Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Literatura, Represión, Censura

Advertencias del rehabilitado

El hallazgo de unos poemas de Antón Arrufat que nunca se han publicado en Cuba, pone en evidencia la mano de la censura que los eliminó del libro del cual formaban parte

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Es usual e incluso yo diría que lógico que los escritores, al arribar a determinada edad o determinada etapa de su trayectoria literaria, hagan una selección natural al reunir su obra. Es lo que han hecho muchos poetas, cuentistas, ensayistas. Eso explica que cuando pasamos revista a esas compilaciones solemos hallar omisiones. Por ejemplo, en 1969 Virgilio Piñera publicó el libro La vida entera, donde recogió lo que él consideraba el cuerpo único de su poesía. El criterio tan severo aplicado por él se debió, según aclara, a que siempre se consideró “un poeta ocasional”. Un juicio con el cual lectores y críticos no estarían de acuerdo. Más lejos fue mi admirado Borges, quien al editar sus obras completas eliminó, además de numerosos poemas, un libro completo, El idioma de los argentinos.

En otras ocasiones, sin embargo, el hecho de que ciertos textos sean excluidos no responde a una decisión de su autor. Para ilustrarlo voy a volver a La isla en peso. Al final del libro, Piñera incluyó una página titulada Fuentes, donde indica dónde aparecieron por primera vez los poemas o bien aclara cuáles son inéditos. Entre los tres que se publicaron en la revista Orígenes, aparece “Paseo del caballo”. Acudo entonces al índice y… ese poema no figura. Por un descuido del censor, su intromisión ha quedado puesta en evidencia. Uno puede imaginar el argumento que pudo haber usado Piñera para defender su texto: Pero si ese poema apareció en abril de 1945 en Orígenes. Eso no fue suficiente para convencer al Torquemada de pacotilla, que no quiso correr el riesgo de que, dada la personalidad controversial de Piñera, se identificase al caballo del título con… Bueno, ustedes ya saben con quién, así que me ahorro el nombrarlo. Hace unos años publiqué en este mismo periódico un trabajo en dos entregas sobre la censura, de modo que no es ese el tema del cual me voy a ocupar en esta oportunidad.

El propósito de estas líneas es otro: dar a conocer un hallazgo que se relaciona directamente con esa antiquísima tradición de aplicar las tijeras a aquello que es inconveniente para las esferas del poder, sea este de la naturaleza que sea. Son varias las ocasiones en que he escrito sobre Antón Arrufat, un autor cuya obra tengo en muy alta estima. Con cierta regularidad vuelvo a sus libros y su relectura siempre me resulta gratificante. Da igual que se trate de narraciones, piezas teatrales, ensayos o poemas. Además de ser nuestro escritor vivo más completo, Arrufat es uno de los espíritus agudos e inteligentes que ha dado nuestra literatura, algo que se pone de manifiesto en todos sus textos.

Por alguna razón que ahora no recuerdo, semanas atrás revisé la antología Poesía Cubana del siglo XX (Fondo de Cultura Económica, México D.F., 2002, 556 páginas), que compilaron Jesús J. Barquet y Norberto Codina. Arrufat está representado por nueve poemas, y al repasar por simple curiosidad los títulos me llamó la atención que cuatro de ellos no me resultaban familiares. La verdadera sorpresa vino, sin embargo, cuando los leí. ¿Era posible que yo los conociera y que no me acordase de ellos? Busqué entonces mi ejemplar de La huella en la arena (Ediciones Unión, La Habana, 2001, 362 páginas), en donde Arrufat recopiló, al igual que había hecho Piñera, el cuerpo esencial de su producción poética. No, allí no aparecen recogidos.

Me dediqué entonces a hacer algunas pesquisas y he podido averiguar que por lo menos tres de ellos formaban parte del libro Escrito en las puertas (Ediciones Unión, La Habana 1968, 72 páginas). Evidentemente fueron eliminados antes de que fuera a la imprenta. ¿Acaso por voluntad del autor? No hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que no fue esa la razón. Luego el propio Arrufat confirmó lo que yo pensaba. En una entrevista que le hizo Barquet, y que está reproducida en la edición homenaje de Los siete contra Tebas (Ediciones Alarcos, La Habana, 2007), cuenta una anécdota que revela cuál fue el destino que corrieron aquellos poemas. Ocurrió un día en que fue citado por Nicolás Guillén, quien en esos años presidía la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. He aquí su testimonio.

“La mañana en que me citó hablamos mucho y de muchas cosas. Todas me impresionaban como incidentales. Parecía bordear el asunto principal, sin decidirse a afrontarlo. Por fin lo hizo. Con embarazo, molesto y como un poco obligado, me dijo que le habían pedido —¿quiénes le pidieron?, nunca lo supe— que a su vez me pidiera sacar varios poemas, tres en total, de mi libro Escrito en las puertas, que estaba por aparecer impreso en la editorial de la misma institución (…) Recuerdo que no me molestó su petición y que apenas me asombré. Como Guillén se presentaba muy sabio en estas cuestiones, no quise ser menos y me mostré igualmente sabio. En un momento me dijo que había sentido en ciertas ocasiones el impulso de escribir poemas parecidos a los míos y en el último minuto renunció a hacerlos. Yo le dije entonces, un tanto sorprendido por su docilidad: ‘Existe entre nosotros una pequeña diferencia: yo los hago’. Mi deber era, y lo sigue siendo, escribir lo que necesitaba escribir. Si llegaba a publicarse o no, ya no me interesaba tanto. La honestidad terminaba en mí y acepté retirarlos, me parece que con una sonrisa. ‘Antón —habló Guillén—, no se preocupe. Guárdelos. Algún día se publicarán»”.

