Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Memorias de la Revolución, Cine, Oposición

En los pasos de Otto y Elise Hampel en Párraga

CUBAENCUENTRO continúa su sección cuyo tema central es lo que se podría catalogar de “memorias de la revolución”

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No importa si lucha un hombre o diez mil,
si un hombre ve que no tiene otra opción que luchar,
entonces luchará, tenga a otros a su lado o no.
Hans Fallada

He visto la película Solo en Berlín (Alone in Berlin) un drama de guerra de 2016 dirigida por Vincent Pérez y protagonizada por Brendan Gleeson y Emma Thompson como el matrimonio Quangel. Basada en la novela Solo en Berlín de Hans Fallada, quien en realidad es el autor alemán Rudolf Wilhelm Friedrich Ditzen (1893-1947). Se trata de uno de los autores alemanes más importantes del siglo XX, cuya obra se está recuperando del olvido; prueba de ellos es la publicación de esta novela en español y el film que nos ocupa.[1]

La historia de una pareja de berlineses en los años cuarenta en la Alemania nazi que establecen un accionar para desafiar al régimen nazi, es desde todo punto de vista conmovedora en tanto que peculiar. El matrimonio Hampel estaba formado por una pareja de clase trabajadora e idearon un sencillo método de protesta que duró dos años (de septiembre de 1940 al otoño de 1942). Escribieron postales contra Hitler y el régimen nazi y las distribuyeron por los lugares públicos de Berlín. A pesar de que su protesta apenas causó una onda superficial en el régimen nazi (la mayoría de las postales que se encontraron fueron entregadas inmediatamente a la Gestapo), su actividad avergonzó a los jefes de la policía secreta, puesto que durante más de dos años no fueron capaces de detener a los anónimos distribuidores de las tarjetas. Finalmente fueron detenidos por la Gestapo, juzgados el 22 de enero de 1943 por la Sala Segunda del Tribunal Popular, acusados de “socavar la moral militar” y de “alta traición”, fueron declarados culpables y acabaron decapitados en la prisión de Plötzensee de Berlín en abril de 1943.[2]

Aun cuando en el guion de la película, el catalizador para que este matrimonio decidiera desafiar al régimen nazi en tan difíciles circunstancias se relaciona con la muerte en el frente de combate de un hijo; en realidad lo que ocurrió es que el hermano de Elsie había muerto en combate en el año 1940, esto en Francia. La noticia fue para ellos devastadora.

Salvando las distancias, todas las distancias; porque nadie puede reescribir anécdotas sobre eventos tardíos, dedicaciones improcedentes y expiaciones de soslayos; recuerdo algunos eventos donde fui participe en uno de aquellos años liados e impredecibles que vivimos, esto en 1991.

Un día de agosto de 1991 salí del hospital donde trabajaba de regreso a la casa, cuando tomo uno de esos camiones que corrían por la calzada de Bejucal lleno de pasajeros que habían subido los amarillos en los puntos habituales de recogida. Cuando el camión sobrepasó el punto de la calzada y la autopista me dejó más allá del paso de nivel bajo una llovizna; caminando sobre el puente encontré cientos de volantes escritos en distintos colores y letras bien legibles con textos contra el régimen Castro comunista. En todo el viaje de regreso estuve pensando en esto. Dentro del grupo en el cual conspiraba contra el régimen, teníamos en curso una protesta mediante letreros-grafitis; esta una especia de campaña por el NO.[3]

Ese día pensé todo lo útil que sería hacer una especie de volante en forma de carta, no para ser puesto en lugares públicos, sino para enviar por correo postal a instituciones que no estaban comprometidas con el régimen y al recibirlas, no la entregarían, sino que la leerían y tal vez compartirían; el primer objetivo sería organizaciones e instituciones religiosas. En ese tiempo tenia algunas notas que circulaban entre los grupos de oposición y sobre todo informaciones muy precisas de la Concertación Democrática Cubana, organización que aglutinaba un grupo de organizaciones disidentes.

Al día siguiente de regreso al hospital, en la sección de consulta externa del Hospital Julio Trigo, revise todas las posibilidades de hacer aquel trabajo de mecanografiar, copiar y poner en sobres los documentos que me interesaban enviar. Nadie más estaba al tanto de esto, ni aun los escasos miembros del grupo político. En la consulta externa había tres máquinas de escribir, una en la oficina de turnos, otra en el del departamento de quimioterapia (donde trabajaba) y una tercera máquina que nadie usaba en un amplio closet de la consulta #2 que, tapada por montañas de modelos, nadie veía. Revisé, limpié y puse a punto esta máquina que guardé cubierta por los cientos de modelos que se mantenían allí y que se salvaban, por el momento, de ser usados como papel sanitario.

Declaraciones, notas, citas de textos de derechos humanos y alguna que otro comentario de declaraciones que escribí, conformaron un pequeño archivo de informaciones que escribía en aquella máquina sin preocuparme por los que entraban y salían porque, en mi trabajo, llevaba todos los tratamientos de quimioterapia mecanografiados. Puede que estuvieran presentes mientras mecanografiaba dos enfermeras, una médico y varios pacientes recibiendo tratamiento, en tanto que yo, hacia mi correspondencia de textos que desafiaban al régimen y los preparaba para enviarlos por correo.

Cuando terminaba mi trabajo en la tarde, tomaba la salida del hospital Lebredo y remontaba la calle principal del barrio de Párraga; superada la terminal de la ruta 2 y antes de la curva de Párraga estaba un pequeño correo con un buzón hacia la calle donde depositaba mis cartas subversivas dirigidas a instituciones religiosas. Esto lo hice en varias ocasiones. Al dejar las cartas me subía al ómnibus de la ruta 2 y cambiaba en La Víbora a la ruta 100… regresaba a mi casa.

