Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Libreta, Abastecimiento, Alimentos

La libreta eterna

“Con la libreta nadie puede vivir, pero sin la libreta hay mucha gente que no puede vivir”, dicen muchos cubanos en la actualidad

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Ha terminado en una larga agonía. Una muerte por adelgazamiento aplazada. Y no hay gran mérito en ello. La llamada “libreta de abastecimiento” en Cuba, es no solo un símbolo del fracaso del sistema imperante en la Isla, sino también ejemplo de las contradicciones que, en ocasiones, paradójicamente contribuyen a dilatarlo, aunque sea de una forma indirecta.

La cuestión fundamental es que la libreta tiene dos aspectos, aunque se tiende a enfatizar uno y olvidar el otro. Siempre se la menciona como el instrumento que regula la cantidad que se puede adquirir de un producto alimenticio, desde frijoles hasta alguna mezclada denominada “café” por el régimen. Esta función reguladora y restrictiva es objeto de crítica, en Cuba y Miami desde hace décadas.

Pero hay otra función que cumple dicho documento regulador, y es la de canasta básica de alimentos: un medio que permite la adquisición de alimentos subsidiados. En este sentido libretas o cartillas similares han existido en otros lugares, y siempre se les ha visto en un sentido positivo. De hecho, si la cubana termina por desaparecer, es posible que el Gobierno se vea obligado a poner en práctica alguna forma de subsidio, para un grupo básico de alimentos, destinado a las familias menos favorecidas.

El gobernante Raúl Castro se refirió años atrás a este sentido, y no a la función igualitaria que con poco éxito la libreta ha desempeñado durante décadas.

Resultó conveniente cuando se impuso un enfoque más realista sobre la situación en la Isla, y comenzaron a publicarse cifras más cercanas a la realidad en cuanto a datos productivos, así como críticas puntuales a establecimientos, entidades y normas. Pero ese enfoque realista no ha ido muy lejos al no aplicarse a profundidad las reformas necesarias para superar las deficiencias.

Hoy la libreta solo resuelve, a duras penas, la alimentación por algunos días, y continúa provocando rechazo, en ocasiones más que cualquier otro sentimiento y opinión, pero en la práctica el cubano se ha visto obligado, cada día más, a prescindir de ella por lo inútil. Ese abandono involuntario —producto de la necesidad y no de la abundancia— ha relegado a la libreta a un segundo o décimo plano, sin que por ello se haya logrado aún relegarla al olvido.

Desde el inicio hubo una confusión semántica, alimentada por el propio Gobierno cubano, en que la libreta fue al mismo tiempo “de racionamiento”, una terminología preferida por el pueblo y en especial por la ciudadanía descontenta, y libreta de abastecimiento, nombre utilizado por las instancias gubernamentales. Pero en teoría el racionamiento implicaba la existencia de artículos que la población tenía el derecho a adquirir de forma regulada para lograr una distribución igualitaria. Racionar era un mecanismo de distribución social que soslayaba el dinero en favor de brindar un reparto equitativo. Mientras que el abastecer se fundamentaba en la capacidad del Estado para darle a los ciudadanos lo necesario para la satisfacción de sus necesidades.

De esta manera, el concepto de racionamiento imperó durante los primeros años del triunfo revolucionario y partía del fundamento del reparto de lo existente. A partir de que ese “existente” fue languideciendo o desapareció, primó el concepto de abastecer en base de la creación material por parte del Estado. Solo que dicha creación nunca ha pasado de una ilusión y la libreta nunca ha dejado de ser un modelo distributivo más cercano a la ciudad amurallada y rodeada por el enemigo, que extiende al máximo lo poco que conserva o que logra burlar el cerco (y de ahí el uso del término “bloqueo”) simplemente con el objetivo de sobrevivir.

