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Crónicas: Banderas sucesivas. Crónicas disidentes

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Un día de finales del siglo XIX (los thamacuneses desdeñan las conmemoraciones patrias como los gatos la repostería) se izó por primera vez en Thamacun la bandera de la independencia. Una independencia, todo sea dicho, no buscada por los habitantes del islote: sencillamente, los ingleses se batirían en retirada ante la inminente derrota española en la mayor de las Antillas –ante la inminente intervención norteamericana- y la sospecha de que la futura Cuba Inglesa les reportaba más pérdidas que ganancias.

La bandera, que según algunos historiadores fuera diseñada por el gobernador saliente (Sir Alan Lord), constituye una suerte de término medio, o punto de encuentro, entre la enseña nacional de Cuba y la del Reino Unido. Se mantuvo activa durante los primeros veinte años de Thamacun como nación independiente, hasta que en 1917, a resultas de la evolución cultural verificada en el islote, los thamacuneses acordaron abolirla.

La implementación del sistema de “banderas sucesivas”, que en lo adelante simbolizaría la tolerancia y la creatividad propias del carácter thamacunés -así como su indiferencia ante las abstracciones patrióticas-, data de esa época.

Ya en los años treinta, el también llamado “método sucesivo” había echado raíces en el islote. En 1931, por ejemplo, Brian Daniel diseña la “enseña del multioficio”, que ondearía en Thamacun durante un lustro. Pero, qué duda cabe, no parece probable que en la historia de Cuba Inglesa se repita el fenómeno de la bandera de la independencia, esto es, de la permanencia de una enseña nacional durante tanto tiempo. Ni siquiera del fenómeno de una enseña nacional. Ya se sabe: el sistema responde a consideraciones puramente creativas.

Crónicas disidentes: El Inseparable

un texto de Gulliver

Hay un expediente -el HD/775980- que reposa en una de las cámaras secretas del MINFAR en La Habana. Está clasificado como Alto Secreto y los pocos altos jefes militares que saben de su existencia lo llaman “El del incidentico”. Hay sin embargo un ex comandante de la Marina Real Británica retirado en Gibraltar, y de nombre Perceval Thorpe, que lo llama “El de la Resurrección”.

Gibraltar representa para Cuba Inglesa el ejemplo de lo que pudieron ser. Relataré algún día las oscuras conexiones entre los renegados, el gobierno del Peñón y la "mano negra" que aparece cada vez que España y el Reino Unido se reúnen para hablar sobre el delicado tema de la única colonia que existe en Europa.

Pero a lo que iba. Corrían los últimos días del mes de junio de 1982 y el submarino Gibraltar -otra vez Gibraltar- regresaba de la guerra de Las Malvinas rumbo a su base, no muy lejos de Liverpool. El viaje transcurría sin incidentes reseñables y el júbilo por la reciente victoria ante los argentinos invadía a todos. Perceval, mientras tanto, mantenía la calma y recordaba la promesa hecha a su padre antes de morir: “Thamacun volverá a ser nuestro”. Y fue entonces que, ante la sorpresa de todos, ordenó cambiar el rumbo de la marcha, atravesar el estrecho de Yucatán y girar hacia el este, hacia un pequeño islote -oficialmente un cayo- conocido en todos los mapas cubanos como El Inseparable, y que su padre llamaba Thamacun.

La madrugada del 7 de julio de 1982 transcurría sin novedad para Emiliano Peón, un guajirito de Perea que cumplía su Servicio Militar como soldado guardafronteras destinado en El Inseparable. Exactamente a la 3:07 de la madrugada Emiliano bebía wachipupa de un jarro mugriento de aluminio cuando vio emerger a lo lejos una inmensa mole oscura. Primero pensó que era algún "bicho" -él era del campo-, pero cuando observó unas pequeñas luces azules y una barcaza que se acercaba no dudó que se trataba de una invasión. El soldado Peón estaba solo, su AK reglamentario lo había mojado mientras orinaba cerca del manglar y su voz aflautada no asustaba a nadie. Pese a ello, Emiliano dio el “alto quién vive” a los tres intrusos que ya desembarcaban en la playa.

