Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Cine

El gran olvidado del cine francés

Tras más de dos décadas de estar inaccesible para el público, se empieza a rescatar la obra cinematográfica de Pierre Étaix, el último gran creador que ha tenido la comedia visual

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Dos veces en mi vida he comprendido lo que era el genio: la primera vez mirando la definición en el diccionario; la segunda, al conocer a Pierre Étaix.

Jerry Lewis

Lo que unos cuantos cinéfilos estábamos aguardando desde hacía tiempo empieza a materializarse. Tras más de dos décadas de permanecer confinado a un injusto olvido, el cine de Pierre Étaix por fin vuelve a estar accesible al público. En los últimos años, copias restauradas de sus películas se han proyectado en festivales internacionales como los de Cannes, Mar del Plata y Telluride. Asimismo a fines de 2010 en Francia se puso a la venta una caja con cinco dvds que recoge toda su obra, integrada por tres cortometrajes y cinco largometrajes. Y desde el viernes pasado, el Forum Film, de Nueva York, acoge una retrospectiva de su filmografía que luego se podrá ver en otras ciudades de Estados Unidos. Eso se completará con la edición en dvd que prepara Criterion.

Hablo, pues, de un cineasta cuyo nombre ha de resultar desconocido para la inmensa mayoría. Para unos pocos sonará como algo lejano, lo cual es lógico si se piensa que Étaix realizó su obra entre 1961 y 1971. Entonces disfrutó de una favorable recepción entre espectadores y críticos, tanto en Francia como en otros países. Ganó además varios premios internacionales, entre ellos el Oscar al mejor cortometraje. En Cuba pudimos conocer su cine. Sus cuatro largometrajes de ficción se estrenaron puntualmente y recibieron comentarios elogiosos en la prensa. Tras eso y como ocurrió en el resto del mundo, nunca más supimos de Étaix.

Como él mismo ha comentado, llegó al cine procedente del circo. Nació en 1928 y tras estudiar violín, piano, acordeón, dibujo y teatro, se inició en el mundo del clown y el cabaret en los años 50. Montó un número de music hall con el cual recorrió los circos de Europa, primero en solitario, como Yoyo, y más tarde con Annie Fratellini, con quien se casó. El cine fue una actividad a la cual se dedicó de modo intermitente. Su gran pasión ha sido el circo. Durante toda su vida ha ejercido el trabajo de clown, que le dio dinero para vivir. Interrogado por las razones por las que se hizo payaso, contestó: “Porque siendo niño, un día vi a unos y quise encontrarlos toda mi vida”. Para él, ser clown no es una función, sino un estado.

Su incursión en el cine se produjo de manera casual, cuando acudió a ver a Jacques Tati en busca de consejo para un número circense. Fue el inicio de una relación amistosa que se deterioró años después, a causa de una disputa por los derechos de un número. Tati introdujo a Étaix en ese mundo y le enseñó su lenguaje. Por su parte, Étaix colaboró con él en Mi tío (1958). Fue su ayudante de dirección, escribió algunos gags y debutó como actor en un pequeño papel. Creó además el célebre cartel del filme. Allí diseñó la imagen del desgarbado personaje, con gabardina y pipa, que Tati inmortalizó. Asimismo Étaix trabajó con él en el espectáculo musical Jours de fête, que presentaron en el Teatro Olympia de París.

En 1961, Étaix logró rodar su primer cortometraje, Ruptura, en el que, como en sus otros filmes, también actuaba. Cuenta las dificultades que le sobrevienen a un hombre cuando recibe una carta de su novia, en la que esta rompe con él. Despechado, decide entonces contestarle. Se sienta a redactar la misiva, pero pluma fuente, portalápices, papel, sellos de correo y tintero se confabulan diabólicamente para impedirlo. Para colmo, el balance en el cual se sienta termina arrojándolo por la ventana, por la que sale volando. Es sumamente divertido y demostró la capacidad de Étaix para sacar comicidad a una situación muy sencilla. En Youtube hay una copia de buena calidad, que pueden ver aquí.

