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Damaris Calderón: el doloroso arte de rumiar palabras

La obra poética de Damaris Calderón refleja una trayectoria desde la utopía hasta el desgarramiento y el descenso a la cruda realidad merodeante

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Mastica el pobre pasto de tus días
D.C.

Con parsimonia, el rumiante escoge el pasto a comer. Damaris Calderón selecciona qué rumiará de lo que digiere o vive (da lo mismo), hasta concluir escupiendo afuera, sobre el papel. Ambos mastican (hierba o palabras) con una lentitud que permite ver la textura de la savia o el borde lacerante de una sílaba. A veces como un buey o un cordero, Damaris mastica “el pasto envilecido/ donde blasfema el toro de mi entraña”, teje la historia que se parte: una frase se le corta al finalizar un morfema; pues deglutir la vida para que surja la historia es un imposible que se enfrenta. De ahí que se erija el discurso como lucha encarnada, en la que también se empeñan Juan en el Apocalipsis, Dante, Borges, sor Juana y todo creador que pretende nombrar lo vivido o pensado, hacer tangible lo incorpóreo.

Duro de roer, uno de los poemarios de Damaris Calderón, es esa ordenada desesperación que se enuncia en el texto con el epígrafe de Blanca Varela. La autora cubana “llam(a) historia al desgarrón para distanciar(s)e”, pero este distanciamiento revela una previa y profunda experimentación, un estudio práctico y personal que presenta como ejercicio científico, sin vanos sentimientos que entorpezcan su precisión y agudeza. La distancia confiere imparcialidad al sujeto lírico; ella misma pretende para su poesía “la brutal objetividad de una bota”.

La obra poética de Damaris Calderón refleja una trayectoria desde la utopía o el intento de su rescate, sobre todo a partir de la infancia; hasta el desgarramiento, el absurdo y el descenso a la cruda realidad merodeante.

Su libro Se adivina un país, premio UNEAC Ismaelillo de poesía de 1988, es uno de sus primeros títulos publicados. Desde ese adivinar que formula el mismo nombre del texto ya se supone una búsqueda a través de la intuición que, después de la lectura, relacionaremos también con la fantasía, con el intento de la autora por recobrar vivencias de la infancia y la dificultad de redimir la utopía. Desde la dedicatoria y el epígrafe de Fina García Marruz hay una alusión a la niñez como algo perdido. El orden, como el atardecer, suele durar poco. El poemario va conformando el rostro entristecido de un pueblo de provincia. Hay una búsqueda de verticalidad en el “impulso de la rama nueva”, en el papalote “donde se hiciera uno el horizonte y nuestro cuerpo”, en el cielo que nos regala por pocos minutos su “rostro amado” y las estrellas que

…aguardan

a que la noche vuelva en su justeza

y las manos se apuren

como imperiosas bestias a buscarse

en la total limpieza de esa luz

sin otra semejanza.

La paz de la tarde, presentada como posible en un primer momento y que puede representar el equilibrio buscado, “…cuando ya se creía que estaba todo a punto, que iba a decir que sí, que se quedaba con nosotros, se marchaba…”. El sujeto lírico pretende, de ese modo, perpetuar lo efímero: el atardecer, una canción.

El deseo de trascender se evidencia en la música como motivo recurrente dentro de Se adivina…: la de las aves, la de los instrumentos de la banda en el parque del pueblo. Pero como es imposible que la paz de la tarde sea un estado perpetuo, así el sujeto lírico cree que el canto es una quimera, al expresar:

¿Cómo decirle al pájaro

que reconstruye el cielo en su garganta

que no es

que no será nunca la música

sino uno de tantos instrumentos?

En este pasaje está enunciado ya, hacia una tercera persona, lo que en los otros libros de la autora se podrá constatar como vértebra temática: la imposibilidad de la poesía, que aquí le es negada al pájaro en su canto, pero ya en Duras aguas del trópico el lenguaje y sus limitaciones serán un asunto reiterado y un inconveniente para el sujeto lírico. Basta mirar, de modo superficial, otros títulos que aseguran la importancia de la palabra en su obra: Sílabas. Eccehomo y Parloteo de sombra.