Perceval fue el único que saltó a tierra. Ordenó a sus acompañantes que lo aguardaran y con paso cansado, pero firme, se dirigió al encuentro del soldadito Emiliano. Nadie supo jamás de lo que hablaron, pero el comandante sacó de debajo de su chaqueta una enorme bandera y cuatro tabletas de chocolate Cadbury. Estuvieron juntos más de dos horas y se les vio reír y compartir la wachipupa y el chocolate.

Los acompañantes de Perceval que esperaban en la barcaza vieron de pronto cómo su comandante y el soldadito se ponían de pie y se fundían en un abrazo. Vieron cómo su jefe respiraba profundamente y recogía un puñado de arena que guardó en uno de sus bolsillos. Regresaron a la nave y esperaron el amanecer. Todos en el submarino estaban pendientes del comandante y el comandante, a través de la mirilla, de Emiliano y del islote.

Amaneció y en la única palmera de El Inseparable ondeaba una extraña bandera, la felicidad desbordaba a Perceval y contagiaba al resto de la tripulación, que no entendía nada. Exactamente a las 7:33 de la mañana vio Perceval, desde su posición, a tres hombres uniformados que se acercaban a Emiliano de malas maneras, mientras una ráfaga de ametralladora hacía caer la extraña bandera. Paradójicamente, en la cara del soldadito se dibujaba una sonrisa.

Nunca más supieron el uno del otro, nunca se comentó "El incidentico", pero a Perceval le quedó la satisfacción de la promesa cumplida: El Inseparable volvió a ser Thamacun por 4h: 26m : 43s. Hoy el ex comandante vive un retiro dorado en la Costa del Sol española, y cada 7 de julio se viste de gala y celebra su más grande victoria. Emiliano regresó a Perea y nunca más ha podido salir del pueblo. Recibe periódicamente, desde España, un lote de chocolate, y desde La Habana una carta que lee, rompe y quema.



Crónicas alternativas: Carta abierta a Cuba Inglesa. Crónicas disidentes

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A continuación, reproducimos una carta abierta –no dejan de estar de moda- de Carlos Scholkow, delegado del Hecho Thamacun, dirigida a este blog. Cabe aclarar que la cifra de treinta firmas escogida por Scholkow para cerrar el manifiesto no es arbitraria: se trata de un número, el tres, que seguido de uno o más ceros tiene implicaciones muy concretas en la comunidad virtual Cuba Inglesa.

Adicionalmente, continuamos brindando espacio a las crónicas disidentes, cada vez más afinadas y cautivantes. Que las disfruten:

Crónicas alternativas: Carta abierta a Cuba Inglesa

un texto de Carlos Scholkow

La paz creativa es el soporte de nuestro modo de vida. Durante mucho tiempo la oposición nacionalista nucleada alrededor de los puntoCON ha pretendido mermar dicha paz con innumerables actos de sabotaje, distracción y alteración. Esta vez han atacado en masa, tras semanas de tanteo y tácticas dilatorias.

Lo que tenemos delante es un ataque en toda regla. Los puntoCON recurren una vez más a su estrategia favorita: desvirtuar el Hecho Thamacun. La táctica, que hemos observado en otros foros y que a primera vista puede parecer infantil, es de lo más efectiva, como en su momento demostró la caída del blog de Idamanda: aparece una nube de clones que a su vez se reproduce en otra nube de clones, y así sucesivamente. En principio, los clones se limitan a reproducir frases y afirmaciones ajenas, entorpeciendo el libre flujo de información. Pero cuando se les alude directamente se desatan, por lo que rogamos a los no iniciados abstenerse de entrar en contacto con ellos.

