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Castrochavismo y cascarita

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Parecía imposible. Nadie lo hubiera imaginado. ¿Superar la insuperable propensión a hacer el ridículo del comandante Hugo Chávez? ¿Podía surgir un fenómeno más hilarante, caótico, grotesco, autodestructivo que el castrochavismo bolivariano? Delante tenemos, nada más y nada menos, que al zelayismo de sombrero alón. Increíble, pero cierto. Chávez se ha quedado en pañales ante la Tremenda Corte montada, a golpe de celular, cámaras y caravanas, por el ex presidente hondureño.

En los anales de la política latinoamericana, Zelaya quedará como un símbolo, tragicómico, del castrochavismo bananero. Pero hablamos de un castrochavismo bananero peculiar. A diferencia del andino –la huelga de hambre de Evo Morales es la clásica excepción de la regla-, o del caribeño, éste potencia la parodia, rebasando la limitación verbal en la inercia del acontecimiento. Mel, sencillamente, ejecuta sobre el terreno las acrobacias con las que juega la imaginación de Chávez. Las proyecta visualmente, en el paroxismo de su sinsentido del ridículo. Aquí, en este último tramo argumental, agota sus posibilidades el Socialismo del Siglo XXI. En la representación. Pero en la representación paródica. El zelayismo –si puede llamársele así- parodia al Socialismo del Siglo XXI, que a su vez es pura parodia.

Lo portentoso, sin embargo, es que la mayoría de sus principales actores –los del Socialismo del Siglo XXI- no se reconocen en la parodia, sino en la tragedia. Aunque resulte paradójico, la parodia castrochavista, en la que Zelaya es el Guevara del aeropuerto Tocontín, se representa a sí misma trágicamente, tiene un sentido trágico de su condición. Se enerva ligeramente ante la causa. Es capaz de pegar un saltito sobre la raya de la frontera. Cantinflas napoleónico. La cruz y la cáscara de plátano.

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Sobre este blog

El Reducto que los ingleses se negaron a canjear por la Florida

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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
letrademolde@gmail.com

 

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