Actualizado: 28/03/2024 20:07
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El canon poético según Lezama Lima

A partir de unas notas que dejó en una agenda, Roberto Pérez León ha publicado las que para el creador de La fijeza eran las cien mejores poesías cubanas

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Una fiesta innombrable es el libro que nunca dio a la luz Lezama, más aún, el que nunca compuso. Presentarlo hoy a los lectores es un acto de temeridad, una pirueta al borde del imposible. Unos apuntes en un mediodía de ocio en Trocadero, desatan una empresa a la que toma varias décadas ganar forma definitiva, he ahí un ejemplo perfecto de lo hipertélico: aquello que va más allá de su finalidad”.

Las líneas anteriores pertenecen al escritor camagüeyano Roberto Méndez, quien las leyó durante la presentación en sociedad de Una fiesta innombrable. Las mejores poesías cubanas hasta 1960 según José Lezama Lima (Ediciones Unión, Ciudad de La Habana, 2010, 306 páginas). ¿Un libro inédito del creador de Paradiso, que sale de la imprenta un cuarto de siglo después de su muerte? Nada de eso. Se trata de una obra armada por Roberto Pérez León, a partir de unas notas que halló en una agenda de Lezama Lima, y que presumiblemente datan de entre 1969 y 1970. Esos apuntes se reducen a la lista de autores y textos, aunque en el caso de los que cronológicamente son los últimos poetas (Cintio Vitier, Eliseo Diego, Fina García Marruz, Fayad Jamís, Roberto Fernández Retamar) faltan los títulos seleccionados. De ahí que sea atinada la afirmación de Méndez en cuanto a que estamos ante un actor de temeridad, puesto que Una fiesta innombrable es un libro que Lezama Lima nunca compuso.

En el texto del cual cité un fragmento, Méndez menciona algunas obras anteriores, que siguen ese modelo, esto es, el de concentrar lo mejor de la poesía de un país en un centenar de títulos. En nuestro idioma el primero en hacerlo fue el español Marcelino Menéndez y Pelayo (Las cien mejores poesías de la lengua castellana, 1908), y en Cuba lo imitaron años después José María Chacón y Calvo (Las cien mejores poesías cubanas, 1922) y Cintio Vitier (Las mejores poesías cubanas, 1959). Lezama Lima conocía esos libros y él mismo había preparado una monumental y excelente Antología de la poesía cubana (1965). Eso lleva a que uno se pregunte, como lo hace Méndez, qué lo llevó entonces a emular con Chacón y Calvo y Vitier con “un libro que no tuvo tiempo o deseos de concluir. ¿Buscaba continuar la conformación del canon que había comenzado a establecer en su Antología para la poesía cubana?”. Son interrogantes que evidentemente van a quedar sin respuestas, y sobre las cuales solo es posible hacer conjeturas.

Hace ya varias décadas que casi no se editan antologías con pretensiones canónicas (el término canon procede del griego y significa normar, reglar). La idea misma de establecer una lista paradigmática de los grandes autores de inmediato suscita algunas interrogantes: ¿cómo sabemos que una obra es “buena” o no? ¿Qué valores determinan lo que es canónico, quién los decide y de acuerdo a qué parámetros? ¿Esos valores provienen de la propia obra, o están determinados por aspectos y circunstancias exteriores a ellas? Podrían, en fin, agregarse otras más. Por otro lado, nadie puede negar que el canon tenga fisuras muy reconocibles. A través de las mismas emergen nuevos textos, tanto antiguos como actuales, que pugnan por lograr su incorporación. Además, el canon mismo es asediado por nuevas metodologías de investigación que proponen “abrirlo”, o bien someter el pasado a una relectura. Eso supone una permanente relación entre los textos que conforman el núcleo canónico y unos acercamientos críticos en permanente cambio. Algo que tiene que ver también con que cada generación se ve obligada a proponer su propio canon, a replantearse el existente, a ponerlo al día.

Legítimos e injustos, necesarios y parciales, los cánones reflejan más a quienes los establecen que a las obras que encumbran. De ahí que quien esto escribe se acercó a Una fiesta innombrable con la curiosidad de saber cuál era para Lezama Lima nuestro canon poético. A decir verdad, lo que se dice sorpresas no hay muchas. En su lista figuran nombres sobre los cuales hay criterios consensuados: José María Heredia, José Jacinto Milanés, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Joaquín Lorenzo Luaces, Juan Clemente Zenea, José Martí, Julián del Casal, Regino E. Boti, José Manuel Poveda, Mariano Brull, Nicolás Guillén, Eugenio Florit, Emilio Ballagas, Gastón Baquero, Eliseo Diego, Fina García Marruz, Cintio Vitier y el propio Lezama Lima. Naturalmente, la nómina es más extensa, pero me he limitado a citar aquellos autores que se deducen son las más significativos, por estar representados con varios poemas.

