Actualizado: 18/04/2024 23:36
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García Márquez, Literatura

Arte, moral y García Márquez

El escritor y periodista colombiano posee mucho lodo ensangrentado del cual jamás podrá limpiarse, afirma el autor de este artículo

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El juicio normativo sobre los méritos, estrictamente literarios del recién fallecido Gabriel García Márquez, lo dejaré para el final y aseguro que no será, ni extenso, ni elaborado. Otro apunte es, que este artículo no se titula “Arte, política y García Márquez” a propósito. Menciono esto porque la discursiva del “problema” del mezclar la política con el arte es bien conocida, es muy conveniente y en estos días, se ha prestado hasta el cansancio para intentar pavimentar con recias apologías, un salvoconducto para el difunto escritor colombiano hacia el decoro.

En el caso de García Márquez, la política viene anexada, inseparablemente, a la moral. Separar a un hombre de la totalidad de su obra en la vida a la hora de medirlo, es una profanación. Obra es todo lo que la conducta vivencial de un ser humano plasma en el mundo. Todo. Los que quieren extirpar fragmentos particulares de un todo y darles un contexto propio, están ejercitando la ingeniería ética. Pasar por alto transgresiones morales serias, bajo una licencia justificativa que se nutre del arte de escribir, pintar, bailar, cantar, actuar, componer, batear, patear, etc., es relativizar el bien con el mal. Para hacer todo esos mencionados ejercicios hace falta usar el cerebro. Cuando una mente sanciona la barbarie, ¿cómo es posible extraer sólo lo estimable de lo que de ahí se produce? El humano es un fenómeno orgánico. Es todo o nada.

Para los que enaltecen el lado “caritativo” de García Márquez por algún acto particular a beneficio de alguien o de alguna causa que habrá llevado a cabo, les recuerdo que Adolfo Hitler amaba intensamente a su perro, Manuel Noriega intercedió exitosamente por presos políticos cubanos y Al Capone y Pablo Escobar ayudaron a muchísimas familias pobres. Kim Jong-un tiene una fascinación tierna hacia Mickey Mouse. Podría seguir, pero el punto creo que es evidente. Un aspecto “bueno” que un ser humano pueda tener, no excusa lapsos morales grosos. García Márquez posee mucho lodo ensangrentado del cual jamás podrá limpiarse. El galardonado premio nobel de literatura nacido en Aracataca fue un palaciego asqueroso de la tiranía castrocomunista. Producto de su fatal y rara atracción por el dictador Fidel Castro y la íntima relación que tuvieron, García Márquez ensalzó el régimen despótico más represivo y duradero en la historia del hemisferio occidental.

Martin Heidegger, el existencialista alemán, es considerado uno de los filósofos más influyente del siglo XX. El vínculo de este con el nazismo, sin embargo, resultó en su caída en desgracia. El pensador alemán fue defenestrado de su capacitación como profesor por muchos años. Heidegger jamás tuvo con el führer y el Nacional Socialismo una relación tan estrecha y de tanta complicidad como la que tuvo García Márquez con el führer cubano y su dictadura. Leni Riefenstahl, la cineasta, fotógrafa y actriz alemana, es otro ejemplo del precio del ostracismo que algunos en el entorno cultural/intelectual, han tenido que pagar por haberse arrimado a regímenes despóticos. Por eso sí, las botas que llegaron a lamer Heidegger y Riefenstahl no eran comunistas. La lengua del “Gabo”, en cambio, acarició los pies de los uniformados marxistas-leninistas. Esa distinción ideológica, sentenciada así en parte por la exitosa campaña cultural gramsciana, marcó la diferencia.

En esos penosos términos es que se puede entender como personas pensantes y decentes cometen la indecencia de perdonarle a bribones de un poder dictatorial su complicidad. García Márquez al elegir un tirano comunista y su dictadura para servir de cortesano, eludió popularmente el merecido repudio. Y su “aporte” literario, lo paso por alto. Su fealdad humana está por encima de sus atributos como escribidor. Si acaso, me referiré al extraordinario escritor argentino Jorge Luís Borges quien comentó en una ocasión que a Cien años de soledad, le sobró medio siglo. ¡Bien dicho maestro Borges!


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