Étaix comparte los créditos de ese filme con el famoso guionista Jean-Claude Carrière, quien colaborará con él en otros cuatro títulos. Uno de ellos es su siguiente cortometraje, Feliz aniversario (1962), que le reportó un Oscar. En el mismo la huella del director de Mi tío es patente, lo cual hizo que se le empezara a llamar el nuevo Tati. Sin embargo, no cabe calificar a Étaix como su heredero, sino más bien como su claro continuador. En este segundo trabajo, el cineasta parte también de una premisa cotidiana y simple: mientras una mujer prepara en la casa la cena de su aniversario de bodas, su marido se retrasa debido a las compras de última hora y a los problemas de tráfico de París.

Poco a poco se va definiendo así el que será el estilo de Étaix. Ante todo, se trata de humor en su estado más puro. Los gags son visuales y físicos, y se apoyan en el trabajo del cuerpo. Es de notar asimismo el escaso empleo de diálogos. Estos en muchos casos son anodinos o casi ininteligibles. Resulta significativo que Étaix deje de lado el diálogo chispeante, un rasgo que hasta entonces estaba asociado a la comedia cinematográfica francesa, y que tenía su fuente en el vodevil y el teatro de boulevard. Al respecto, él ha comentado: “No creo que el sonido sea en sí mismo una desventaja, sólo implica que la esencia del humor debe cambiar. No es tan malo, porque te obliga a experimentar, pero detesto el humor verbal y monocorde del vodevil”. A todo eso hay que sumar la predilección por las historias sencillas, que Étaix sabe rodar con una elegancia que, desde la etapa del cine silente, raramente se veía en las pantallas.

Una comedia a la antigua

El paso al largometraje llegó pronto. Se produjo con El suspirante (1963), que es para muchos una de las grandes obras de Étaix. En ese filme retrata el vacío melancólico de la alta burguesía, tema al cual posteriormente ha de volver. En este caso, se trata de Pierre, un joven inexperto e introvertido, hijo único de un matrimonio parisino. Vive recluido en su habitación, en la cual ocupa su tiempo en el estudio de la astrología. Sus padres, una pareja perfectamente burguesa para la cual las apariencias están por encima de todo, desean verlo casado y lo empujan a encontrar una mujer. Pierre sale por París y se dedica a observar los rituales de galanteo en calles, cafés y clubes, pasando de una situación hilarante a la otra. Finalmente, regresa a la casa para hallar el amor verdadero en una atractiva joven nórdica que vive con su familia (nunca se especifica cuál es el vínculo que tiene con ellos).

Bosley Crowther escribió un comentario en The New York Times, en el cual expresa que en ese filme encontró lo que pensaba era ya un arte extinto: una comedia a la antigua, con diálogos que esencialmente se basan en gestos y cadenas de gags impecablemente construidos. En El suspirante, Étaix realiza un hábil trabajo de planificación y montaje. Una de las escenas que mejor lo ilustra es aquella en que Pierre materializa ante los ojos del espectador las mujeres soñadas, que crea gracias a sus gestos. En la secuencia a la que me refiero baila con una de ellas. La cámara los sigue y luego se desplaza para buscar su imagen en el espejo. Es entonces cuando descubrimos que Pierre está bailando con un jarrón.

En El suspirante Étaix partió de una premisa más o menos similar a la de Las siete oportunidades, de Buster Keaton. En esa película, el protagonista es un agente de bolsa a punto de la bancarrota. Un abogado le presenta el testamento de su abuelo, quien le ha legado 7 millones de dólares. Pero para poder heredar ese dinero deberá casarse antes de las 7 de la tarde de su 27 cumpleaños. El problema es que por más esfuerzos que hace, de todas las mujeres solo recibo el rechazo y la mofa. La referencia a Keaton no es fortuita. Aparte de que Pierre es, como él, un hombre que nunca ríe, al igual que el cómico norteamericano Étaix casi no habla en sus películas. Es precisamente cuando se atiene a la mímica, la pincelada, la estampa, cuando su cine alcanza sus momentos más memorables.

“Gracias a Yoyo, la película, fui adoptado definitivamente por mis amigos clowns y artistas de circo: reconocían algún aire de familia. Antes, por supuesto, me aceptaban entres bastidores, pero por muy sincero o apasionado que fuera, yo seguía siendo un extraño. Comprendo perfectamente esta actitud. El circo es invadido demasiadas veces por mirones irrisorios que confunden religión y fetichismo, de aficionados poco claros que transforman un arte en folclore de caravanas, que se imaginan que la pista está siempre llena de estrellas”.

