Actualizado: 22/04/2024 20:20
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Canción, Eurovisión, Música

El pequeño milagro portugués

El representante del país ibérico ganó el 62 festival de Eurovisión con una canción intimista, elegante y sencilla, que es una rara avis en un mundo tan estereotipado y tan previsible como el de la música televisiva

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De todas las últimas ediciones de Eurovisión, la celebrada hace pocos días en Kiev quedará como aquella en la cual triunfó la música. Esto puede sonar paradójico, puesto que se trata de un concurso de canciones. Pero si bien eso es cierto, no menos lo es también el que desde hace años ese festival es, en demasiada medida, la fiesta del pop vacuo, de los fuegos de artificios y de las puestas en escena a cual más extravagante. En otras palabras, un festival en el que se privilegian el espectáculo y las canciones más comerciales.

Pero este año se alzó como triunfador absoluto el representante de Portugal, Salvador Sobral (1989), quien compitió con una canción que es todo lo opuesto a un tema eurovisivo. Hay que agradecer a la televisión de ese país el acierto de haber apostado por la música, la música de verdad. Para enviar a Kiev, escogió Amar pelo dois, que firma Luisa Sobral, hermana del intérprete y una compositora de mucho prestigio allí. Fue todo un riesgo, pues ni la canción ni el artista encajaban en un mundo tan estereotipado y tan previsible como el de la música televisiva. Mas he aquí que aconteció un milagro y el país más olvidado en Eurovisión logró que todos se rindieran a su propuesta. Salvador Sobral se impuso además con 758 puntos, la puntuación más alta alcanzada por un concursante en toda la historia del festival.

Amar pelo dois es, ya digo, un pequeño milagro. Es una canción sencilla, pero armónicamente rica, que no se presta a malabarismos ni alardes vocales. Posee una sobria emotividad, unos aires de pieza clásica y una letra de una admirable llaneza. Cautiva por la hermosura y la delicadeza que transmite. Y también por el modo intimista como Salvador Sobral la canta. La suya es una interpretación cargada de sinceridad, de sensibilidad, de magia. Canta el tema de modo elegante, cordial, sin moverse frente al micrófono, sin buscar la falsa simpatía de los espectadores, sin apoyatura de efectos especiales, salvo la imagen de un bosque a sus espaldas. Su puesta en escena es tan despojada y minimalista, que da la falsa impresión de que no hay ninguna. Quienes lo han visto interpretarla en varias ocasiones, aseguran que cada vez lo hace de un modo ligeramente distinto, como si en ese momento lo estuviese inventando.

Ante tan peculiar personaje, cabe decir aquello de qué hace un chico como tú en un lugar como este. En efecto, en Kiev Salvador Sobral era una rara avis, un bicho raro que se había colado allí por azar. Él mismo da la razón, cuando declaró a la prensa portuguesa: “Nada de Eurovisión tiene que ver conmigo”. Confiesa que no recuerda haber visto nunca una edición. De hecho, fue su hermana quien lo inscribió en el Festival de la Canção, organizado por la televisión lusa para escoger a su representante. En la rueda de prensa posterior a su clasificación en la semifinal, lucía una camiseta que decía SOS refugees y pidió un cambio en la política europea hacia los refugiados. En Kiev tuvo pocos ensayos por recomendación de los médicos (de acuerdo a la prensa de su país, padece un serio problema cardíaco y está a la espera de un donante), quienes insistieron en que se sometiese al menor estrés posible. La noche de la gran final actuó en el enorme escenario del Centro Internacional de Exposiciones de Kiev con su estilo desaliñado, su coleta y sus ropas pasadas de talla. Y con tan ligero equipaje enamoró y conquistó a todos. Tras ser elegido ganador, comentó a los presentadores del festival: “Vivimos en un mundo de música desechable. La música no son fuegos de artificio. La música es sentimiento”.

Salvador Sobral se declara un enamorado del jazz, de la música alternativa y de los ritmos latinos como la bossa nova. Se deslumbró la primera vez que escuchó a Chet Baker. Empezó a oír sus discos sin parar y se leyó su biografía dos veces, con la esperanza de que en la segunda no muriese, pero igual volvió a morir. Desde que fue escogido para participar en Eurovisión, se ha visto inmerso en el famoseo, algo de lo cual él siempre huyó. No obstante, reconoce estar súper agradecido. Desde que fue seleccionado, su primer disco, Excuse me, está entre los más vendidos y tiene una cantidad brutal de conciertos. Su música está disfrutando así de una difusión que antes no tenía. Pero confiesa que anhela volver a lo suyo. La escritora española Elvira Lindo contó que cuando lo conoció meses atrás en el Chiado, ensayaba una serie de poemas en inglés de Fernando Pessoa y viejas canciones cubanas. Por su parte, el músico, a quien ahora llaman Salvadorable, ha anunciado que prepara un disco de boleros en versiones jazzísticas.

