literario trabaja actualmente Armando Valdés-Zamora?

AV. Acabo de terminar lo que llamo "mi poemario de exilio", en el cual trabajé durante 10 años, se trata de un poemario apócrifo que toma como base un grabado alquímico alemán…

También está casi concluida la antología de cuentos cubanos a la que me refiero en la respuesta 5. Retomo el próximo verano una novela sobre los años 93 y 94 en Cuba. Más que de balseros se trata de una novela de argonautas, es en cierta medida, una continuación de las ideas expuestas en mi primera novela, Las vacaciones de Hegel.

Poco a poco acumulo las páginas de un libro de cuentos, bastante raros, por cierto.

Escribo un libro de ensayo a partir de mi tesis sobre Lezama.

Constantemente abordo en artículos y ensayos publicados casi siempre en Francia diferentes aspectos de la literatura cubana. De aquí saldrá también un libro.

Y acumulo fuerzas e ideas para una historia de la imaginación literaria cubana de la cual sólo están escritos algunos esbozos.

AA. ¿Es feliz Armando Valdés-Zamora? ¿Qué es lo que más desea en su vida?

AV. Contra todos los pronósticos me considero un hombre feliz. Como digo en un poema: Triunfador de todo por una razón inesperada y desmedida: me pasé de límites y de destinos.

Nunca hubiera pensado cuando me expulsaron en un acto público a los 18 años del preuniversitario por problemas ideológicos, cuando mis balsas no llegaban a sus destinos ni cuando vendía libros en la Plaza de Armas, que viviría en París. Que vería crecer mis hijos nacidos en Francia. Que podría viajar, con mi pasaporte francés y un mínimo dinero sudado con mis clases, por el mundo entero cuando me dé la gana. Y decir no, y no pasarme nada…

Lo que más deseo ahora en mi vida es que no haya en Cuba presos políticos. Así de simple.

Y poder ir de vacaciones a la playa con mi hija Ariane que el día que atraparon a Saddan Hussein se puso de lo más contenta y vino a decirme en medio de su confusión de dictadores: Papá ya podemos ir a la playa en Cuba, cogieron a FC, estaba en un hueco y con la barba sucia…

Tomar un café de nuevo con mi madre en Santa Clara. Publicar en revistas literarias editadas en mi país sin filiaciones ni obediencias políticas. Transmitir a los estudiantes cubanos y a los escritores lo que aprendí en Francia. Que en el país en que nací reconozcan el trabajo intelectual que he consagrado a la literatura cubana, a pesar de los rigores de la sobrevida en el exilio.

Y que nunca más cuando me presenten en Francia mi interlocutor me pregunte:

- ¿Cubano?, ¿de dónde? ¿De Cuba o de Miami…?

Y yo me vea obligado a responderle:

- No Monsieur, cubano de París, del Mundo. ¡Un cubano libre!

Ser cubano, por culpa de otros, es algo sumamente difícil… ¿no?



De Armas: Una entrevista con Armando Valdés-Zamora (I)

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una entrevista de Armando de Armas

Armando Valdés-Zamora nació en La Habana, en abril de 1964, pero creció en Santa Clara por una razón trágica: sus padres fueron encarcelados y fue criado por una tía en esa ciudad del centro del país.

Ha publicado el poemario Libertad del silencio, Ediciones Trazos de Cuba, París, 1996, y la novela Las vacaciones de Hegel, Madrid, 2000, que resultó finalista del Premio Felipe Trigo, publicada en Francia como Les vacances de Hegel, donde fue finalista del Premio a la mejor primera novela en Francia. Doctorado por la universidad de la Sorbona en 2003 con una tesis sobre José Lezama Lima, es profesor Adjunto de la Universidad de Paris XII y de la Escuela Superior de Gestion (ESG) de París. También es autor de decenas de artículos y ensayos sobre la literatura cubana publicados en Cuba, Europa y Estados Unidos.

