Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Kafka, Literatura, Cine

El absurdo verosímil

Hace un siglo se publicó La metamorfosis, un relato en el que Franz Kafka intuyó con una lucidez escalofriante la soledad, el dolor y la vulnerabilidad del ser humano

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“Cuando Gregorio Samsa despertó una mañana tras un sueño inquieto, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto. Yacía sobre el duro caparazón de su espalda, y veía, al alzar un poco la cabeza, su vientre arqueado y oscuro, surcado por curvadas callosidades, cuya prominencia apenas podía aún sostener la colcha, que estaba ya a punto de escurrirse hasta el suelo. Muchas patas, lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor del resto del cuerpo, le centelleaban desesperadas ante los ojos”.

Así comienza una de los títulos emblemáticos de la narrativa moderna. Me refiero a La metamorfosis, de cuya primera edición se cumple este año un siglo. Su autor fue Franz Kafka (1883-1924), quien procedía de una familia judía de germano hablantes establecida en Praga. Esa es la razón por la cual escribió toda su obra en ese idioma y no en checo. Y es lo que llevó a Vladimir Nabokov a calificarlo como “el escritor alemán más grande de nuestro tiempo. A su lado, poetas como Rilke o novelistas como Thomas Mann son enanos o santos de escayola”. Un escritor además que convirtió su apellido en un término común en casi todas las lenguas.

En español, el texto de Kafka, un relato largo antes que una novela, se tradujo por primera vez en 1925, antes que al francés, el italiano y el inglés. Apareció en dos partes en los números XVIII y XIX de la Revista de Occidente (el nombre del traductor no figura). Y a propósito de esto, viene a cuento comentar que no ese es exactamente el título original. En alemán es Die Verwandlung, que significa La transformación. Kafka prefirió usar ese término sencillo y cercano al lenguaje coloquial, y no el de Metamorphose. Ese detalle lo hizo notar Jorge Luis Borges: “Yo traduje el libro de cuentos cuyo primer título es La metamorfosis, y nunca supe por qué a todos les dio por ponerle La metamorfosis. Es un disparate, yo no sé a quién se le ocurrió traducir así esa palabra del más sencillo alemán. Cuando trabajé con la obra el editor insistió en dejarla así porque ya se había hecho famosa y se le vinculaba a Kafka”. Conviene decir que eso no solo ha ocurrido en español. En otros idiomas, como el francés, el inglés, el italiano, también se ha optado por metamorfosis en lugar de transformación.

Con La metamorfosis sucede igual que con otras obras famosas: incluso quienes nunca la han leído tienen una idea de lo que allí se cuenta. Su protagonista, Gregorio Samsa, es un viajante de comercio, una profesión que cada día lo deja más vacío. Pero desde que su padre tuvo que cerrar el negocio, él es el único sostén de la familia. Su trágica odisea comienza una mañana, cuando al levantarse para salir a trabajar el cuerpo no le responde y no es capaz de articular su voz. Se ha convertido en un enorme insecto.

Poco a poco Gregorio se da cuenta de la repugnancia que su nuevo aspecto produce a sus padres y su hermana. Todos huyen de él, pues se avergüenzan de tener en casa un bicharraco tan horrendo. Gregorio pasa a alimentarse con los desperdicios que le dan y huye de la luz. Ahora no abandona su escondrijo. Una tarde, atraído por los acordes del violín que toca su hermana, sale lentamente de su cuarto y va a la sala donde está reunida su familia. Cuando estos descubren su presencia, huyen aterrorizados. El padre, exasperado, le arroja una manzana que le da en el cuerpo, le rompe el caparazón y se le hinca en la carne. A consecuencia de ello, Gregorio muere. La criada es quien encuentra su cuerpo ya seco. Al saber la noticia, la despreciable familia siente una cálida sensación de alivio.

Un siglo después de que se publicó, primero en la revista Die Weissen Blätter, de Leipzig, y luego como libro, La metamorfosis mantiene su condición de obra insólita y enigmática. Posee unas claves misteriosas y por eso permite muchas lecturas posibles. Hay quienes han aplicado las teorías freudianas y ven en el protagonista referencias autobiográficas. Al igual que Gregorio, Kafka se sentía estresado debido a su trabajo en una compañía de seguros y a la mala relación con su padre. Sea o no acertada esa lectura —Nabokov, por cierto, la rechazaba—, lo cierto es que Kafka, quien no estaba satisfecho con el texto, se avergonzaba de haber aireado cuestiones demasiado personales (“La metamorfosis no es una confesión, aunque sea, en cierto sentido, una indiscreción”, le comentó a Gustav Janouch). Y en la famosa carta que dirigió a su padre confesó que muchas veces se sentía como un insecto, como un ser insignificante.