Espectadores no tan superficiales ni tan horteras

Este merecido triunfo de Salvador Sobral fue refrendado no solo por los votos de los jurados de los 42 países, sino también por los del público. Esto último es especialmente significativo y alentador, pues viene a demostrar que los espectadores de este tipo de festivales no son tan superficiales y tan horteras como piensan sus organizadores. Asimismo, conviene señalar que ese triunfo de la música sobre el espectáculo no se redujo al portugués. También hubo otros concursantes que tuvieron presentaciones muy despojadas y sobrias que quedaron en muy buenos puestos: el búlgaro Kristian Kristov (segundo) y la belga Blanche (cuarta), quienes, por cierto, no tienen más que 17 años. La canción defendida por Salvador Sobral además tiene detrás una rica tradición musical, la del fado, expresión de la cual posee indudables aires. Esto, desafortunadamente, es otro aspecto que se ha perdido en Eurovisión: las canciones, con unas escasas excepciones, suenan todas iguales y carecen de un sello distintivo que las singularice como exponentes genuinos de una cultura, sea la danesa, la lituana o la israelí. Los organizadores se someten a la homogeneización del estilo y al imperativo del inglés. Hay un dato relativo a la edición de este año que resulta más que elocuente: casi la tercera parte de las 42 canciones presentadas pertenecen a compositores o productores de Suecia, país que se ha convertido en la mayor factoría de éxitos pop en Europa.

Por lo demás, Eurovisión 2017 dejó un buen número de muy magníficas voces, algunas actuaciones meritorias (las de los representantes de Moldavia, Rumanía, Noruega y Hungría, en la humilde opinión de este cronista), un espectáculo muy atractivo y algún incidente no previsto, como el sucedido durante la presentación de Jamala, la ucraniana ganadora del año pasado. A los pocos segundos de haber empezado a cantar, un espontáneo se subió a la plataforma, se desabrochó el pantalón y exhibió el culo a los 200 millones de personas de todo el mundo que se calcula vieron la final. El susodicho se expone ahora a una multa en metálico y a cinco años de cárcel, por el delito de vandalismo con agravante que recoge el código penal de Ucrania. La artista, por cierto, dio prueba de un gran profesionalismo y continuó cantando como si nada.

Pero si esta edición será recordada por la victoria de Portugal, también lo será por el pobre y bochornoso papel que hizo Manel Navarro, el representante español. Fue relegado al último lugar y solo recibió 5 puntos de los espectadores portugueses; del jurado, ni uno solo. Ya su selección para competir en Kiev estuvo rodeada de polémica, pues ganó entre abucheos y protestas del público contra un jurado al que acusaban de amaño y de estar comprado. El elegido reaccionó de manera chulesca y lanzó un feo corte de manga a los asistentes. Ostenta el triste récord de ser el representante español de los últimos años que contó con menos apoyo de sus compatriotas.

Un comienzo así tenía que acabar mal, pero nadie podría imaginar que iba a tener un final tan desastroso. En el momento pretendidamente climático, Manel Navarro desafinó en el agudo y soltó ¡un gallo! Nadie en Radio Televisión Española pareció darse cuenta de que un tema como Do it for your lover no estaba a la altura del festival, ni de que España iba a hacer el ridículo. Su intérprete además lo cantó sin ton ni son y, lo que es peor, sin voz. Pero por otro lado, el hecho de que un cantante tan intrascendente se haya presentado en la final constituye un descrédito para los directivos de Eurovisión. ¿No existe un reglamente que fije un mínimo nivel de calidad para las canciones y los concursantes?

Eurovisión 2017 ha dejado algunas lecciones provechosas que debieran ser atendidas y asimiladas. La más importante, que un festival como este debe aspirar a algo más que a dar canciones comerciales y pegadizas, que se tararean con la misma rapidez con que olvidan. Queda ahora por ver si marcará un punto de inflexión en su trayectoria futura, o si quedará como un caso excepcional que ha de confirmar la regla.