El comentario anterior de Étaix se refiere a Yoyo (1965), considerada su otra gran obra. Con ella, el cineasta compitió en el Festival de Cannes, donde recibió el galardón de la Organización Católica Internacional para la Comunicación. El éxito que obtuvo El suspirante permitió a Étaix contar con un presupuesto mayor. La historia que se narra va desde 1925 hasta los 60. Su protagonista es un hombre riquísimo y melancólico, que vive en un palacio rodeado de sirvientes que acompañan una existencia vacía. Sueña constantemente con un amor perdido: una mujer amante de los caballos que años atrás lo dejó para dedicarse al circo. Precisamente el millonario contrata a un circo itinerante para que lo divierta. Descubre así que la artista ecuestre principal es su viejo amor, y que Yoyo, el payaso más joven, es el hijo de ambos.

Viene entonces la crisis financiera de 1929. El millonario, quien ha perdido su fortuna, deja su mansión y se une a su nueva familia. Pero ese año marcó también el comienzo del cine sonoro, y a partir de ese momento la película rompe a hablar (ese planteamiento cinéfilo de recrear los filmes silentes fue usado décadas después por Michael Hazanavicius, en The Artist). En esta segunda parte asistimos al destino del Yoyo adulto, quien se convierte primero en un payaso de fama internacional y después, en un afortunado hombre de negocios. Yoyo además vive una historia de amor análoga a la de su padre.

Como resulta fácil deducir, Yoyo es un canto de amor al arte circense. Pero además hace un homenaje a figuras del cine mudo como Keaton, Charles Chaplin, Max Linder, así como a cineastas como Federico Fellini e Ingmar Bergman. La película posee una extraordinaria belleza visual y es una verdadera catarata de gags. A modo de ilustración, menciono una escena perfectamente medida que ocurre a la puerta de una iglesia. Antes de entrar, Yoyo descubre a un mendigo sentado en la escalinata con la gorra extendida. Busca entonces una moneda en el bolsillo. Una beata sale de la iglesia en ese momento y al verle con el sombrero tendido, automáticamente le echa una limosna en él. Asimismo es de destacar la presencia de un humor desquiciado y surreal, algo a lo cual no es ajena la participación como coguionista de Carrière. En este enlace pueden ver un breve fragmento del filme.

Enterrado en vida como cineasta

Un año después, Étaix rodó Solo cuenta la salud, una sátira de la vida contemporánea que recibió la concha de plata en el Festival de San Sebastián. El personaje principal, que una vez más se llama Pierre, es un joven serio y de buena voluntad que se siente incómodo con la modernidad que lo rodea: ruido, grúas, taladradoras, salas de cine llenas a rebosar, problemas de aparcamiento, parejas que no se quieren. A causa de eso, opta por marcharse al campo, en busca de tranquilidad y silencio. Es un filme muy en el espíritu del cine cómico mudo, en el que además no hay trama propiamente dicha. Está conformado por una sucesión de episodios que vive el protagonista. Al igual que hizo Tati en Mi tío, Étaix hace evidente su escepticismo ante los avances de la tecnología y la sociedad de consumo. Aprovecha también para flagelar ciertas normas de la burguesía, otro rasgo en el que coincide con su maestro. En 1971, Étaix volvió a editar Solo cuenta la salud y eliminó uno de los episodios. Lo recuperó como cortometraje en 2010, bajo el título de En plena forma.

El cineasta volvió a concursar en Cannes con El gran amor (1969), que ese año ganó el Gran Prix du Cinema Français. Es su primera cinta en colores y constituye la última aparición de su personaje de Pierre. Este eligió la vida fácil del matrimonio con la hija de un acaudalo industrial de provincia. Trabaja como director de la empresa de su suegro, pero la rutina lo aburre. Pasa los días firmando cheques y viendo televisión por las noches. Su existencia transcurre en esa monotonía, hasta que contratan a una nueva secretaria. Se enamora de ella, lo cual da pie a las situaciones humorísticas.

Lo que sirve de motor a estas no es, sin embargo, lo que él hace, sino lo que sueña hacer. A través de esa vía, Pierre da cauce a los deseos ocultos del burgués que suspira por aquello que le es negado en su rutinaria relación conyugal. Quienes han visto la película, han de recordar la que es su escena más antológica. En la misma, la cama del protagonista sale del cuarto y empieza a moverse, como si fuera un auto. En su recorrido por carreteras regionales, Pierre halla otras camas-vehículos que transportan a soñadores iguales a él. Ese episodio onírico y de un surrealismo naïf, lo pueden ver aquí.