Armando de Armas: Como estudioso de las letras cubanas, ¿qué opinión le merece el estado actual de la literatura cubana en la isla y en el exilio?

Armando Valdés-Zamora: La principal ganancia de la literatura cubana actual viene de un doble aspecto cuantitativo: la cantidad de escritores con que cuenta y la cantidad de libros escritos por cubanos que se publican.

En cuanto a lo que en realidad cuenta, es decir, a la calidad, soy mucho más escéptico. En este aspecto la literatura cubana no es una excepción: ocurre lo mismo en todas las lenguas y países. El ensayista italiano Pietro Citati -uno de mis favoritos- afirma que actualmente la gran literatura "descansa". El escritor cubano José Manuel Prieto decía hace poco en una entrevista que la literatura cubana llega tarde, que es muy lenta. Pienso que Prieto se refiere a la forma de nuestra literatura. Creo que toda gran literatura llega un poco tarde, excepto la testimonial o la literatura que Cabrera Infante llamaba "de aeropuerto", la que dura, digo yo, el tiempo del vuelo.

Lo que más me preocupa de la escritura de ficción cubana actual es que parece ser escrita para ser aplaudida de inmediato, para ganarle una apuesta a otro concursante sin tratar, además, grandes temas con la reflexión de una prosa trabajada ni la búsqueda de una forma, de una manera de decir que corresponda a esas intenciones.

Pienso sin embargo que en los libros de Abilio Estévez, José Manuel Prieto, Antonio José Ponte, y en textos diversos de otros escritores del exilio, se inauguran nuevos cánones de la escritura literaria cubana.

No me gustaría hacer diferencias entre los escritores de Cuba y los que estamos fuera. Pero las limitaciones, las rupturas referenciales y de difusión, han llegado a extremos que nos tienen que diferenciar cuando escribimos, claro.

Debo confesar que cada vez leo con más temor los textos escritos en Cuba porque la suma de decepciones que he sufrido en los últimos tiempos con esas lecturas entristece mi memoria afectiva. Quiero al menos mencionar un ejemplo que contradice lo que acabo de decir, porque siempre hay personas que a pesar del ostracismo y la incomunicación insular, del desespero por ser reconocidos afuera, hacen una obra de calidad, como es el caso de Ena Lucía Portela.

AA. ¿Por qué salió de Cuba?

AV. Yo salí de Cuba porque le tengo terror a la cárcel. Es decir, temía no soportar los rigores del encierro y convertirme, por ejemplo, en delator de amigos. Salí también porque quería "perderme" como se dice en cubano. Confundirme con el mundo. Coger catarro por culpa de una nevada. Ganar el derecho a una privacidad y a cierto anonimato. Vivir, en serio, como los personajes de las películas que veía en los cines de Santa Clara o en la cinemateca de la Rampa. Y para escribir y hablar, para gritar que NO, algo, esto último, que me fascina…

AA. ¿Cómo es la vida de un escritor cubano exiliado en París?

AV. La vida de un escritor cubano en París depende de cómo sobrevive materialmente en una de las ciudades más caras del mundo. En Francia sólo 3% de los escritores viven de su literatura. (Dos cubanos han tenido la suerte de integrar este selecto grupo: Zoé Valdés y Eduardo Manet).

Yo trabajo de profesor en una universidad pública y en unas cuantas privadas, lo cual creo es un privilegio para un ex balsero que llegó a Paris sin ni siquiera hablar francés. Tengo clases todos los días. Mi escritura es el sueño. Y esto no es una metáfora onírica. Escribo, investigo y leo en horas que pertenecen al descanso. Termino una conferencia para un coloquio o para una revista. Adelanto uno de mis libros. Retoco mis cursos sobre América Latina antes de irme a correr unos kilómetros a un parque para no perder la forma. Es decir que duermo como promedio 5 horas por día. Me levanto temprano, escribo si las clases comienzan más tarde. Me sumerjo en el metro. Doy clases. Me voy a la biblioteca. A veces vuelvo muy tarde a casa. Pero he logrado reunir en mi apartamento parisino las más confortables condiciones mínimas para escribir: silencio y soledad.

