Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Los mensajes de la élite política cubana

Los discursos dados en la legislatura o en sus actividades aledañas contienen mensajes interesantes. Y es así porque en política lo importante no es lo que se dice sino lo que se quiere decir y con frecuencia no se dice

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Hace siglo y medio, cuando analizaba la desconexión del parlamento francés de las tumultuosas calles parisinas en plena revolución (“el rudo mundo real”), Carlos Marx habló del cretinismo parlamentario. Juro que el término me asalta cada vez que paso la vista por las sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular. En la pasada legislatura, en medio de una crisis económica que impide a la mayoría de los cubanos el acceso a las tres comidas de rigor, los diputados aprobaron dos leyes: una sobre la división administrativa de la provincia de La Habana y otra sobre seguridad vial. Y de paso organizaron una sesión especial para compartir los desvaríos seniles de Fidel Castro sobre temas tan diversos como el origen de la vida, los problemas de los teólogos, la guerra nuclear, las radiaciones atmosféricas, la sequía en Rusia y la maldad de Obama. Y, también de paso, para desplegar públicamente la más abyecta adulonería frente a un anciano que ya no sabe bien lo que dice pero conserva cuotas de poder. Y algunos diputados saben perfectamente dónde hay poder, aunque sea remanente, y cómo beneficiarse de sus migas.

En los dos días de sesiones y votaciones unánimes también se produjo una suerte de emulación de los dirigentes para lucir conservadores, compitiendo entre sí, y todos con el vicepresidente Machado Ventura, a cuyo discurso del 26 de julio —gris, reaccionario y aburrido como sólo él sabe hacerlo— colgaron nuevas arandelas ortodoxas. Así, tanto Raúl Castro como Murillo, su antiguo jefe de despacho devenido ministro de Economía, hablaron de la necesidad de producir una “actualización del modelo económico” y hacerlo desde principios socialistas, pero eso sí, sin apuros, con calma —”mucha calma” dijo Murillo—, con toda la calma permitida a quienes no sufren las tremendas precariedades de la vida cotidiana en Cuba. Nada de mercado ni de propiedad privada, recalcaron varias veces con una insistencia tal que yo mismo lo hubiera creído si no hubiera leído la comparecencia de prensa del ministro de Turismo, un tecnócrata poco dado a la filosofía, hablando de inversiones extranjeras, turismo de altos precios y ventas inmobiliarias.

Lo curioso es que ni Raúl Castro, ni su ex jefe de despacho se tomaron el trabajo imprescindible de definir cuál es el modelo que van a actualizar —hablar de un modelo económico vigente en Cuba es un desatino— y sobre todo cuáles son los principios socialistas que los van a guiar. Precisión esta última que no es nada teórica, si tenemos en cuenta que los dirigentes cubanos han definido al socialismo de todas las maneras posibles y que el último que habló de ello con insistencia fue Fidel Castro a fines de los 80s, mientras construía guarderías infantiles, pedraplenes y consultorios médicos con el dinero remanente de los subsidios soviéticos en extinción. Pero aún así, creo que los discursos dados en la legislatura o en sus actividades aledañas contienen mensajes interesantes. Y es así porque en política lo importante no es lo que se dice sino lo que se quiere decir y con frecuencia no se dice. Y la retórica —discursiva o factual— tiene siempre un objetivo enmascarante.

Si develáramos esa retorica altisonante, creo que hay varios mensajes que la élite política cubana está trasmitiendo a actores diferentes, nacionales e internacionales. La remisión de Fidel a ese sainete de mal gusto es uno. Otro, más importante, es que persiste la voluntad de producir un ajuste económico que redefinirá las relaciones entre el Estado y la sociedad, pero sólo parcialmente. Por un lado, va a traspasar al mercado una serie de responsabilidades con el lanzamiento a los inciertos predios del sector informal de un millón de trabajadores y con la paulatina eliminación de subsidios necesarios para compensar los misérrimos salarios que reciben los obreros cubanos. Pero al mismo tiempo, la élite política no tiene la menor intención de liberalizar la sociedad cubana, relajar los ominosos mecanismos de encuadramiento y control político y permitir el surgimiento de organizaciones sociales autónomas. Aspira a continuar exigiendo la lealtad política sin fisuras con la misma pasión como lo hacía cuando era capaz de proveer a esa sociedad una protección social efectiva al calor de los subsidios soviéticos.

No es una aspiración supernumeraria. La élite cubana —trátese de los inquietos chicos de Gaesa o de la parasitaria burocracia partidista— se conciben a sí mismos como detentadores monopolistas del poder, sin competencias permitidas. Y en este caso están diciendo al capital internacional que sólo ella podrá decidir los modos de inversión, los ritmos de la apertura y las áreas a disposición, sencillamente porque sólo ella posee el poder suficiente para garantizar la paz social y el mínimo de certidumbre que toda inversión requiere. Todo el que quiera participar de los dividendos de la “actualización del modelo”, tiene que negociar con la élite.

El menú lo ofreció el ministro de Turismo, curiosamente no en el pleno de la Asamblea sino en una comparecencia de prensa: varios proyectos de inversiones mixtas, 16 campos de golf, edificación de áreas residenciales para extranjeros con derecho a compras inmobiliarias, construcción de marinas y el arribazón de cruceros, que no mencionó pero que todo el mundo sabe inminente. Con ello Cuba intenta entrar en el turismo de alto nivel. Una oferta indeclinable que hace el sector tecnocrático militar al capital internacional que esté dispuesto a perdonar el pésimo récord político del sistema, pero aprovechar sus innegables ventajas: recursos humanos capacitados, el 40% de las playas del Caribe, cayeríos impresionantes, ciudades de rica arquitectura y un gobierno fuerte que garantiza que la insatisfacción social siempre tiene una puerta abierta en la cárcel de Boniato.

El sector tecnocrático militar ―con el Clan Castro al frente― sigue avanzando en su conversión burguesa, y ejercita, desde el monopolio del poder político, una acumulación originaria incompatible con la democracia, con el debate público y con una ciudadanía consciente de sus derechos. En su lugar aboga por lo que los tecnócratas cubanos han ofrecido desde los 90: corderos instruidos, diligentes, desorganizados y desposeídos. Este es el significado real de la “actualización del modelo económico sobre bases socialistas”. Como cínicamente llaman los dirigentes cubanos a sus metamorfosis capitalistas.

Como cándidamente algunos persisten en creerles también en nombre del socialismo.


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