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“Lichi”, Literatura

El cumpleaños 60 de “Lichi”, la música y los frijoles negros

Amigos, familiares y lectores del escritor Eliseo Alberto se reunieron en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, en la capital mexicana, para rendirle homenaje

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Sábado, 10 de septiembre de 2011 y algo sé que falta en mi jornada. Hoy, iríamos todos a la Bodeguita, la que está en Insurgentes Sur, cerca de San Ángel: “…mejor a esa, en la de La Roma no hacen bien los frijoles negros…”, diría el cumpleañeros, Eliseo Alberto, vestido seguramente de guayabera blanca de lino, tenis rojo y pantalón azul. La última vez que comimos allí fue cuando cumplió 58 años. Recuerdo el beso íntimo, tierno que María José posó en su mejilla. Recuerdo sus bocados breves de masa de puerco frita con arroz blanco y frijoles negros. Recuerdo el trío que cantó “Perla Marina” y la voz del autor de Informe contra mí mismo desentonando los acordes, siguiendo la voz solista del trío, que lo miraba desesperado frente a tanta desafinación coral. Recuerdo que me dio dinero para que yo pagara mi parte de la cuenta: al saber de mi desempleo, puso en el bolsillo de mi camisa 300 pesos mexicanos; tocamos a 205 pesos por persona, intenté darle el vuelto y me dijo: “Negro, guárdalo pal próximo: yo pienso seguir cumpliendo años”. A “Lichi” le interesaba estar con sus amigos, hacía cualquier cosa por reunirse con ellos. “Mis amigos primero, después y siempre, mi tropa, mis cómplices… A ellos les hago leer las planas calientitas de mis novelas y de mis crónicas: me gusta escuchar el tono de sus voces en la geografía de mis mentiras”, decía.

El sábado pasado nada de eso ocurrió. Me levanté temprano, busqué Esther en alguna parte —de sus novelas, la que más me emociona— y leí para mí el diálogo en el que Maruja le confiesa a Lino “…me hubiera gustado cantar en un bar. Un bar chiquito, elegante. Me imagino recostada sobre un piano de cola…” Puse a todo volumen un disco de Moraima Secada —La Mora—: el bolero “Perdóname conciencia” —leit motiv musical de Esther…— inundó la mañana. Así celebré el cumpleaños 60 de Eliseo Alberto de Diego García-Marruz. Él y yo contendiendo sobre el bolero filin. Él y yo bajo el abrigo de la alborada. Él y yo en complicidad ensimismada. Todavía guardo los 95 pesos del vuelto del almuerzo en la Bodeguita de Insurgentes Sur. Lichi en alguna parte. Lichi en el corazón de todos sus lectores y amigos.

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Cada vez que iba a su apartamento a almorzar, le llevaba un disco de música cubana. Le regalé placas de changüí, jazz de New Orleans, son cubano, bolero, filin, trova, contradanza, habaneras… Un domingo de frijoles coloraos (“Cuando cocino frijoles rojos, Carlitos no puede faltar”) le entregué Lecuona toca Lecuona, compendio de 16 piezas del autor de “Danza Lucumí”. Miró los créditos y me dijo: “Esto sí es música, no esas cosas de timba que tú bailas; pon ‘La comparsa’ y escucharás exquisitez”. Se fue a la cocina y desde allá lo sentí tararear la inmortal composición del pianista de Guanabacoa. Cantó con su voz de vendedor de mangos “Noche azul”. Después de la siesta empezó una disertación sobre Lecuona con datos y anécdotas que ninguno de los que estábamos en su casa conocíamos. “Negro,pa que aprendas; si usas esta información en tus artículos dame crédito”, me decía irónico y tierno, provocativo. “Fabulosa la ‘Malagueña’, sin embargo, ‘Siboney’ es dispar en la concepción melódica: la letra, insoportable. Lecuona fue un compositor disparejo, pero elegante”, subrayaba. Me miraba de soslayo con objeto de incitar la discusión. Melómano de buen gusto disfrutaba, sobre todo, música cubana del siglo XIX (danzas, contradanzas, habaneras, danzones), boleros y jazz. Muchas veces lo vi llorar mientras oía el dúo pianístico de Bebo Valdés y su hijo Chucho en “La comparsa” del álbum Calle 54.

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“A los frijoles negros no hay que ponerle tantas cosas, ellos se hacen solitos; quizás un poquito de tocino y trozos de jamón serrano en el sofrito, lo que no puede faltar es el comino y el poquitico de azúcar casi al final, antes de bajarlos de la candela. Aquí en México aprendí a ponerle unas hojitas de apazote”, comentaba el cocinero Lichi. Domingo. Apartamento de la calle Tejocote. Barrio de Del Valle, DF. Amigos y algarabía. El periodista Rubencito Cortés, el artista plástico Peyi, el doctor Bolavsky, la investigadora Cecilia Bobes, el pintor Flavio Garciandía, el cineasta Ernesto Fundora, María José…

La olla de frijoles negros en el centro de la mesa. Arroz blanco, picadillo, tostones, lechuga, berro y aguacate, casquitos de guayaba, queso crema, batido de mamey colorao, malta, cerveza…Lichi sirve a cada uno de los comensales con fruición. Comemos con goloso estoicismo. “Digan algo, cómo taban los frijolitos…”, exclama el autor de Caracol Beach. Todos estamos embelesados frente a semejante manjar que nos devuelve a la Isla. “Mi mamá cocinaba rico allá en Guantánamo, pero estos frijoles son mejores que lo que hacía ella”, digo yo para fragmentar los golpes de las cucharas en los platos. “Tú me perdona, Negro, pero en Oriente hacían frijoles colorao; la tradición de frijoles negros es habanera. Los míos, por supuesto, los mejores. Soy mejor cocinero que escritor; pero, coño, comen y nadie tiene la delicadeza de decirme un elogio, una escueta apostilla al cocinero…” Risas. Esos domingos por desgracia, se perdieron.

11 de septiembre, 2011. Domingo otra vez. Sala Manuel M. Ponce de Bellas Artes. México, DF. Rafael Rojas, Jorge F. Hernández, María José de Diego y el doctor Bolavsky rememoran al amigo, al padre y al escritor en sus 60 años: un mes y 11 días de su desaparición física: el último domingo de julio pasado. Sala atiborrada. Una muchacha de cabellera negra y lacia, me pregunta si yo lo conocí: “Veo que todos, casi todos, aquí son cubanos”, comenta. “Sí, lo conocí; soy su amigo. Él debe andar por ahí, no le gustaban los homenajes y menos los domingos: prefería invitarnos a comer frijoles negros en su casa”, le susurro a la adolescente mexicana. Los panelistas profieren elogios desde el podio de la sala principal del Palacio de Bellas Artes. Parece que su hija llora. Yo de aquí me voy para la Bodeguita de Insurgentes Sur. Tengo 95 pesos que me dejó Lichi hace dos años: ordenaré una ración de frijoles negros y arroz blanco. Almorzaré con él. Pediré al trío que cante “Perla Marina” de Sindo Garay. Mañana es lunes: la eternidad se renueva. No puedo acostumbrame a su ausencia.


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