Ahora, me digo a veces cuando me veo correr delante de los espejos de las tiendas, he logrado ser uno de esos personajes de las películas que veía en Cuba: formo parte de una ficción retrospectiva.

AA. ¿Considera que ha habido algún cambio en la percepción de las elites culturales en Francia respecto al régimen militar cubano, por un lado, y respecto a sus víctimas, por el otro?

AV. El cambio de visión en Francia del régimen cubano, es relativo. Siempre se acompaña de un insoportable PERO…"la educación", "la salud", los Estados Unidos, etc. Es cierto que los principales medios de difusión en Francia se refieren a Cuba como una dictadura. Sin embargo no hay que pedirles demasiado: el tema de los prisioneros políticos, de la existencia de una oposición interna y sobre todo, lo relativo al exilio de Miami, sólo se conocen y aprueban en restringidos círculos.

AA. Cuénteme un poco de esa antología de la narrativa cubana en que trabaja actualmente.

AV. Lo de la antología de cuentos cubanos es un proyecto que hago con Liliane Hasson, la más conocida traductora de escritores cubanos en Francia. Pero bueno, no avanzo nada. Sólo que hay una veintena de escritores cubanos de todas las latitudes y corrientes.

AA. Usted cuenta con una obra que incluye poesía, narrativa y estudios académicos, ¿en cuál de esas vertientes de la escritura se mueve mejor Armando Valdés-Zamora?

AV. En realidad son placeres diferentes que se complementan. Yo sé que mucha gente que me conoce no va a creerme, pero lo que más placer me provoca es escribir literatura de ficción. Mi tesis de 7 años interrumpió una segunda novela que tenía avanzada y de la cual saltaron personajes a exigirme cuentos. La crítica literaria, los ensayos, forman parte de la pasión que tengo por valorar de otra manera y divulgar en Francia nuestra literatura. Creo que tengo el azaroso honor de haber podido pasar años en las universidades y en las bibliotecas francesas y me apasiona leer la escritura cubana desde ángulos que creo inexplorados.



Los perros de la Sierra

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Los talibanes -como les llaman popularmente los cubanos por su extremo conservadurismo– han ido cayendo uno a uno en los últimos meses, a la par que el raulismo afincaba posiciones y/o engrasaba su aparato transicional. Acaba de “colgar el sable” el más internacionalista de ellos, el inefable canciller Felipe Pérez Roque, escoltado por el vicepresidente del Consejo de Ministros, Otto Rivero. Antes habían caído Carlos Valenciaga y Hassan Pérez.

A todos ellos los marcaba un denominador común: habían sido promovidos por el propio Fidel Castro –otro de los caídos, Carlos Lage, que no pertenece al grupo talibán, también fue promovido por el hermano mayor- y, consecuentemente, se caracterizaban por reproducir el talante hosco y el pensamiento vacuo del “máximo líder”. Los caracterizaban, además, unas maneras gansteriles por las que la banda de Raúl Castro, la vieja mafia de la Sierra Maestra, debía sentir algún desprecio, o al menos cierta desconfianza. Ya se sabe que, más que nada, son los polos opuestos los que se atraen.

De manera que una primera explicación a este desmoronamiento talibán podría radicar ahí, en la naturaleza parasitaria y mafiosa del ala juvenil del conservadurismo castrista. Tal vez demasiados adjetivos para describir algo tan poco relevante. Lo cierto es que si ya existía una mafia organizada y probada en mil batallas (los Raúl Castro, Ramiro Valdés, José Ramón Machado, etcétera), y si además los talibanes respondían directamente a un líder que ya no es, lo más natural es que abandonaran el escenario. A la vieja mafia no le interesan demasiado los destinos de la nueva mafia –sobre todo cuando ha sido promovida por un mafioso ya al borde de la muerte-, sino su propia permanencia en el poder y la continuidad de un proyecto contrarrevolucionario que involucra a sus familiares e intereses a largo plazo.