Frente a esta peligrosa realidad, pedimos al editor de este blog:

a) Completa libertad de acción para contrarrestar la nube de clones en la variante XL5000.

b) Comprensión de que en las actuales circunstancias, con el gobierno de Hugo Chávez financiando la oposición, es imposible mantener una neutralidad que tiene más de apariencia que de hecho real. Añel no sólo es un cronista: él también forma parte del Hecho Thamacun, y no debería olvidarlo.

Firmas por orden de aparición:

Carlos Scholkow/Enn Diagonal/Sergio Fresh/Richard del Monte Jr./Idamanda Rosael/Richard del Monte/Sergio La Flecha/Charles Controller/Fernando Camejo/Julian Done/Rog Sumatra/Rafaela Fleitas/Mailyn Asunción/Armando Mar/Felipa Yesterday/José Angel Fischer/Umbral Faith/ Mickey Ubaldo/Graciela Mer/Graciela Hurtado/Sonda Riposta/Fellini Gracian/Richard Delaware/Yusnavy Cereijo/Richardson Acosta/Federico Crist/Lester Trafalgar/Jonatan Sisborne/Rodolfo Buenaventura/ Marilyn Monteagudo.

Crónicas disidentes: El ave de los sueños

un texto de Heriberto Hernández

Se había hecho costumbre ir tejiendo el sueño entre el sonido nocturno de los tambores en “el plante” cercano, los carros policiales frenando de un modo brusco a las puertas de los solares y los negros, de pies sutiles, escapando por los techos sin tocar apenas las tejas. Había comprado mi primera casa en este barrio de las afueras, burlando las rígidas regulaciones del Concejo de los Concejos, mediante una complicada y larguísima estratagema legal que jamás descubrirían, pues para hacerlo “habría que leer demasiados papeles”.

Pasaron los años y el islote comenzó a sufrir los vaivenes del agitado “mundo exterior”. La crisis era tal que por primera vez se tenía la sensación de que podría producirse un estallido social. Los ideólogos del Concejo, expertos en ditirambos verbales, acuñaron un término para definir este tiempo al parecer determinado, coyuntural, transitorio: “periodo especial”. Los sonidos nocturnos comenzaron a cambiar. La ciudad a oscuras figuraba una visión sombría, una urbe a la espera de un bombardeo. Los carros policiales se mantenían alejados del barrio en la noche, y sólo se oían las sirenas a lo lejos. Se vendía y compraba en las aceras y los negros pavoneaban la lírica marginal de la transgresión públicamente.

El sueño se iniciaba con las conversaciones en la calle, la socialización forzada por la oscuridad y los rugido desesperados, lastimeros, del león en el zoológico cercano; y era alejado en las madrugadas por las voces veleidosas de las mulaticas que “regresaban de la noche”, con los tacones, irresistibles ya, en la mano y el dinero, los billetes que compraban la luz, escondidos en la ropa interior. El hambre era una presencia ineludible. Al pasar junto a la verja del parque zoológico, veía a los niños lanzar anzuelos al estanque para pescar las carpas o las truchas que otrora surcaban el agua, señoriales. El magnífico ejemplar macho de león africano, que era el orgullo de la ciudad, yacía en un rincón, entre los huesos mondados de un perro, que fueron su último alimento. Un cuidador decía con orgullo que había aprendido a comer zanahorias y vegetales y que él le daba la comida de los conejos cuando llegaba, pues estos habían escapado de sus jaulas y no pudieron ser encontrados.

Ese día amaneció con un despliegue enorme que incluía, además de los cuerpos de acción e investigación de la policía, un destacamento de la Guardia Insular. Rodearon el parque y no permitían acercarse a nadie. “Nada, el ñandú se ha escapado”, decían las señoras inquietas y deseosas de que todo terminara para volver a sus asuntos. Todo volvió a la normalidad en unas horas y pasaron unos días de paz en el barrio. Las cosas de siempre, el registro “sorpresivo” en el solar del 111 en el que sólo encuentran señoras, con niños pequeños en los brazos, obstaculizando el paso en el estrecho pasillo, y algún evento doméstico ventilado en la calle para sazonar el aburrimiento. Caía la tarde y de pronto todo cambió. Un carro de la unidad de investigación y dos de la unidad de acción se habían estacionado frente a una casa en forma de abanico y estaban sacando esposado a un hombre sin camisa. Este hombre hacía zapatos artesanalmente y en otros tiempos fue muy conocido por sus copias de modelos de revistas europeas. Detrás salió la esposa, con su hijo de unos siete años, al cual le exigía imperativamente: “Dile que no es cierto, que eso es imaginación tuya, díselo…”.