A lo largo de Se adivina… se pretende una vuelta a la inocencia, se intenta descubrir otro país tras el cristal. El agua del pozo nos propone “un paisaje más limpio”; el mar “es el silencio azul como inventado”; el vitral proyecta una imagen imposible, colorida y onírica; la tarde logra el ambiente perfecto y luego se va; el tren nos lleva a lugares desconocidos. Paralelo al descubrimiento que el sujeto lírico hace de su pueblo, hay otro espacio que crece desde el pensamiento, el de los sueños, en contraste con la perpetua grisura y la pobreza de la glorieta, las casas y los bancos provincianos. En textos posteriores, esta persistente búsqueda de “otro cielo” se verá frustrada y el yo poético reconocerá que “buscaba otra luz bajo las frondas/nunca el cielo en migajas”; otra evidencia es el desengaño que conduce a la blasfemia la vemos cuando “canta su agonía/ y escupe irreverente al horizonte”, al mismo horizonte que antes quiso confundir con su cuerpo.

La búsqueda de plenitud que hay en Se adivina… no volverá a tener otro intento semejante en la poesía publicada por la autora, al menos hasta el 2006. El pozo, el mar, el cielo tendrán nuevas connotaciones que no son precisamente esperanzadoras, sino más relacionadas con lo amargo y lo oscuro. Si en un primer momento la intuición permitió a la poetisa ir develando el verdadero rostro de su pueblo y a la vez el suyo propio, y constatar que el equilibrio es fugaz y pasajero; no buscará ahora perpetuar el imposible, sino hacer la crónica cruel y anatómica de la realidad. De la búsqueda de la plenitud y de componer un país tras el cristal, transitamos a una segmentación paulatina y en crescendo.

Duras aguas del trópico no comienza con “El otro cielo” por casualidad. Este poema es precisamente y exprofeso el último de Se adivina…, de ahí que de una manera explícita la autora está subrayando la continuidad que hay entre un volumen y otro, algo que suele ser frecuente en la poetisa. La primera sección de este segundo poemario se llama “Infancia y otras ficciones”. Decir “otras” nos hace asumir la infancia como ficción también, como fantasía. Lo que en el primer cuaderno mencionado es futuridad, esperanza, proyección en Duras… es sólo preludio del desengaño y la desilusión. Tránsito de la infancia a la juventud, pérdida de la primera. Aquel cielo visto como único techo posible se ha de fugar de los ojos de la madre y lo veremos transformado en la “mentira azul”; el mar, antes espacio de lo enigmático, definido como “el silencio hondo azul como inventado” será calificado como “azul amargo”; el tren que en Se adivina… conducía a lugares desconocidos y permitía el recreo de la imaginación cortará en el marco de sus ventanillas las reses, el paisaje “impasible como un carnicero”.

En el texto que precede a las secciones “Que mi historia es común…”, hay un desplazamiento hacia este nuevo sujeto lírico que reconoce que su historia es común como el canto también común del ave en Se adivina… por lo que la imposibilidad de trascendencia y perfección pasa a ser ahora también característica del yo poético.

Un poema que ilustra la pérdida de aquel cielo esperado como “el único techo”, es “Historia de cómo fue la luna mujer de mi abuelo”. El sentido de verticalidad, la mirada hacia los astros y la rama que se erguía ahora cambian hacia una percepción desde lo terrenal: el sujeto lírico no alza la vista para observar la luna: su conocimiento de lo celeste se limita al reflejo “sobre las nobles casas de mi patio” o a la imagen en un charco:

También te he visto

deshacerte en las charcas cuando

las rompe el viento

para quedar al fin limpia y nueva

o a través de la luz de la “luna que te reflejas/en el manchado espejo de las calles”.

