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Papeles profanos (I)

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Emilio Ichikawa ha tenido la gentileza de compartir con nosotros una carta reveladora, cuya primera parte ofrecemos a continuación. Está fechada el 24 de julio de 1965. Fue enviada por el historiador cubano Raimundo Menocal y Cueto al Dr. Ernesto Dihigo Jr. Menocal y Cueto es autor de un libro profusamente ignorado pero probablemente imprescindible para entender la debacle nacional: Origen y desarrollo del pensamiento cubano. Una obra editada en dos tomos.

Menocal y Cueto fue lo que llamaríamos hoy un autor políticamente incorrecto. Incorrecto en grado sumo. Aviso a los potenciales lectores que en la siguiente misiva –de la que omito únicamente la introducción- no se “echan margaritas a los cerdos”, para emplear una expresión a tono con el texto. Forma parte de una serie de tres –edición cortesía de la casa- que publicaremos íntegra, y a la que hemos titulado Papeles profanos.

Una cosa más. Dice el autor que “la conciencia inglesa cree y está convencida de que, para que la vida pública pueda desenvolverse plácidamente, ha de estar dirigida por caballeros”. Cabe contrastar esta última afirmación con la realidad de Cuba, un país cuya vida pública, durante medio siglo, ha estado dirigida por pandilleros. Los dejo con la misiva:

Textual: Carta de Raimundo Menocal y Cueto al Dr. Ernesto Dihigo

En 1903 me embarcaron con mi hermano segundo para los Estados Unidos, donde habíamos residido emigrados durante los tres años de la guerra de 1895; si bien posteriormente llegaron a la conclusión de que era más conveniente mandarme a un colegio de Europa, desde donde me sería más difícil regresar a Cuba, aunque fuera en concepto de vacaciones.

En octubre de 1903 me embarcaron en New York en un trasatlántico inglés, que hacía la travesía entre New York y Liverpool, y desembarqué en ese puerto, cogiendo el tren para Londres, donde me esperaba la familia de Pepe de Armas (Justo de Lara). Con ella pasé el domingo para salir de viaje, al siguiente día, a fin de llegar al colegio, donde me esperaban cartas de mi madre recomendándome que dejara bien plantado el nombre de Cuba y de mi familia. No hay duda que me impresionó considerablemente la cortesía sin afectación del pueblo inglés en general, así que, cuando asistí el primer día a clase, sabía de antemano que no había de tener pendencias personales. Los niños de mi clase eran todos muy atentos y deseosos de ayudar a un extranjero que venía de tan lejos.

Mi clase estaba compuesta de unos cuarenta alumnos, y lo curioso del caso es que alrededor de la tercera parte (niños entre trece y quince años) estudiaban griego y latín, a horas extra, o sea, después del té de las cinco de la tarde. De modo que, como se ve, el estudio del griego y del latín era voluntario, y su enseñanza se efectuaba a la hora en que los alumnos podían expansionarse en los juegos. Me asombraba este sacrificio que no comprendía, sobre todo por el deseo de aprender lenguas muertas, porque de las vivas se podía optar entre el francés y el alemán. Por sugestión de mi madre, opté por el francés, pues pensábamos hacer un recorrido por Francia en los meses de verano, que se frustró por la grave enfermedad de mi padre. Así se explica el desarrollo de la cultura inglesa, y pienso lo que hubiera gozado tu padre en aquel ambiente, donde se tomaba tan en serio la cultura y la lengua de aquellas civilizaciones desaparecidas hacía dos mil años.

Cuando volví de Inglaterra, si bien me eran odiosas las costumbres de aquel pueblo tan exclusivista, al menos las de sus clases ilustradas, sin duda que la educación que recibí dejó un residuo en mi mente, que ha influido poderosamente, en lo sucesivo, en mi moral y en mi manera de ver la vida. Sobre todo, la influencia que ejercieron en mí las recomendaciones de Montoro de leer ciertos autores ingleses (entre otros a Darwin y al historiador Buckle), que me abrieron el camino para formarme un nuevo concepto de la vida, y de esta manera me fui reconciliando con la orientación inglesa, tanto más si los cubanos anteriores a 1868 estaban influidos por las teorías de Burke, el cual sostenía la teoría iluminista “todo para el pueblo sin el pueblo”. Además de combatir la revolución francesa y a los impostores y demagogos como Rousseau, que crearon el mito de la soberanía popular y de la voluntad general, que no era otra cosa que la preponderancia del vulgo y la incapacidad para destruir la teoría del contrapeso social y la preponderancia en la gobernación del país de los más morales y capacitados.

