Actualizado: 28/03/2024 20:04
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The New York Times, Embargo, Cuba

El mito del fin del embargo

Abogar por el fin del embargo refleja una posición realista, pero no debe confundirse con un instrumento para llevar la democracia a Cuba

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El diario The New York Times acaba de publicar un editorial que pide el fin del embargo. Nada nuevo para un sector del exilio de Miami, que siempre ha considerado a ese diario como un “nido de comunistas”. Tampoco es novedosa la propuesta para quienes desde hace años consideran que la política estadounidense hacia el régimen de Castro debe ser modificada. ¿Qué importancia tiene este documento ahora? Mucha, si se considera que forma parte de una campaña constante —en la que ha participado el propio periódico— por erosionar las normas establecidas desde hace décadas contra el gobierno de La Habana, y que al mismo tiempo el texto no es más que un reflejo de un cambio de mentalidad que se percibe en los votantes estadounidenses, el cual ha sido documentado tanto en las encuestas de opinión como en hecho de que un candidato a gobernador por la Florida y una posible aspirante a la nominación demócrata para las próximas elecciones presidenciales han declarado abiertamente que están en contra del embargo.

Así que de pronto, no de forma sorpresiva sino consecuencia de un cambio paulatino, estar en contra del embargo ha dejado de ser tabú. Ya no implica perder las credenciales de anticastrista, aunque algunos en Miami aún persistan en afirmar lo contrario, y tampoco es un riesgo imposible de asumir cuando alguien se lanza a una contienda política.

Para alguien que por años ha escrito en contra del mantenimiento del embargo en las actuales condiciones, el momento podría ser casi de triunfo: una opinión que por mucho tiempo resultó difícil de sostener —y por la que de una y otra forma se pagaba un precio, aunque siempre incomparable al de asumir una actitud disidente en Cuba— ahora amenaza en convertirse en un criterio de moda, sino común al menos compartido.

No es así, al menos en el caso de quien escribe este artículo. Si bien hay cierta satisfacción en ver como poco a poco avanza el criterio del carácter obsoleto de la actual política estadounidense, al mismo tiempo se percibe que para lograr ello hay que pagar un precio con el que no se está de acuerdo: considerar el fin del embargo como una especie de varita mágica que abrirá las puertas para acelerar un cambio hacia la democracia en Cuba.

Algunas de las razones actuales para el levantamiento del embargo son malintencionadas en sus pronunciamientos y lógicas en su práctica. Detrás de ellas se encuentran intereses comerciales, que no solo buscan vender unos cuantos productos. A ello se une el interés de destacar un principio: los embargos comerciales no tienen cabida en una nación que propugna la economía global y el liberalismo económico.

Otros motivos de rechazo pueden ser debatidos con argumentos similares, pero de signo contrario. Entre ellos, la afirmación de que el embargo hay que suprimirlo para quitarle una excusa al régimen castrista y la acusación de que éste es el causante de buena parte de la miseria en Cuba.

Al gobierno de La Habana le sobran las excusas y la pobreza que impera en la Isla es una de las mejores tácticas con que cuentan los hermanos Castro, al utilizar la escasez como un instrumento de represión.

Pero a estas alturas el embargo ya no es una medida que se valora de forma positiva, en el país donde un mandatario la promulgó en 1962, luego de tener a buen resguardo una provisión tal de tabacos que le sobreviviría. Kennedy no vivió lo suficiente para conocer que no era violar la ley, sino el tabaco cubano lo que resultaba dañino. Fidel Castro lo supo a tiempo y dejó de fumar. Por su parte, el embargo ha comenzado a hacer humo.

Una de las razones para declararse en contra del embargo en estos momentos es la sospecha de que su apoyo ha dejado de ser parte de una agenda electoral triunfadora —tanto del Partido Republicano como del Demócrata— porque ya no constituye uno de los pocos incentivos que se les pueden ofrecer a los votantes cubanoamericanos. No es, por otra parte, un criterio demostrado en las urnas, y aún candidatos de ambos partidos —por convicción, cautela o cobardía— han decidido mantenerse distantes o repetir declaraciones anteriores, pero ello no se aplicaría necesariamente en el caso del presidente Barack Obama, y es sobre él que es más factible ejercer la presión. Es lo que estamos viendo.