El agua como imagen suele tener cierta frecuencia en Damaris Calderón. En Se adivina…, donde parece creer que la utopía es alcanzable, nos dice que el agua del pozo proponía “un paisaje más limpio”. Su reflejo permite “comprobar que estuvimos allí, que ha sido nuestra tanta maravilla”. Pero ya en Duras… siente “un escozor de mis manos/ en posesión del agua” y, a causa de la imposibilidad asumida e irrevocable de fundir el cuerpo y el líquido (que viene a ser la imagen de lo puro, de lo perfecto, imposible), reconoce desde el dolor mismo que “es tan limpia/ tan limpia que lastima”. En su poema “Con el terror del equilibrista”, se le suma al agua el sentido del espejo, imagen que produce terror al reconocerse; verse reflejada ya no tiene el anterior sentido de plenitud y complacencia, sino que la espanta, ante un rostro que ahora aparece dividido. Desde la superficie ve lo húmedo hacia el fondo, el reflejo que no podrá alcanzar; escribe desde el vértigo mismo que puede sentir un equilibrista, llena de pavor ante su propio intento.

En Duras… el enfrentamiento generacional es un subtema de cierta relevancia. Las contradicciones entre lo viejo y lo nuevo, las tensiones en el trato con los progenitores, la imagen del nacimiento como un disparo dan fe de un modo sui generis de tratar tales asuntos. La sublevación de los huesos y otras partes humanas, junto a las sílabas que alcanzan autonomía y pretenden huir sin encontrar “viaje alguno que emprender”, dan muestra de irreverencia, búsqueda de libertad, sinsentido y separación de la unidad a la que anteriormente se pertenecía.

Es, precisamente, en el entorno familiar donde surgen, en un primer momento, algunos personajes que minan los posteriores cuadernos de la autora y que llegan a tener una connotación cosmológica: el suicida que da prestigio con su muerte a la familia, o la abuela que, sin conocer a Heráclito, prefirió el fuego, se ató a una estaca y ardió. Se trata siempre de seres que están cerca de la muerte, porque la ejecutan otros o ellos mismos: el asesino, el verdugo, el carnicero, el suicida, etc. Es en Duro de roer donde algunos de estos personajes alcanzan su mayor trascendencia y donde esa otra lógica construida a través de asociaciones inesperadas adquiere su acmé o clímax, léase como ejemplo su texto “El asesino”.

En la obra de Damaris Calderón, lo utópico deviene frustración, lo desconocido se transforma en angustioso, toda transgresión de los límites hacia los espacios donde el sujeto lírico había puesto sus esperanzas, lo acerca más al dolor y al desengaño. Tal vez por eso persiste en la poesía y la siente como algo inalcanzable. A pesar de pasar todo la noche intentando minar, “cruzar la zona” que, “como un hijo deforme”, existe entre las palabras y las cosas, señala que son malos versos que escribe y “que abultan como vientre de vieja”, “jirones, palabras escupidas y puestas a secar”. Sin embargo, en algún momento, surge la poesía como trasgresora de la muerte, de modo tal que siente el yo enunciante que al escribir sobre el papel puede herir a la parca, a quien dice puede “morir de un trazo”.

De cierta manera, ya he aludido a la importancia que alcanza el lenguaje en la obra poética de Damaris Calderón. A pesar de reconocer que su historia es común y de sentir que la música del ave sería una entre tantas melodías, hay una búsqueda intensa de la voz personal, de la trascendencia a través de la poesía. En Duras aguas… se inicia el amino, la relación entre el hombre y la palabra que parece ver de un modo positivo en un primer momento, pero luego reconoce que “también nombraré los elementos/ que después me negaron”. Dice, además que el hombre dio savia a las palabras, aunque la lengua es torpe, tropieza, “no puede con todo”.

