Actualizado: 28/03/2024 20:04
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Industriales, Pasado, Exilio

El pasado que nos espera

El conflicto generado por los juegos en el sur de la Florida, entre veteranos miembros del equipo de los Industriales pudiera ser una muestra, a escala pequeñísima, del pasado que nos espera

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Tengo un amigo en Cuba cuyas frases lapidario-humorísticas jamás he olvidado. El suele incluirse entre los que, al decir del también ocurrente escritor Jesús Díaz, se consideran aceres ilustrados: hombres de la calle con profunda formación intelectual. A él le oí por primera vez aquella máxima a finales de los 90 que enunciaba: Al Período Especial se entra en grupo pero se sale de uno en fondo. Pero la frase que sin dudas se llevaba el premio y es título de este trabajo era En Cuba tu nunca sabes el pasado que te espera.

Contaba este amigo como el día menos pensado, en una asamblea del Sindicato, se paraba un compañero de trabajo y empezaba una diatriba contra ti. A ese colega le habían dado la tarea de aniquilarte con tu pasado. En el momento te recordaba varias ausencias y llegadas tardes diez años atrás, que te habías negado a donar sangre cuando el ultimo ciclón, o que varios años atrás fuiste sorprendido llevándote propiedad social para la casa. Esto, que también se conoció como sacar un sable en los difusos 60 en Cuba, alcanza su máxima expresión cuando se encausa a un disidente u opositor: todos tienen antecedentes penales, ninguno trabaja —hay un solo Empleador—, y todos son pagados por el Imperio –donde, con qué, cómo y cuándo compraron, comieron o viajaron.

Colectar información sobre personas durante años y años suele ser un trabajo fatigoso pero muy útil en ciertas circunstancias. No olvidemos que John Edgar Hoover fue un exitoso pionero en construir acuciosos expedientes de millones de norteamericanos antes de que los regímenes totalitarios de Europa, fascistas y comunistas, lo lograran eficazmente. El pasado puede ser un arma letal. Una foto, una grabación, un simple detalle sobre la vida privada de un individuo y la persona para a ser un muerto social. Al decir del Nobel William Faulkner, el pasado nunca se muere, ni siquiera es pasado.

Visto en el macrocosmos social, puede que el reto para Cuba como nación no sea solo cómo diseñar el futuro, re-institucionalizar el país, organizar la separación de poderes, re-escribir una Constitución incluyente, devolverle a la geografía insular cañaverales, ingenios azucareros, cafetales y despulpadoras. Puede que el reto sea, precisamente, qué hacer con un pasado el cual, a no dudarlo, nos está esperando desde hace buen rato.

En los años 90 la investigadora Marifeli Pérez-Estable logró recopilar una serie de artículos del llamado Grupo de Trabajo Memoria, Verdad y Justicia. Es un texto imprescindible pues allí dan sus opiniones algunos de los más renombrados intelectuales cubanos del exilio –algunos, en el llamado Exilo de Terciopelo o de Baja Intensidad. En tal compilación podemos hallar también un resumen de otras experiencias reconciliadoras tras el final de regímenes con algún grado de represión. Han pasado casi dos décadas, y el tema de la reconciliación sigue siendo una cuestión pendiente pues, como brillantemente definiría Carlos A. Montaner, para bailar el tango se necesitan dos y el régimen cubano intuye que cualquier intento de diálogo serio causaría su implosión.

Qué hacer con el pasado que nos espera será un tema de sumo interés cuando la irreprimible biología haga su voluntad sobre la tierra. No es poco Pasado más de medio siglo de encarnizadas pendencias. Y si a ello sumamos una larga cadena de memorias del Batistato —protagonistas ya fallecidos, en asilos o al cuidado de sus familias—, procesar tanta información resulta, virtualmente, imposible.

Puede ser fácil visionar el Día Después. Una nueva clase, tecnocrática-militar, sin otro compromiso que retener el poder, hereda un sistema político-económico en bancarrota —excepto si se prepara la transición al verdadero mercado libre desde ahora, algo improbable pues llevaría en el caso de la Isla a una presumible pérdida del poder político. El régimen emergente tendría que tener mucha suerte para evadir un nuevo pacto social. Pero si la traición a los cubanos que piensan diferente se consolida por algunos países latinoamericanos, e incluso, por los norteamericanos —desgraciadamente, antecedentes hay— la nueva clase emergente en Cuba se legitimaría, y las libertades individuales quedarían conculcadas.