Entonces ocurrieron dos hechos que me pusieron en sobre aviso de lo peligroso que podía resultar todo aquello; porque peligroso sí que era. En una visita a mi amiga, la actriz parametrada, me encontré a esta atemorizada; resulta que le habían dicho que los agentes del régimen estaban en la zona llegando a algunas casas donde tenían máquinas de escribir y estaban revisando estas, a ella le revisaron la suya. Me alarmé, ella me había ayudado a conseguir mi máquina de escribir, que me había vendido una conocida modelo, que vivía en la barriada de Playa. El otro incidente resultó el más preocupante y fue cuando una de las oficinistas que trabajaba dando los turnos en la consulta externa, persona de mi confianza, se me acerco para decirme que algunos agentes habían estado revisando las máquinas de escribir. ¿Qué maquinas revisaron?…, las de aquí de la oficina y la del departamento de quimioterapia. No le dije más nada, fui a la consulta #2, tomé la máquina, por un momento pensé en dejarla inservible, pero después encontré un lugar donde por meses no la encontrarían. Los documentos que tenía los dejé en el falso techo de la consulta. Meses después cuando fui detenido y en la tercera citación a Villa Marista me amenazaron de registrar mi casa y la de una familia amiga en la Habana Vieja… les dije “que podían hacerlo cuando quisieran, pero no encontrarían nada”. ¡Y sí que tenía todo en la casa! En días sucesivos llevé todo al falso techo de la consulta y siempre que me fue posible caminaba a los depósitos de basura detrás de Instituto Nacional de Medicina del Trabajo, colindante con el Hospital Julio Trigo, donde iba dejando toda la papelería. Entre esos documentos estaban muchas hojas membretadas. Con mi último deposito aproveché para salir por el Instituto de Medicina del Trabajo y allí estaba parado, como esperando, el agente “Rey” de la Seguridad del Estado…, no tenía otra, fui hasta donde estaba y le saludé.

Muchos aducen que dedicaciones como esta de nada sirven como no sea para llevarte al tanque, a la cárcel. Cuando alguien asume que vive bajo una dictadura absolutista y debe rebelarse en la forma que así considere, asume que su gesto es un acto de libertad personal; no hay la intencionalidad de buscar una liberación colectiva y un cambio de régimen inmediato. Un acto de desobediencia activa es un acto de liberación interior que hace a la persona proclive, en primer término, a reconocer cuanto de necesario es hacer algo y hacerlo prontamente, aunque los resultados no sean tan promisorios.

En el filme, Elsie requiere a su esposo Otto que le explique cómo puede ser útil lo que hacían y si traería algún beneficio a la sociedad. No habría resultado en aquella sociedad en la que vivían, envilecida y atemorizada bajo el régimen nazi; pero él le dice que en cada acto se liberaban…, estamos más liberados, decía, y su esposa entendía sus palabras. Las más de 250 tarjetas que escribieron y distribuyeron en la ciudad Otto y Elsie Hampel apenas llegaron a un sector significativo de los que ellos consideraron que estaban dirigidas, pero en aquel empeño se sentían más libres. El agente investigador en el film señalaba a Otto Hampel que solo 18 tarjetas no habían llegado a sus manos, la mayoría de los asustados ciudadanos las entregaban de inmediato a la policía cuando las encontraban.

Todo esto ocurre en una sociedad en completa sumisión del individuo y de la colectividad. La indefensión y la desesperanza corroen el alma social y evitan superar el totalitarismo, no es una lección que aprendimos del nazismo, está en cada tiranía que se afinca en el poder.

El “no se puede hacer nada” nos acompaña, nos carcome la conciencia y evita que la dedicación de pocos se haga empeño de muchos.

Del expediente policial de los Hampel, en contexto, aparecen los argumentos del agente interrogador cuando ya Otto se había declarado culpable y buscaba de manera infructuosa salvar a su esposa de la muerte. “Morirás por esto y todo habrá sido en vano”, le decía Willy Pueschel, el inspector de la Gestapo que lo interrogó tres veces. “No es por nada”, contestó Otto, “Yo no fui uno de vosotros”. Terminó diciéndole al interrogador que se había sentido feliz haciendo algo. En cada instante de la vida del matrimonio Hampel en aquellos dos años de protesta activa y entrega a lo que creían su lucha, fueron libres y por qué no…, felices.

Los Hampel habían echado fuera el temor, cuando fueron apresados aceptaron su culpabilidad, si es que la había conforme a las leyes de un régimen criminal y despótico, y fueron al patíbulo, convencidos de que habían superado lo que tantos de sus compatriotas no asumían: el temor paralizante y la certeza de que algo se podía hacer contra aquel régimen.

Para ellos era cierto que en el amor no hay temor, y que este cuando es genuino echa fuera el temor…, había adhesión en ellos; el de la dedicación fascinante a la conspiración, la contienda y el acto liberador de hacer algo sencillo de escaso provecho, pero justificado.

Es lo que se experimenta…, así de simple.


[1] E. (n. d.). Solo en Berlín. La recuperación de una obra maestra de las letras alemanas. Retrieved October 4, 2017, from http://www.maeva.es/colecciones/exitos-literarios/solo-en-berlin

[2] S. (2013, Abril 23). Otto y Elise Hampel: la resistencia al totalitarismo mediante tarjetas postales. Retrieved October 4, 2017, from http://www.aryse.org/otto-y-elise-hampel-la-resistencia-al-totalitarismo-mediante-tarjetas-postales/

[3] González, E. A. (2013, June 9). NO, la película: el derecho a plebiscitar a una dictadura. Retrieved October 4, 2017, from http://buenavistavcuba.blogspot.com/2013/06/no-la-pelicula-el-derecho-plebiscitar.html


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