Uno de los aspectos más admirables de La metamorfosis es que el único detalle fantástico es la transformación que sufre el protagonista. Todo lo demás es de un realismo minucioso y casi pedestre. Eso lo resaltó Albert Camus, para quien la singularidad de la obra de Kafka radica en la colindancia, o más bien fusión, de dos universos: el de la vida cotidiana y el de la inquietud sobrenatural. En el relato objeto de estas líneas, esos dos elementos son empleados para dar una impecable grandeza al absurdo esencial de la existencia. Con una lucidez escalofriante, su autor intuyó la soledad, el dolor y la vulnerabilidad del ser humano. Gregorio se da cuenta de la futilidad de su vida en una sociedad sin amor ni compasión. Una sociedad a la cual sirvió durante mucho tiempo y que cuando él más lo necesita, le vuelve la espalda.

Traducido prácticamente a casi todos los idiomas (un dato curioso: al húngaro lo hizo Sandor Márai), el relato de Kafka ha sido adaptado además a otros medios expresivos. Se ha llevado varias veces al teatro y también a la ópera, el cómic, el manga y la radio. Asimismo por lo menos un par de escritores se han atrevido a contar de nuevo la tragedia de Gregorio. Marc Estren lo hizo en Insect Dreams: The Half Life of Gregor Samsa (2002). En esa obra narrativa, el Gregorio metamorfoseado es vendido a una barraca de feria de Viena, donde se gana la vida dando conferencias sobre las implicaciones de Rilke y el Señor Spengler (hay un capítulo en el que conoce a Ludwig Wittgenstein). Por su parte, Lance Olsen reescribió la historia desde el punto de vista de varios personajes, algunos hasta ahora considerados secundarios, en Anxious Pleasures: A Novel after Kafka (2007).

Adaptada al cine y la televisión

La metamorfosis también ha dado lugar a varias versiones para el cine y la televisión. Uno de los primeros en adaptar el relato fue el checo Jan Nemec, en Die Verwandlung (RFA, 1975). Su película tiene la peculiaridad de que a Gregorio nunca se le ve, y su historia se intuye a través de las reacciones de sus familiares. Con más o menos fortuna, se han acercado al texto de Kafka Ivo Dvorák (Forvandlinger, Suecia, 1976), Caroline Leaf (The Metamorphosis of Mr. Samsa, Estados Unidos-Canadá, 1977), Jean-Daniel Verhaegue (La Mètamorphosis, Francia, 1987), Peter Capaldi (Franz Kafka´s It´s a Wonderful Life, Inglaterra, 1993), Carlos Atanes (La metamorfosis de Franz Kafka, España, 1994), Matthew Saville (Franz & Kafka, Australia, 1997), Peter Orban (Metmorphosis: Gregor Samsa´s Nightmare, Hungría, 2006) y Chris Swanton (Metamorphosis, Inglaterra, 2012). Algunos son filmes de corta duración y se pueden encontrar en YouTube.

En una ocasión, el cineasta irlandés Neil Jordan se refirió a las dificultades que conlleva llevar a la pantalla La metamorfosis. De acuerdo a él el principal escollo reside en cómo mostrar a un insecto que antes era un ser humano. Probablemente, esta fue una de las interrogantes que se planteó Valeri Fokin (Moscú, 1946) cuando decidió acometer ese proyecto. En realidad, debió habérsela planteado antes, pues en 1995 dirigió una versión teatral con el famoso grupo moscovita Satirikon. Aquel montaje, muy elogiado por la crítica, Fokin lo retiró del repertorio en 2002, año en que rodó la versión cinematográfica del relato de Kafka.

La transformación (tal es el título en ruso) es, hasta la fecha, la segunda incursión en el cine de Fokin, uno de los directores teatrales más sobresalientes de Rusia. Estudió en la Escuela Schukin y en el Teatro Vajtangov, y tras graduarse pasó a trabajar en el Sovremenik. Ya desde entonces sus producciones empezaron a concitar la admiración de espectadores y críticos. En 1985 su carrera adquirió una nueva dimensión cuando fue nombrado director del Teatro Yermolova. En la actualidad está al frente del Centro Meyerhold, en Moscú, que él fundó en 1991 y que en 1999 se convirtió en una institución estatal. Comparte esa actividad con la dirección artística del Teatro Alexandriinski, de San Petersburgo. Su currículum incluye unas 70 puestas en escena, varias de ellas en Polonia, Estados Unidos, Hungría, Alemania, Suiza, Japón, Francia, Finlandia, Bulgaria. En 1996 su trabajo contaba con tal prestigio, que en Moscú y San Petersburgo se programaron sendos festivales de sus montajes. En Rusia ha obtenido numerosos premios y desde 2006 es miembro del Presídium del Consejo Presidencial para la Cultura y las Artes de la Federación Rusa.