Uno de los carros partió con el hombre, haciendo caso omiso de los reclamos de la mujer, que trataba de explicarles. Los agentes entraron de nuevo en la casa y comenzaron el registro detallado. “El niño hizo una broma en la escuela y alguien lo escuchó. Otro chico había dicho que se podía comer un pollo entero y el niño, ingenuamente, había exagerado diciendo que su padre había traído a casa un pollo enorme que alcanzaba para comer muchos días y todo lo que uno quisiera. Imagínense, lo acusan de haberse robado el Ñandú del parque. No, claro que no…”, decía la mujer con convicción. En el interior de la casa se escuchó un ruido de maderas rotas y la mujer quedó petrificada. En unos segundos salieron varios policías cargando un rústico freezer, del cual empezaron a sacar paquetes de carne congelados, ante los ojos asombrados de los vecinos.

Cortesía http://laprimerapalabraque.blogspot.com/

Crónicas disidentes: El encuentro de La Rosa de Paris

un texto de Gulliver

Hay una historia que me contó Matilde Gonzaga y que quiero compartir con los lectores. Matilde es biznieta de la puta más famosa de La Habana de finales del XIX, Juliana Dufresne, conocida como "La Anolista" por su pasmosa facilidad para relajar el esfínter y ofrecer ese plus de excelencia que algunos hombres buscan cuando pagan por sexo. Aquí va la historia:

La fría tarde de febrero de 1889 podría haber sido una más para Juliana si no fuera porque unos segundos después de las cinco traspasó la discreta puerta de La Rosa de Paris la figura de un joven inglés, pequeño de estatura pero fuerte, bien vestido y con una sonrisa inquietante. Bastó un breve encuentro de miradas para que de entre las piernas de Juliana cayeran al suelo dos gotas de su intimidad desordenada. Tal era su excitación que, aunque la entrepierna del joven no le correspondía, a ella no le importó.

Subieron a la suite y Juliana pronto descubrió que sí, que el deseo era mutuo pero que el instrumento para ejecutarlo era mínimo, casi simbólico, pero lo pasó por alto. Era tal la pasión que le provocaba Jason -así dijo llamarse- que la Antología de las posturas dejó de ser un delirio teórico para convertirse en una práctica demostrable.

Pasaron momentos, ratos, horas y hasta tres días sin atender a nada, a nadie. Por supuesto que Juliana no le cobró a Jason, sino que a partir de entonces El Inglesito se convirtió en su protegido, en su mantenido. Jason se instaló en La Rosa de Paris y su vida fue, hasta el 4 de diciembre, la mejor de las posibles. Aquel día por la mañana Juliana despedía a un cliente cuando de reojo vio a Jason llegar muy nervioso, portando un ejemplar de Correspondencia de Cuba. Lo siguió hasta la suite y por más que preguntó no obtuvo respuesta que justificara tal actitud. El Inglesito, abrumado por la actitud inquisitoria de Juliana, dejó sobre la cama el periódico y se dirigió a la planta baja, al bar, para -ésta vez sí- beber y olvidar.

Apenas hojeó el periódico, Juliana lo entendió todo. En la página seis estaba la respuesta, el secreto de Jason que se llevaría a la tumba. Rápidamente corrió escaleras abajo al encuentro de su Inglesito y, abrazándolo cual madre protectora, le susurró al oído: “Thamacun, mañana te vas a Thamacun”.

