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Una entrevista con Joaquín Gálvez

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Joaquín Gálvez (La Habana, 1965) es uno de los poetas más representativos del exilio cubano. Con tres poemarios publicados y dueño de una sensibilidad que, sin embargo, excede el radio de acción exiliar, sus textos han aparecido en numerosas compilaciones, mientras su poética recrea la fascinación, pero también la amargura, del escritor ante una realidad implacable, a ratos absurda e, incluso, grotesca. Para decirlo en palabras de Reinaldo García Ramos, “Gálvez sabe que es un elegido, porque tiene el don de la palabra y la imaginación, pero sabe también que es un paria, simplemente un artista que lucha por sobrevivir y hacer su obra en condiciones adversas”.

En el último año has vivido un tanto retirado de los medios y actividades culturales de Miami, incluso hubo quien aseguró que habías decidido abandonar la literatura. Sin embargo, percibo una especie de renacimiento este verano… ¿el calor te ha sacado de la torre?

Las crisis existenciales nos pueden conducir por dos caminos: el del suicidio o, por lo menos, el de la muerte en vida- y el de la reafirmación o consolidación de un credo, aunque éste sea no creer en nada. A la manera del Eclesiastés, te diré que hay en la vida un tiempo de esparcimiento y otro de recogimiento. Y este último año ha sido mi tiempo de recogimiento; tiempo en el que puse en tela de juicio la razón de ser del poeta en un mundo utilitario y tecnificado. Es cierto, contemplé la posibilidad de abandonar la literatura, pero fue la poesía la que se encargó de tomar esta decisión por mí, precisamente porque ella es ese calor, o ese rayo que no cesa -como diría Miguel Hernández-, aun cuando tiende a apagarse de vez en cuando. Entonces llegué a la conclusión de que, a pesar de las ingratitudes y calamidades que acarrea el oficio de poeta, la vocación y el disfrute de escribir tienen el efecto de un bálsamo que ayuda a aliviar las crisis existenciales. Digo, si es que todavía no te has suicidado.

Afirmaba hace poco un amigo, poeta como tú, que el choteo es una forma de violencia… “Nos ha llevado a este marasmo de cincuenta años, sin contar los de antes de 1959, y parece que algo perverso mina a la nación”, me decía. ¿Qué opinión te merece el choteo como rasgo cultural cubano? ¿Qué es eso perverso que podría haber minado a la nación?

El choteo ha sido gracia y desgracia en la historia cubana. En su Indagación del choteo, Mañach nos habla de la peligrosidad del choteo en su forma más perversa, cuando deja de ser una manifestación esporádica de nuestro humor criollo para convertirse en un patrón perenne de actitud ante la vida, transgrediendo las normas más elementales de conducta, disciplina y respeto. Es decir, este choteo pernicioso, impregnado de inmadurez cívica, no repara en invadir el territorio ajeno en el plano humano, y es así que deviene en violento, pues el choteador se regodea con la humillación que ocasiona a otras personas.

En mi opinión, la revolución cubana y el castrismo ejemplifican este tipo de choteo violento. Castro exacerbó los rasgos morbosos del choteo en la población cubana para usarlos a favor de su afán caudillista. La estructura del régimen totalitario castrista lleva consigo ese talante de choteo violento, el cual se fue imponiendo a medida que los valores cívicos de la era republicana fueron considerados rezagos del pasado y sustituidos por patrones de conducta de la sociedad periférica. Y este patrón se expandió a todos los niveles de la sociedad cubana, incluyendo al de los egresados universitarios. Los mítines relámpagos, las delaciones de los cederistas, las palizas de las Brigadas de Respuesta Rápida, la vigilancia del seguroso cultural, los aullidos de Vigilia Mambisa, en Miami, destruyendo los discos de Juanes, son paradigmas de este choteo violento, que le confiere a sus participantes el goce de una comparsa carnavalesca.

Lo absurdo y surrealista de la vida cubana actual, que sólo puede ser concebido en una obra teatral de Ionesco o en una película de Buñuel, es el choteo llevado a su máxima expresión patológica. Por eso no podemos confundir el desparpajo, ese choteo sistemático del que nos habla Mañach, con el humor. Un gracejo criollo, o para decirlo de una manera cubana, un choteo ponderado, sobre la base de una madurez cívica, nos haría un pueblo más feliz y menos desgraciado. No cabe duda de que nuestra tragedia nacional es también producto de los rasgos nocivos del choteo. Esto constituirá un reto para las futuras élites cubanas, que tendrán que ahondar en las causas de nuestras frustraciones políticas, entre las que se encuentra este déficit cultural, si es que desean extirpar el mal de raíz.

Se ha hablado de un cierto desprecio de las elites cubanas, empresariales y políticas, por la cultura... ¿crees que esto es particularmente visible en Miami, donde no hay un Ministerio de Cultura, ni por supuesto un Estado, que arropen al creador, sobre todo al intelectual?

En Cuba, por desgracia, primó en tiempos de la República una clase burguesa ajena a la cultura. Esta fue una de las armas de las que se valió el régimen castrista para obtener el espaldarazo de los escritores e intelectuales, sin que estos sospecharan que tras el supuesto subsidio estatal se establecería el pacto Mefistófeles-Fausto: “Dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada”. Sin duda, no existía en Cuba una valoración sólida hacia la alta cultura por parte de las élites empresariales, a diferencia de otros países, inclusive latinoamericanos, como Argentina y México. Con este antecedente, y con todas las dificultades que implica vivir en una nación foránea, el creador e intelectual cubano exiliado en Miami no tiene otra alternativa que valerse de sus propios recursos y labrar su camino con lo que esté a su alcance. Esto, por supuesto, es mejor que depender de un Ministerio de Cultura al que, a cambio de sus prebendas, el artista tenga que supeditar su labor creativa. Aunque, claro está, lo ideal sería contar con el apoyo de esas élites empresariales para gestionar financieramente ciertos proyectos.