Una segunda explicación a este súbito descalabro talibán es de carácter simbólico, y podría apuntalar, a su vez, la continuidad del proyecto contrarrevolucionario indicado arriba. Indirectamente, el ascenso al parnaso mediático de Barack Obama, su electrizante populismo, la relevancia histórica de su toma de posesión, más los múltiples retos que todo ello impone a un régimen que, como el castrista, vive de la representación y respira por la boca del nacionalismo antiamericano, podrían haber puesto a pensar a la vieja guardia. Era preciso “mover ficha” ante la conmoción obamista, y el raulismo finalmente ha pisado el acelerador de su particular tránsito hacia el cambio cosmético.

En el ámbito internacional, la caída de los talibanes podría inducir la sensación de que algo se mueve en Cuba. Se atisban, en el horizonte, los cambios por tanto tiempo esperados –pensarán los más ingenuos-, pero sólo se trata de perseguir, y ya sabemos que será una persecución infructuosa, una eficiencia económica a la que los Hassan Pérez y Pérez Roque no sabían hincarle el diente. Lo mismo con lo mismo pero retocado, con los viejos perros ladrándole a la luna. Los perros de la Sierra.

Cortesía de Libertad Digital



De la Paz: La Tabla

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Dos notas antes de pasar a la reseña.

Desde el pasado jueves y hasta el próximo 6 de marzo, entre las siete y las diez de la noche –los lunes el local cierra-, el poeta y artista plástico Rodrigo de la Luz estará exhibiendo parte de su obra escultórica –recreaciones sobre vidrio, metal y madera a partir de objetos desechados- en la Cremata Gallery (1646 SW 8th Street, Miami). Como escribí hace un par de años en este mismo portal, estos collages, una amalgama de balines, botones, botellas, dados, manubrios, grifos y demás elementos que conforman figuras humanas o animales, parecieran contar una historia, definir una circunstancia o un destino. Lleven algún dinero, porque si los ven, los compran.

Por otro lado, Armando de Armas entrevista al roquero Gorki Águila aquí. Así que tenemos Armas por partida doble, pues esta excelente reseña de Luis de la Paz se centra en el último libro publicado del autor, La Tabla, una novela que está dando, y dará, mucho que hablar:

La Tabla

una reseña de Luis de la Paz

El primer contacto que tuve con Armando de Armas fue a través de su literatura. Llegó a mis manos Mala jugada, su primer libro de relatos. Portada verde, dedicatoria a su mujer, padres e hijos, para que no quedara fuera nadie importante de la familia. Pero también “a los que no se envilecieron”, a “un caballo negro que a golpe de espada avanza hacia la luz”; también a “aquellos que hicieron de mí un marginal”. La contratapa mostraba un hombre sonriente, de aspecto alegre, muy bien plantado con saco y corbata. Un retrato que no transmitía marginalidad alguna, sino más bien rigurosa compostura. Mientras más palpaba el libro se me revelaban otros detalles curiosos. Varios relatos estaban escritos en bloque, en una pieza, apenas comas y puntos y comas para separar las oraciones. No había punto y seguido. Difícil estructura, me dije, mientras pensaba lo trabajoso que podría ser mantener la energía de la composición sin dañar la narración. El regreso de Osvaldito El Loco, Como un pavoroso caballo que les viene encima, eran algunos de los títulos que llamaban mi atención. Otra vez la contratapa: “La novela La tabla y la colección de cuentos Mala jugada logran pasar al lector el conocimiento y hasta las emociones que conforman el horror de la sociedad cubana”, señalaba con acierto una nota firmada por Juan Manuel Salvat.

Esa fue la primera vez que tuve una referencia sobre La tabla.

