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Cine, Francia, Emigrantes

Cine vivo, hecho desde el corazón

En su estreno cinematográfico, Houda Menyamina viene a recordar que, tras el Louvre, los Campos Elíseos y la Torre Eiffel, hay otra cara de París: la de los suburbios deprimidos donde mal viven los emigrantes

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En la pasada edición del Festival de Cannes, la Cámara de Oro, premio que se concede para reconocer una opera prima, recayó en el filme Divines (Francia-Qatar, 2016). Cuando subió a recibirlo, su directora, la franco-marroquí Houda Benyamina (1980), expresó: “Les femmes! Les femmes! Cannes est á nous aussi!” (¡Las mujeres! ¡Las mujeres! ¡Cannes también es nuestro!). Al júbilo por razones de género, bien pudo haber sumado otro: es la primera vez que ese galardón recae en un cineasta de origen árabe.

Esos dos aspectos tienen un peso importante en su estreno cinematográfico. Dounia, la protagonista de su película, es una adolescente nacida en Francia e hija de musulmanes africanos que emigraron a ese país. La suya es además una familia disfuncional: no conoció a su padre, vive con la madre, una mujer alcohólica que se acuesta con cualquiera, y con un travesti que canta y baila en un bar (nunca se especifica si tiene algún parentesco con ella). Como tantos descendientes de emigrantes, ha crecido en los deprimidos suburbios parisienses, sin privilegios ni oportunidades. Pertenece a los pobres de la periferia de un país rico.

Dounia es, ya digo, la protagonista de Divines. Pero el plural del título anticipa que, además de ella, hay por lo menos otro personaje femenino importante. Es Maimoune, una chica negra y un poco gruesa, que de las dos es la única que exterioriza ser fiel a la religión musulmana. Al inicio del filme, ambas aparecen ataviadas con el burka. En realidad, lo usan para que no las reconozcan durante los pequeños hurtos que cometen en los supermercados. Es una manera de sacar algún dinero, pues las cosas que roban las venden después en el barrio.

Dounia y su mujer amiga viven entre inmigrantes como sus padres, en un gueto dominado por la religión y las drogas. Para ellas, existen muy pocas opciones para salir de la marginación y la pobreza. No creen en la escuela y tampoco la escuela cree en ellas. Al comienzo de la película, las vemos en una clase donde las enseñan a sentarse, a sonreír, a contestar el teléfono. Realmente las preparan para que bajen la cabeza, se porten bien y trabajen duro, eso si tienen la suerte de conseguir un empleo. Dounia se enoja con la humillante entrevista que deben simular e increpa a la profesora. No puede adaptarse a la disciplina y la hipocresía que se les exige y abandona el aula. Está furiosa con la manera tan evidente como el sistema demuestra que está diseñado para prevenirles prosperar socialmente. ¿Por qué aceptar entonces unas reglas que están hechas contra personas como ella?

Aunque Dounia y Maimoune forman un dinámico dúo, es la primera la que de veras toma las decisiones. Su amiga se limita a seguirla, pues como ella está atrapada en la pobreza. Douina ha heredado el temperamento de su madre, pero no su fragilidad. La vida ordinaria que esa sociedad le ha predeterminado le parece intolerable. Decide por eso buscar en la criminalidad un atajo para conseguir lo que quiere. Opta por seguir los mismos patrones del barrio donde vive y junto con Maimoune comienza a vender droga y robar gasolina para Rebecca, una respetada traficante.

Lo cierto es que las ambiciones de la joven exceden su conocimiento del terreno en que se ha metido. Eso la conduce fatalmente a una situación que no puede controlar. Rebecca le encarga seducir a un delincuente y antiguo colega suyo a quien le gustan las chicas muy jóvenes, y que tiene en su apartamento una fuerte suma de dinero en efectivo. En medio de eso, Dounia conoce a un chico que trabaja como guardia de seguridad en un supermercado y que se prepara para debutar como bailarín. El amor que surge entre ellos se vislumbra como una opción que puede cambiar su vida. Pero al final, la joven se ve enfrentada a la lucha no por hacer realidad sus sueños, sino por salvar la vida de su mejor amiga.

Divines puede definirse como una historia de coming of age, del paso de la niñez a la adultez. Narra la trayectoria de una muchacha fuerte, pero ingenua, que está dispuesta a ganar dinero a cualquier precio. Pero, aunque los dos personajes principales son de familias musulmanas, la directora no quiso contarla a través del prisma étnico y religioso. Estos dos códigos aparecen más bien al margen. Tienen poco peso en el filme, y se aprecian más en los familiares de Dounia y Maimoune. Divines es ante todo una película sobre la pobreza, la sobrevivencia y la injusticia.

