Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Opinión, Represión, Cuba

Mientras haya Castro, habrá dictadura

El hombre que pudo llevar a Cuba al punto exacto desde donde podría iniciarse un cambio hacia la democracia es Fidel Castro. ¿Por qué no lo hizo? Sólo por seguir su “lucha antiimperialista”

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Es elemental que se puede nadar contra la corriente mucho tiempo, pero no para siempre. Igual de elemental es que ninguna dictadura es eterna. Asimismo es indubitable que tanto los que ostentan el poder en Cuba, como aquellos que medran de éste —lo mismo en las esferas políticas, como en las del pensamiento y las del arte y la literatura— saben que lo antes dicho es una ley que, como tal, se cumplirá tarde o temprano. ¿Por qué entonces —digo los que medran— persisten en fingir en unos casos y en otros en dar crédito a ideas que hoy saben caducas, estériles? Pues unos porque ya no tienen marcha atrás —la cuenta que deben es impagable— y otros porque sólo en el socialismo paternalista y censor de una buena parte de las artes y las letras venidas de “afuera”, pueden ellos destacarse; es decir, prefieren jugar con pelota de goma y recibir diplomas y medallas en aquellas ligas menores, que verse obligados a jugar en las Grandes Ligas a riesgo de desempeñar un papel discreto. ¿Y cuando llegue el momento de rendir cuentas? Nada. Ellos sólo eran soldados de fila; aceptarán las nuevas reglas y se incorporarán al estado de cosas que se establezca. Si, por ejemplo —aunque la comparación resulte exagerada—, después de la Segunda Guerra Mundial no eran pocos los soldados nazis que podían verse trabajando en una cafetería, un bar, una oficina. No habían sido más que simples soldados de fila.

¿Se rebelará en algún momento el pueblo de Cuba? No. Por las razones que todos sabemos: el estalinismo absorbe de tal manera a quienes están bajo su égida, que la población se halla inmovilizada, dependiente; cada cual vigila al de al lado y el de al lado vigila a cada cual. Y además, el pueblo está chantajeado por los organismos de poder que —representados en su mayoría, en la escala descendente, por personas que también son víctimas del chantaje— no le entregaría un ascenso laboral o el derecho a comprar una vivienda o la opción de aspirar a cosmonauta o desarrollarse como artista, a quien no cumpla al menos con las normas básicas impuestas por el estalinismo. Está preso, en la calle, el pueblo. Súmese que a lo largo de estos 51 años ha sido tan vasto el deterioro de la ética del cubano —lo cual no es tanto resultado de su propia razón de ser, sino de las normas impuestas por el régimen— que ya a estas alturas son infinidad de ciudadanos los que están, como suele decirse, “sucios”: algo han hecho, de buena o mala fe —o con una mezcla de ambos elementos, o pensando que cumplían con un deber— en el pasado, que exigiría el pase de cuentas del vecino, del ex subordinado, del alumno al que el maestro reprobó porque escribió “patria o muerte” así, con minúsculas iniciales. Si bien hoy, ninguno de aquellos “encartados” piense igual que entonces, cuando perjudicó al otro. Es decir, a nivel de cuadra, de ciudadano común, la isla de Cuba está saturada de cuentas pendientes. Y es natural que no pocos de los deudores teman que, desaparecida la dictadura, en alguna medida el acreedor vaya a cobrarle.

No descubro nada cuando afirmo que otras de las razones que impiden una reacción en cadena de la población cubana es la posesión, por parte de la dictadura, de todos los medios de información (que incluye a su principal adversario: Internet). Es imposible que se cree un “ambiente de insurrección” cuando lo que ocurra en una ciudad no traspase sus límites. Desde hace mucho tiempo se sabe que quien domina los medios de difusión lo domina todo, y ésta ha sido una de las premisas del comunismo desde que dio sus primeros pasos. Por otra parte, debemos considerar que una población inmersa en la lucha por la supervivencia no está capacitada para “abstracciones políticas”; poco le importa pensar a fondo, se trata de sobrevivir. Es muy vieja la máxima de que primero hay que comer y después pensar. Así la situación, si nos enfocamos sólo en los últimos años, no nos cansaríamos de reverenciar a varios cientos de cubanos que han manifestado públicamente su disentimiento a la par que han intentado hacerle llegar al mundo la verdad de la situación existente en la Isla, lo cual les ha valido la cárcel o el destierro, o ambas condenas. Pero una rebelión general del pueblo no debe esperarse, por las razones antes citadas. Pero, si aun así, el pueblo se sublevara, sería reprimido con todo; la sangre llenaría las alcantarillas. Esto se respira, está en el ambiente. Si se me permite una digresión: no es necesario importar esbirros. Los esbirros de Pinochet eran chilenos; los de Videla argentinos; los de Batista cubanos.