Una brillante y extensa trayectoria en las tablas. Un director que solo contaba con una experiencia previa detrás de las cámaras (databa además de 1982). Un largometraje cuyo guión se basa en un relato que él antes había presentado en la escena. Confieso que la conjunción de esos elementos motivó que, al disponerme a ver la película de Fokin, esperaba una típica muestra de teatro filmado. Pero La transformación me reservaba una agradable sorpresa. Es cierto que en un par de secuencias el director emplea soluciones que se pueden calificar de teatrales, y que también lo es el modo como resolvió la metamorfosis de Gregorio en insecto. Pero estamos ante una realización cinematográfica, ante una obra con entidad como producto audiovisual.

En su filme, que fue rodado en seis semanas, Fokin hace una inteligente adaptación del texto de Kafka. Esto es, lo articula a otro sistema semiótico y expresivo. Es fiel a su esencia, pero no renuncia a darle un tratamiento imaginativo. El respeto al relato comienza por situar la acción en Praga en 1915 (conviene notar, no obstante, que en el letrero que aparece al inicio el nombre de la ciudad está escrito en checo y en ruso). Al igual que ocurre en otras obras de Kafka, la historia tiene como marco un ambiente pequeño burgués, entre gente impulsada por el ansia de dominio y esclavizada a las mezquinas preocupaciones del trabajo y las ganancias.

Fokin plasma en la pantalla valores esenciales de la poética del escritor checo. Uno de ellos es la nitidez del estilo, que como comentó Nabokov sirve para subrayar la riqueza tenebrosa de su fantasía. Eso también lo resaltó Borges, al expresar que Kafka redactó sórdidas pesadillas en un estilo límpido. Fokin respeta esa sencillez estilística y opta por una puesta en escena desdramatizada, serena, contenida, que elude los subrayados, las estridencias y los efectismos al uso. Lo mismo hace respecto a la concisión y limpieza de la estructura del relato: apuesta por una narrativa clara. Asimismo mantiene la organización temporal lineal, solo alterada por algunas escenas retrospectivas y oníricas. En estas últimas, Igor Klebanov logra un buen trabajo con la fotografía, al difuminar la luz y las imágenes.

¡El insecto no, por favor!

Fokin, ya lo señalé, sigue respetuosamente el texto de Kafka. Incluso lo hace en lo que muchos han de considerar su innovación más audaz: la manera como ha resuelto la transformación del protagonista en un insecto. Antes de referirme a ello, pienso que es oportuno comentar la opinión que el escritor tenía sobre ese punto. A Kafka le preocupaba mucho que los lectores no se quedasen con la anécdota de la mutación de Gregorio. Por esa razón, cuando se estaba preparando la edición en libro de su relato, le envió una carta a la editorial Kurt Wolff. En ella expresó:

“Me escribieron ustedes últimamente que Ottomar Starke realizará la ilustración para la cubierta de La metamorfosis. Ahora bien, por lo que conozco a este artista a través de Napoleón, me ha sobrevenido un pequeño susto, probablemente más que innecesario. Resulta que se me ha ocurrido, dado que Starke será realmente el ilustrador, que quizás esté en su deseo querer dibujar el mismísimo insecto. ¡Esto no, por favor! No quisiera reducir su poder de influencia, sino solo exponer un deseo, debido a mi evidente mejor conocimiento de la historia. El insecto mismo no puede ser dibujado. Ni tan solo puede ser mostrado desde lejos. En caso de que no exista tal intención, mi petición resulta ridícula; mejor. Le estaría muy agradecido por la mediación y el apoyo de mi ruego. Si yo mismo pudiera proponer algún tema para la ilustración, escogería temas como: los padres y el apoderado ante la puerta, o mejor todavía: los padres y la hermana ante la habitación fuertemente iluminada, mientras la puerta hacia el cuarto contiguo se encuentra abierta”. La editorial obedeció esa sugerencia y en la portada aparece un dibujo del padre en bata y pantuflas, cubriéndose la cara con las manos. Detrás de él, se ve una puerta entreabierta, presumiblemente la del cuarto de Gregorio.