Esta indagación en lo lírico y en el sistema de la lengua se evidencia en la idea de segmentación, el discurso entrecortado, la historia que se parte, las sílabas que huyen, el verso amputado, el rostro dividido, la fuga de las rodillas, la independencia de la cabeza apartada del cuerpo, el ser humano como un bocado en el tenedor de Dios, las insólitas analogías de la linguística y el verdugo, las explicaciones etimológicas; elementos que ya en el plano formal o de contenido, convergen hacia un mismo sentido de inversión, rebeldía, desgaste, gravitación, absurdo y fraccionamiento que recuerdan la obra de Virgilio Piñera (tanto narrativa, dramática como poética); también el alto grado de ironía, el reconocimiento de que “como Dios, estoy ausente en todas partes” (que remite a los no-dioses de Electra Garrigó) me hacen crear analogías con el autor de La isla en peso. Duras aguas del trópico intenta leer desde el mismo título la insularidad como “maldita circunstancia”. Cuando la autora escribe que “el sol rompe en migajas el país natal”, uno recuerda que, según Virgilio, “un pueblo puede morir de luz como morir de peste”. La poetisa ha reconocido esta influencia en un texto (especie de manifiesto) que tituló precisamente: “Virgilio Piñera una poética para los 80”, donde aborda los vínculos o diferencias entre el Grupo Orígenes, Piñera y su generación, dispersa hoy, como nos lo hace saber en su poemario Parloteo de sombra. Sirva este fragmento como ejemplo de la segmentación en el plano del contenido:

Yo vi perderse a una generación

(…)

barridos con las hojas

de un otoño feroz en un país sin estaciones.

Y no hubo guerra grande ni chiquita.

Ni pelotón de fusilamiento.

Cinco

como los cinco dedos

de una mano

amputada.

La subversión de pasajes bíblicos es otra de las zonas temáticas que más llama la atención en los libros de Calderón. Reconoce que su pecho está más desierto que el Getsemaní; la negación de Pedro es una de las referencias más frecuentes; es más verosímil que entren el camello y hasta el rico por el hueco de una aguja, antes que el sujeto emisor logre escribir con la fluidez que teje su madre, pues la historia se parte; Dios mismo se erige como un ser carnívoro, que deglute al mundo. En Duras aguas… hay un poema que recrea el sacrificio de Isaac por su padre Abraham. El título nos informa que el yo poemático es un eunuco. Hay en la primera parte del texto una exaltación de lo carnal, del goce erótico, del sentido fáctico que, puesto en boca de un ministro de Dios, roza con la blasfemia. Toda la trascendencia es puesta en las tetas de la amada que, haciendo un guiño al Cantar de los cantares, se dice que son “más imponentes que las yeguas del faraón.” Reaparece también aquí la negación de Pedro, ahora relacionado con lo lujurioso: “tres veces fui llamado hasta tu vientre/ y otras tres fui negado”. Por último este nuevo Isaac se mueve entre la agonía y el placer; el campo de lo erótico se imbrica con el del sacrificio. La daga deviene elemento fálico, que no pierde su connotación inicial. En un primer y más extenso plano tenemos a una autora que utiliza un sujeto lírico masculino, el cual habla desde el patriarca del Antiguo testamento mientras parece tener relaciones incestuosas con su hijo sobre la piedra del sacrificio y, si no fuera poco ya el intercambio de sexos, termina contemplando, en otro giro de travestismo, las tetas del nuevo Isaac.

También tocamos con lo antes expuesto el tema amoroso en la obra de la poetisa. Como la vida, la poesía, la relación con los padres, también el amor es visto semejante a un agón, a un enfrentamiento. En Duro de roer, los senos de la amada son comparados con “la opresión de una bala en la boca”, por lo que la relación sexual es estado límite y cercano a la muerte, y otra vez como antes el cuchillo, la bala o el arma toma connotación de elemento fálico sin perder la significación primaria. En Los amores del mal, como en otros poemarios, suele enunciar desde un sujeto que en ocasiones puede travestir su voz desde la suposición:

Cuando te quedas,

Rita,

más desnuda que estas paredes

yo siento miedo

de ser una mujer.

En este último poemario publicado en 2006 dedica varios textos a las víctimas del Vesubio, a la destrucción de Pompeya y de todo lo que esta pudo significar en el plano de lo sexual, por lo que la muerte sigue siendo un tema medular en su obra, así como la descripción pretendidamente neutral, fría, realista, de los acontecimientos.

