Actualizado: 28/03/2024 20:04
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Legitimidad, Economía, Cambios

Sociólogo cubano Juan Valdés Paz analiza el futuro de la Isla

“Hasta el momento, los resultados de estas medidas [de Raúl Castro] han sido limitados: algunas mejoras en los indicadores macroeconómicos y poca incidencia en la vida cotidiana”

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El portal informativo de la Casa de las Américas, La Ventana, reproduce una entrevista al sociólogo y politólogo cubano Juan Valdés Paz, publicada originalmente en la revista de la editorial española El Viejo Topo.

CUBAENCUENTRO publica ahora algunas de las preguntas y respuestas de dicha entrevista, con el fin de contribuir al conocimiento actual de los diversos puntos de vista existentes dentro del pensamiento de los intelectuales residentes en la Isla.

Valdés es autor de numerosos textos. Sus dos últimos libros publicados son El proceso de organización agraria en Cuba. 1959-2007 y El espacio y el límite. Ensayos sobre el sistema político cubano.

A continuación, las primeras tres preguntas y respuestas:

Desde hace algún tiempo recibimos noticias de que se van a producir, o se están produciendo, cambios en Cuba. ¿Qué es realmente lo que está cambiando?

En Cuba, en todas las esferas y con distintos ritmos, todo está cambiando. De hecho la sociedad cubana actual es muy diferente de aquella de los años ochenta, aunque también se puedan señalar algunas semejanzas. Esos cambios han sido el “efecto combinado” de los impactos de la crisis de los años noventa —de la cual no nos hemos recuperado aún—, de las estrategias para superarla y de las reformas actuales. Por otra parte, aunque estos cambios parecen estar centrados en la esfera económica, también se manifiestan en la esfera política, civil e ideológico-cultural.

Vayamos entonces por partes. Empecemos por el final: los cambios en el terreno ideológico-cultural.

Respecto de estos cambios tenemos que distinguir, en general, los que ocurren en los estratos dirigentes del Partido y el Gobierno de los que se producen en la población. Los primeros perdieron con el derrumbe del campo socialista europeo el discurso escatológico y triunfalista, de inspiración soviética. La segunda, la población, la confianza en la irreversibilidad de la Revolución y, en parte, la laminación del estrecho vínculo entre la suerte del país y sus destinos personales.

¿Y entonces?

Por suerte, el discurso oficial encontró en el nacionalismo radical cubano y en el pensamiento de Martí una oportunidad de reconversión. La población, a pesar de sus nuevas incertidumbres, intuyó que solo el régimen revolucionario podría garantizar los intereses de la nación y de sus grandes mayorías. A su vez la Dirección política entendió que solamente la preservación y desarrollo prioritario de la cultura nacional —identidad, libre creación, inclusión, etc.— permitiría superar la crisis, resistir al enemigo externo y asegurar la continuidad del proyecto de nación.

Últimamente se han producido cambios en la política económica supuestamente destinados a paliar esas dificultades. ¿Lo están consiguiendo?

(…)

El país se encuentra inmerso en un proceso de reforma económica –término que no utiliza el Gobierno– bajo un programa de medidas conocido popularmente como los “Lineamientos”. Estas medidas se pueden agrupar como: de ajuste macroeconómico, de desregulación y de cambios estructurales. Las primeras se orientan a reequilibrar las cuentas nacionales y mejorar el crédito externo; las segundas a redinamizar la economía, completando su recuperación de la crisis de los años noventa y favoreciendo un nuevo ciclo de desarrollo; y las terceras a promover un nuevo modelo económico de base socialista.

¿Con qué grado de éxito?

Hasta el momento, los resultados de estas medidas han sido limitados: algunas mejoras en los indicadores macroeconómicos y poca incidencia en la vida cotidiana de la población. A ello ha contribuido un entorno internacional adverso —del cual forma parte inseparable el prolongado bloqueo económico de EEUU sobre la Isla— y la insuficiente movilización de los recursos internos en que se basa la estrategia económica en curso. De hecho, el crecimiento del PIB en los últimos años no ha rebasado el 2 % anual y el nivel de consumo ha crecido aún menos. Quizás lo más importante de las reformas sea la preservación de la política social de la Revolución.

(…)

Sin embargo, por lo que sabemos, algunos dirigentes ven con simpatía el modelo chino. ¿Te parece que ese modelo prosigue teniendo el socialismo como principal referencia?

Como sabes, todas las experiencias históricas del socialismo en el siglo XX fueron, con mayor o menor divergencia, tributarias del modelo soviético. Ahora los chinos declaran que llevan adelante su experiencia socialista mediante una economía de mercado a la cual definen como un socialismo con “características propias”. Esta fórmula le ha permitido a todos los que se reclaman del socialismo proponer sus versiones nacionales como la más adecuada a sus condiciones. Si bien ya nadie alude a un modelo universal de socialismo, de hecho todas las experiencias en curso coinciden en un mayor papel del mercado en su modelo económico.