Ejercicios militares en la IslaFoto

Ejercicios militares en la Isla.

¿Será la Iglesia católica el elemento catalizador? No. La Iglesia no pasará de ser mediadora, y lo será sólo cuando el gobierno dictatorial lo necesite. ¿Podemos creer en una Iglesia que, en su momento, llamó a su feligresía a orar por la salud y la recuperación del “Presidente Fidel Castro”? ¿Cuántos llamados similares ha realizado la Iglesia católica cubana para orar por la salud y la salvación de los presos políticos? Al menos yo, no sé. Desde el siglo pasado, esta institución religiosa no se ha mostrado cercana al pueblo cubano o al menos a las capas más bajas de éste. A las misas en los templos urbanos solían asistir sobre todo la burguesía, la pequeña burguesía o acaso la llamada clase media. De este modo, la Iglesia católica en estos lugares no ha resultado más que un escaparate donde los miembros de estos estamentos han acudido a exhibir sus vestidos dominicales, sus prendas, y también su fe fingida ante el mayor altar que se ha establecido para el fingimiento. ¿Qué hijo de vecino, mal vestido, necesitado, habrá asistido a misa consetudinariamente en un importante templo católico de ciudad? Pocos, me atrevo asegurar. Es la Iglesia católica una institución con centro y bases en todo el país, pero de ninguna manera posee una feligresía masiva; si así fuera, los templos no alcanzarían para tantos devotos. No voy a dar detalles de la corrupción y la falsedad que la distingue, y asimismo obviaré las impiadosas anécdotas que hemos conocido sobre determinados sacerdotes (también, claro, hay sacerdotes que se comportan de manera contraria), porque eso, en sentido general, lo sabe todo el mundo. Que la Iglesia católica es un nicho de hipocresía, que es o puede ser una especie de gobierno colateral en cada país en que se halle, que es un poderoso mito o símbolo apto para jugar un papel decisivo en determinada coyuntura social o política, es cierto. Uno de sus haberes fundamentales es que, de los dogmas religiosos, ha sido el que más se ha flexibilizado con el paso del tiempo; así, por ejemplo, ha incorporado a su credo local a cuanta virgen haya aparecido en América Latina, lo que sin duda le ha dado poderío en estos pueblos donde tantas personas, las más pobres, no irán a misa pero adoran a su virgencita o sus virgencitas o sus santos patronos y, de paso, alaban a la Iglesia que reconoce a éstos. Así, en la actual situación de Cuba sólo podemos esperar de la Iglesia católica que haga su papel de gran estratega, sopesando uno y otro aspecto de la realidad e interviniendo sólo en caso de que la dictadura se lo pida o, de seguro, cuando llegase el momento en que ya la fruta —que han madurado otros— esté a punto de caer del árbol.

Como han afirmado algunos observadores, ¿las Fuerzas Armadas podrían jugar un papel preponderante en el derrocamiento del régimen? No lo creo. El Ejército cubano ha estado ideologizado desde siempre, el mando único está bajo las órdenes directas de Raúl Castro y hoy en día la élite militar goza de privilegios que son quimeras para el resto de la población. Por otra parte, hasta donde tenemos información, los ascensos de los militares son una cuestión de Raúl Castro —con el visto bueno de su hermano— hasta el grado de coronel; el ascenso a general o el de los generales a un grado más alto, sólo competía a Fidel Castro. Al menos yo no tengo noticias de que en la última década algún militar haya sido ascendido a general; aunque podría ser y no se haya dado a la luz pública. De cualquier manera, los generales castristas son de la “vieja guardia”, radicales, “fidelistas” de patria o muerte y no hay que ser un genio de la inferencia para agregar que además “comunistas aburguesados”. Son hombres acostumbrados a las órdenes del Comandante en Jefe, no creo que aceptarían un mandato proveniente de un civil.

De la mayor parte de la intelectualidad residente en la Isla no se puede esperar nada. La mayoría de esta mayor parte se ha acomodado en sus cargos, y en el caso específico de los creadores, como decíamos antes, están disfrutando de un poquito más de pan que el resto de la población a la vez que tienen un público cautivo para el consumo de sus obras.