Étaix sorprendió a todos con Pays de cocagne (1971), su película de “mal gusto”, que contribuyó a que cayera en desgracia. Durante una de sus giras, filmó con un camarógrafo más de 20 horas de material sobre vacacionistas franceses. A esas imágenes incorporó entrevistas que se escuchan en off. Se trata de una nueva aproximación a la vida moderna, que descubre lo que sus compatriotas pensaban acerca de cuestiones de actualidad. Pero esa mezcla de cinema verité y vertiente burlesca no sentó bien en una Francia en plena crisis de valores post 68.

Al referirse a aquellas reacciones, el cineasta ha comentado: “Pensaba que la película sería una especie de tratamiento homeopático, que daría lugar a un sobresalto, y que la gente se reiría de buena fe. Por el contrario, fue recibida como una provocación. Los críticos fueron unánimes al preguntarse cómo había podido hacer una película así, teniendo en cuenta mi trabajo anterior”. En su momento, ciertos críticos tomaron el filme como una ofensa personal, y hubo quienes llegaron a atacar a su director. Para este, Pays de cocagne se transformó en una tragedia personal y liquidó casi por completo su carrera en el cine.

A partir de entonces, fue enterrado en vida como director. Sus únicos trabajos en la pantalla fueron como actor, algo que había hecho ya en Pickpocket (1959), de Robert Bresson, y Los clowns (1971), de Fellini. Aparte de intervenir en filmes y series de televisión, se le vio en Max mon amour (1986), de Nagisa Oshima, Henry & June (1990), de Philip Kaufamn, y recientemente en Le Havre (2011), de Aki Kaurismaki. Iba a aparecer también en El día que el payaso lloró, el proyecto que Jerry Lewis nunca pudo terminar. Como se recordará, ese filme narraría la historia de un payaso que es obligado por los nazis a hacer reír a un grupo de niños, que después van a ser enviados a la cámara de gas. Durante todos estos años, el quehacer de Étaix ha estado concentrado en su actividad como clown. Montó su propio espectáculo, Miousik Papillon, con la única pretensión de divertir. A él se debe además la creación en 1973 de la Escuela Nacional de Circo de Francia.

Por otro lado, la maldición que cayó sobre él a causa de Pays de cocagne coincidió con un problema sobre los derechos de distribución de sus filmes. Eso impidió que durante más de dos décadas se exhibieran y confinó a Étaix a un cruel ostracismo, con el amparo de la ley. El absurdo recurso legal mantuvo secuestrado su cine, que pasó a ser así invisible para varias generaciones. Tras una larga y ardua batalla, en la que contó con la ayuda de Carrière, la justicia francesa le dio la razón y en 2010 consiguió recuperar los derechos. Para entonces, los negativos estaban a punto de destruirse, a causa del paso del tiempo y de un cuidado apropiado. Eso hizo necesario un depurado y complicado proceso de restauración, que fue posible gracias a la colaboración entre Studio 37 y las fundaciones Technicolor para el Patrimonio Cinematográfico y Groupma Gar para el Cine. Por cierto, quien supervisó ese trabajo fue François Ede, el responsable de que hoy podamos ver la versión en colores de Jour de fête, de Tati.

No son muchos los cómicos que pueden vanagloriarse de ser admirados por Jerry Lewis, Robert Bresson, François Truffaut, Woody Allen. Sin embargo, no se me escapa el hecho de que el cine de Pierre Étaix resulta hoy una rareza, y seguramente a quienes están habituados al humor que actualmente se ve en las pantallas les parecerá un tanto anacrónico. El de Étaix, ante todo, requiere del espectador una dosis de infancia. Es un humor heredero de la mejor tradición de la comedia silente y de esos grandes cómicos del clown capaces, como expresó el propio Étaix, de conmover al público y al mismo tiempo divertirlo. Las historias que se cuentan en sus filmes respiran ternura y poseen una ingenuidad que, por lo infrecuente, hoy nos resulta encantadora. Unas cualidades que desafortunadamente se han depreciado en estos tiempos en los que, como decía el título de aquel espectáculo, el humor da cólera.