Los dirigentes e intelectuales cubanos saben que el modelo chino se atiene a características que no existen en Cuba ni por asomo. Pero a algunos sectores les atrae el acelerado crecimiento de ese país como resultado de su apertura al mercado y a la inversión extranjera, entendiendo que podrían contener esa apertura en el marco de una planificación central y bajo la tutela de un sistema político encabezado por el Partido de vanguardia.

Los chinos que se declaran socialistas, entre ellos el PCCh, parecen creer que solo el desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas, la adecuación a las condiciones de la mundialización, el poder efectivo de una gran potencia y un mayor nivel de bienestar de su población les permitirá alcanzar las “premisas materiales” del socialismo, el cual ven, en todo caso, como un proceso secular. Parte del costo sería instaurar en su sociedad un mayor patrón de desigualdad.

Si descartamos tan largo plazo, este parece ser el “modelo” que inspira a parte de la izquierda internacional y también a sectores cubanos comprometidos con proyectos de reformas. No obstante, creo que la visión predominante en la dirección del país es que hay que tener en cuenta todas las experiencias y crear una versión autóctona del socialismo.

En el mundo occidental las noticias sobre los disidentes cubanos, opositores al régimen, son recogidas en los medios de una forma tal que parecen tener un peso importante en la Isla. ¿Cuáles el peso real de la disidencia?

Dejando a un lado el desafortunado uso del término disidencia para denominar la oposición a los regímenes establecidos, independientemente de su legitimidad y reconocimiento popular, en el caso cubano habría que distinguir la oposición ideológica y programática que existe independientemente de intereses foráneos, de aquella vinculada de manera directa o indirecta a la política de otras potencias, principalmente de EEUU. En mi opinión, ambas oposiciones son minoritarias y disponen de escasa legitimidad.

Más preocupante para la hegemonía de la Revolución es el estrechamiento de su base de apoyo popular activo en la medida que se prolonga el período de recuperación económica y social del país, las reformas en curso no concluyen y la sucesión política generacional se dilata.

Ese estrechamiento... ¿afecta a todas las capas sociales? ¿Qué piensan la mayoría de jóvenes?

Los “jóvenes” cubanos se hallan en una sociedad en la que coexisten hasta seis generaciones políticas y en la cual los menores de 30 años solo alcanzan el 30% de la población. Aunque no se dispone de estudios de campo, este “estrechamiento” es menor en las primeras dos generaciones y ascendente en las generaciones siguientes. Se podría decir que de estas generaciones, las tres primeras vivieron mejor que sus padres, la cuarta igual que sus padres y las dos últimas peor que sus padres. Es de suponer que, en grandes números, estas condiciones generacionales hayan influido en el grado de compromiso con el régimen revolucionario o con sus estrategias políticas. Considero que la “última ratio” que sustenta el compromiso de cada una de estas generaciones es la identidad y defensa de la nación cubana.

En cuanto a qué piensan los jóvenes, generacionalmente hablando y más allá de sus veleidades, creo que los contenidos más importantes son: las críticas no saldadas con la experiencia histórica de la Revolución; su limitada presencia y participación en el poder político; y el sentimiento de que sus expectativas ya no podrán realizarse o tienen un horizonte lejano, en las actuales condiciones de la sociedad cubana.

¿Por qué un horizonte lejano? ¿Es que eres pesimista sobre los derroteros por los que puede transitar la evolución del régimen?

El “horizonte lejano” se refiere a los problemas estructurales de la economía cubana, que no serán fáciles de superar en el marco de un proyecto de sociedad no capitalista. De hecho, las reformas económicas en curso tratan de devolver a la economía nacional su viabilidad en condiciones externas e internas sumamente adversas. Una mayor integración a la economía regional latinoamericana y caribeña sería una condición favorable.

Mi vinculación a medio siglo de la Revolución cubana me hace más optimista que pesimista, pero uno u otro estado de ánimo no me impiden ver los enormes desafíos presentes y futuros que ella deberá enfrentar. Los pesimistas suelen compartir el criterio de que la Revolución concluyó con su primer ciclo de transformaciones estructurales más o menos a mediados de los años setenta; desde entonces reproduce su propio régimen. Los optimistas retienen la visión de que mientras los “objetivos históricos” del proyecto nacional y socialista cubano no se hayan alcanzado, la Revolución estará inconclusa y su proyecto vigente. Obviamente, aquí se introduce el problema de la interpretación que cada generación hará de tales objetivos y de las vías para alcanzarlo. Pero en el escenario histórico actual la continuidad de la Revolución aparece vinculada a la existencia de un poder soberano y popular, a la legitimidad del régimen y a la hegemonía cultural alcanzada por éste, en la cual se incluyen los “tres miedos”, a saber: miedo a perder la soberanía nacional; miedo a perder las conquistas de la revolución; y miedo al capitalismo que visiblemente nos tocaría, sea este a la “mexicana” o a la “dominicana”.


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