Juliana tenía amigos en Thamacun e influyentes relaciones en La Habana y no paró hasta conseguir un firme compromiso de ayuda y protección para Jason, una vez llegase al islote. A las siete de la mañana una calesa esperaba al Inglesito en la puerta de La Rosa de Paris. La despedida fue breve, no hacía falta más, la noche estuvo llena de confesiones voluntarias y de promesas que, al parecer, se cumplieron.

Sólo se vieron tres veces más, dos en Thamacun y la última en Morón. Los dos murieron en 1896, el uno ahogado en el Támesis -así le llamaban en Thamacun al canal más ancho que se abría entre los manglares del sur- y la otra apuñalada por un asesino a sueldo pagado por una honorable condesa habanera.

Cuando terminó su historia, Matilde se levantó de la butaca y se dirigió a una de las estanterías de la enorme biblioteca. De entre todos los libros extrajo uno de carátula de piel roja y de entre sus hojas sacó un recorte de periódico ya amarillento y finísimo. Me lo entregó y pude leer un fragmento -no quedaba más- de una crónica que se refería a unos crímenes ocurridos en Londres en 1888 y de su presunto autor, bautizado como Jack. Jack the Ripper.



Crónicas alternativas: El líder de la frase intrascendente

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un texto de Gulliver

La frase "Insurgir Resurge" fue grabada en la fachada del teatro Deep Hope en honor a uno de los más grandes thamacuneses de la historia, Florentino Turpin, apodado "El Bardito". El teatro se ubicaba en el ala este de la Plaza de los Menesteres y fue la sede escogida para celebrar el XXXVII Festival de Frases Intrascendentes.

Ya desde niño, Florentino era imbatible en el juego más popular de la chiquillada del islote, La Caída de Hoja Libre, que consistía en dejar caer desde un balcón la hoja de cualquier arbusto mientras cada participante describía su vuelo a merced del viento hasta que caía al suelo. Turpin era brillante en la narración, tenía una innata facilidad de palabra y, como cada vez escogía hojas más ligeras, logró desarrollar descripciones memorables que nunca olvidaron las numerosas personas que se congregaban debajo de cualquier balcón donde estuviera el muchacho con una hoja entre los dedos.

El talento de Florentino creció con los años y, cumplidos los dieciocho, sus padres decidieron que la Universidad de Utrecht, en Holanda, era el centro de estudios más adecuado para acoger al joven y encausar su inagotable sed de conocimiento. Allí llegó Turpin en el verano de 1871, y ciertamente destacó entre todos por su inteligencia y modestia. La estancia en Holanda le permitió también a Florentino conocer el resto de Europa y empaparse de las corrientes más avanzadas del pensamiento de la época.

Fue en Toledo, durante unas cortas vacaciones de invierno en 1875, que Turpin recibió una carta de Thamacun escrita por su maestro Melchor del Campo, en la que le comunicaba la impostergable necesidad de su presencia en el islote. Se había convocado el XXXVII Festival de Frases Intrascendentes y la excepcional lucidez de un joven cubano llegado días antes a Thamacun no tenía rival entre los demás participantes.

Y hacia Thamacun, pasando antes por Cádiz y La Habana, partió Florentino sin pensarlo dos veces. Le gustaban los retos y el honor de haber sido el escogido para enfrentarse a aquel joven lo henchía de orgullo. El viaje tardó más de lo previsto, pero Turpin llegó a tiempo para el día final del Festival. Apenas hubo tiempo para el recibimiento y el muchacho fue conducido al teatro rápidamente. El joven cubano iba ser proclamado ganador después de haber superado holgadamente a los demás participantes y conquistado al público que colmaba el coliseo con sus frases cortas, brillantes y excepcionalmente intrascendentes. Ese año, y para darle mayor realce al evento, se había contratado a una soprano matancera -famosa por sostener el <si> durante cuatro minutos y medio- para recrear musicalmente las frases de los concursantes, lo cual hacía que éstos se emplearan a fondo, además, en escoger palabras armoniosas al oído.

