Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Reformas, Cuentapropismo, Economía

Nueva versión de la Ofensiva (contra) Revolucionaria del 68

Los negocios privados compiten con las empresas estatales en dos sentidos: la calidad de sus servicios y salarios que ofrecen

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La Ofensiva (contra) Revolucionaria del 68 “nacionalizó” todos los pequeños negocios que quedaban después del triunfo de la revolución de 1959. Según datos del propio Granma de entonces fueron confiscados 55.636 pequeños negocios: 11.878 bodegas, 3.130 carnicerías, 3.198 bares, 8.101 establecimientos expendedores de comidas en sus distintas formas, 6.653 lavanderías, 3.643 barberías, 1.188 reparadoras de calzado, 4.544 talleres de mecánica automotriz, 1.598 artesanías y 3.345 carpinterías.

La apertura al trabajo libre, privado y asociado, con altas y bajas, con la que jugó Fidel Castro obligado por las incapacidades del sistema creído socialismo desde Stalin y la caída de la URSS, fue ampliada limitadamente con la llegada de su hermano a la presidencia. A pesar de los altos impuestos, las múltiples trabas, regulaciones, multas y la ausencia de un mercado mayorista, el trabajo libre creció y generó también miles de empleados asalariados en pequeños negocios capitalistas Según diferentes cálculos, siempre cuestionables en Cuba por la falta de transparencia, este sector emplea el 10 % de la fuerza de trabajo.

Pero lo más importante: esos negocios han plantado una fuerte competencia a las empresas estatales en dos sentidos: por la calidad de sus servicios y por los ingresos y salarios que ofrecen. Por eso muchos consumidores prefieren esos servicios y miles de trabajadores calificados han emigrado del Estado a esos pequeños negocios, algunos de los cuales se han convertido en emblemáticos, han generado un sector empresarial próspero y un ligero aumento del bienestar en esos grupos que genera escozor en los burócratas.

Para los extremistas del sistema, esa apertura implica la aparición de una clase pudiente, independiente de la burocracia que podría asumir intereses políticos propios. Ellos aducen que eso es lo que buscaba Obama con el empoderamiento de los emprendedores y que Trump también parece haber comprendido. Suficiente para considerar que son “engendros estratégicos”, “caballos de Troya”, del imperialismo contra el “socialismo”.

Esta nueva etapa de la “ofensiva (contra) revolucionaria”, anunciada en Granma con el cierre definitivo e indefinido de varios tipos de licencias, llega después del “ablandamiento” del terreno iniciado con la famosa “bienvenida” de Fidel al anterior presidente de Estados Unidos en “El hermano Obama”. Está inspirada en el miedo para unos y otros la asocian a las últimas medidas de Trump contra el monopolio comercial del aparato económico del Ejército, GAESA, como si los emprendedores fueran parte del “enemigo imperialista”.

En esas opiniones hay razón; pero el fundamento de ambas “ofensivas” radica en que el capitalismo monopolista de Estado que esconde el estatal-socialismo, por principio, es renuente al desarrollo del trabajo libre, privado o asociado y al capitalismo independiente, porque es incapaz de sostener la competencia económica fuera de sus monopolios. Su inevitable autodestrucción es acelerada por estos “agentes externos”, por cuanto erosionan la base económica del sistema: el estatalismo asalariado.

Es por ese motivo que nunca el trabajo privado ha sido permitido ampliamente, que el cooperativismo está muy constreñido a empresas paraestatales y que el capital extranjero está atado a un sinnúmero de normas y regulaciones y solo es permitido dentro de los términos que permite la “cartera de negocios” del Estado e impedido de hacer libre contratación.

Nadie se extrañe que después de este cierre “indefinido” a nuevas licencias, vengan otros movimientos abiertos o encubiertos en “inspecciones”, donde se apliquen otras variantes confiscatorias como en el “Plan Maceta”, desarrollado contra el mercado libre campesino poco antes de iniciarse el Período Especial, en un nuevo ciclo de violencia económica.

Los “economistas” del entuerto socialista nunca entenderán que el estatalismo asalariado es ineficiente por naturaleza propia, y ante la crisis sistémica pensaron que podrían permitir el trabajo libre de cuentapropistas, cooperativistas y el de pequeños capitalistas, bajo controles del Estado, maniatados por regulaciones y apresados en las redes de los monopolios estatales del mercado.

Nunca supieron que el trabajo libre privado o asociado y el capital privado, no solo necesitan libertad de mercado, sino que la generan para sobrevivir, porque es su modus vivendi y por eso se salieron de todos esos esquemas y han buscado y encontrado vías alternativas de suministro y hasta de mercado dentro del país y fuera del mismo, con líneas estables de suministros e intercambios que el estado nunca fue capaz de organizar para sí mismo.

Este nuevo ciclo de la Ofensiva Revolucionaria es una demostración más del fracaso del socialismo estalinista y su estatalismo asalariado. Y al igual que hace en lo político, con la represión contra los opositores y la disidencia socialista, en lo económico solo es capaz de sobrevivir a base de violencia y opresión contras las formas no estatales de producción, incluidas las propias libres de la sociedad pos capitalista.

No es casual que hoy la represión política y la económica se manifiesten juntas abiertamente. Es la demostración de la crisis terminal del sistema. Los elementos del oficialismo más convencidos de la necesidad de cambios, la disidencia socialista y la oposición, podrían encontrar en esta situación un espacio para el diálogo y la búsqueda de una solución negociada, política y democrática, en la que quepamos todos, en evitación de males mayores, como el que atraviesa Venezuela. Pero ello demanda la salida de la vieja guardia del gobierno y el partido.


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