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Agromercados, Precios, Alimentos

¿A vender el sofá… otra vez?

Topar los precios de los alimentos es parte del problema, no de la solución

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El supuesto crecimiento de la producción agropecuaria en Cuba solamente se lo creen algunos tontos, además del que asó la manteca. Ni los mismos funcionarios del régimen que ofrecen esas informaciones lo creen, y las estadísticas y cifras que presentará aquí el perenne esbirrito digital valen tanto como su lamentable ortografía.

Como la cruda realidad es que los mercados de productos agropecuarios están hoy más desabastecidos que nunca, debido a la ineficiencia de las instituciones estatales, cuyos ineptos funcionarios no pueden comercializar ágilmente la producción, y mucho menos pagar a los productores a tiempo, intentan nuevamente una de las supuestas soluciones que tantas veces experimentaron durante 56 años sin resolver nada: echar la culpa a otros, y querer jugar a ser Dios.

Porque pretender imponer precios en el mercado, desconociendo el funcionamiento de la oferta y la demanda, no es que sea difícil, sino imposible. Decenas de años de fracasos de esos intentos de regular los precios en el llamado “socialismo real” en Europa y Asia, y más fracasos durante más de cincuenta años en Cuba, deberían bastar para saber que no funciona ni funcionará jamás, porque va contra natura.

¿Recuerdan una famosa Resolución Conjunta del Comité Estatal de Precios y el Ministerio de Comercio Interior allá por los años ochenta del siglo pasado, que regulaba los precios del pan con croquetas en el país? En todas sus variantes: precios diferentes si el producto se elaboraba con pan suave o de flauta, si tenía mostaza o no, ketchup o no, cebollas o no, papitas fritas o no. El agudo humorista Héctor Zumbado se dio banquete burlándose de esa aberración. Aquella resolución fue publicada en la prensa oficial castrista, sin que la inmoral Unión de Periodistas de Cuba se declarara en protesta por tamaña aberración: ¡dos ministros del Gobierno regulando el precio de un producto que, en ningún caso, pasaba de unos cuantos centavos, aunque tuviera todos los acompañantes y añadidos posibles! A eso le llamaban socialismo científico, o dirección científica de la economía.

Ahora pretenden transitar el mismo camino, aunque en estos momentos le llaman actualización del modelo. Estancados con una planificación que no adivina nunca y una ley de inversiones que no acaba de funcionar adecuadamente por falta de garantías jurídicas y mecanismos transparentes, los jerarcas del país prefieren dedicar su tiempo a perseguir comerciantes, intermediarios y carretilleros que, además de no ser culpables del problema, lo hacen siempre mejor que los organismos de acopio de los ministerios de Agricultura y Comercio Interior, además de hacerlo más rápido y más barato, antes que dejar de interferir para que se puedan aumentar la producción y el consumo. Es cierto que en mercados agropecuarios estatales se vende un poco más barato, pero la escasa variedad y calidad de la oferta, cuando existe, dista mucho de lo que ofrecen privados y cooperativas.

Además, si de intermediarios abusivos se trata, ¿qué decir de las estatales Tiendas Recaudadoras de Divisas, no solamente por los precios de los alimentos, sino también los de todos los productos que venden en ellas, de baja calidad y precios exorbitantes? Esos sí que son abusos oficiales, institucionalizados por el mismo Gobierno farsante que alardea de subsidiar a los cubanos, cuando son los cubanos quienes subsidian a los parásitos del Gobierno. Parásitos que no son una abstracta burocracia indefinible, como se pretende por el régimen y unos cuantos idiotas por cuenta propia, sino quienes están en el poder: no hay mayores burócratas en Cuba que Machado Ventura, Ramiro Valdés o Miguel Díaz-Canel. ¿Por qué pretender echarle la culpa a Chicho el Cojo, Periquito Malanga o Juanito el sobrino de Yeya? ¿Qué burócrata en abstracto, de segunda o tercera categoría, se atrevería a desobedecer una orden emitida por alguno de esos supremos burócratas mencionados?

Otra cosa es la ineptitud. Que ni los que ordenan desde arriba ni los que reciben las órdenes sepan hacer las cosas correctamente es otra cosa, pero tampoco abstracta: sucede porque los cargos los ocupan por “méritos” políticos y no por capacidad y experiencia. Y como no existe verdadera rendición de cuentas ni autocrítica, los fracasos siempre se esconden con alborotos contra los “intermediarios” y los “carretilleros”, o “el bloqueo” y “la sequía”, o “los huracanes” y “el cambio climático”.

Algunos castristas vergonzantes, que no reconocen serlo, tal vez frustrados por abusos recibidos cuando niños o impotencias de adultos, dirán que yo escribo feo y repugnante. ¿Que le vamos a hacer? Yo me divierto con lo que ellos sufren. Si quieren defender lo indefendible, es su problema. Si quieren criticar al régimen desde posiciones de eunucos, también. Si ladran, es porque cabalgamos. Yo, hombre libre, no necesito anonimato para opinar sobre la dictadura más brutal y prolongada de América Latina.

Los cubanos de la Isla, cada vez más, seguirán sufriendo desabastecimientos, precios abusivos por parte de la dictadura y su capitalismo de Estado disfrazado de socialismo barato, maltratos, mal servicio y demagogia.

Y sus jenízaros digitales, abierta o vergonzosamente castristas, para contentar a sus viles señores en La Habana mientras no sufren las mismas miserias de los cubanos en la Isla, seguirán mintiendo y haciendo malabares para tratar de convencernos que vender el sofá es una solución adecuada.

Porque así no se sentirían tan cornudos. Aunque lo sigan siendo. Eternamente.

¡Pobrecitos!


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