En su adaptación cinematográfica, Fokin respetó el deseo del escritor y no se dejó seducir por la tentación mimética. Para la transformación de Gregorio prescindió por completo de efectos especiales y de maquillaje. En una interpretación tan sobria como impresionante, Evgueni Mironov sencillamente da vida a un ser humano que se comporta como un insecto. ¿Cómo lo consigue? A través de movimientos del cuerpo y de expresiones faciales. Mueve sus brazos y piernas de un modo extrañamente simétrico, como si fuesen patitas. Adopta extrañas y retorcidas posturas, emite sonidos guturales, repta por el techo y el suelo, se queda tumbado boca arriba. Todo ello, a la vez que cómico, resulta conmovedor. Gracias a esto último, comunica la patética y humilde dignidad con que el personaje acepta el hecho de que su familia ahora lo rechaza. Seguramente habrá quienes tilden de teatral esa solución ideada por Fokin, pero que, insisto, es muy coherente con la concepción que tenía Kafka. En todo caso, si se aceptó sin problemas que en Dogville el danés Lars von Trier contara la historia en un escenario totalmente despojado propio de un montaje teatral, no veo por qué se le ha de negar al director ruso el derecho a hacer algo similar.

A favor de la opción adoptada por Fokin para presentar la metamorfosis de Gregorio, se puede agregar que contribuye a mantener viva su naturaleza delicada y dulce. El cambio no ha modificado su alma, rebosante de cariño, sedienta de bondad. Aunque se ha convertido en un insecto, conserva una sensibilidad y un corazón humanos. Asimismo dudo que si se mostrase de manera realista la mutación —eso es lo que ha hecho Chris Swanton en su versión cinematográfica— difícilmente se podría dar la trágica desesperación de ese personaje desvalido, ante la exclusión social que lo lleva a una soledad autodestructiva. Algo que Evgueni Mironov logra plasmar admirablemente y transmitir al espectador en su impecable interpretación.

En su traspaso a la pantalla, Fokin consigue plasmar en términos cinematográficos la alienación y la profunda tristeza presentes en el relato. Recrea también su atmósfera asfixiante y sus insistentes referencias a las puertas. A eso se suma la banda sonora de Alexander Babsky, quien ha hecho una mezcla abstracta de música y sonidos que da a la atmósfera un tono perturbador. Asimismo y aunque la historia está narrada con detalles realistas, eso no le hace perder su sentido más profundo. Por otro lado, la fidelidad con que Fokin sigue el argumento no le impide, sin embargo, tomarse algunas libertades. En una secuencia, Gregorio camina por un cementerio y al mirar una de las tumbas descubre que en ella está grabado su nombre. Aparece el año de su nacimiento, 1883 (corresponde al de Kafka), pero no el de su muerte. La escena está tomada de un cuento del escritor checo titulado Ein Traum (Un sueño) y quien la protagoniza es Joseph K.

Otro diálogo intertextual es el que establece Fokin con el pintor belga René Magritte. Al comenzar la película, se ve a Gregorio cuando llega de viaje. Va vestido de negro y lleva un sombrero del mismo color. Esa misma imagen tienen los hombres que aguardan en fila para subir al tren. Aparecen además en una de las pesadillas de Gregorio, y se pueden interpretar como una metáfora de la deshumanización del hombre moderno. El director se inspiró en cuadros como Le Fils de l´Homme, L´Homme au Chapeau Melon, La Bonne Foi, Le maitre d´ecole, Les Mysteres, en los que Magritte incluye una figura sobre la cual insistió en sus últimos años: el hombre con un traje negro, una corbata roja y un bombín, un atuendo muy usado por el pintor.

Ignoro cuál fue la recepción que tuvo en Rusia la película de Fokin. Para muchos espectadores debe haber significado un descubrimiento, pues como ha comentado su director, Kafka es un autor que sus compatriotas casi no conocen. Durante la etapa soviética, sus obras no se publicaron. A nadie ha de extrañar que un régimen totalitario tan absurdo como aquél prohibiera textos como los del escritor checo. En el extranjero, La transformación no ha tenido una distribución comercial, aunque sí se proyectado con buen acogida en festivales internacionales como los de Tokio, Vyborg, Moscú y Karlovy Vary. Fokin dedicó su película al teatrista checo Peter Lébl, quien también dirigió una versión escénica del relato de Kafka, antes de suicidarse en 1999.

La transformación no es una gran película, ni tampoco aspira a serlo. Pero sí es, en mi opinión, una obra de valores estéticos más que estimables. Su visionado deja al espectador con la satisfacción del cine bien hecho y, además, con algunas preguntas inquietantes.