De los más de dos millones de cubanos dispersos por el mundo, según cálculos, sólo a unos pocos les interesa lo que ocurre en Cuba, o para decirlo de otro modo: no han hecho ni harán nada para contribuir de alguna manera a la desaparición del régimen que los hizo abandonar su tierra. Ellos se han establecido aquí y allá y viven o sobreviven con sus familias, nostálgicos pero tranquilos, alejados de la dictadura. Salvo los grupos de intelectuales en el exilio que crean alguna organización, fundan alguna revista u organizan una manifestación para reclamar la democracia para Cuba, el resto se olvidó del asunto. Si bien no dudo que, si así fuera posible, pongamos por caso, cada cubano exiliado aportaría, sin pensarlo dos veces, 100 dólares para colaborar con la libertad de su patria. Esto resultaría en un total de 200 millones de dólares aproximadamente, y estamos tomando un aporte per cápita por lo bajo. Pongo este ejemplo hipotético porque ya sabemos que sin dinero —esto lo sabe bien Fidel Castro, quien recibió grandes sumas de una y otra parte, y aun pequeños aportes de lo más humilde de la población para llevar a cabo su revolución— no se puede aniquilar a un orden dictatorial establecido, y no me refiero específicamente a acciones bélicas. Claro, un régimen estalinista, como sabemos, aun cancela esta posibilidad.

Rememoran los 50 años de la entrada de Fidel Castro en La Habana, el 8 de enero de 2009Foto

Rememoran los 50 años de la entrada de Fidel Castro en La Habana, el 8 de enero de 2009.

El hombre que pudo llevar a Cuba al punto exacto desde donde podría iniciarse un cambio hacia la democracia es Fidel Castro. Cuando se produjo la extinción del campo socialista europeo —entre 1989 y 1991—, Castro sabía que todo estaba perdido, que el sistema al que se había sumado más de tres décadas atrás había demostrado su plena ineficacia. ¿Por qué continuó? Me atrevo asegurar: sólo por seguir su “lucha antiimperialista”. Esta lucha ha sido, desde su juventud, el norte principal que lo guía. No importa que para ello haya mantenido y mantenga a un pueblo de rehén. De modo que, mientras el tirano al menos balbucee, sería ingenuo esperar algún cambio democrático en la Isla. A principios de la década de 1990, cuántas veces lo escuchamos gritar: “Reformas de qué, en este país no habrá reformas hacia el capitalismo”, o “al enemigo no se le puede dar ni un tantito así”, o “no nos rendiremos jamás, seguiremos el curso del socialismo”. En 1993 —con dolor, aclaró el sátrapa— autorizó la tenencia de dólares y otras medidas de apertura para la economía interna. Luego dio marcha atrás y maldijo en sus discursos el ánimo capitalista de un segmento de los ciudadanos. En fin, la obsesión “antiimperialista” y el afán enfermizo de Fidel Castro de continuar fungiendo como el líder latinoamericano supuestamente en favor de los humildes —y que así se lo reconozcan amplios sectores de la llamada izquierda latinoamericana—, ha traído como resultado que las transformaciones democráticas en Cuba se hayan postergado al menos 20 años. Porque sabe el tirano que estas transformaciones son indefectibles, y esto resulta una acción de incomparable crueldad de su parte. ¿A qué se ha atenido entonces durante estas dos décadas, qué esperaba? A nada. Nada. Un obseso como él es aun capaz de intentar el remiendo del Dogma, lo cual, lo sabemos quienes no somos obsesos, es imposible. ¿Una guerra? ¿Esa guerra que ha anunciado durante cinco décadas? Esto lo hubiera salvado: la Isla se hubiera “hundido en el mar” y así él se hubiese sentido feliz al ver cumplido su sueño numantino. En fin, olvidémoslo: mientras Fidel Castro pueda hablar, aunque fuere por señas, en Cuba no habrá ni “Un tantito así” de democratización.

Otro elemento que debemos tomar en cuenta, y que es de todos sabido, es que ninguna de las dictaduras comunistas de Europa —por las razones ya antes apuntadas— desapareció debido a la rebelión de sus pueblos. ¿Por qué tendría que ser Cuba la excepción? ¿Qué premisas existen para pensar en tal posibilidad?

En mi opinión, sólo cuando Fidel Castro y su hermano desaparezcan, podrá pensarse en el regreso de Cuba al camino de la democracia. Y luego de eso, el país y la sociedad cubana necesitarán quién sabe cuánto tiempo para recuperarse, para insertarse en la “lógica humana”, para afianzar el civismo. Mas, llegado el fin de la tiranía, ¿sucederá en Cuba lo mismo que en la extinta Rusia comunista, donde hoy campea un régimen despótico, autoritario? ¿O será la concordia, el perdón para todo lo que sea perdonable y una libertad que propicie aquella república que hubiera querido José Martí: “Con todos y para el bien de todos”? Ya se verá.



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