Al poco tiempo de haber llegado a Cuba, pude observar la agitación que existía en el país, es decir, se podían observar los preliminares de la revolución de agosto de 1906 (que fue una revolución social), las algaradas de la escoria social, que en las manifestaciones tumultuosas enarbolaban la chancleta, símbolo del predominio de la plebe, al paso de pedir el restablecimiento de la lotería y la lidia de gallos. Esta conmoción ciertamente que despertó en mi espíritu la idea de la comparación, esto es, la idea del contraste entre aquel pueblo inglés, tan respetuoso y educado, con la chabacanería de la plebe cubana, cuya incapacidad para mantener y desenvolver una civilización estable y progresista estaba en pugna con su cultura y educación.

Andando el tiempo y cuando me familiaricé y empapé con la cultura inglesa, y pude escarbar en su sabiduría, se me descubrieron los conocimientos y las orientaciones de profesores y escritores tan distinguidos como Matthew Arnold, el Cardenal Newman, J.A. Symonds, R.W. Livingstone, C.M. Bowra, D. Page, y sobre todo el más eminente de los propugnadores de la cultura griega, Gilbert Murray, los cuales han insistido en mantener la necesidad de conocer los clásicos antiguos, claro, sin excluir a los latinos, que tanto contribuyen al buen gusto de la expresión inglesa. Como se sabe, la significación de los estudios griegos y del Lacio tiene distinta finalidad.

El conocimiento de los clásicos griegos tiende a crear y promover en la conciencia de los que estudian esta disciplina la idea de libertad, de favorecer por encima de todo el espíritu de tolerancia, en todos los aspectos de las actividades humanas. El conocimiento de filósofos como Aristóteles y Platón, de dramaturgos como Esquilo y Sófocles, y del comediógrafo Aristófanes, es decir, de los propugnadores de la edad de la razón, en la que el hombre piensa y reflexiona, esto es, en la que razona sobre lo que piensa, que es el hombre civilizado, que sabe que su defensa y evolución descansa en el poder de su razón. Aparte de que los ingleses estiman que la educación de un caballero ha de descansar en los estudios clásicos, griegos y latinos, tanto para mantener su libertad de pensamiento como para expresarse con la debida corrección.

Por lo demás, la conciencia inglesa cree y está convencida de que, para que la vida pública pueda desenvolverse plácidamente, ha de estar dirigida por caballeros. De ahí que en el colegio me llamaba la atención que el mayor castigo que se le podía imponer a un alumno por el director del colegio, cuando cometía alguna falta reprensible, era decirle que había dejado de ser un caballero. Figúrate tú lo extraño que eso le parecía a un cubano que venía de un país donde es tan corriente, por vía de gracia, referirse a la madre del amigo o del otro interlocutor, aunque bueno es consignar respecto de mí que ni de niño permití a mis amigos mencionar a mi progenitora en algún sentido deprimente.

La enseñanza y divulgación de la cultura inglesa se centraba entonces en los grandes colegios, llamados públicos o de segunda enseñanza, como Eton, Harrow, Trinity, Rugby, Winchester, Westminster, por no citar otros de menos significación, que se dedicaban con preferencia a la enseñanza de los estudios clásicos, los cuales, como he dicho, tenían por finalidad inculcar la libertad y el buen decir, con el conocimiento del helenismo y del latín. No sé si tu padre se había hecho un helenista con la idea y propósito de aplicar las ideas de libertad y la correcta expresión en la prosa y poesía, a fin de despertar en la conciencia pública cubana el amor a la tolerancia, a la libertad y a la belleza de la expresión hablada y escrita. De todos modos, lo cierto es que él estaba entregado a estudios que la intelectualidad cubana no ha sabido apreciar en toda su integridad.