Sobre algunas inclusiones y exclusiones

Entre las inclusiones que por lo menos a mí me llaman la atención, está, en primer lugar, la de Félix Fernández de Veranes con el extenso “Sueño del doctor Don Félix Veranes”. Lezama Lima lo había seleccionado antes en su Antología de la poesía cubana, pero no deja de ser curioso que lo haya escogido para abrir su Top 100. Otro texto curioso es “Dios ayuda a los que no se niegan a sus auxilios”, un soneto anónimo recogido por José Severino Boloña en su Colección de Poesías arreglada por un aficionado a las musas (Por cierto, en el último verso se deslizó una deliciosa errata: “Que es lo que pido pa gritos en tu nombre”). Roberto Méndez, experto conocedor de nuestra poesía, ha hecho notar un par de detalles significativos. Al hacer su lista, Lezama Lima solo tomó textos de Arabescos mentales, desdeñando las producciones más maduras de Boti. Asimismo Méndez se pregunta por qué si dio cabida a autores menos que medianos (Federico Milanés, Federico Urbach), excluyó a Justo Rodríguez Santos y Lorenzo García Vega, ambos integrantes del Grupo Orígenes e incluidos por Cintio Vitier en Diez poetas cubanos (1948).

Aparte de los nombres de los incluidos en la lista de marras, el otro aspecto importante a tomar en cuenta es la cifra de textos y el número de páginas que ocupa cada autor en el libro. A continuación menciono aquellos que figuran con más de un poema: Manuel de Zequeira y Arango, Manuel Justo de Rubalcava, Bonifacio Byrne, Juana Borrero, Mariano Brull, Rubén Martínez Villena, Samuel Feijóo y Roberto Fernández Retamar, con 2; Gabriel de la Concepción Valdés, José Jacinto Milanés, la Avellaneda, Luaces, Luisa Pérez de Zambrana, Agustín Acosta, Guillén, Ballagas y Fayad Jamís, con 3; Heredia, Poveda y García Marruz, con 4; Casal, con 5; Martí y Lezama Lima, con 6; Zenea, con 7.

En cuanto al número de páginas que ocupan en el libro, la distribución anterior sufre modificaciones, debido a que la extensión de los poemas no es la misma. La selección de Martí cubre 22 páginas; Lezama Lima, 18; Feijóo, 13; Guillén, 12; Baquero, 10; Casal, Florit y García Marruz, 9; Zenea, Heredia y Vitier, 7; Zequeira y Pérez de Zambrana, 6; Milanés y Jamís, 5; Luaces, Poveda, Ballagas y José Z. Tallet, 4; Agustín Acosta, 3; Boti, Diego, Dulce María Loynaz, Rubalcava, la Avellaneda, Bonifacio Byrne, Regino Pedroso, Martínez Villena, Virgilio Piñera, Ángel Gaztelu y Fernández Retamar, 2. No obstante, conviene que recuerde que Lezama Lima no llegó a anotar las selecciones correspondientes a Vitier, Diego, García Marruz, Jamís y Retamar. Por tanto, las que figuran en Una fiesta innombrable no se deben atribuir a él. No voy a entrar en detalles sobre este aspecto, pero para mí resulta muy notorio el caso del autor de En la calzada de Jesús del Monte. ¿Habría escogido Lezama Lima un solo poema suyo? En su lista hay inclusiones más que discutibles, pero cuesta mucho creer que él pudiese cometer un error de bulto tan garrafal.

Para acompañar los poemas, Pérez León se valió de su amplio conocimiento de la obra de Lezama Lima. Se dio así a la tarea de buscar en ensayos, dedicatorias de libros y cartas, comentarios referidos a los autores de la lista. Dado que esos textos no fueron concebidos para cumplir tal cometido, el conjunto es sumamente heterogéneo. Así, las páginas sobre Diego son más extensas que el poema. Algo similar ocurre con Juana Borrero y la Avellaneda. Como no le fue posible hallar palabras referidas a la poesía de Piñera, Pérez León reproduce el poema que Lezama Lima dedicó al autor de La vida entera cuando cumplió 60 años. El problema mayor fue, sin embargo, con otros poetas sobre los cuales Lezama Lima no dejó el más mínimo registro. Esa es la razón por la cual, en los casos de Baquero, Florit, Martínez Villena, Brull, Poveda, Acosta, Felipe Pichardo Moya y Manuel Navarro Luna, en Una fiesta innombrable solo aparecen los poemas.

Nunca sabremos ya si Lezama Lima tenía pensado materializar aquel proyecto, del cual solo se conservaron unos apuntes en su agenda. Quedará para siempre la incógnita sobre cuál era su propósito. Dudas similares albergó el propio Pérez León, quien en la introducción a Una fiesta innombrable expresa: “¿Tenía que ser yo el que pusiera a la luz lo que tal vez [J.L.L.] nunca iba a mostrar, al punto de que por esa misma razón empezó la selección y nunca se interesó en terminarla? Hoy, que agrego un título más a su bibliografía, siento la inquietud de dilatar una intimidad”.