El gobierno de Raúl Castro ha intentado romper este cerco con el establecimiento de lo que vendría a ser una ciudad o un mundo paralelo, donde la distribución pierde su carácter de protección y se limita a la práctica de la ley de la selva: los más aptos comen y los demás mueren, languidecen o son comidos.

Por supuesto que ambos mundos producen situaciones de ansiedad en la población. Si se depende de la libreta nunca se sabe que será abastecido, incluso en los renglones más habituales de distribución mensual, y el sujeto vive a expensas de la capacidad del Estado —léase Gobierno— para cumplir su función, incapaz de ejercer su voluntad y presa del sometimiento. Por otra parte, el otro mundo le permite actuar de acuerdo a sus capacidades —dentro, por supuesto, de los límites establecidos—, pero lo condena a otra angustia: la falta de apoyo y el recurrir solo a uno mismo. La libreta desaparece y vuelve a regir la ley de la oferta y la demanda.

El que la libreta nunca se limitara solo a una medida económica, sino que fuera esgrimida como norma política, le sirvió al régimen para acrecentar todo tipo de desviaciones sociales —donde la envidia y el resentimiento jugaron un papel fundamental—, y por ello siempre ha sido ajena al supuesto objetivo igualitarista bajo el cual fue creada.

De ahí que en la actualidad la libreta —ese documento burdo, casi siempre sucio y gastado por el uso— continúe formando parte de esa amalgama de limitaciones y desaciertos que caracterizan a la situación cubana actual, en lo social, económico y político. Es cierto que brinda unos pocos productos con un valor de cambio subsidiado. Pero al mismo tiempo, los precios de los mismos artículos, cuando se adquieren “por la libre” son excesivos, incluso en comparación con el mercado norteamericano. Esto, por supuesto, sin tomar en consideración la diferencia abismal entre los salarios entre las dos naciones.

Como los productos por la libreta no cubren ni remotamente las necesidades mínimas y el problema de la falta de alimentos en los establecimientos estatales es ya una situación endémica en Cuba, el Gobierno ha intentado organizar un poco mejor la economía, combatir la corrupción e incentivar ciertos sectores productivos como el campesinado. Hasta ahora, con resultados muy limitados.

En buena medida, lo que impide el avance tecnológico es el tratar de mejorar un modelo obsoleto. Es como empeñarse en echarle aceite a los ejes de una carreta tirada por bueyes, con la ilusión de que va a poder competir favorablemente contra un tractor.

La conclusión es que, al tiempo que el aparente esfuerzo por disminuir o eliminar la hipertrofia de la superestructura gubernamental de la Isla se ha convertido en una especie de “mover fichas”, sin resultados notable, tampoco se han realizado otras trasformaciones que se requieren para iniciar al menos la adecuación de la estructura económica a la realidad del país, desde la disminución del número excesivo de centros universitarios hasta el traspaso de ciertas funciones del comercio minorista y mayores servicios a manos privadas, más allá de restaurantes, peluquerías y reparaciones de artículos caseros y personales.

Tras las primeras esperanzas de cambios, además del uso de la represión, el Gobierno de Raúl Castro depende cada vez más, para su legitimidad, de la herencia revolucionaria legada de su hermano y no de una eficiencia pretendida y no alcanzada.

La libreta “se ha venido convirtiendo, con el transcurso de los años, en una carga insoportable para la economía y en un desestímulo al trabajo, además de generar ilegalidades diversas en la sociedad”, dijo Raúl Castro al comienzo de su mandato, cuando hablaba de la eliminación de “subsidios y gratuidades indebidas”. Por entonces se pensaba que la nueva política sería subsidiar a personas con bajos ingresos, ya no productos. Pero poco o nada se ha avanzado en este sentido.

“Con la libreta nadie puede vivir, pero sin la libreta hay mucha gente que no puede vivir”, dicen muchos cubanos en la actualidad.

En marzo de este año, el programa humorístico cubano Vivir del cuento realizó un sketch en que el personaje “Pánfilo” soñaba que había desaparecido la libreta de abastecimiento.


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