Luego supe que Mala jugada se presentaría en la alcaldía de West Miami. Delicado lugar para una literatura irreverente y provocadora, me dije, pero allí estuve, y allí vi y escuché leer por primera vez a Armado. Volvía a vestir formal, saco blanco, corbata roja, parecía más un Yarini, que un escritor marginal. Leía despacio, oraciones cortas, dibujando en el aire el ritmo que le imprimía a las palabras que articulaba resaltando los adjetivos con fuerza. Con dos dedos extendidos y produciendo un giro de la mano, abría y cerraba numerosos paréntesis.

Cuando terminó de leer, conversó con el público y se refirió a lo que denominaba su más ambicioso libro, La tabla, una novela de mil páginas, “escrita en un sólo párrafo”, decía sonriendo con malicia, es decir, de nuevo, como en algunos de los relatos de Mala jugada, se volvía a repetir una estructura en bloque, sin interrupción. Esa fue la segunda vez que escuché mencionar La tabla (que ya se convertía en una curiosidad) y la segunda vez que me preguntaba: ¿cómo lo habrá hecho? Si para mí unos cuentos de 10 o 12 cuartillas, me parecían un desafío tremendo escribirlo con mínimos signos de puntuación, la idea de una novela de mil páginas con semejante estructura iba mucho más allá. No era que se tratara de algo original y nunca antes visto. No. Existen novelas memorables como Las puertas del paraíso del polaco Jerzy Adrezejewski y el famoso monólogo interior de Ulises, la gran pieza de James Joyce –éste último sin ni siquiera comas o puntos y comas–, por sólo citar dos ejemplos bien conocidos. Pero la peculiaridad de la novela de Armando de Armas radicaba en que nuestro autor caribeño se extendía por un millar de páginas.

Tiempo después de La tabla se habló hasta la saciedad en largas y madrugadoras jornadas donde botellas de vino, rebanadas de salami y lascas de queso, marcaban el ritmo de las tertulias. Cada vez que Armando hablaba de su monumental y peculiar novela, creaba más expectativas, hacía crecer la curiosidad entre los contertulios. Se refería al complejo proceso de escritura a finales de los años ochenta, a las dificultades para esconderla de la policía, a las peripecias para sacarla de Cuba clandestinamente. Detalles que luego aparecieron en Crónica de la escapada, un extenso artículo que escribió para una publicación en Alemania: “Bajo fuego de ametralladoras, la noche iluminada por las balas trazadoras, y braceando a lo loco en medio de las olas luego del hundimiento de la chalupa que nos conducía al barco en que escaparíamos de Cuba, yo, que me las doy de valiente pero que apenas sé nadar, no pude sostenerme en la superficie cargando con el pesado manuscrito que portaba convenientemente envuelto en plástico dentro de una mochila y, ante el dilema de vida o manuscrito, solté el manuscrito, y entonces ocurre que Mimí (mi mujer) que no se las da de valiente pero que sí es una excelente nadadora, logra la hazaña de rescatar el manuscrito de entre las olas y, con el mismo a la espalda, llegar hasta el barco para ambos escapar a tiempo de las tropas guardafronteras, del fuego de los guardafronteras, de la muerte, de la isla en suma”, apuntó en uno de los párrafos.

A pesar de mi interés y numerosas insinuaciones, Armando nunca me dio a leer el manuscrito de La tabla. He tenido que esperar más de una década para leerla y puedo decir que si la espera no se justifica de ninguna manera (ni tampoco la actitud del amigo), sí valió la pena la lectura de esta excelente novela que, además, tuve la oportunidad de presentar junto al autor y al amigo Armando Álvarez Bravo.

La tabla recoge las vivencias de Amadís, Amadís Montalbán, tal vez el alter ego de Armando de Armas. Y como la vida misma, es una pieza que se mueve como una espiral ascendente, un torrente de ideas, reflexiones, lecturas, vivencias. El flujo de la memoria, más que de la conciencia, el gran monólogo (que no cesa hasta la muerte) que acompaña a cada individuo durante su existencia. Eso explica quizás que la única forma de escribir La tabla fuera así, sin interrupción, sin rompimientos, sin estorbos.

