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Modificaciones electorales: la próxima trama del castrismo

El pretender captar el pulso que mide la voluntad del ocupante de la Casa Blanca, en todo momento, ha sido una obsesión del régimen cubano

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El despotismo castrocomunista ha convertido en una industria el arte de confabular, atrevida y descaradamente. Su mayor reto siempre fue la durabilidad dictatorial, reposando sobre una ideología que apuntaba concretar los delirios generalizados de Rousseau que Marx y Engels supieron pulir y Lenin le añadió la coherencia práctica. La implantación, primero, de un régimen totalitario de corte comunista y luego su supervivencia, en plena Guerra Fría y a 90 millas de la antítesis sistémica y el soldado más apuesto en el bando contrario de esa contienda, no ha sido cosa fácil.

Cincuenta y siete años de dictadura ininterrumpida y sin arrepentimientos, es prueba que el castrismo ha sabido jugar el póquer de las relaciones internacionales a su favor, con mucha astucia. El control poblacional doméstico lo lograron con una mezcla criolla de terror (duro y suave), dádivas selectas y una propaganda majestuosa. Para el exterior, tanto la diáspora como el mundo libre, la distorsión de la realidad y la manipulación de las circunstancias, han sido permanencias en la racionalización estratégica del comunismo cubano. Nunca han escatimado los recursos necesarios para intentar asegurar que en ese juego de cartas global, las jugadas puedan ser predecibles y seguras. Espías y una gama de cortesanos han sido las fichas preferidas para intentar modular los acontecimientos en el orbe democrático, pero muy en especial, en Estados Unidos.

El pretender captar el pulso que mide la voluntad del ocupante de la Casa Blanca, en todo momento, ha sido una obsesión de la dictadura cubana. No es esta una obstinación meramente caprichosa. Tiene su sentido. Tanto el comunismo internacional como el cubano, han tenido experiencias muy diferentes dependiendo de quién ha sido el presidente norteamericano. John F. Kennedy dejó el legado de Playa Girón, el Muro de Berlín, Vietnam y la colocación de misiles nucleares ofensivos apuntando a territorio estadounidense (luego removidos a cambio de la reciprocidad en Turquía y un infame pacto no escrito de tolerancia). Jimmy Carter fue testigo bajo su reloj del banquete rojo en Centro América, las aventuras castristas en Angola y otras partes de África, Afganistán, el Mariel, el ascenso del islamismo radical chiita en Irán, et al.

Con Ronald Reagan, el ensayo de vida para los comunistas fue muy distinto. La política post Segunda Guerra Mundial de contención fue sustituida por una de reversión. Se cayó el comunismo soviético, el sandinismo, se salvó El Salvador, pararon las operaciones bélicas castristas en África, etc. En Granada vimos, con claridad, la valentía del comunismo cubano en ejercicio, cuando tiene delante a un presidente norteamericano comprometido con la promoción de la libertad y la voluntad para llevarlo a cabo. El hecho de que el actual presidente estadounidense sea antitético a Reagan, no es algo que se le ha escapado a la dictadura de los Castro.

El Presidente Obama quiere ir a Cuba. El dictador Raúl Castro quiere que vaya. La serie de inconvenientes como la habitual golpiza a mujeres que marchan pacíficamente por turbas paraestatales, la supresión sistémica de libertades civiles y políticas, la denegación de retornar a prófugos de la justicia norteamericana, la desestimación de indemnizar a los estadounidenses por lo que se les robó (entre $7 a $8 mil millones), el tráfico ilegal de armas con regímenes también delincuentes, son sólo algunas de las imprudencias que dificultan lo que quieren el presidente de EEUU y el dictador de Cuba. El misil secuestrado en Cuba desde junio de 2014 y recién revelado, en plena negociación con el gobierno de Obama, es ahora otra mancha más que complica la posibilidad de que el jefe ejecutivo de la democracia norteamericana pueda visitar la casa del tirano, honorablemente. Esto urge la gestación de otro espejismo para desviar la atención mientras pintan otro cuadro que falsifica la realidad.

El castrocomunismo se siente cómodo en el molde estructural del comunismo asiático, e. g., China, Vietnam. Una economía mixta dentro de un Estado leninista que retiene los matices retóricos de una ideología radical, encaja muy correctamente el prototipo generalizado practicado en Cuba desde la década de 1990 (distanciando grados de intensidad con los modelos chino/vietnamita). El oxímoron personificado que es el titulado modelo de “economía de mercado socialista”, busca increpar sólo el entorno económico y hacer desaparecer nociones de algo de liberalización en lo político. El problema para el despotismo cubano con el comunismo asiático es la geografía, la fuerza de su diáspora y la historia.

