Actualizado: 22/04/2024 20:20
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Cuba

Fidel Castro, Raúl Castro

Las caras de Jano

Mientras el Jano barbudo prometía elecciones libres, el Jano lampiño preparaba en secreto la sociedad más estalinista que nadie hubiera podido imaginar en América Latina

Comentarios Enviar Imprimir

Un dios romano entró en La Habana a principios de enero de 1959. Jano, dios de las puertas, tiene dos caras mirando en direcciones opuestas. Guardián de las entradas, es también el Señor de los Comienzos. De ahí que diera su nombre al primer mes del año: ianuarius en latín, de donde deriva no solo “enero” en español, sino también january en inglés, januar en alemán, janvier en francés, gennaio en italiano, janeiro en portugués…

A Jano lo representaban con una llave y un gallo, así que fue visto como la prefiguración pagana de San Pedro. El gallo anuncia el nuevo día. Desde la noche de los tiempos ha sido símbolo de vigilancia y de resurrección. “Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces”, le dijo Jesús a Pedro, y Sócrates moribundo pidió que le ofrendaran un gallo a Esculapio.

Pero Jano no entró en La Habana bajo el disfraz del apóstol Pedro, sino camuflado de Elegguá. Ese dios nigeriano también es el dueño de las llaves del destino, vigila las puertas que conducen al mundo espiritual y una de sus ofrendas favoritas son los gallos (negros y rojos). Ozún, otro orisha que siempre lo acompaña, vive en una copa metálica coronada por un gallo. En uno de sus 21 avatares —o “caminos”— Elegguá aparece con dos caras.

Jano fue un préstamo que la cultura del Níger le hizo a Etruria, a menos que ese dios portero sea uno de los arquetipos junguianos que revelan ese inconsciente colectivo, universal y ancestral, tan frecuente en diversas regiones del mundo.

Los rebeldes que entraron en La Habana hace más de medio siglo enarbolaban la bandera del 26 de Julio cuyos colores (rojo y negro) pertenecen al orisha Elegguá. La Isla se pobló de aquellas banderas hasta entonces poco o nada conocidas. Flameaban en balcones y azoteas, ondeaban en guaguas y automóviles, se multiplicaban en forma de brazaletes, estolas, calcomanías, distintivos… algunas mujeres pusieron de moda las sayas negras con blusas rojas.

Los babalaos captaron enseguida el mensaje: la bandera del dios yoruba había alcanzado categoría de emblema estatal. Stendhal hubiera estado de plácemes, pues el título de su novela Rojo y Negro alude a los uniformes del ejército y a las sotanas de los clérigos. Obviamente, el rojo equivale a la sangre y el negro simboliza luto. Julien Sorel será las dos cosas: soldado y aprendiz de cura.

Como corresponde a Jano, aquel primero de enero comenzaba en Cuba una era llena de promesas. Sin embargo, debido a la duplicidad de ese dios (tanto si es Jano como Elegguá), lo que realmente se estrenaba en la Isla era una atmósfera social impregnada de hipocresía muy similar a la descrita por Stendhal.

En Cuba había comenzado la construcción de una sociedad de soldados y sacerdotes: militarización a marchas forzadas de la población y multiplicación de los ideólogos —o comisarios políticos— impartiendo catequesis y tramando inquisiciones.

Julien Sorel admiraba nostálgicamente a Napoleón, igual que Fidel Castro, quien incluso llegó a creerse su reencarnación tropical. No es casual que el cerdo más despótico en la granja de Orwell se llame Napoleón, y hace poco Raúl Castro —la otra cara lampiña de Jano— donaba al Museo Napoleónico de La Habana un reloj de oro que perteneció al emperador francés.

Las semejanzas entre Julien Sorel y Fidel Castro darían para todo un estudio clínico a la altura del que Gregorio Marañón dedicó a Tiberio, pero dejo esa abrumadora tarea a los expertos en abismos psicológicos.

