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Un ejemplo de disidente

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Leo en Encuentro en la Red que el Comité para la Protección de Periodistas ha decidido conceder a Héctor Maseda Gutiérrez, “encarcelado junto a otros periodistas en su país en 2003, el Premio Internacional a la Libertad de Prensa, el próximo 25 de noviembre en Nueva York”.

La nota proviene de EFE. Y continúa: “Maseda Gutiérrez, que era parte del movimiento de prensa independiente, fue acusado, junto a otros 28 periodistas, de conspirar contra el gobierno cubano, recordó el Comité (CPJ, por siglas en inglés) en un comunicado.

“Señaló, además, que fue condenado a 20 años de prisión por actuar contra la integridad territorial del Estado”.

El de Héctor Maseda es uno de esos casos en los que la transparencia de la causa y la transparencia de la personalidad confluyen armoniosamente. Estuvimos juntos durante la fundación del Grupo de Trabajo Decoro, en 1998 –junto a Manuel Vázquez Portal, su director, Claudia Márquez Linares y otros amigos periodistas-, y siempre después. Por eso podemos decir, sin temor a agotar el lugar común o sonar cursis –esa permanente tentación de lo cubano-, que Maseda es un ejemplo de disidente.

Éste es un artículo que escribí meses atrás, a propósito de la presentación de su diario en el Koubeck Center de la Universidad de Miami:

La prisión fecunda

un artículo de Armando Añel

Hay prisiones infecundas. De hecho, la infecundidad es de lo más común tras las rejas. Es el caso de la prisión sufrida, o tal vez disfrutada, por Fidel Castro. El máximo responsable de la tragedia nacional resultó también, en su momento, uno de los máximos beneficiarios de las dictaduras “amateurs” padecidas por la República. Se sabe que durante su reclusión en la penitenciaría de Isla de Pinos, en la que cumplió apenas veintidós meses de los quince años a los que previamente había sido condenado, gozó de beneficios y/o privilegios impensables para los presos políticos que actualmente se pudren en las cárceles comunistas. Vivió a cuerpo de rey su breve encarcelamiento, como vivió con el corazón de un verdugo su posterior estancia en el poder.

Tras las rejas, Castro tuvo tanto tiempo para leer, impartir instrucciones, recrear recetas culinarias o cartearse con sus familiares y amigos, que apenas le alcanzó para hacer la autocrítica que pusiera sobre el tapete los errores de bulto y disparates conceptuales que desembocaron en la matanza del Cuartel Moncada. Y lo que es peor, su naturaleza resentida, narcisista, le impidió tener después, con los miles de cubanos encarcelados por su régimen –encarcelados por razones políticas, y en la mayoría de los casos sin que hubiera hechos violentos de por medio-, atenciones similares a las que disfrutara durante su prisión en Isla de Pinos. Durante su insistente estadía en el poder trató a sus rivales ideológicos poco menos que como animales. Incluyendo a quienes en el pasado colaboraron con él o le salvaron la vida.

En contraste, y felizmente, también hay prisiones fecundas. Es el caso de la padecida por Héctor Maseda, periodista independiente y presidente del Partido Liberal Democrático de Cuba, arrestado durante los sucesos de la Primavera Negra, en marzo de 2003. Tras la parodia de juicio en el que él y otros setenta y cuatro disidentes fueron condenados sumariamente, recibió una sentencia de veinte años de privación de libertad, de los cuales ya ha cumplido cinco. El diario Enterrados vivos, una crónica de su paso por las cárceles cubanas –Maseda aún continúa en prisión-, fue publicado recientemente por el Grupo de Apoyo a la Democracia.

En Enterrados vivos Maseda hace un recuento pormenorizado de lo que significa padecer la (in)justicia revolucionaria, esto es, describe con precisión de miniaturista la atmósfera infernal, a ratos surrealista, que prima en las penitenciarías del gobierno cubano. La suya sí que es una prisión fecunda porque, en lugar de servir a propósitos inconfesables o adelantar una agenda personal -y a pesar de las condiciones infrahumanas que ha debido enfrentar durante los últimos cinco años-, es la consecuencia de su lucha pacífica por devolverle al ciudadano de a pie, y en general a la sociedad civil de la Isla, las libertades secuestradas desde hace ya medio siglo.

Pero, más que una denuncia, Enterrados vivos es una proclama. La proclama de un hombre que ha dado con sus huesos en la cárcel por defender los derechos de sus conciudadanos, por denunciar la gigantesca cárcel en que el régimen de Fidel Castro ha convertido a Cuba. Régimen incubado, nunca mejor dicho, por una prisión infecunda.



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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
letrademolde@gmail.com

 

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