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Crónicas alternativas: Carta abierta a Cuba Inglesa. Crónicas disidentes

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A continuación, reproducimos una carta abierta –no dejan de estar de moda- de Carlos Scholkow, delegado del Hecho Thamacun, dirigida a este blog. Cabe aclarar que la cifra de treinta firmas escogida por Scholkow para cerrar el manifiesto no es arbitraria: se trata de un número, el tres, que seguido de uno o más ceros tiene implicaciones muy concretas en la comunidad virtual Cuba Inglesa.

Adicionalmente, continuamos brindando espacio a las crónicas disidentes, cada vez más afinadas y cautivantes. Que las disfruten:

Crónicas alternativas: Carta abierta a Cuba Inglesa

un texto de Carlos Scholkow

La paz creativa es el soporte de nuestro modo de vida. Durante mucho tiempo la oposición nacionalista nucleada alrededor de los puntoCON ha pretendido mermar dicha paz con innumerables actos de sabotaje, distracción y alteración. Esta vez han atacado en masa, tras semanas de tanteo y tácticas dilatorias.

Lo que tenemos delante es un ataque en toda regla. Los puntoCON recurren una vez más a su estrategia favorita: desvirtuar el Hecho Thamacun. La táctica, que hemos observado en otros foros y que a primera vista puede parecer infantil, es de lo más efectiva, como en su momento demostró la caída del blog de Idamanda: aparece una nube de clones que a su vez se reproduce en otra nube de clones, y así sucesivamente. En principio, los clones se limitan a reproducir frases y afirmaciones ajenas, entorpeciendo el libre flujo de información. Pero cuando se les alude directamente se desatan, por lo que rogamos a los no iniciados abstenerse de entrar en contacto con ellos.

Frente a esta peligrosa realidad, pedimos al editor de este blog:

a) Completa libertad de acción para contrarrestar la nube de clones en la variante XL5000.

b) Comprensión de que en las actuales circunstancias, con el gobierno de Hugo Chávez financiando la oposición, es imposible mantener una neutralidad que tiene más de apariencia que de hecho real. Añel no sólo es un cronista: él también forma parte del Hecho Thamacun, y no debería olvidarlo.

Firmas por orden de aparición:

Carlos Scholkow/Enn Diagonal/Sergio Fresh/Richard del Monte Jr./Idamanda Rosael/Richard del Monte/Sergio La Flecha/Charles Controller/Fernando Camejo/Julian Done/Rog Sumatra/Rafaela Fleitas/Mailyn Asunción/Armando Mar/Felipa Yesterday/José Angel Fischer/Umbral Faith/ Mickey Ubaldo/Graciela Mer/Graciela Hurtado/Sonda Riposta/Fellini Gracian/Richard Delaware/Yusnavy Cereijo/Richardson Acosta/Federico Crist/Lester Trafalgar/Jonatan Sisborne/Rodolfo Buenaventura/ Marilyn Monteagudo.

Crónicas disidentes: El ave de los sueños

un texto de Heriberto Hernández

Se había hecho costumbre ir tejiendo el sueño entre el sonido nocturno de los tambores en “el plante” cercano, los carros policiales frenando de un modo brusco a las puertas de los solares y los negros, de pies sutiles, escapando por los techos sin tocar apenas las tejas. Había comprado mi primera casa en este barrio de las afueras, burlando las rígidas regulaciones del Concejo de los Concejos, mediante una complicada y larguísima estratagema legal que jamás descubrirían, pues para hacerlo “habría que leer demasiados papeles”.

Pasaron los años y el islote comenzó a sufrir los vaivenes del agitado “mundo exterior”. La crisis era tal que por primera vez se tenía la sensación de que podría producirse un estallido social. Los ideólogos del Concejo, expertos en ditirambos verbales, acuñaron un término para definir este tiempo al parecer determinado, coyuntural, transitorio: “periodo especial”. Los sonidos nocturnos comenzaron a cambiar. La ciudad a oscuras figuraba una visión sombría, una urbe a la espera de un bombardeo. Los carros policiales se mantenían alejados del barrio en la noche, y sólo se oían las sirenas a lo lejos. Se vendía y compraba en las aceras y los negros pavoneaban la lírica marginal de la transgresión públicamente.

El sueño se iniciaba con las conversaciones en la calle, la socialización forzada por la oscuridad y los rugido desesperados, lastimeros, del león en el zoológico cercano; y era alejado en las madrugadas por las voces veleidosas de las mulaticas que “regresaban de la noche”, con los tacones, irresistibles ya, en la mano y el dinero, los billetes que compraban la luz, escondidos en la ropa interior. El hambre era una presencia ineludible. Al pasar junto a la verja del parque zoológico, veía a los niños lanzar anzuelos al estanque para pescar las carpas o las truchas que otrora surcaban el agua, señoriales. El magnífico ejemplar macho de león africano, que era el orgullo de la ciudad, yacía en un rincón, entre los huesos mondados de un perro, que fueron su último alimento. Un cuidador decía con orgullo que había aprendido a comer zanahorias y vegetales y que él le daba la comida de los conejos cuando llegaba, pues estos habían escapado de sus jaulas y no pudieron ser encontrados.

