Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Literatura, Poesía

«Bojeo a la isla infinita»

Por estos días circula un libro que reúne a seis poetas cubanos nacidos en diferentes épocas y que habitan en distintas geografías

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Cada día hay más poetas cubanos por kilómetro cuadrado. Una cantidad inusitada, diríamos. Claro, esto de kilómetro cuadrado se ajusta a diversas latitudes donde se hallan Cuba y su poesía; en los cinco continentes, vale decir. Esta parición de poetas isleños comenzó, según los datos que tenemos, en la década de 1960. Hoy son miríadas interminables en uno y otro sitio del planeta. Como en todo, los hay más altos, más pequeños, más supuestamente trascendentes y menos supuestamente trascendentes. Como en todo, la literatura artística de un país no se forma solo con generales; como en el ejército, se necesitan también coroneles, tenientes, sargentos, cabos, soldados. Como en el ejército, donde no pocas veces hemos visto que a ciertos generales les regalaron los grados, o al menos determinados ascensos. Como en el firmamento, donde caben todas las estrellas, igual las grandes que las pequeñas que los luceros. Sin todas estas, el firmamento no sería lo que es, no sería. Atacar, con ventaja y alevosía mediante, a las estrellas pequeñas y a los cabos y soldados, es un acto de mala leche; un escarnio para el atacante, con alma de tiñosa, de buitre, de zopilote en fin; vaya, que no es cosa de un ser humano. Medrar en los remansos de los generales, los luceros, es obra de rémoras, parásitos, buscavidas peseteros de las letras, la academia.

Por estos días circula un libro que reúne a seis poetas cubanos nacidos en diferentes épocas y que habitan en distintas geografías. Es un buen libro, concebido como un auto de fe y un acto de fe por Publicaciones Entre Líneas. Una acción bonita, de buena leche, de entrega. Una jaculatoria en pro y en pos de la poesía y la Isla. Ojalá una idea semejante se les ocurriera a muchas otras editoriales; así, tendríamos que de seis en seis, de 20 en 20 o de 300 en 300 podríamos mostrar al público el fervor y la abundancia de la poesía cubana de la actualidad a la que me refería antes.

Son seis, decía, con selección y prólogo de Arístides Vega Chapú, uno de los poetas incluidos en el libro.

Sergio García Zamora (1986) casi nació en Santa Clara: en un pueblito llamado Esperanza, que podríamos calificar de intranscendente si es que algún pueblo o algún campo lo fuera; negativa que ahora queda demostrada aún más: García Zamora es un poeta descollante y de envidiable precocidad. A sus 26 años ha publicado cuatro poemarios que han alcanzado un buen reconocimiento.

Ahora, en Bojeo..., García Zamora incluye ocho poemas que muestran su bien conseguido oficio, su sensibilidad, su convincente fuerza expresiva. Su poesía es sentenciosa, dispuesta para la crónica, y nos hace recordar aquellos cantos coloquiales de las décadas cubanas de 1960 y 1970; solo que resulta un coloquialismo refinado, sin macanazos contra las campanas, sino más bien amargo, triste en ocasiones; en consonancia con la cierta amargura, como al desgaire, que se asoma en uno y otro de sus poemas. Bueno, más bien nos topamos con un soliloquio quedo. A partir de cada uno de sus ocho textos se podría escribir una historia, o sea, una narración literaria.

Dice el poeta en “La violencia de las horas”: En la página sin complementar sacarán el punzón,/ te mantendrán a raya, te anudarán/ una piedra de molino para lanzarte al sueño. En “El otro”: No te harán caer en la nostalgia fácil: patio de escuela donde jugabas al trompo,/palmas vistas desde un tren a toda marcha./ No sientes lo que llaman patria./ Ya no sientes. En “Reciclaje & sobrevida”: Esta camisa, por ejemplo, de Armenia o de Birmania,/¿en cuál bar manchó su borde, su esplendor, junto al deseo de quién?

Ihosvany Hernández González nació en La Habana y hace 13 años que reside en Montreal, Canadá. Dos años atrás publicó Verdades que el tiempo ignora por la editorial Linden Lane Press, de Estados Unidos. En Bojeo a la isla infinita aparecen un poema en tres partes y otros seis independientes. Su poesía, reflexiva en el primer caso, abordada desde la segunda persona, resulta con un tono comedido y elabora lo que algunos llaman “poemas de atmósfera”, donde prima un decir tangencial; digamos que las inferencias se sobreponen si bien no caen en la parcela de lo críptico.

En 1, dice: regresas al punto de partida/ y en el umbral donde escuchaste los danzones/ con los que el vecino trasnochaba en su alcohol y su hambre. En 2:regresar/ es la dádiva/ salpicando el borde/ de tu mano. En “Pretexto del animal”: profetizar los siglos por venir/ el pan que tendremos para salvarnos/ antes que otra religión/ instaure un anónimo ídolo semejante al nuestro.

Sonia Díaz Corrales (1964), una mujer que tiene la poesía bien puesta, nació en Cabaiguán y actualmente vive en Santa Cruz de Tenerife, España. Ha publicado tres libros de poemas y la novela El hombre del vitral. En Cuba recibió diversos premios y ha sido incluida en numerosas antologías de su país y del extranjero.

