Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Historia, Independencia, Céspedes

Céspedes nuestro que estás en los cielos

Calixto García aseguraba que los cubanos habían endiosado a los próceres del 68, particularmente a Carlos Manuel de Céspedes

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Escribir de nuestros grandes hombres siempre es un ejercicio peligroso, pero dados los tiempos que corren, revisar la historia es una obligación, más que un estéril ejercicio académico.

La nación cubana, si es que existe ese concepto, se fundamenta en mentiras amontonadas por el polvo de la historia. Lo que han aprendido en las escuelas y en muchos libros “serios” los residentes de aquella isla (antes y después del 59), no es más que una caldosa ideada por un puñado de manipuladores al servicio del mejor postor.

Después de 1902, se trataba de fabricar los mitos para una nación soñada sobre las cenizas de la guerra hispano-norteamericana. El caso cubano es similar al de las republiquetas ibéricas del Cono Sur, empeñadas en un proceso de disgregación y empobrecimiento, comenzado a principios de siglo XIX, y que dura hasta hoy, con la excepción honrosa de Chile.

También los Estados nación más prestigiosos de Europa pasaron por ese proceso de la sublimación de la historia. Indispensable para fijar los mitos fundadores, que con el tiempo se vuelven suficientemente borrosos y aptos para ser adoptados por cualquier formación política. Es el caso de Juana de Arco, buque insignia del patriotismo en Francia. El tiempo es pues, un factor esencial en esa labor donde se esfuman los hechos y se fabrican mitos interesados.

En todos esos casos, los hechos enaltecidos son tan lejanos que permiten la confusión, volviendo estéril en consecuencia todo intento revisionista En Cuba, a pesar de lo que nos cuentan los historiadores de Academia, los sucesos narrados son demasiado recientes como para haber cuajado profundamente. Por eso aún no es tarde para ponerlos en su sitio.

Carlos Manuel de Céspedes es uno de ellos.

¿Quién era realmente este hombre?

Si estudiamos su vida, hechos y milagros expurgados de las verborreas republicanas, y luego castristas, no podemos sino estar de acuerdo con Calixto García (otro que canta y baila, aunque ya nos ocuparemos de su caso muy pronto), su mejor enemigo.

Don Calixto, aseguraba en vida a quien quisiera escucharle, pero también lo dejó escrito en sus memorias, que los cubanos habían endiosado a los próceres del 68, particularmente a Céspedes, al que acusaba de todos los males de este mundo y del otro.

Razón no le faltaba, el padre de la patria cubana era un oportunista de mucho cuidado. El escritor Armando de Armas, asegura que Cuba está enferma de sus poetas. Céspedes es uno de ellos.

Nuestro bardo manzanillero dilapidó toda su fortuna en romanescos viajes por Europa. De regreso a Cuba sin un duro, se encontró con la dura realidad: había que trabajar; lo cual para alguien acostumbrado a las elucubraciones literarias como lo era él, resultaba una falta de respeto.

Antes de la asonada de Yara lo intentó todo para alcanzar el Parnaso y la gloria: la poesía, la comedia, el teatro, la actuación… y cuando se le acabó la plata abrió un bufete de abogados primero en Bayamo y luego en Manzanillo. El oficio, alcanzaba para vivir en una isla donde los litigios por lindes no escaseaban, pero ahí también fracasó el criollo, pues revisar archivos y convencer a los jueces con razones era demasiado poco para él.

Entonces tuvo una genial idea, comprar un ingenio. Como muchos españoles de su clase, el azúcar era la vía real para amasar fortuna. Para ello pidió prestados 80 mil pesos aquí y allá, empeñando su crédito (que ya era poco) así como el de su mujer y familia allegada.

¿Sabía algo del negocio del azúcar? ¿Hizo un estudio de mercado previo? ¿Imaginó una inversión moderna, mecanizada de la producción? No, para nada. En pleno año 1865, cuando ya todos estaban mirando hacia el vapor y la industrialización, Céspedes decide comprar un trapiche movido por la mano esclava.

No vamos a aburrir aquí sobre el tema de la esclavitud, pero dejemos claro que desde la visita del cónsul inglés D. Turnbull en 1840, y sobre todo con la dependencia financiera de la corona española hacia la banca inglesa (que se oponía frontalmente a este modo de producción), todo el mundo sabía en Cuba que la esclavitud estaba moribunda en 1865.

Todo el mundo menos Céspedes, claro.

Por ahí circulan algunos grabados donde se ve la prosperidad de aquella fracasada inversión que terminó de arruinarlo. Pero las ínfulas de grandeza de Carlos Manuel no cejaban. Entonces en su hidalga cabeza germinó otra idea luminosa: obtener un título de nobleza.

Por aquellos años González Valez, un listillo peninsular, de los muchos que iban a la Isla a buscar fortuna, tuvo la idea de hacer un diccionario Genealógico e histórico pagado por la suscripción de aquellos que deseasen figurar. En 1865, ya iba por el Tomo IV y uno de sus más fieles suscriptores era Don Carlos Manuel.

Por razones que desconozco, la confección de la obra había pasado a las manos de Antonio Meca, y a este se dirige Céspedes desde la Demajagua el 18 de febrero de 1865, recordándole que le había enviado a su antecesor toda su genealogía “para que se incluyese en las familias correspondientes. Si acaso no obrare en poder de Ud., tenga la bondad de contestarme, diciéndome en qué forma debo enviársela para dicho objeto”.

La correspondencia con Meca duró varios años y cuando este se enfrascó en el lucrativo proyecto de los Linajes Nobles de Cuba, Céspedes también se apuntó. Normal, a falta de dinero, estaba “luchando” por un título nobiliario. Todavía el 23 de marzo de 1868, el cuaderno de Linajes Nobles iba por la letra A y se inquietaba Céspedes por la lentitud de las entregas, pues había pagado por la obra entera. “Yo quisiera tener mi escudo de armas, conforme a la 4ta advertencia, por el mínimo precio señalado allí: pero desearía que comprendiese mis cuatro apellidos, que son: Céspedes, (Osuna) López del Castillo, (Islas canarias) Luque (Córdoba) y Ramírez de Aguilar (Castilla)”. Vamos español por los cuatro costados: Para un patriota cubano, deja mucho que desear. ¿O no?

Visiblemente el señor Meca era un timador, a quien las ínfulas de aquel provinciano empobrecido lo tenían sin cuidado. Así es que dejó de mandarle los folletos, de lo que se queja el leguleyo manzanillero en otra carta firmada desde la Demajagua el 1ro. de julio de 1868: “Muy señor mío: tiempo hace que no recibo carta de Ud., ni entrega de los Linajes ni tomos del Diccionario, y como Ud. Puede conocer debo desear no quedarme con esas obras truncas, principalmente teniendo paga en su totalidad la primera”.

En la misma misiva se niega a pagarle al susodicho Meca por la certificación de su escudo de armas “porque esta parte de la Isla está sumida en la mayor miseria, y no pueden gastarse $50 en obras de pura curiosidad”.

Sabemos perfectamente adónde lo condujo su falta de dinero cuatro meses después. El resto ya es historia que urge revisar.


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