Copio a continuación el primero de esos poemas:

ELLOS
Un día vendrán a buscarme,
lo aseguro.
Dos hombres vestidos de hombre
subirán la escalera, que la vecina
ha terminado de limpiar.
Los espero sentado en mi sillón
de siempre: donde escribo.
Me llamarán, saben mi nombre.
Después seré expulsado
de los cursos
y de la Historia.

Arrufat muestra ser premonitorio en cuanto a lo que le tocaría vivir poco después, cuando comenzaron para él doce años de total marginación. Durante ese tiempo quedó expulsado de la vida cultural de su país e incluso estaba prohibido mencionar su nombre. Ese mismo sentido visionario se evidencia en este otro poema:

ADVERTENCIA
Al levantarte
prepara tu rostro
para el encuentro oficial.
Siempre
alguien espera
que tengas alguna debilidad.

En su caso, la supuesta debilidad fue el haber escrito y presentado al concurso de la UNEAC Los siete contra Tebas, una pieza teatral en la cual el comité director de esa institución halló “aproximaciones más o menos sutiles entre la realidad fingida que plantea la obra, y la realidad no menos fingida que la propaganda imperialista difunde por el mundo, proclamando que se trata de la realidad de Cuba revolucionaria”. En ese mismo concurso también fue premiado el poemario de Heberto Padilla Fuera del juego, al cual se le señalaron “puntos conflictivos en el orden político” que no fueron tomados en consideración por el jurado.

Reproduzco el tercero de los poemas que Arrufat se vio obligado a eliminar de Escrito en las puertas:

LA OBRA
Algunas noches en este cuarto
escucho el engranaje furioso
de una máquina desconocida.
No puedo en la mañana recordar
ese ruido. Solo encuentro
una rueda insólita en mi almohada.

No siempre son fáciles de comprender las razones —sería más correcto las sinrazones— que tienen los censores para prohibir o eliminar algo. Digo esto porque no alcanzo a entender por qué el poema anterior fue excluido del libro y, en cambio, no se objetó la publicación de “Post Scriptum”, cuyo contenido crítico está expresado en términos mucho más claros: “Tocan a la puerta/ mientras escribo esta página:/ me levanto y recojo/ un pequeño patíbulo./ Regreso y sigo escribiendo”.

A diferencia de los anteriores, el cuarto texto incluido en la antología de marras no formaba parte originalmente de Escrito en las puertas. Además de que en la entrevista que antes cité Arrufat apunta que los poemas amputados por la censura fueron tres, en este último se recrean hechos que corresponden a una atapa posterior a 1968. Quienes sufrieron la marginación aplicadas a muchos escritores y artistas durante la década de los 70, saben que su rehabilitación no vino acompañada de un reconocimiento oficial de aquellos imperdonables errores, de respuestas a tantas interrogantes. Si antes no se consideró necesario argumentar por qué se les condenaba, tampoco había que justificar por qué años después se les reintegraba a la vida social y cultural de la cual se les apartó de manera tan arbitraria. Eso por no hablar de un aspecto que apenas se ha debatido y sobre el cual el ensayista e investigador Desiderio Navarro llamó la atención: “Sin el silencio y la pasividad de la casi totalidad de los intelectuales (por no mencionar la complicidad y el oportunismo de no pocos) el ‘quinquenio gris’ y el ‘pavonato’, como ya entonces lo llamaron muchos, no hubiera sido posible, o, en todo caso, no hubiera sido posible con toda la destructividad que tuvo”. De eso habla el último de los poemas de Arrufat que a continuación reproduzco:

EL REHABILITADO
Nada podremos decirte. No hay bellas
razones que apaguen tus noches en la cárcel.
Desde allí viste la vida alejarse
en preguntas implacables y torpes.
Desde allí, donde nada resuena,
solo el miedo ilumina la demencia más cruel.

Hemos visto tus manos,
tus labios sin rumbo, perdidos.
Presentimos resonar en tu frente
el ruido histérico de las cucharas,
los pasos de los guardias tenaces.
No podrás comprender ni olvidar.
Nadie se atreverá a decirte: “fue un error”.

Hermano, he aquí a otros culpables.
A todos la complicidad nos toca,
nos deja cenizas a la puerta, corrompe
nuestros amores, la pequeña alegría.
A todos toca con su sombra,
a los que han luchado y a los que callan.

Sal a la calle con tu andar
de presidio y busca una respuesta:
la respuesta que no sabremos darte
tus compañeros.