Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Iglesia, Jaime Ortega, Damas de Blanco

A César lo que es de César

El 24 de septiembre de 2011, el cardenal Jaime Ortega Alamino se encerró a cal y canto en su casa y no asistió a oficiar la misa en la Iglesia de la Merced; no lejos de allí, Laura Pollán enfrentaba su penúltima batalla

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La fiesta patronal de la Virgen de la Merced se celebra el 24 de septiembre y en La Habana, los fieles acuden mayoritariamente al templo situado en Cuba y Merced que fue construido por los Padres Mercedarios, llegados de Cataluña en 1755. Sin embargo, no pudieron terminar su obra pues fueron expulsados de Cuba en 1841. Años después, gracias a la intervención de los Padres Paúles, se abre el templo a los feligreses y se inicia el culto a la Virgen de la Merced.

Pero, como se sabe, Cuba es un país donde es común el culto religioso sincrético y, por tanto, los fieles acuden a la Iglesia de la Merced vestidos de color blanco para también venerar a Obatalá, orisha que rige la cabeza, y a quien se le pide por la salud y por la suerte de los presos y los perseguidos. Generalmente se le ofrecen flores y se le encienden velas junto a las peticiones de salud y protestas de fe.

La particular conjunción de que ese día en la misa se ore explícitamente por la suerte de las personas que sufren prisión o persecución, ya sea por delitos comunes o por razones políticas, además de que la mayoría de las personas que acuden a la iglesia lo hacen vestidas de color blanco, añade no poca dosis de tensión a lo que debía ser solo una celebración religiosa. Porque ese día, casi todas las mujeres que asisten a la iglesia son, en potencia, Damas de Blanco.

Tal vez por eso, el 24 de septiembre de 2011, el cardenal Jaime Ortega Alamino se encerró a cal y canto en su casa y no asistió a oficiar la misa en la Iglesia de la Merced. Otro sacerdote ocupó su lugar y explicó a los creyentes allí reunidos que su eminencia estaba aquejado de un fuerte estado gripal. No lejos de allí, Laura Pollán enfrentaba su penúltima batalla: intentaba salir de su casa en Neptuno y Hospital a realizar su petición a la Virgen cuando una turba gubernamental se lo impidió por la fuerza. Pocos días después, el 14 de octubre, perdió su último y definitivo combate en un modesto hospital de la capital. Murió víctima de dengue, una epidemia que todavía, un año después de instalada en el país, el Gobierno cubano se niega a reconocer.

Puede ser que el Cardenal se haya contagiado con una gripe perversa entre la multitud de personas que asistieron a la inauguración de la exposición “Caravaggio en Cuba” inaugurada el 23 de septiembre de 2011 en el Museo de Bellas Artes de La Habana. Entre las fotos de los asistentes puede encontrársele exhibiendo una sonrisa mundana. Mucho ya se ha hablado y escrito acerca de su actitud. Algunos aducen que los cardenales siempre son depositarios de los delicados encargos que les impone el Papa de turno. Otros, que el Cardenal está obligado a actuar de esta forma por razones más terrenales. Sea lo que fuere, lo cierto es que su misión no debiera contener tanta sumisión frente al Gobierno. La celebración del 24 de septiembre de 2012, así lo demostró.

El sermón del Cardenal, con el pretexto de la explicación de la celebración mariana, no dejó de mencionar un programa de la televisión cubana como la Mesa Redonda –—espacio netamente político y de opinión oficialista—, además de la evocación del momento en que Teresa de Calcuta, de visita en nuestro país, entregó una imagen de la Virgen Milagrosa a Fidel Castro, pasando por una breve historia de la Iglesia de la Merced que se encuentra enclavada en La Habana Vieja, sitio donde Eusebio Leal acomete todo el plan de restauración que conocemos. La alusión al historiador de la Ciudad de la Habana no es casual: dicen que es católico y a pesar de su veneración por la capital que insiste en restaurar con fervor devocional, su proyecto ahora mismo está siendo estremecido por el pánico que trae consigo la oscura evidencia de la corrupción. Y sin dudas, las palabras de Jaime Ortega resultan calculadas en una elección que asume una toma de partido.

¿Todavía habrá que perdonarle las lealtades a un gobierno, en su sermón mariano, en un país donde un grupo de mujeres son vituperadas de acción y de palabra por el simple hecho de marchar con una flor en la mano pidiendo por los presos, por los perseguidos, por los que piensan diferente? Podría ser que así lo decidiera, en tanto defensor de estrategias sinuosas de la Iglesia.

Pero lo cierto es que, si hubo que escuchar una especie de sermón gubernamental dentro de la iglesia pronunciado por el Cardenal, afuera, el perímetro de la misma estaba prácticamente acordonado por hombres y mujeres que, en cada persona vestida de blanco, percibían una amenaza. Solo se veían dos o tres agentes del orden vistiendo sus uniformes de reglamento. Sin embargo, todos los asistentes tenían la certeza de que la celebración no era espontánea. Estaba secuestrada política y militarmente por agentes vestidos de civil.

Cabría entonces recordarle a Jaime Ortega lo que aparece escrito en los Evangelios: “¿Es lícito dar tributo a César o no? ¿Daremos o no daremos? Respondiendo Jesús, les dijo: Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”.


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