La poesía de Sonia se caracteriza por la fuerza de sus tropos, siempre enraizados en el universo que asume: la inmediatez, el testimonio, lo transgresivo. Otra virtud de sus poemas, en mi opinión, es que escribe como los seres humanos, no como las mujeres que intentan sobresalir escribiendo como los hombres, o como esos hombres que intentan sobresalir escribiendo para las mujeres. Creo que su poesía se inscribe en aquel credo al que se acogiera el desaparecido poeta cubano Osvaldo Navarro: “La poesía canta y llora con la vida”.

En Bojeo... aparecen 10 poemas de Sonia Díaz Corrales. En “primera letanía sobre la muerte”, advierte: Pero no los dejen/ a los extraños/ maquillarme un rostro de viva/ peinarme este desorden que traigo desde siempre. En “El rey pide las manzanas de las hespérides”: No hay orden de arresto contra mí/ saben que no puedo ir ahora a ningún sitio/ saben que tengo un hijo/ saben que estoy sosteniendo la impotencia/ como Hércules el cielo/ sólo por un rato. En “Onírico para el terapeuta o el rey ha muerto. Viva el rey”, confiesa: Escribí en las cuatro esquinas de la casa/ “Viva el rey”/ y debajo/ “El rey existe en tanto le sirvo”/ y esto último/ lo escribí cuando mintió/ y eso desmorona destroza destrona/ y obliga a servidumbre.

Juan Carlos Recio nació Camajuaní, Villa Clara, en 1968 y desde hace 13 años radica en Nueva York. En Cuba publicó tres poemarios y sus versos han aparecido en revistas y antologías de varios países. Suele asumir el hecho poético con notable candor para estos tiempos, su metafórica en no pocas ocasiones hace contacto con la naturaleza y básicamente con elementos campestres. Asimismo, incursiona con loable acierto en lo sórdido sobre todo por medio de remembranzas de su niñez y adolescencia. Es un notable cultor de la décima.

Dice Recio en “Dolor en las piernas”: Me voy asomando a los tugurios y ventas clandestinas/ en busca de otros dolores casi profundos que producen/desgastes, pólvora y ensueño/ una y otra vez con mezcla de los vinos/ —un día y otro—, hasta devolvernos sin frivolidad el amor por la inocencia. En “Para no vivir de espaldas a mí mismo”, decide: Ahora que mi sangre/ se alimenta/ de los sueños verdaderos/que nunca me dejaron/ si voy a construir algo/ no puede ser el olvido. En la décima XIV, anuncia: Canto mejor porque muero/ la suerte que en mí madruga;/ doy con el cisne y su fuga/ vida, sed y desespero.

Arístides Vega Chapú nació en Santa Clara, Cuba, en 1962, y es autor de una copiosa y reconocida obra. Partícipe de la llamada Generación de los 80 (creamos que estas cosas existen) su poesía tiene su principal asidero en lo cotidiano, y muchas veces en el tedio de lo cotidiano. Su verso, largo y cadencioso, asimismo se haya dispuesto para transgredir el dogma y el “orden establecido” tanto en lo social como en lo personal. Autor además un par de novelas, en ocasiones Vega Chapú utiliza la ironía de una manera, diríamos, parsimoniosa, en leal armonía con sus tonos poéticos. Ocho de sus poemas aparecen en Bojeo de la isla infinita.

Dice el poeta en “Cabeza de familia”: Alumbro el patio en la madrugada/ para ver los ojos de los animales que llegan a comer/ de mis residuos. En “Un sueño difícil de contar: La obsesión de asir mis manos sobre un día cualquiera del infinito,/ ha tenido un alto costo. En “Al paso de los días”, avisa: Hay mil pájaros vivos sobre el filo del horizonte,/ cuerpos deformes, como el de toda ave dispuesta a devorar/ a cualquier otra que se interponga en su ascenso. Declara en “La piedra”: Estoy harto de símbolos. Harto de la vaciedad/ de las palabras con que se describe el holocausto.

En el orden en que he venido relatando, el sexto autor, que cierra el libro, es Félix Anesio. Nació en Guantánamo, Cuba, en 1950, y en la actualidad reside en Miami. Sus poemas han visto la luz en múltiples antologías y publicaciones de diversos países. Su poesía, atravesada por la melancolía, tiende al yo romántico —y al yo en definitiva, que es lo importante—, y así resulta sentenciosa, y tendenciosa. Diez poemas de Anesio cierran la antología que nos ocupa.

Dice en “La cosecha”: ¿Por qué no regocijarnos y cantar las mieses/ de la cosecha que hemos sido, inexorablemente? En “Elegía”: Se han marchado lejos, muy lejos; reposan donde mora el eco. En “Le bonheur”: La felicidad, impredecible/ como estampida de corceles,/ suele ocurrir a cualquier hora/ del día o de la noche, así como así,/sin previo aviso, ni lógicas razones./ No la evadas nunca.

Invito a leer Bojeo de la isla infinita, un muestrario de 89 páginas que da una idea fiel de la grande y valedera producción poética de los cubanos que escriben desde un sitio y otro.


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