Para mí, si la conciencia cubana se propone cruzar en el futuro el puente de los burros, por necesidad tendrá que dedicarse sistemáticamente al estudio del griego y del latín, base para la expansión de la cultura, que es el único medio de crear en la conciencia del país el deseo de conocer civilizaciones que, por su excelente modo de actuar en la vida, se distinguieron tanto en el orden moral como en el intelectual.

Por eso tu padre, aparte de haber sido un hombre distinguido, como la mayor parte de los cubanos eminentes que nacieron en el siglo pasado, hay que convenir en que era un hombre que no encajaba en el ambiente cubano, chabacano y vulgar. En cambio, podía haberse distinguido como profesor en las universidades inglesas de Oxford y Cambridge, o en la Sorbona de París; no incluyo a las universidades americanas, infectadas sus escuelas de ciencias sociales y políticas de un izquierdismo, de un bizantinismo demoledor y disolvente, en virtud del cual han creado en el país la repulsión a las ideas de contrapeso en lo político y social, que han dado al traste con baluartes como los Estados del Sur, que tanto contribuyeron al fortalecimiento de la grandeza americana por su espíritu conservador y mantenedor de las tradiciones de ese país, que había de recibir la inmigración de hombres de todas partes del mundo que huían de sus países respectivos en busca de un clima apropiado de libertad, donde pudieran realizar sus aspiraciones de mejoramiento económico.



Cuba mirando al mar

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El número quince de la revista Herencia, correspondiente al año en curso, ya está en la calle (pronto anunciaremos la presentación oficial). Como siempre, se trata de una edición magnífica, en la que resaltan el factor gráfico y, en general, la intensidad del formato. Por añadidura, los artículos escogidos son todos de primer nivel.

Como muestra, Cuba Inglesa publica Cuba mirando al mar, un trabajo en el que Hugo J. Byrne despliega una interesante tesis a propósito del futuro cubano:

Cuba mirando al mar

un artículo de Hugo J. Byrne

“La mayoría de los británicos tiene una relación directa y personal con las realidades del poderío naval y del comercio marítimo que éste protege”

John Keegan (The Price of Admiralty)

En las islas-naciones la ausencia de fronteras vivas con otros países impone a gobiernos y pueblos por igual considerar las costas como fronteras. Un estudio básico de la historia del Imperio Británico y del Archipiélago de Japón nos muestra una inclinación instintiva de ambas naciones hacia el mar. El mar como vía de transporte para las vitales mercaderías. El mar como bastión para defender la independencia e intereses nacionales. El mar incluso como modus vivendi. Mirar al mar es la necesidad de las islas cuando aspiran a ser naciones.

La natural tendencia isleña al mar se observa también en las penínsulas. No perdamos de vista que los grandes exploradores y navegantes del pasado, como los vikingos, quienes arrastraban una bien ganada notoriedad de crimen y pillaje, tuvieron su origen en la Península Escandinava y en la diminuta Dinamarca, también una península-nación.

Los primeros navegantes del Mediterráneo extendieron la clásica cultura greco-latina a los cuatro puntos cardinales, primero desde la península griega e islas circundantes y más tarde en los enclaves marítimos de la “bota” italiana, tanto en la costa oeste, desde la Génova del “Mare Nostrum”, como al este, desde la Venecia del Adriático. Un explorador de ese puerto, Marco Polo, y los portugueses Vasco de Gama y Magallanes, realizaron también una labor inversa, descubriendo para el Occidente la milenaria cultura oriental.

No fue por casualidad que el descubridor de América, y todos los más destacados navegantes que exploraron y conquistaron el Nuevo Continente, partieran de la Península Ibérica. Desde el extremeño Hernán Cortés, pasando por el portugués Fernando de Magallanes y su

lugarteniente y heredero capitaneando la “Victoria”, el vasco Juan Sebastián Elcano, todos tuvieron como punto de partida esa Península, la más occidental de Europa, que avanzando hacia el Atlántico comprende las naciones de España y Portugal.

Aunque muchos cubanos aún no se hayan percatado, el mar y el poderío marítimo no sólo han impreso un sello indeleble en la historia de nuestra isla, sino que ciertas importantes acciones navales resultaron parcialmente en la forja de nuestra identidad como nación. De acuerdo a más de un serio historiador, la nacionalidad cubana se manifestaría por primera vez como respuesta a la ofensiva británica contra España en el Mar Caribe y sidekick de la Guerra de los Siete Años. Ese corto período histórico era llamado en nuestras escuelas elementales “La toma de La Habana por los ingleses”.