Florentino subió al escenario y su admirado Don Melchor, que hacía las veces de maestro de ceremonia, le señaló una silla mullida en un extremo para que esperara su momento mientras anunciaba la entrada del joven cubano acompañado por Divina del Toro, la soprano. Se hizo el silencio y, después de respirar profundamente, el joven pronunció convencido: "Honrar, Honra". Acto seguido, Divina se arrancó entusiasmada a cantar aquella frase mientras el respetable aplaudía sin cesar. Don Melchor tampoco pudo reprimir el aplauso y hasta Florentino ensayó unas tímidas palmadas. Nunca se había escuchado en el Deep Hope una frase tan brillante ni tan excepcionalmente intrascendente, pero Turpin no se amilanó y, cuando el maestro le señaló, se puso en pie y se dirigió seguro al centro del escenario. Otra vez el silencio más absoluto. Florentino saludó a todos inclinando su cabeza, dirigió su vista a un punto indeterminado y dijo sin inmutarse: "Insurgir, Resurge".

La cantante lo miró extrañada y le preguntó: "¿Cómo fue que dijiste?”. Turpin le repitió la frase y la Del Toro, ya convencida, recreó como nadie aquella frase entre las ovaciones interminables de un auditorio entregado. La frase era brillante, paradójica, inteligente y, lo más importante, lúcidamente intrascendente.

No cabían dudas, Florentino había entrado en la historia thamacunesa y la intrascendencia de su frase nunca fue superada. Cuando Don Melchor lo proclamó vencedor absoluto por aclamación, Turpin, entre aplausos, se llevó la mano al pecho y la extendió después al público, agradeciendo su apoyo con una tímida sonrisa. En medio de los aplausos, se acercó el joven cubano con la mano extendida, presto a saludarle. Se miraron fijamente mientras estrechaban sus manos.

-Enhorabuena Sr. Turpin, ha estado Ud. magnífico…

-Gracias, pero es Ud. quien ha engrandecido mi modesto triunfo.

-Para nada estimado, reconozco que Ud. ha sido superior, ¿aceptaría cenar conmigo esta noche?

-Sería un honor para mí señor… señor…

-Martí, José Martí para servirle.

-Lo mismo le digo, Sr. Martí. ¿Le parece bien cenar en El Cerdo que Ríe?

-Por supuesto Sr. Turpin, es mi primera vez en Thamacun y me pongo en sus manos.

Florentino y José no sólo cenaron, sino que la sobremesa se extendió hasta las cinco de la mañana del siguiente día. Hablaron del pasado, del presente, pero sobre todo del futuro. A las siete de la mañana, Turpin acompañó a su ya amigo al muelle grande y entre abrazos y cálidas palabras de despedida prometieron verse -sólo ellos sabían el por qué- veinte años después allí mismo, en Thamacun.

A la semana siguiente Florentino regresó a Europa, donde vivió el resto de sus días junto a su amada esposa Michelle y sus tres hijas. En la primavera de 1895, andaba por Madrid y al doblar una esquina escuchó los gritos de un vendedor de periódicos anunciando la muerte de un líder insurrecto en la guerra de Cuba. Se acercó, le arrebató un ejemplar de las manos y allí estaba, había oído bien, él era el líder, su amigo, su mejor amigo de una noche inolvidable. No compró el diario. Lo devolvió entre las protestas del vendedor exigiéndole el pago, pero ya no escuchó nada. Se alejó del lugar mientras una lágrima asomaba en sus ojos.



Galería de próceres (V)

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La historia de Eribaldo Derby, cuya aportación fuera decisiva en la aprobación del Decreto 43, que en su momento desmitificó el uso de la corbata, es la historia de una lucha sin cuartel.

