Actualizado: 28/03/2024 20:04
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La opinión de...

«Raúl no será Gorbachov, pero podría ser Andropov»

Jorge G. Castañeda, Manuel Cuesta Morúa y Pablo de Cuba Soria. Analistas opinan sobre la situación actual en Cuba.

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Jorge G. Castañeda
Ex ministro de Relaciones Exteriores de México.

La crisis de salud de Fidel Castro ha dado lugar a muchas especulaciones. Es evidente la analogía con otros líderes semejantes: Stalin, Mao o Brezhnev. Todo en Cuba desde hace 50 años depende de un hombre, y ese hombre depende de su salud. Como es imposible saber qué pasará hasta que pase, toda especulación sobre el desenlace fatal es ociosa.

Probablemente, el libro reciente más pertinente para el caso es el de Brian Latell After Fidel: the inside story of Castro's regime and Cuba's next leader, publicado a finales del año pasado. Latell lleva cuarenta años tratando de entender (ahora, desde la Universidad de Miami) lo que pasaba, lo que pasa y lo que pasará en Cuba. Dicho sea de paso, si los últimos siete gobiernos de Estados Unidos le hubieran hecho caso, quizás no se encontrarían hoy frente a un abismo en Cuba.

Latell llega a una serie de conclusiones sobre Raúl Castro muy sugerentes y que se han ido verificando en los últimos meses, conforme Fidel iba entregando paulatinamente las riendas del poder a su hermano, puesto que su salud iba decayendo desde hace un año.

El ex analista de la CIA describe a un Raúl que ha vivido a la sombra de su hermano, bajo su férula y dominado por un complejo de inferioridad, pero que, en otras circunstancias, podría cambiar radicalmente. En lugar de ser Raúl El Terrible —el de la persecución homofóbica, los juicios al general Ochoa y al coronel De la Guardia en 1989, la persecución de disidentes y la disolución del Centro de Estudios de América—, puede surgir Raúl El Compasivo: el de los contactos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) con militares de Estados Unidos, el de la eficiencia económica en las empresas del Ejército, el de una actitud más tolerante... En una palabra, el reformador, aunque nada democrático, del postfidelismo.

Tampoco exageremos: Raúl no va a ser Gorbachov, porque la democratización de Cuba implicaría la autodestrucción del régimen. Pero puede ser Andropov, si Latell o Norberto Fuentes tienen razón.

Aunque si, en realidad, Fidel no está tan enfermo y se retiró para supervisar la sucesión en vida, entonces Raúl puede ser Michael Corleone con don Corleone todavía vivo. Y ése sí que sería un cambio, menos de lo necesario pero más de lo esperado.

Lo que en todo caso parece seguro es que la era de Fidel Castro ha llegado a su término: término biológico o término político. Si, como no puede más que deseársele a cualquier persona, Fidel sobrevive a la intervención quirúrgica, hay muy pocos observadores de la escena cubana que consideren factible su retorno al poder absoluto. Y si, fatalmente, no sobreviviera, pues ni hablar.

La piedra de toque, como hubiera dicho el viejo Lenin, va a ser sin duda el tema de las elecciones. Parece inevitable que la comunidad internacional insista en que cualquier transición en Cuba debe, por lo menos, desembocar en elecciones libres, equitativas y competitivas para resolver la cuestión del poder. Digo desembocar porque podría no empezar por ello, pero sí tiene que terminar en ello.

¿Cómo evitar el derramamiento de sangre y al mismo tiempo lograr el avance democrático? ¿Cómo evitar que la sociedad cubana se fracture sin que ello implique abandonar principios fundamentales? En el fondo, ése es el verdadero reto para Raúl Castro, para Cuba y, sin duda, para América Latina y Estados Unidos, que nunca han estado ausentes de las luchas internas cubanas y no lo estarán en esta nueva coyuntura.


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