En la novela los personajes, los abuelos, sobre todo la abuela que guía la infancia, aparecen y ocupan su lugar, señalan los caminos por los que se transita, pero no tienen formas, de ellos no hay apenas descripciones, son como sombras vivas, fantasmas que transmiten el conocimiento, dando pie a reflexiones, valoraciones que casi siempre rondan el tema de la libertad, dejando claro que la esencia de todas las posibilidades del hombre ante su destino tiene como ineludible camino el de la libertad.

El autor ha tenido la oportunidad de leer su libro y trabajarlo hasta el cansancio. Eso es evidente, la primera versión está fechada en 1990 y la última revisión, en marzo del 2008, poco antes de emprender el camino editorial con la Fundación Hispano Cubana, en Madrid, España. Es un texto bien cuidado, fiel a una época en muchos aspectos, revelador en muchos otros. De las mil páginas originales desaparecieron varios centenares para quedar comprimida en un texto de 440 dividido en dos partes. Se agradece el respiro. De cualquier manera es un desafío para un escritor un libro semejante. Armando lo consigue. Sin duda pudo mantener ese exigente ritmo, gracias al oficio literario como lo ha demostrado tanto en Mala jugada como en su otro libro de cuentos, Carga de la caballería. La musicalidad de la narración, la cadencia de las palabras, dan significación a una parte importante de los relatos.

Pero, ¿de qué trata La tabla? De nada. De todo. La tabla es un fresco de una familia, de un pueblo, de una ciudad, de un país, donde el tiempo, individual y colectivo, avanza o retrocede en torno a Amadís. Es curioso percatarse que la novela comienza fuera del libro. Cuando uno abre la primera página ya la novela tuvo sus inicios hace rato. Lo único que podemos hacer es dejarnos llevar por aquel torbellino, incorporarnos sin hacer preguntas, con curiosidad. Las primeras palabras que nos encontramos son “la pistola”, así en minúscula. Una “pistola entre la pelvis y el calzoncillo”. Ese es el punto donde convergen lector y texto. Se unen y ya no se sueltan hasta la palabra “tren”, el primer respiro que nos brindan. Hay en ese momento un rompimiento de tiempo y de espacio hasta que nos adentramos en la segunda parte que arranca con un show, nada más y nada menos que con Otro amanecer de Meme Solís. Y así seguimos, ya sin descanso, ya sin aliento, hasta brincar el charco “que Amadís miraba con una sonrisa; medio-sonrisa, medio-mueca; casi feliz”.

Ya dije que La tabla es un fresco de una familia, de un lugar, pero también y sobre todo, el reflejo de una nación y de una época. Es el testimonio de una niñez, de una adolescencia y una juventud vapuleada por las consignas –que la novela sabe recoger, mezcladas oportunamente con canciones infantiles, con rondas y expresiones del folclor popular–; víctimas del disparate elevado a la categoría de régimen social. La tabla es una novela escrita con las entrañas, desde la memoria, desde la marginalidad. Una novela cargada de símbolos, de numerosos guiños, de copiosas lecturas. Una novela mural, irónica, desfachatada a veces, tierna, cándida. Siempre auténtica. Un grito de libertad y una evaluación de la misma, desde la perspectiva de un hombre que le ha tocado vivir bajo un sistema represivo y colectivista. Por eso La tabla hay que leerla como una enorme espiral, pero también como la serie de eslabones que tejen una cadena, en la que se hilvanan eventos y situaciones, entrelazan experiencias y deseos, convergen vivencias y aprendizajes, se funden lecturas y desafíos. Lo que me hace pensar que tal vez pueda ser ésta la gran novela de la revolución que todos estábamos esperando.

Reseña originalmente publicada en Efory Atocha



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Sobre este blog

El Reducto que los ingleses se negaron a canjear por la Florida

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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
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