En Se adivina… la autora da continuidad a la tarde y a la música en su interior; hacia adentro. Pasan así a ser parte del recuerdo y luego regresan por medio de la escritura en el poema. Su propósito de recuperar el pueblo natal, la patria, lo vemos también en Parloteode sombra con tono más lóbrego y desesperanzado. El poemario comienza haciendo una analogía entre el Cementerio de Colón, Jaguey Grande y Spoon River. El sujeto poemático reconoce la dificultad de “nombrar (si nombras) tu ciudad, las ciudades”. Damaris rescata su Jaguey de la infancia, el mismo que nos describe en su primer libro. Hace converger el río San Juan de Matanzas con el Mapocho, el Nilo, el Sena, el Almendares; al igual que Santiago puede ser de Chile, de Cuba, de Compostela, símbolo del peregrinaje eterno, camino hacia un Santiago imposible que “nos ha tomado toda la vida”. En estos ejemplos aparecen dos núcleos temáticos de la obra de Calderón: en primer lugar, el éxodo como fatum, la vida como una peregrinación incesante vista también como caída o katábasis en que no se sabe

A qué profundidades, a qué abismos

bajo desposeído de mí mismo.

En qué otra margen sin saber me hallé

duro y solo

rodando como un leño.

En segundo lugar, la connotación cósmica y universal de ciertos elementos relacionados con el movimiento perpetuo que se percibe, además, en “Guijarros” donde el agua es “la sucesión de todo lo creado”, o al decir que “cuando una piedra cae al pozo y traza en la caída círculos momentáneos, el ojo que desde arriba mira, acaso se pregunta, si no repite el ciclo de todo lo creado”.

Sobre el poeta como alguien que reinventa o recupera la ciudad en su obra, se puede agregar que en Duras aguas… es presentado como quien “cuenta una y otra vez su ciudad” y “la recrea constantemente”, pero a la vez siente que es una condena escribir “ahora y otra vez la fábula, la amarga cancioncilla hasta el final”.

La nieve, de la que se podría hacer un estudio en la poesía cubana, se ubica también en la zona de lo desconocido. En Duras aguas del trópico, que desde el título nos enfrenta a lo áspero de vivir en esta franja geográfica; ante la sequedad y miseria, el sujeto lírico dice que no ha visto la primera nieve. Ya en Sílabas. Ecce homo, el lenguaje y la nieve se fusionan: “palear nieve (como palabras) es un gasto inútil”. La escritura como peregrinación o testimonio del viaje, la vida y la poesía como éxodos indetenibles dejan su eco en “el que camina solo por la sintaxis de la nieve”. Sin embargo, todavía el sujeto lírico no ha podido descifrar “el dudoso mensaje de la escarcha” y siente que “la nieve es una invención de los trópicos”, lo que se relaciona, de algún modo, con la utopía. Es en Duro de roer donde la nieve no es ya esperanza sino metáfora interior; imagen de la nada, el vacío y el desarraigo de un ser que ha perdido su país y su lengua. Está ya en el campo semántico de la muerte y el suicidio. Respecto de la relación con la escritura, recordemos el poema introductorio de Casal en Nieve: al poeta le parecían sus textos semejantes a copos que descendían sobre la tierra.

Para hablar de las referencias grecolatinas en la obra de Damaris Calderón, tenemos que remitirnos también a su poemario Se adivina… donde se siente el eco del sáfico amante que se dobla como un junco cuando la autora escribe:

Las espigas

¿Quién va a atreverse

a recogerlas

cuando se curvan

dóciles o se empinan

derechas?

