Actualizado: 17/04/2024 23:20
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El ciruelo de Yuan Pei Fu

Como señala Manuel Díaz Martínez, eficaz editor y prologuista del volumen, El ciruelo de Yuan Pei Fu es “el libro más excéntrico de la poesía cubana”

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El orientalismo, como tendencia literaria, llegó a Hispanoamérica de la mano del modernismo, que produjo un imaginario oriental desde una postura más esencial y de vocación universalista que la que venían desarrollando los escritores europeos. Como expusiera E. Said, los acercamientos al “orientalismo” de Occidente (Europa) han creado una representación errónea y generalizada del Oriente, donde priman las visiones exóticas, románticas y extraordinarias. En los modernistas hispanoamericanos —Darío, Casal, Martí y J.J. Tablada, entre otros—, sin embargo, el propósito es la búsqueda de una suerte de fusión, abierta y dialógica, conducida por una voluntad de identificación.

Es en esta tendencia desde la que Regino Pedroso (1896-1983) da a conocer tardíamente su espléndido El ciruelo de Yuan Pei Fu (1955), tan alejado de los exotismos y relumbrones del orientalismo banalizador, acertadamente rescatado ahora por la colección Palimpsesto del ayuntamiento de Carmona, en Murcia.

Significativa importancia tiene este texto por su acercamiento a una de las zonas de la identidad nacional menos investigadas por la crítica. Me refiero a la huella cultural que la presencia china dejara en la Isla. Llegados a Cuba los primeros ciudadanos chinos procedentes del puerto de Amoy en 1847, bajo el eufemismo formal de colonos, pronto se convirtieron en la segunda fuerza de trabajo después de la trata de africanos. Dispersos a lo largo de la Isla para ocuparse de labores agrícolas, una vez que vencían sus abusivos contratos por ocho años e imposibilitados económicamente de regresar a China pasaron a fundirse lentamente con la población local. Hacia finales del siglo XIX y en las primeras décadas del XX la visibilidad social del chino en las letras cubanas. Ramón Meza publica en 1887 su novela Carmela, en la que el comerciante chino Asma ocupa un papel importante. Pronto le siguieron cuentos de Alfonso Hernández Catá y Antonio Ortega, y Severo Sarduy en su novela De donde son los cantantes (1967). Más recientemente, Mayra Montero ha fundido con gran eficacia narrativa el mundo subterráneo de las sociedades secretas chinas con celebraciones sincréticas afrocubanas en el eje central de su novela Como un mensajero tuyo (1998) y Zoé Valdés se ha asomado al universo doméstico chino-cubano para entregarnos un personaje entrañable, el abuelo Mo Ying. Por su parte, los matrimonios mixtos, generalmente de chino con negra o mulata fueron enriqueciendo la demografía nacional con una prole de criollos mestizos, algunos de los cuales habrían de marcar significativamente la cultura cubana a partir del imaginario heredado de sus mayores, como, entre otros, lo hicieran Wifredo Lam en la plástica y Regino Pedroso en el libro que comentamos.

Regino Pedroso publica sus primeros poemas inscritos en un refinado lirismo subjetivo para, a partir de finales de la década del 20, pasar a una vigorosa poesía social, abiertamente comunicadora y humana, cuya excelencia se aprecia en los versos de “Salutación fraternal al taller mecánico” (1927), quizás la expresión mejor de la vanguardia en la poesía cubana, también experimentada por la poesía afrocubana inaugurada por Nicolás Guillén en 1930 con Motivos de son.

Como señala Manuel Díaz Martínez, eficaz editor y prologuista del volumen, El ciruelo de Yuan Pei Fu es “el libro más excéntrico de la poesía cubana”. Concebido como un homenaje a los ancestros chinos del autor, el texto es también, formalmente, un regreso a sus inicios modernistas, pero esta vez alimentado por un sereno escepticismo ante el desalentador escenario político y social de la Cuba de los 50.

El libro se abre con un Prólogo del autor donde nos revela la ficción de haber recibido en herencia de su abuelo “el retrato de un anciano mandarín” y “un amarillento legajo lleno de variados caracteres y cuyo sentido sólo vine a penetrar en estos últimos años de mi vida”. Los poemas, pues, corresponden a la traducción de los textos recibidos en herencia. Nos anuncia también el Prólogo que los poemas se construyen en un diálogo entre el Maestro Yuan Pei Fu y el “pobre y flaco discípulo que día y noche lo siguiera”, adoptando una perspectiva didáctica, tan cara a los clásicos y renacentistas.

Poema tras poema, el autor nos revela el propósito de las enseñanzas del Maestro. Sin acritud y lleno de una serena sabiduría, extiende ante el discípulo, mediante bellas alegoría, el conocimiento sobre “la eterna mutabilidad de lo existente”, la naturaleza mutante de toda ambición, lo efímero de toda vanidad, la fragilidad del poder, los paradójicos vericuetos de la existencia, la irónica experiencia del vivir, la mendacidad de los poderosos, la dócil credulidad del menesteroso, la callada lealtad de la amistad y los delicados juegos a los que el amor conduce (“El Pabellón de los Secretos”, uno de los más hermosos poemas del género de la poesía cubana).

Y para que el lector no se despiste, Regino Pedroso nos advierte, al concluir su Prólogo, de que ha sacrificado la “primorosa delicuescencia estilística” y que la suya “se trata de una obra de prosaica experiencia de vida y no de dulce ensoñación poética. Los campos en que brotaron estas yemas de bambú parecen haber sido las tierras pantanosas donde madura el arroz, no los pardos celestes de la luna”.


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