Tanto Freud como Jung exploraron el tema del doble a través de la sombra. En literatura, quien más se acercó a ese lado sombrío no fue Stendhal, sino Stevenson con El Extraño Caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Rimbaud también nos brindó otro ejemplo de dualidad cuando escribió “yo es otro”, lo cual demostró renunciando a la poesía y desapareciendo de París para dedicarse a traficar con marfil, armas, almizcle y oro en Abisinia.

Estas dualidades nos devuelven a la bandera roja y negra, cuya ascendencia remite al estandarte nazi que también presenta esos colores. No es casual que esa combinación cromática se repita en la bandera de la falange española. Más tarde volveremos a verla —ya por influencia cubana— en las banderas del Ejército de Liberación Nacional de Colombia, en la del Frente Sandinista de Liberación, en la del Movimiento de Izquierda revolucionaria de Chile, en la del Frente Zapatista de Liberación Nacional, en la bandera de Angola…

Pero la euforia bicolor duró poco en nuestra Isla. Hacia 1962 ya casi no se veían banderas rojinegras. ¿Qué había pasado? ¿Por qué de pronto aquella bandera del 26 de julio perdía protagonismo quedando poco menos que arrumbada en el baúl de los recuerdos?

Jano había empezado a revelar su segunda cara: la del comunismo más ortodoxo. Hacia 1965 ya se había impuesto la bandera enteramente roja del Partido Comunista, copiada de Moscú.

Mientras el Jano barbudo prometía elecciones libres, exclamaba que no hacían falta más armas y juraba que no era comunista, el Jano lampiño preparaba en secreto (en la famosa casa de Tarará) la sociedad más estalinista que nadie hubiera podido imaginar en América Latina. Mientras uno se proclamaba demócrata y humanista, rodeándose de palomas blancas, el otro preparaba en la sombra la Dictadura del Proletariado más férrea del hemisferio occidental.

Dios gémino, Jano es ambiguo e hipócrita por excelencia, es contradictorio, creador de múltiples espejismos e infinitas confusiones. Los pueblos son como niños: imitan a sus mayores, es decir, a sus gobernantes. De modo que la doble moral que se ha instalado en Cuba durante décadas es la obra maestra de Jano.

Elegguá también comparte esos atributos. Es el niño travieso, burlón, imprevisible y embustero que se mete en todo. En la religión yoruba su fiesta es el 6 de enero, igual que el Santo Niño de Atocha, con quien se sincretiza en la tradición católica. Por tratarse de dos niños, es lógico que sus festividades coincidan con el día de los Reyes Magos. Sin embargo, lo curioso es que siempre se trata de enero, el mes de Jano. Batista se fue de Cuba un primero de enero, que es el día de la Independencia de Haití. Pudiera tratarse de una casualidad, pero resulta que de Haití proviene la bandera rojinegra del 26 de julio, y hacia Haití se despeña el destino económico de Cuba ahora mismo.

Las piezas del rompecabezas empiezan a encajar cuando sabemos que Fidel pasó parte de su niñez —entre los 4 y los 8 años— en casa del cónsul haitiano en Santiago de Cuba. El padre del futuro comandante empleaba braceros haitianos en su finca de Birán, de ahí su amistad con el diplomático del país vecino.

¿Qué no habrá visto aquel niño en aquella casa? Allí tuvo que ver por primera vez esos colores —el rojo y el negro— emblemáticos de aquel dios tan poderoso traído de Nigeria por los esclavos. Allí tuvo que conocer a Papa Legba, que es como llaman a Elegguá en Haití y en Nueva Orleáns.

¿Qué ocurrió en la casa de Hippólite Hibbert y su esposa Emercianne? ¿Lo Real Maravilloso o lo Real Horroroso? Nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que las dos personas más cercanas a Fidel —su secretaria Celia Sánchez y su médico de cabecera el Comandante Vallejo— practicaban la santería y el espiritismo.

Evitemos malentendidos. No estoy diciendo que sea reprobable creer en la santería, sino que es siniestro usarla para perpetuarse en el trono, deificarse, imponer dinastías bananeras, abusar del poder y engañar a todo un pueblo, más o menos al estilo de los Duvalier y sus Tonton Macoute o sus Leopardos. Tampoco estoy diciendo que todo lo que ocurre en Haití es intrínsecamente pernicioso. Es innegable la riqueza cultural, literaria, musical y plástica de ese país. Pero lo que Cuba no debe copiar de Haití es su miseria endémica.