La nación cubana exiliada es considerablemente más próspera y productiva que Cuba intramuros. En adición a eso, la democracia ha sido el modelo político en que ha vivido. Quien ha formado parte de una sociedad libre, entiende sin ni siquiera saberlo que la libertad es un derecho, por natura, irrenunciable. La dictadura castrista y la administración de Obama tendrán que vencer ese extraordinario obstáculo. Tienen que ir a un modelo que, al menos, sea un simulacro de una “democracia”.

El concentrar la retórica en simplismos vacíos cuya premisa reposa exclusivamente en lo económico, en “oportunidades” prometidas y quimeras de una “sociedad civil” que es invisible e inalcanzable dado las grietas del modelo político cubano actual, es la fórmula de mercadeo que ha confeccionado la dictadura cubana con el gobierno de Obama hasta el momento. Tienen que ir un paso más.

Algunas mentes más desprendida del fanatismo oficialista, sin duda comprenden que el premio grande y a largo plazo es una “normalización” completa y verdadera para ellos (la dictadura). Esto requiere dos cosas: (1) el derrumbe de las sanciones (embargo); (2) la aceptación/tolerancia de facto de su modelo dictatorial. Este segundo punto obliga una fabricación de algo de jure, que en el ejercicio concreto sirva para ofuscar la realidad dictatorial y ofrezca una salida con la aparición de una pseudo “democracia”. La legalidad socialista cubana anunciará la tolerancia de una oposición leal y tendrán votaciones que servirán como un agente legitimador, pero nunca un escenario para la competencia libre por el poder político.

Con el titulado socialismo del siglo XXI jugándose su futuro en Venezuela, estamos viviendo la prueba de fuego para este prototipo autoritario, relativamente nuevo, que sobrelleva la existencia de una oposición pero cuyo sistema electoral y sus instituciones están doblegadas al poder dictatorial que anula cualquier posibilidad de que existe una opción viable de cambiar de gobierno, mucho menos de régimen. Hay que recordar que en el caso venezolano y las últimas elecciones legislativas, la variable de las fuerzas armadas que en esta ocasión desobedeció el mando chavocastrista, hizo la diferencia. La lucha de poderes que estaremos viendo en la patria de Bolívar, nos facilitará un mejor entendimiento hasta qué extremo el castrocomunismo estará dispuesto a flexibilizar su nuevo y venidero modelo electoral.

¿Cuándo lo anunciará la dictadura? Nos enteraremos en las páginas de The New York Times. Ese ha sido la manera que se ha hecho. Un editorial o más y luego cuando esté determinado que el público está listo, pues la bomba de sorpresa. Ya el Presidente Obama le envió una señal a la dictadura castrista en su entrevista del catorce de diciembre del año pasado con Yahoo News que quiere ir a Cuba y que necesita una justificativa meritoria al ojo que examina poco. La tiranía fue rápida en contestarle al mandatario norteamericano. Le dijeron que puede ir cuando quiera, siempre y cuando no los molesta con reproches por ser una tiranía. Obama, sin embargo, pese a lo innegable de ser la de él, una presidencia imperial, tiene que mantener cierto decoro y es, al final, un año de elecciones en EEUU.

¿Quiénes compondrán esa “oposición leal”? Ya fueron escogidos y están en proceso de espera, aunque ellos mismos no lo sepan. Por seguro, todos ellos están o estarán en ese momento, virulentamente en contra de las sanciones al régimen que le ha concedido el espacio para aparecer. Enunciarán su inclinación por una amnesia generalizada que intente borrar los crímenes de lesa humanidad que la inhumana tiranía ha cometido. Aplaudirán la piñata cubana y favorecerán el mutismo ante la cuestión de quitarles a la cúpula dictatorial lo que se han robado a mansalva. Por supuesto que serán entusiastas estruendosos de las relaciones entre el despotismo cubano y EEUU. No se pronunciarán en público contra cambios sistémicos, sino ajustes al actual modelo. Atacarán a la verdadera oposición virulentamente. El castrocomunismo los premiará.

El curso de la historia, sin embargo, no va a detener el inevitable cambio sistémico e integral que Cuba relama. La democracia es mucho más que votaciones. El simulacro que la dictadura cubana está elaborando en estos momentos tendrá, calculablemente, el apoyo de la actual administración norteamericana. Eso es la alfombra roja que Obama busca. ¿Por qué no va pensar La Habana que pueden engatusar a EEUU con una rudimentaria simulación de una “democracia”?


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