Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Literatura

“Brujas”, de Roger Vilar

Un libro de corte muy universal y donde la intensidad no da tregua

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Son 64 páginas que corren a lo largo de dos relatos que no sé bien cómo clasificar. Ambas piezas pican en lo onírico, o en lo fantástico, o en eso que alguna vez quise llamar, de manera rústica, lo sé, “realismo inverosímil”, y que tantos problemas me trajo con algún académico puro. Bueno, ya digo, de cualquier modo nada descubro al afirmar que la realidad no es solo la que uno palpa, sino, al mismo nivel, la que vuela, la inasible, tan real como la primera. Y aquí lo dejo porque ya voy cayendo en esa cosa repugnante en que algunos van a dar: hablar de sí mismos cuando se supone que van a hablar de otros.

También hay algo de aquellas narraciones de horror o de terror en Brujas; lo que pasa es que este recurso, sin llegar a ser cursimente macabro, de pronto se diluye en un advenimiento constante de la fantasía, del vuelco hacia adentro, tanto del narrador y, así debe ser, como también del lector, que entonces, como se dice, se pone a pensar.

Roger Vilar nació en Holguín, Cuba, en 1968 y desde hace 20 años está exiliado en México. En su país natal publicó dos libros de relatos y apareció en par de antologías. En México publicó La era del dragón (1998), en el cual, como en sus entregas anteriores y en la que hoy nos ocupa, toma el camino de especular sobre la realidad, o quizás sobre lo irreal llamado.

El primer relato de Brujas, “El inquisidor”, nos remite a un tema eterno y manoseado tanto en las anécdotas esquineras como en la literatura: carnalidad vs deber, pasión vs pecado, amor vs. santidad, y así... Pobre del dominico Fray Alonso Zumárraga, destinado a una parroquia del centro de la ciudad de México. Pobre hombre que comienza a confundir la realidad con lo fabuloso —lo fabuloso suyo— cuando el llamado lúbrico, que ya lo venía rondando por medio de “las mujeres con minifalda” y el hálito carnal ambiente en una ciudad donde esto sobra, finalmente, por casualidad, como siempre ocurre en la vida real, va a dar a la belleza femenina aplastante, devoradora —Elenor—, al núcleo erógeno que muy pocos podrían evadir, por el cual “hasta los chorros de agua helada me hacían arder”.

Víctima, Fray Alonso lucha tenazmente contra el Gran Llamado si bien peque con constancia y de carambola, diríamos. Pero hasta aquí la historia sería trillada por sí misma. El narrador, en este caso el propio Alonso, nos mete por una suerte de laberintos mentales, sus laberintos, donde priman la angustia, y claro, la desesperación, compartida entre sus sueños biológicos y los otros, los que ve en la calle, la parroquia, en todas partes. Bien lo dice él: “Conocer a Elenor implicó cambios en mí. Su imagen no se apartaba de mi mente”. Todo ocurre en un ambiente tremebundo donde la falta de paz interior que padece el fraile se nos va trasegando de alguna manera; “El aire pareció hacerse líquido”, “probablemente estoy en el infierno y no me he dado cuenta”. Los devaneos del dominico, no obstante su aura fantástica o tal vez por eso mismo, nos hacen reflexionar acerca de cuánto podríamos dejar de vivir o cuánta vida en demasía ofrecemos en ocasiones.

“La cacería de Almenara”, el otro relato de Brujas, en mi opinión es superior el primero dada su novedad. Un escenario actual que le permite al autor, que de nuevo escoge la primera persona narrativa, estilos de mucho más poderío. Otra vez en el terreno de lo que llamamos irreal, un exilado regresa a Cuba, justamente a Holguín, con el propósito básico de rescatar las leyendas de sus ascendientes, apoyado en las máximas y anécdotas que antaño le hiciera saber su abuelo. En este relato interviene el absurdo de una tierra arrasada, surgen fantasmas, o seres, añorados; y con mucha razón los cachivaches toman vida a la par que agarra preponderancia el remordimiento por una deuda de amor y de ética no pagada en el pasado. El pasaje que se desarrolla en el río es proverbial. Amenara, la mujer burlada por el protagonista hace tantos años en aquellos campos de palmas reales, enredaderas, casas con techos de guano, lo ha esperado toda la vida, o toda la muerte: “Besa mi boca y así podré descansar”, le pide al encontrarlo ahora, y esto se convierte en uno de los principales ejes argumentales de un descollante relato que resulta muy raro en la literatura cubana de hoy, y muy bienvenido por tanto.

Podríamos buscar “puntos de contacto” de Vilar con otros autores cubanos y no y de diversas épocas, pero eso debemos dejarlo a los investigadores.

Sediento Ediciones se anota un gran tanto al dar a conocer esta obra, y a la vez debemos quedarle agradecidos por entregarnos un libro, de corte muy universal y donde la intensidad no da tregua, listo para enriquecer al lector de una y otra latitud.


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