Los judíos pudientes de Nueva York son un ejemplo de esa élite empresarial que valora y apoya la cultura, algo que todavía no es visible en nuestro ámbito. De cualquier manera, nos salva el empeño de nuestras propias empresas que, aunque modestas, nos han servido para dar a conocer nuestras obras. En esto hay que destacar la labor desempeñada por pequeñas editoriales, revistas electrónicas y blogs, los cuales han servido de espacio alternativo a escritores e intelectuales.

Por estos días se intenta confeccionar una antología realmente representativa, abarcadora, de la poesía exiliada. Hay quienes piensan que en este medio siglo de dictadura los poetas que se han dado a conocer en el exilio, que han publicado por primera vez fuera de Cuba, han quedado en desventaja, o no han sido suficientemente reconocidos, en relación a quienes se labraron una carrera, o publicaron algunos de sus libros, en la Isla. ¿Qué piensas al respecto?

Retomando lo que te planteaba anteriormente, te diré que el exilio nos sitúa en desventaja en muchos aspectos. Ejercer el oficio de escritor quizás conlleva una desventaja extrema, máxime cuando nuestra prioridad en suelo extranjero es asegurar los medios de supervivencia; en otras palabras, el pan nuestro de cada día. Lo que sucede es que nuestra dicotomía política también repercute en el terreno literario, así como en todo el espectro cultural, a pesar de que se han establecido puentes para acortar distancias de una orilla a la otra.

Los escritores y poetas que han hecho la mayor parte de su obra en Cuba, han contado con un apoyo editorial estatal que les ha permitido publicar sus textos en libros y revistas y, por consiguiente, han logrado aglutinarse dentro de un gremio en el que se establecen alianzas entre escritores, críticos y periodistas. Puesto que han contado con la logística de la oficialidad cultural cubana, han podido dar a conocer sus obras con mayor facilidad y, de esta forma, recibir la publicidad y el reconocimiento de una labor crítica programática y sistemática. Cuando leo en el trabajo de algún ensayista mencionar a un poeta que fue pletóricamente publicado en la isla, “tal poeta es una de la voces más representativas de la generación del 70, o de los 80, o del 90”, me pregunto: y a tal poeta cubano, que ha publicado una obra de valía en el exilio, ¿por qué este estudioso no lo nombra? ¿Será acaso que lo considera un degenerado literario por no ser miembro de su pléyade o, para darle el beneficio de la duda, es que desconoce su existencia literaria? ¿O es que tiene una imagen tan prejuiciada del exilio cubano que ni los poetas se salvan?

Con esto no quiero decir que en el exilio se haya ignorado completamente a los poetas, pues, de hecho, con las limitaciones inherentes al medio, han existido periodistas y ensayistas que se han preocupado por destacar su labor. Pero, desgraciadamente, la balanza se ha inclinado más a favor de la maquinaria cultural cubana (y ya sabemos cuáles son los fines de su engranaje). No obstante, esto ha ido cambiando con la llegada al exilio de escritores y poetas de las últimas promociones de la Isla, quienes han tenido la oportunidad de aproximarse a la obra de los poetas de esta orilla. Por eso cualquier proyecto que se haga, en aras de unificar el territorio literario cubano, resultará siempre beneficioso. Por ejemplo, me parece que el hecho de que, al menos, exista un índice de poetas cubanos en el exilio constituye un valioso referente para que en futuras investigaciones sobre poesía cubana no se caiga en la irresponsabilidad de la exclusión inmerecida.

La poesía no vende. Esto es casi un axioma. Y varios artículos tuyos han estado apareciendo en las últimas semanas en la prensa. ¿Has pensado en pasarte a las filas de la prosa cubana?

La poesía no vende, ni vendió -salvo raras excepciones-, ni venderá. Los que ejercemos este oficio del silencio lo hacemos por puro amor al arte, por esa imperiosa necesidad de expresarnos, a sabiendas que la retribución es más bien espiritual. A lo más que podemos aspirar es a publicar nuestros textos y, si acaso, por añadidura, a cierto reconocimiento, si es que la obra lo amerita. También quiero subrayar que una de las razones que agudiza esa percepción de que la poesía no vende es la comercialización de la literatura. Existe hoy, más que nunca, un mercado editorial literario que, en el mayor de los casos, no es sinónimo de calidad literaria, pero sí de apetecible manjar para el lector de masas.

Respecto a los artículos que he publicado, son una forma diferente de expresarme. Aunque me considero antes que nada un poeta, sí he tenido siempre la necesidad de emitir ideas y opiniones por medio de un artículo periodístico, una crítica o un ensayo. En fin, no me he pasado al bando de la prosa, sólo la cultivo como género complementario. Y si un día tengo la necesidad de escribir cuentos y novelas, lo haré, sin que esto signifique que haya abandonado la poesía por el hecho de que no sea rentable. Suscribo estos versos de Borges, que para mí simbolizan uno de los más lúcidos homenajes que se le han rendido a la poesía: “Ver en la muerte el sueño, en el ocaso un triste oro, tal es la poesía que es inmortal y pobre. La poesía vuelve como la aurora y el ocaso”.



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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
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