Así que la batalla del embargo se define en dos términos muy precisos. En el marco presidencial, libre aún por dos años de un objetivo electoral inmediato, en la urgencia de que haga algo durante este período privilegiado en que su actuación no sería de cara a las urnas sino a la marcha del país. Es lo que The New York Times define como “una oportunidad para desencadenar un logro histórico”.

“Cuando mira un mapa del mundo, el presidente Obama debe sentir angustia al contemplar el lamentable estado de las relaciones bilaterales que su administración ha intentado reparar. Sería sensato que el líder estadounidense reflexione seriamente sobre Cuba, donde un giro de política podría representar un gran triunfo para su gobierno”, comienza el editorial de The New York Times.

En el terreno político más inmediato, de la cara a las próximas elecciones legislativas, la batalla por el embargo se define en otros términos, no a través del avance sino del retroceso: el imponer de nuevo restricciones a los viajes, mediante una reformulación de la Ley de Ajuste Cubano con vistas a prevenir esos viajes por refugiados cubanos en Estados Unidos. Pero lo que constituye el embargo en sí, la ley Helms-Burton, no está siendo cuestionada por los candidatos a representantes en el Congreso por el distrito 26, el demócrata Joe García y el republicano Carlos Curbelo. Es el caso de la gobernación de la Florida, entre el republicano Rick Scott y el demócrata Charlie Crist donde esta diferencia es patente: Crist se ha declarado en contra del embargo.

Inversiones y embargo

Un aspecto que hasta ahora ha favorecido el mantenimiento del statu quo comercial con la Isla es que se trata de un mercado menor. Si Cuba fuera China, ya hace rato no habría embargo. Pero en cierta medida esto podría estar cambiando con la nueva ley de inversiones aprobada por el gobierno cubano.

“En marzo, la Asamblea Nacional de Cuba pasó una ley con el fin de atraer inversión extranjera. Con capital brasileño, Cuba está construyendo un puerto marítimo, un enorme proyecto que solo será económicamente viable si se suspenden las sanciones estadounidenses”, señala el editorial del Times. Aquí el periódico se coloca a las claras a favor del mejoramiento de la economía cubana,

“El proceso de las reformas ha sido lento y ha habido reveses. Pero en conjunto, estos cambios demuestran que Cuba se está preparando para una era post-embargo. El gobierno afirma que reanudaría con gusto las relaciones diplomáticas con Estados Unidos sin condiciones previas”, añade la publicación.

“Washington podría hacer más para respaldar a las empresas norteamericanas que tienen interés en desarrollar el sector de telecomunicaciones en Cuba. Pocas se han atrevido por temor a las posibles repercusiones legales y políticas.

De no hacerlo, Estados Unidos estaría cediendo el mercado cubano a sus rivales. Los presidentes de China y Rusia viajaron a Cuba en julio con miras a ampliar vínculos.

Reanudar relaciones diplomáticas, para lo cual la Casa Blanca no necesita respaldo del Congreso, le permitiría a Estados Unidos ampliar áreas de cooperación en las cuales las dos naciones ya trabajan conjuntamente. Estas incluyen la regulación de flujos migratorios, operaciones marítimas e iniciativas de seguridad de infraestructura petrolera en el Caribe. El nivel y envergadura de la relación podría crecer significativamente, dándole a Washington más herramientas para respaldar reformas democráticas. Es factible que ayude a frenar una nueva ola migratoria de cubanos desesperanzados que están viajando a Estados Unidos en balsas”, agrega el Times.

Para el periódico estadounidense, un cambio en la política del embargo no solo impulsaría las reformas sino impediría un éxodo masivo hacia EEUU, la amenaza más fuerte que el gobierno de La Habana, directa e indirectamente, ha utilizado como motivo fundamental para el reclamo de ayuda por parte de su enemigo tradicional: una situación de inestabilidad política y social en la Isla va en contra de los intereses de EEUU, aunque el precio a pagar sea el mantenimiento de la dictadura.