Ese día amaneció con un despliegue enorme que incluía, además de los cuerpos de acción e investigación de la policía, un destacamento de la Guardia Insular. Rodearon el parque y no permitían acercarse a nadie. “Nada, el ñandú se ha escapado”, decían las señoras inquietas y deseosas de que todo terminara para volver a sus asuntos. Todo volvió a la normalidad en unas horas y pasaron unos días de paz en el barrio. Las cosas de siempre, el registro “sorpresivo” en el solar del 111 en el que sólo encuentran señoras, con niños pequeños en los brazos, obstaculizando el paso en el estrecho pasillo, y algún evento doméstico ventilado en la calle para sazonar el aburrimiento. Caía la tarde y de pronto todo cambió. Un carro de la unidad de investigación y dos de la unidad de acción se habían estacionado frente a una casa en forma de abanico y estaban sacando esposado a un hombre sin camisa. Este hombre hacía zapatos artesanalmente y en otros tiempos fue muy conocido por sus copias de modelos de revistas europeas. Detrás salió la esposa, con su hijo de unos siete años, al cual le exigía imperativamente: “Dile que no es cierto, que eso es imaginación tuya, díselo…”.

Uno de los carros partió con el hombre, haciendo caso omiso de los reclamos de la mujer, que trataba de explicarles. Los agentes entraron de nuevo en la casa y comenzaron el registro detallado. “El niño hizo una broma en la escuela y alguien lo escuchó. Otro chico había dicho que se podía comer un pollo entero y el niño, ingenuamente, había exagerado diciendo que su padre había traído a casa un pollo enorme que alcanzaba para comer muchos días y todo lo que uno quisiera. Imagínense, lo acusan de haberse robado el Ñandú del parque. No, claro que no…”, decía la mujer con convicción. En el interior de la casa se escuchó un ruido de maderas rotas y la mujer quedó petrificada. En unos segundos salieron varios policías cargando un rústico freezer, del cual empezaron a sacar paquetes de carne congelados, ante los ojos asombrados de los vecinos.

Cortesía http://laprimerapalabraque.blogspot.com/

Crónicas disidentes: El encuentro de La Rosa de Paris

un texto de Gulliver

Hay una historia que me contó Matilde Gonzaga y que quiero compartir con los lectores. Matilde es biznieta de la puta más famosa de La Habana de finales del XIX, Juliana Dufresne, conocida como "La Anolista" por su pasmosa facilidad para relajar el esfínter y ofrecer ese plus de excelencia que algunos hombres buscan cuando pagan por sexo. Aquí va la historia:

La fría tarde de febrero de 1889 podría haber sido una más para Juliana si no fuera porque unos segundos después de las cinco traspasó la discreta puerta de La Rosa de Paris la figura de un joven inglés, pequeño de estatura pero fuerte, bien vestido y con una sonrisa inquietante. Bastó un breve encuentro de miradas para que de entre las piernas de Juliana cayeran al suelo dos gotas de su intimidad desordenada. Tal era su excitación que, aunque la entrepierna del joven no le correspondía, a ella no le importó.

Subieron a la suite y Juliana pronto descubrió que sí, que el deseo era mutuo pero que el instrumento para ejecutarlo era mínimo, casi simbólico, pero lo pasó por alto. Era tal la pasión que le provocaba Jason -así dijo llamarse- que la Antología de las posturas dejó de ser un delirio teórico para convertirse en una práctica demostrable.

Pasaron momentos, ratos, horas y hasta tres días sin atender a nada, a nadie. Por supuesto que Juliana no le cobró a Jason, sino que a partir de entonces El Inglesito se convirtió en su protegido, en su mantenido. Jason se instaló en La Rosa de Paris y su vida fue, hasta el 4 de diciembre, la mejor de las posibles. Aquel día por la mañana Juliana despedía a un cliente cuando de reojo vio a Jason llegar muy nervioso, portando un ejemplar de Correspondencia de Cuba. Lo siguió hasta la suite y por más que preguntó no obtuvo respuesta que justificara tal actitud. El Inglesito, abrumado por la actitud inquisitoria de Juliana, dejó sobre la cama el periódico y se dirigió a la planta baja, al bar, para -ésta vez sí- beber y olvidar.

Apenas hojeó el periódico, Juliana lo entendió todo. En la página seis estaba la respuesta, el secreto de Jason que se llevaría a la tumba. Rápidamente corrió escaleras abajo al encuentro de su Inglesito y, abrazándolo cual madre protectora, le susurró al oído: “Thamacun, mañana te vas a Thamacun”.

Juliana tenía amigos en Thamacun e influyentes relaciones en La Habana y no paró hasta conseguir un firme compromiso de ayuda y protección para Jason, una vez llegase al islote. A las siete de la mañana una calesa esperaba al Inglesito en la puerta de La Rosa de Paris. La despedida fue breve, no hacía falta más, la noche estuvo llena de confesiones voluntarias y de promesas que, al parecer, se cumplieron.

Sólo se vieron tres veces más, dos en Thamacun y la última en Morón. Los dos murieron en 1896, el uno ahogado en el Támesis -así le llamaban en Thamacun al canal más ancho que se abría entre los manglares del sur- y la otra apuñalada por un asesino a sueldo pagado por una honorable condesa habanera.

Cuando terminó su historia, Matilde se levantó de la butaca y se dirigió a una de las estanterías de la enorme biblioteca. De entre todos los libros extrajo uno de carátula de piel roja y de entre sus hojas sacó un recorte de periódico ya amarillento y finísimo. Me lo entregó y pude leer un fragmento -no quedaba más- de una crónica que se refería a unos crímenes ocurridos en Londres en 1888 y de su presunto autor, bautizado como Jack. Jack the Ripper.



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El Reducto que los ingleses se negaron a canjear por la Florida

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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
letrademolde@gmail.com

 

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