Había hecho alusión también a las explicaciones etimológicas de algunas palabras de raíz griega (como sarcófago) que por su significado se relacionan con la muerte y el sentido de deglución universal que formula la poetisa, además suele utilizar palabras como rododáctilos, epíteto homérico referido a la aurora (“de rosáceos dedos”), que se vincula en este caso con lo sangriento y no con la imagen cándida de los poemas épicos que alude al nacimiento de la mañana. Las palabras que aparecen escritas en griego en Sílabas… dan fe de esa búsqueda y experimentación incesante en el lenguaje y el propósito de asir los términos en su sentido más genuino y exacto; otra vez, además, los une al contexto mortuorio. “(C)omo una yugada” que “mastica el pobre pasto de (s)us días”, el poeta “escribe/ ara-”, es lo mismo, como los antiguos, en forma bustrófeda. La ceguera como consuelo, y por tanto Edipo podría ser el referente cuando la autora escribe: “para la inmersión total, para ese descenso revelador, bastaría entonces con sacármelos”. (Los ojos).

Pero son “Hábitos I” en Guijarros y “Fiebre de caballos” en Losamores del mal, los textos que considero de mayor trascendencia dentro de esta temática, por proponer una reverencia desde la negación. En el primero, el sujeto lírico se compara con Prometeo, pero a diferencia de este dios, él se tiende por voluntad ante el ave que le roe las entrañas; la figura mítica deviene antítesis y reflejo, y la autora expresa el acto irracional del ser humano que soporta golpe tras golpe y no reacciona ni se defiende. En el segundo, también es la negación de Safo lo que nos remite a la poetisa griega, el yo poemático asume como propia la vivencia que ha leído en los textos de la hija de Lesbos, su experiencia, por ser suya, deviene genuina e insuperable, de ahí que “cuando veo un sauce que se agita/ no me acuerdo de Safo, pienso en mí.”

Algunas otras obsesiones en la poesía de Damaris Calderón, además de las ya apuntadas, son: las analogías entre hombres y animales, el perro, desde Guijarros suele ser un símbolo que encontramos también en Duro de roer; la paloma y la vieja son un ejemplo de la inversión a la que asistimos en los poemas de Calderón: el ave llega a superar al ser humano en inteligencia y sentido práctico, léase “Fauna”, como muestra de la animalización del hombre. Además, en volúmenes como Sílabas. Ecce homo y sobre todo, en Parloteo de sombra, el ser mesoamericano cobra gran importancia y en ocasiones se enuncia desde un sujeto lírico indígena. Escritores suicidas como un Hemingway y Tsvietáieva suelen ser motivos a tratar en sus poemas. La verticalidad y el enclaustramiento son metáforas de la soledad en poemarios como Duro de roer y dialogan, desde una ironía ácida, con el absurdo y con la supuesta superioridad del hombre ante los demás seres vivos; incluso, se suele animar una alcantarilla o un bastón que guía al ciego, o un hombre muerto es descrito como naturaleza muerta, análogo al florero o las frutas, pues nada en él evidencia una vida interior o alguna de sus acciones. Al final de Sílabas… y de Duro de roer podemos leer dos textos que dialogan con el teatro o mejor, con el impedimento de la representación. (Me refiero a “El espectador sin espectáculo” y “Pieza de Hotel (esperando a Godot).”

También yo he padecido la imposibilidad perenne de explicar la poesía. A veces siento que el verso de la autora expone mejor que cualquier exégesis posible. Como en un gimnasio, las palabras, desnudas, entrenan sus cuerpos sudorosos y vitales. Yo me abstengo del agón. Espero el gesto preciso. El lenguaje nos supera o “las palabras no comunican”. No sé. Hubiera querido que la poesía tuviera un cuerpo cercenable como un cisne o una vieja. Pero no. Mastico palabras. La obra de Damaris Calderón es el resultado de un enfrentamiento plural y constante, su verso, como un trozo de lata o de escarcha, podría “cortar el corazón de un hombre”. Atónitos, distanciados, seguiremos leyéndola. Es preciso atender todo paso que emprenda esta mujer que “pudiera escribir el Popol Vuh o el Génesis si la mano no (l)e temblara”.

La Soñante (Antología) de Damaris Calderón Campos. Colección Atocha de Literatura Hispanoamericana. Efory Atocha ediciones, 2015.


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