En este sentido, y de acuerdo al editorial del periódico estadounidense, el levantamiento del embargo jugaría dos papeles: serviría para evitar un estallido social en la Isla y al mismo tiempo contribuiría al cambio paulatino hacia una serie de reformas que a la larga contribuiría a llevar el capitalismo y la democracia a la Isla.

Sin embargo, este análisis no debe limitarse a los fines y medios, en la utilización de un cambio en las restricciones para contribuir al crecimiento de la sociedad civil y propiciar cambios económicos, y en última instancia políticos, en favor de la libertad en Cuba, sino también a la capacidad del embargo como instrumento para llevar igual democracia a la Isla. Y es aquí donde el Times incide en lo que constituye la crítica de mayor importancia en contra de mantener la actual política estadounidense.

La valoración positiva del embargo encierra por lo general dos equívocos: uno es la subordinación mecanicista de la política a la economía, que se traduce en aplicar un criterio estrecho al caso cubano. Repetir aquello de “lo bueno que tiene esto es lo malo que se está poniendo”.

Esta actitud siempre ha chocado contra la realidad cubana. Durante los largos años de gobierno de Fidel Castro, éste siempre actuó como un gobernante, de forma dictatorial y despótica, pero nunca como un empresario. Fue un político que se movió mejor en las situaciones de crisis que en las épocas de “bonanza” (las comillas obedecen a que el régimen nunca ha conocido ni le ha interesado establecer en Cuba un período de “vacas gordas”). Si Raúl Castro ha emprendido una vía de “actualización” del modelo, que se interpreta como la autorización de algunas reformas tímidas, no se pueden equiparar libertades económicas y políticas, a partir de que ambas son necesarias. El desarrollo de la disidencia en la Isla ha obedecido a un desgaste político, no económico.

El segundo error es hacer depender la evolución política del país de una medida económica dictada desde el exterior, por otro gobierno y en otra nación. El embargo es una ley hecha en Estados Unidos, no es una creación de los opositores a Castro en la Isla.

Desde hace años el embargo ha perdido ―si alguna vez tuvo― su valor de palanca para impulsar la democracia. Al ceder o estar reducido al máximo el poder presidencial para cambiar la ley, quienes la defienden no dejan de repetir unas exigencias que, de por sí, sitúan su final en un momento utópico, cuando tras la desaparición de los hermanos Castro se establezca en Cuba una democracia perfecta y un respeto a los derechos humanos intachable, además de un comercio sin barreras y una industria privada sin límites. Muy bonito, pero también poco práctico. Cierto que en su intolerancia, el régimen de La Habana no responde a incentivo alguno, verdad también que hay un largo historial en que el gobierno castrista ha puesto obstáculos y trampas a cualquier avance en las relaciones con Washington, pero la ausencia de un plan manifiesto y conocido de incentivos parciales no hace más que ayudar a las fuerzas reaccionarias en ambas orillas del estrecho de la Florida. De lo que se habla aquí es de un problema que, en buena medida, tiene que ver con la imagen. Para los ojos de buena parte del mundo, Estados Unidos es la nación de las restricciones y el embargo. Basta solo consultar cualquier votación en Naciones Unidas.

Todo lo anterior no impide que al mismo tiempo hay que alertar de que un levantamiento total o parcial del embargo, sin exigir nada a cambio, no traerá cambios políticos de inmediato.

En igual sentido, la falacia de que una mayor entrada de productos norteamericanos conllevará una mayor libertad es otra utopía neoliberal, que tiende a asociar la Coca-Cola con la justicia y a la democracia con los McDonalds. Mentira es también que el pueblo de Cuba está sufriendo a consecuencia del embargo y no por un régimen de probada ineptitud económica.

Nada de lo anterior contradice el hecho de que continuar respaldando al embargo es batallar a favor de la derrota. Algo que nunca hacen los buenos militares. Defender una trinchera que es un blanco perfecto para el enemigo, desde la cual no se puede lanzar un ataque y que solo protege un pozo sin agua custodiado por un puñado de soldados sedientos. Se trata de una herramienta poco efectiva para lograr la libertad en Cuba. Su ineficacia ha quedado demostrada por el tiempo; su significado reducido a un problema de dólares y votos. Ahora que comienza a cuestionarse ese valor en las urnas, y que crece la tentación por el mercado cubano, es que se alzan con mayor fuerza las voces en contra de la medida.