Después de su experiencia haitiana, Fidel estudió en colegios católicos, pero eso sirvió de poco, pues ya había heredado en la edad más propicia las ambivalencias del binomio Jano-Elegguá. Ya podía bajar de la Sierra con un rosario al cuello, incluso recibir afectuosamente al Papa… todo lo cual no son más que puestas en escena minuciosamente montadas. Actúa como Elegguá, que es el más veleidoso de los orishas, situándose al mismo tiempo en varios lugares de una encrucijada, cambiando de rostro y temperamento en sus 21 avatares.

Las hemerotecas acumulan todos los zigzagueos, las astucias y bandazos del Comandante. Fidel se duplica con fruición. Incluso en videojuegos como Call of Duty Black Ops aparece un doble suyo que engaña a los jugadores. En la vida real, su clon casi perfecto es Mongo, su hermano mayor. Lo conocí a principios de los setenta mientras hacía un reportaje en el Valle de Picadura: vaquería de lujo o vitrina para deslumbrar a visitantes extranjeros que él dirigía vestido más o menos de miliciano aunque sin ostentar grados militares. Al pasar en jeep por un pueblo cercano, la gente lo saludaba desde las aceras gritando: “¡Fidel, Fidel!”. Sin dejar de manejar, respondía risueño sacando la mano por la ventanilla. Le pregunté si no le molestaba que lo confundieran con su famoso hermano y contestó: “a mí no me molesta, a lo mejor le molesta a él, porque yo soy el mayor, así que es él quien se parece a mí, no yo a él”.

Años después conocí a otro clon de Fidel. Fue en la casa de protocolo donde Wifredo Lam se recuperaba de la enfermedad que finalmente lo mató. Yo estaba sentado frente a la cama del pintor convaleciente. De pronto llegó Alina Fernández, la hija de Fidel. Traía una niña en brazos y la depositó sobre mis piernas. Miré a la cara de la hija de Alina Fernández y cuál no sería mi sorpresa al ver que era el vívido retrato de Fidel con falda.

Jano con sus dos caras ha permitido que Fidel y Raúl desplieguen la dinámica policía bueno/policía malo, intercambiando a veces los papeles. Lo asombroso es que esa estratagema siga dando resultados al cabo de tanto tiempo, pues mucha gente aún piensa que son muy distintos, cuando, en lo esencial, son idénticos. Recientemente en el Congreso se les vio juntos, quizá por última vez. Tan diferentes, y sin embargo, una y la misma cosa. Los que creen que con Raúl va a cambiar algo sustancial, todavía no se han percatado de que es Jano sin barba.


Los comentarios son responsabilidad de quienes los envían. Con el fin de garantizar la calidad de los debates, Cubaencuentro se reserva el derecho a rechazar o eliminar la publicación de comentarios:

  • Que contengan llamados a la violencia.
  • Difamatorios, irrespetuosos, insultantes u obscenos.
  • Referentes a la vida privada de las personas.
  • Discriminatorios hacia cualquier creencia religiosa, raza u orientación sexual.
  • Excesivamente largos.
  • Ajenos al tema de discusión.
  • Que impliquen un intento de suplantación de identidad.
  • Que contengan material escrito por terceros sin el consentimiento de éstos.
  • Que contengan publicidad.

Cubaencuentro no puede mantener correspondencia sobre comentarios rechazados o eliminados debido a lo limitado de su personal.

Los comentarios de usuarios que validen su cuenta de Disqus o que usen una cuenta de Facebook, Twitter o Google para autenticarse, no serán pre-moderados.

Aquí (https://help.disqus.com/customer/portal/articles/960202-verifying-your-disqus-account) puede ver instrucciones para validar su cuenta de Disqus y aquí (https://disqus.com/forgot/) puede recuperar su cuenta de un registro anterior.