Al final de un sitio de dos meses, a partir del 6 de junio de 1762, la flota expedicionaria comandada por George Keppel, Earl de Albemarle, obtuvo la victoria, tomando la ciudad que en ese entonces ya contaba con unos 35,000 habitantes. Las fuerzas españolas capitularon tras la voladura del Castillo del Morro, principal fortificación española al este de la bahía habanera. Los ejércitos coloniales de Cuba no contaban con efectivos en número suficiente para oponerse al invasor y dependían por completo de sus parapetos y murallas.

Sin embargo, un legislador del Cabildo de Guanabacoa, llamado José Antonio Gómez, resistió con una improvisada tropa de criollos y, aunque también derrotado y muerto en combate, su acto quijotesco se anota como la primera defensa de suelo cubano por nativos de ascendencia española. Once meses más tarde, los británicos negociaron el retorno de La Habana a la administración de Madrid, a cambio de la Florida.

Existe escaso conocimiento histórico de la importancia que tuvieron las expediciones “filibusteras” en la campaña cubana de independencia de 1895 a 1898. Sin esas continuas operaciones navales de aprovisionamiento y desembarco de insurgentes desde Estados Unidos, la independencia cubana nunca hubiera podido materializarse. Héroe indiscutido de estas operaciones fue el General del Ejército Libertador Emilio Núñez, quien dirigiera el “Departamento de Expediciones” de la Junta Revolucionaria. Los cubanos, utilizando el irónico “choteo” iconoclasta que siempre los ha caracterizado, lo llamaban cariñosamente “el Almirante”.

No puede hacerse la historia del éxito de esa campaña naval de gato y ratón con las cañoneras coloniales (¡y las norteamericanas hasta 1898!) sin hacer especial honor a los nombres de muchos gunrunners norteamericanos, entre ellos Napoleón Bonaparte Broward, futuro Gobernador de Florida en 1905, cuyo nombre inmortaliza un populoso condado del sur de ese estado. Broward era capitán del buque “Three Friends”, que junto al “Dauntless” del legendario “Dynamite” Johnny O’Brien, mantuvieron constante aprovisionamiento de la insurrección burlando los esfuerzos de Weyler, hasta el instante mismo de desatarse la guerra entre Washington y Madrid.

El amable lector puede imaginarse el destino de quienes eran apresados por las unidades españolas en el Estrecho de la Florida con armas, pertrechos o soldados, para reforzar la insurrección cubana. Encarando ese peligro mortal, la “Marina de Guerra” insurrecta perseveró. En 1896 los barquitos de Núñez lograron desembarcar treinta veces con éxito en suelo cubano. Eso era más del doble de todos los desembarcos que arribaran a Cuba durante la Guerra de los Diez Años (1868-78). En una de las últimas expediciones desde Tampa, en junio de 1898, Núñez logró hacer llegar a Cuba 600 soldados y 7,000 rifles.

Algún día no lejano Cuba será de nuevo patria de hombres libres, reincorporándose a la comunidad de naciones civilizadas. Cuando eso ocurra tendrá que mirar al futuro en el horizonte azul del mar que la rodea. Para eso necesitará no solamente una adecuada flota pesquera y una marina mercante cuyas embarcaciones no dilapiden sus cascos por falta de mantenimiento, sino también una Marina de Guerra capaz de vigilar y defender sus costas, no la supervivencia de una satrapía totalitaria.

Cuando medio siglo de corrupto totalitarismo sea sólo un recuerdo sombrío, Cuba dedicará menos tiempo y recursos a fuerzas terrestres que desde nuestra independencia de España poco han contribuido a salvaguardar la paz, la integridad territorial o las instituciones de la República. Nuestro principal esfuerzo defensivo debe encaminarse al desarrollo de un arma aeronaval compuesta por profesionales, capaz de impedir el asedio de los dos grandes peligros futuros: contrabando y terrorismo.

Cuba es una isla. La más importante de este hemisferio. Miremos hacia el mar.

Cortesía http://www.herenciaculturalcubana.org/



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El Reducto que los ingleses se negaron a canjear por la Florida

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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
letrademolde@gmail.com

 

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