Un thriller urbano

Por otro lado, el hecho de que tanto sus personajes principales como su directora sean mujeres, puede llevar a pensar que es una película feminista. Hay, sí, una inversión de los roles de género. Las mujeres son más duras y fuertes que los hombres: el ejemplo más obvio es Rebecca, quien controla en el barrio el tráfico de drogas. Por su parte, Dounia quiere lo mismo que muchos caracteres masculinos interpretados por George Raft, James Cagney y Al Pacino: dinero, poder. Pero al mismo tiempo, el sueño de ella y de Maimoune es abrir un bar para turistas sexuales en Tailandia. Es decir, hacer dinero explotando a otras mujeres.

La película de Houda Benyamina, coautora además del guion, tiene que ver menos con el feminismo y el tema de los inmigrantes árabes, que con la realidad social que impide a estos tener una vida decorosa. En ese sentido, conviene apuntar que quienes busquen en Divines respuestas claras a los ataques terroristas de París y Niza, no las encontrarán. En cambio, el filme les ayudará a comprender el contexto del cual salen muchos de los que comenten actos tan brutales. El estado francés no entiende los barrios de inmigrantes de la periferia porque son mundos distintos y con prioridades diferentes. Instituciones como la policía y la escuela no pueden ayudar a quienes allí residen, pues solo aparecen para reprimirlos cuando estiman que están al margen del sistema. En el caso de los que han nacido en Francia, están atrapados entre dos culturas, con la falta de valores espirituales que eso conlleva. Sienten que son rechazados en el país al que consideran el suyo. Súmense a eso la pobreza galopante, la discriminación y la exclusión social, y se tendrá una idea aproximada de lo que representa ese contexto social: un barril de pólvora.

El filme de Houda Benyamina se viene a sumar a otros realizados en Francia, que dieron lugar a lo que se bautizó como el cinéma de la banlieu (el cine de la periferia). A esa corriente temática pertenecen dos títulos muy significativos: La Haine (1995), de Mathieu Kassovitz, y Dheepan (2015), de Jacques Audiard. Al igual que Divines, ambos tuvieron su estreno mundial en el Festival de Cannes, donde se alzaron con sendos importantes galardones: el primero, con el premio al mejor director; el segundo, con la Palma de Oro.

Uno de los méritos de Divines, es que la historia de esas dos chicas que tratan de hacerse un camino en un mundo que les es hostil se cuenta de manera accesible. Eso le asegura de antemano poder conectar con un auditorio amplio. El filme está concebido como un thriller urbano, con una buena dosis de suspenso y drama, pero al que no le faltan algunas escenas divertidas. En ese cuadro neorrealista, la directora además logra incorporar con acierto una nota de magia. Me refiero a la memorable secuencia en que Dounia y Maimoune escapan temporalmente de su dura realidad, mediante un imaginario paseo en un Ferrari. En ese itinerario, beben champán y regalan dinero a los transeúntes. Y señalo, en fin, que en la película hay otros momentos de lirismo y gracia espiritual.

Divines cuenta con otra baza importante que juega a su favor: la increíble actuación de Oulaya Amamra. La directora hizo pruebas a unas 3 mil aspirantes y al final escogió a su hermana menor. Resultaría muy aventurado afirmar que nos hallamos ante el nacimiento de una actriz. Pero sí es de elemental justicia decir que, al menos en su interpretación de Dounia, la joven debutante logró un magnífico trabajo, tan enérgico como camaleónico. También es de rigor resaltar el buen nivel que alcanzan en sus respectivos papeles Déborah Lukumuena (Maimoune) y Jisca Kalvanda (Rebecca).

Durante su estreno en Cannes, Divines fue uno de los filmes más aplaudidos y comentados. En su impresionante debut, Houda Benyamina ha logrado una película que desborda vitalidad, entusiasmo, rabia e inteligencia. Es un drama de una feroz intensidad y que constituye una explosión de energía. Ted Sarandos, uno de los jefes de Netflix, lo vio en ese festival y de inmediato adquirió los derechos. Gracias a su feliz decisión, hoy está accesible en esa plataforma en 130 países. Es cine vivo, hecho desde el corazón, que reúne los valores imprescindibles para ser un éxito. Algo que muy bien se merece.