En 1967, tras plantear el asunto en el Consejo de los Consejos, el prócer de la desmitificación enarbolaría lo que numerosos delegados activos han considerado, a través de los años, un argumento irrebatible: si el origen de la corbata es militar, turco, cuesta tiempo y trabajo hacérsela y aprieta los cuellos de sus portadores, ¿cómo era posible que aún en la segunda mitad del siglo XX no se hubiera desmoronado por su propio peso la falsa leyenda de su clasicismo?

En cualquier caso, los orígenes de Cuba Inglesa están íntimamente relacionados con el nudo de la corbata. Más explícitamente: con el tiempo que un ciudadano de Cuba Inglesa invertía, a finales de la década del sesenta, en hacerse el nudo de la corbata. Tiempo perdido. Desazón de tener que hacerse, día tras día, semana tras semana, año tras año, el nudo de la corbata.

“Que la corbata, como el sombrero, como las medias rojas, como las aspirinas, no signifique necesariamente un símbolo de elegancia, buen gusto o buen vestir” (Decreto 43, de marzo de 1969).

Los orígenes de la corbata, insistía Derby, están íntimamente relacionados con lo reglamentario. Sostenía el prócer que fue a partir de un desfile del ejército turco en París que la corbata se popularizó en Francia, y posteriormente en todo el mundo. “¿Puede concebirse origen menos elegante para una prenda de uso tan consecutivo?”, insistía.

“Como una especie de reflejo de su origen militar, el uso de la corbata prácticamente se ha vuelto reglamentario en Occidente”, escribe Walter Facundo en Idamanda: la democratización del ego. “Y en Cuba Inglesa el buen gusto siempre va un paso por delante de lo reglamentario”.

Cortesía http://www.letrademolde.com/



Crónicas: El Año del Cerdo

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El cerdo era la evidencia. Lo supo la marquesa nada más pisar Thamacun, penetrar los entresijos de su historia y descubrir, fascinada, la iconografía sobreviviente. Los bocetos, cartas y banderas que un día pertenecieron a Malver Adenauer, rescatados para el tiempo de la Refundación.

Era 1763 y el cerdo iba a constituir la verdadera cofradía, la revolución de Megan y Beatriz. El animal multifacético. La gozosa utilidad del sujeto hedonista, del abastecedor espiritual.

Adenauer, en realidad, no sólo huía de la armada española cuando desembarcó en el Reducto. También lo perseguía el recuerdo de la Quinta Ley de la Cofradía. Según ésta, vigente cuando las Tortugas aún constituían un hogar para el fundador, los piratas no debían poseer mujeres de raza blanca. En las Tortugas echar raíces, conformar una familia, significaba un órdago contra la libertad de los lobos de mar. Pero el fundador de Thamacun había descubierto, desde hacía mucho tiempo, que la primera libertad es interior. La primera y tal vez la única. Y su mujer, sus hijas, eran holandesas. Tan blancas como la leche.

Pero aquella era otra historia. El concepto revolucionario que implicaba la dignificación del cerdo, ya esbozado por el padre fundador -ya recreado en un burdel de La Habana-, serviría a Beatriz de Eugenia para desarrollar y popularizar, secundada por su amante británico, el “himeneo thamacunés”. Bajo la batuta de la pareja el término adquiriría otra connotación en el islote, una sensorialmente espiritual, enfocada a fundir y/o revolucionar los tipos “placer” y “creatividad”.

Más de un estudioso ha sugerido que el himeneo de Megan e Eugenia guarda abundantes puntos de contacto con la idea del hedonismo práctico que Richard del Monte desarrollara, recién iniciado el siglo XXI, en sus Crónicas de El Año del Cerdo. Después de todo, ¿el puerco no obtenía suficiente felicidad en vida, no ofrecía suficiente felicidad en su muerte? ¿Y no guardaba suficiente dinero la hucha de cerdo? ¿No había sido la alcancía del cerdito el invento por antonomasia del Reducto, al punto de haber conquistado Inglaterra?

Había que hacer bueno al puerco. Había que hacer bueno el dinero.

Cortesíahttp://www.letrademolde.com/



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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
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