Actualizado: 17/04/2024 23:20
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Alicia Alonso lo sabe

¿Es la decadencia del BNC consecuencia del deterioro de su directora general o de la ruina del país, la apatía de todo el pueblo y el éxodo de profesionales?

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El artículo Un duelo comienza , publicado en Encuentro en la Red, achaca la decadencia del Ballet Nacional a la ancianidad de Alicia y propone su sustitución. ¿Pero puede un mago que saque palomas del sombrero, librar de la crisis a la compañía?

El Ballet Nacional es obra de Fernando, Alberto y Alicia y, sin duda, de la revolución que puso los recursos a su disposición, pero la fama de la diva le abrió las puertas de los grandes teatros del mundo y le sirvió de paraguas protector contra medio siglo de totalitarismo ideológico.

Como una gallina a sus polluelos, la diva salvó a sus bailarines de los campos de concentración de las UMAP y de la siniestra parametración. "Mis bailarines son para bailar, no para cortar caña", solía decir.

El Ballet Nacional siguió siendo (contra viento y marea) el Ballet de Alicia Alonso, su feudo, su propia isla: "Alicia en su país de las maravillas". Su pujanza impuso una de las compañías de ballet más respetadas del mundo. En cuanto a sus caprichos, diva al fin, fue autoritaria y rencorosa con quien se atrevía a desafiarla.

La romántica Menia Martínez tuvo que irse a Bruselas, al Ballet Siglo XX, de Maurice Bejart, y Alicia le vedó por largo tiempo los escenarios de la Isla. El propio Fernando Alonso, tras el rompimiento con su esposa, tuvo que refugiarse en el Ballet de Camagüey. La lista de voluntariedades de la prima ballerina es larga.

Pero sus atropellos no impedían que el Ballet de Alicia Alonso (alias Nacional) se situara entre las primeras compañías del mundo. Todo lo contrario. Como maître de ballet, fue inquisitiva. No realzó las potencialidades de cada bailarina. Todas debían ser su copia al carbón. La que pretendiera ser original, era apartada de las carteleras. Fernando y Alicia crearon a sangre y fuego su escuela cubana de ballet.

El repertorio de la compañía fue el de Alicia. Para ella todos los estrenos, mientras Aurora Bosh nunca estrenó un ballet para sus heroicas condiciones y Loipa Araújo, moderna por excelencia, tuvo que probar suerte con Roland Petit. Si Josefina Méndez bailó Giselle en la Ópera de París con Cyril Atanassoff, si ilustró afiches y se convirtió en la mano derecha de Alicia, es porque, además de su talento, era su bailarina espejo.

La magnitud de la tragedia

A fines de los años ochenta, las bailarinas jóvenes del Ballet Nacional soñaban: "cuando Alicia deje de bailar podremos ser nosotras mismas". Pero la ballerinaassoluta dormía con las zapatillas puestas, empeñada en ser vitalicia como el comandante assoluto.

Por entonces, la televisión y las empresas artísticas colmaban sus plantillas de vejestorios, y llegó la orden: ¡A jubilarse! Todo el que tuviera más de 25 años de servicio, podría irse a casa con su salario completo.

Aprovecharon el animador German Pinelli, la actriz Eloisa Álvarez Guédez y la escritora Dora Alonso (entre cientos), y como al que cocina el caldo, le dan tres tazas, hasta el ministro de Cultura Armando Hart fue sustituido, y claro, todos los ojos miraron para Alicia. ¿Pero quién le ponía el cascabel al gato?

Alicia venía del American Ballet Theater, fue la primera bailarina occidental que se presentó en el Bolshoi de Moscú (1957), pero no se sentía un producto de la revolución. No admitía "que la leyenda de la bailarina ciega" era parte de la revolución. A ministros de gobierno que la visitaron en su casa del reparto Siboney, "sugiriéndole" que se jubilara, la diva los puso amablemente en la puerta. De retirarse nada.

Pero el implacable pasaba. Las facultades de Alicia menguaban. Sus partenaires aterrados temían dejarla caer. Los directores de orquesta atrasaban la música de Giselle para ajustarla a sus cautelosos movimientos. El ballet La Diva, que Alberto Méndez le coreografió, fue un lastimoso ejercicio de pantomimas. Pero no se retiraba.

Al fin la vida pudo más, Assoluta dejó los escenarios. O casi. Al finalizar las funciones internacionales de su compañía (porque no duden que le pertenece), salía a escena en interminables saludos que el público colmaba de flores. ¿Adicta a los aplausos? Sin duda, pero también sabía que el público sólo pagaba por verla a ella.

Nadie compraba boletos para una "Giselle" desconocida. ¿La culpa? Sólo se divulgaba el nombre de Alicia. Cuando la mitificada dejó de bailar, el Ballet Nacional de Cuba se convirtió de sopetón en una compañía de segundo orden. Y lo que era peor, en más vulnerable.

Los buitres ideológicos le cayeron arriba al BNC. Hubo auditorías en los libros, se amenazó con arrebatarle el Gran Teatro de la Habana, que las presentaciones fueran en las tardes (para ahorrar luz), se redujeron los presupuestos de escenografía y vestuario, de las dietas de viaje de los bailarines, de lo destinado a publicidad.

Llegaba la "opción cero", el barco que se hunde, el sálvese quien pueda. Sus mejores bailarines: Jorge Esquivel, José Manuel Carreño, Rosario Suárez, Carlos Acosta (la lista es interminable), se largaron al extranjero; Fernando Alonso dirigió por estos años el Ballet de México; Alberto y Sonia Calero acabaron de profesores en la Florida.

Hoy, el éxito de Lorena Feijóo y Alihaydée Carreño en la Giselle de el Cuban Classical Ballet de Miami (10 de febrero, 2007), conformado con figuras escapadas del Ballet Nacional, y hasta con su director de su orquesta, José Ramón Urbay, ilustra la magnitud de la tragedia.

¿Es culpa de Alicia Alonso que la Escuela Cubana de Ballet produzca bailarines extraordinarios que sólo piensan en escapar del país de las maravillas? Sabemos que no. También Alicia lo sabe.