Otra cosa muy distinta es el otorgamiento de privilegios comerciales y el reconocimiento de la participación del gobierno cubano en organismos internacionales, porque tales medidas darían una legitimidad que éste no se merece.

Hay que establecer el deslinde necesario entre las medidas económicas y las políticas. Diferenciar la función del exilio y el papel de Estados Unidos como nación. En el mundo actual, los embargos han demostrado ser de poca utilidad, y en parte han servido para el enriquecimiento de las clases gobernantes, a las que supuestamente intentaban derrocar.

Sin embargo, el editorial del Times mezcla, y muy a propósito, tales objetivos.

“En abril, varios líderes del hemisferio se reunirán en Ciudad de Panamá con motivo de la séptima Cumbre de las Américas. Varios gobiernos de América Latina insistieron en invitar a Cuba, rompiendo así con la tradición de excluir a la Isla por exigencia de Washington”, señala el diario, que en el último párrafo del editorial se define en favor de que Obama asista a la Cumbre, pese a la presencia de Cuba; “Tiene que hacerlo. Sería importante que hiciera presencia y lo considerara como una oportunidad para desencadenar un logro histórico”.

Aquí esta señalado un problema clave, que representa la asistencia de Obama a la reunión, En los términos actuales de la política de EEUU hacia la Isla, el presidente estadounidense no puede asistir a la Cumbre de Panamá. Por un hecho sencillo: no puede sentarse en la misma mesa en que esté el representante de un país que esta nación considera apoya el terrorismo internacional.

Por ello el Times considera la salida de Cuba de esta lista como un primer paso imprescindible.

“Como primer paso, la Casa Blanca debe retirar a Cuba de la lista que mantiene el Departamento de Estado para penalizar países que respaldan grupos terroristas. Actualmente, las únicas otras naciones en la lista son Sudán, Irán y Siria. Cuba fue incluida en 1982 por su apoyo a movimientos rebeldes en América Latina, aunque ese tipo de vínculos ya no existen. Actualmente, el gobierno estadounidense reconoce que La Habana está jugando un papel constructivo en el proceso de paz de Colombia, sirviendo de anfitrión para los diálogos entre el gobierno colombiano y líderes de la guerrilla”, enfatiza la publicación.

Pero si la salida de Cuba de dicha lista es una premisa, no constituye, ni mucho menos, una solución.

Cuba no debe figurar en dicha lista. En primer lugar porque la lista en sí se ha convertido más en un pretexto que en un objetivo, y fundamentalmente por el cuestionamiento saludable al papel de Washington para confeccionar tal listado arbitrario. Hay naciones que tradicionalmente han apoyado y en cierta medida aún apoyan dicho terrorismo —como Pakistán y Arabia Saudí— que nunca han figurado en el documento.

Pero dicha exclusión necesaria no convierte de inmediato al gobierno cubano en un ejemplo de democracia. Y es precisamente este el punto primordial: un requerimiento que figura en las normas de participación, que los países latinoamericanos han echado a un lado —algunos de forma abierta, otros con su silencio y pasividad— por motivos políticos no debe ser pasado por alto, precisamente por la nación que ha creado y patrocinado de forma relevante dichos encuentros. Si EEUU se hace cómplice de dicha aberración, estaría al mismo tiempo despojando de valor la cita. Si bien es cierto que la política es la vía para intentar la solución de conflictos de forma práctica, no se debe reducir a un ejercicio estéril, porque entonces carece de sentido ejercerla.

Aquí radica uno de los puntos más débiles, en que esa mezcla de certezas y fantasías, que constituye el editorial del Times, resulta más despojado de intenciones democráticas y más plegado a supuestos intereses comerciales y económicos. Porque si algo resulta evidente es que el gobierno cubano asistirá a la reunión no para prometer cambios y reformas democráticas, sino para enfatizar su postura: a recibir un espaldarazo diplomático y político, no a integrase sino a imponerse.

Así que el Times tiene su derecho, y sus razones válidas, para solicitar el fin del embargo, pero que no trate al mismo tiempo de presentarlo como una vía —o siquiera un instrumento— para conseguir un cambio democrático en Cuba.


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