El pacto social, es decir, el concordato entre gobernados y gobernantes, deberá hacer algo con ese pasado si es que quiere ser mínimamente legitimo. Aquí, y es válido incluirlo en la ecuación, no habrá una salida viable, ni económica ni política sin la participación de los cubanos en el exterior, sea el exilio duro o el de lana fina.

Un probable escenario es no hacer nada con el pasado. Un borrón y cuenta nueva, pero sin borrón, la cuenta se queda. Es la opción de los culpables, de los victimarios de ambos bandos. En esa variante no hay reconciliación pues no hay admisión de responsabilidades, mucho menos rendir cuentas y aceptación de los hechos. Es una bomba de tiempo. Una especie de Ley de Punto Final con puntos suspensivos. La tragedia volverá a suceder más pronto que tarde.

Otro escenario es reeditar los Tribunales Revolucionarios, y poner por televisión una frenética muchedumbre gritando paredón a quienes, medio siglo antes, incitaron los fusilamientos. Esa es la opción —entendible— de las víctimas, atrapadas aun en su dolor. Pero en más de medio siglo de gobierno será difícil identificar a alguien que no haya tenido por palabra, obra u omisión, un mínimo de responsabilidad de la perpetuación del régimen. Aplicar una Ley del Talión, es decir, devolver el golpe en idéntica cualidad —es lo que significa Talis en latín— pondrá a víctimas y victimarios en la misma rinconera moral. La tragedia volverá a suceder pues las ahora víctimas serán los futuros victimarios.

Una tercera variante es la aplicada en Sudáfrica, y que, para ello, es necesario poseer líderes de la talla de Nelson Mandela y Desmond Tutu. Por suerte para nuestra patria, líderes de ese carisma hay unos cuantos en la Isla. Porque, ¿qué hacer con tanto dolor? ¿Cómo unir un país que jamás estuvo unido? ¿Cómo institucionalizar un pueblo cuya vida republicana es, acaso, un tercio de la vida vivida en regímenes autoritarios? La Comisión para la Verdad y la Reconciliación fue la respuesta de los sudafricanos. Un tribunal que no juzga sino oye. Un tribunal que no castiga sino que hace públicas las maldades. Un tribunal cuya única retribución es la aceptación de la responsabilidad de los inculpados y pide arrepentimiento. Un tribunal sin sanciones, pero que solicita a los victimarios alguna reparación por lo menos moral.

Esta tercera opción no suele gustar ni a víctimas ni victimarios, lo cual significa que pudiera ser la más acertada. Es probable que ese camino conduzca a la tan deseada reconciliación entre los cubanos. Para ello, ya ha sido dicho, quizás la biología deba hacer su función de barrido generacional. Aunque no siempre es asunto de edades. Veamos:

Por estos días nos visitan en Miami antiguos jugadores de los Industriales. Crecí viendo dar jonrones a Armando Capiró —dicen que tuvo problemas en la cúspide de su carrera—, disfrutando electrizantes jugadas de Anglada —preso por no denunciar a un amigo— y sorprendido por la voluntad de hierro de un Lázaro Valle o del otro Lázaro, Vargas —ambos bocones y alguna vez sancionados. Me sentí orgulloso cuando Arocha y después el “Duque” decidieron quedarse y jugar en la Grandes Ligas. Y me sentí muy triste cuando hombres de los cuales se dice son buenas personas como Padilla y Javier Méndez, agredieron físicamente a un individuo cuyo delito fue saltar al terreno con un cartel en sus manos —algo que hicieron los revolucionarios años antes. Quién sabe qué repentino miedo sintieron los jóvenes peloteros cubanos al leer La Patria es de Todos.

Los industriales que viven en la Isla vienen para unirse a otros resientes en Miami, algunos como Agustín Marquetti, exmiembro del Ministerio del Interior. Pero mientras escribo estas líneas no hay terreno para jugar a la pelota, al menos no en Miami. En sus declaraciones iniciales, los industriales de la Isla han mostrado respeto y asombro al conocer de primera mano el verdadero rostro de la mayoría del exilio cubano. El conflicto generado por los Industriales pudiera ser una muestra a escala, pequeñísima, del pasado que nos espera. Si no podemos ponernos de acuerdo para recibir y conversar con unos pocos exdeportistas…

Winston Churchill, un hombre genial y a quien se sigue tildando de inflexible, escribió: si el presente trata de juzgar el pasado, se perderá el futuro.


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