Actualizado: 18/04/2024 23:36
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El romance rioplatense y afrocubano de El Cigala

Diego El Cigala y su más reciente álbum: Romance de la Luna Tucumana

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El tango es pretensión. Abundancia de morriña que el bandoneón vocea. / El flamenco es una gestualidad frente al azogue. La guitarra, el piano, el violín y el contrabajo escriben las pausas en los costados del silencio. / La música rioplatense: exuberancia de acordes lindantes con la vendimia. / El sur sucede en una intemporalidad acuciante: la duración se extiende hasta las riberas del deseo y estalla en sinuosidades: acordes mojados por la guitarra.

Dentellada caprichosa de las cuerdas tensando el instante: prolongando el abrazo y los empalmes del amor en permutación limpia. / El flamenco, un disimulo de bálsamos armónicos. / El tango permite que sigamos andando curtidos de soledad. / La zamba nos reconoce en el lejano mirar, por las coplas que mordemos. / El tango emborracha el corazón y apaga, en el olor del trago de un buen oporto, esos amores locos que más que amor son sufrires.

La zamba, fruición en los ejes del destierro. / “El tango es un pensamiento triste que se baila”: magister dixit, Enrique Santos Discépolo. Las tumbadoras edifican los fragores: el 3/2 de la clave se empalma con los tabaleos del cajón. La trompeta sonera incita el taconeo del bailaor: el bongó repica emulando el tumbo sobre el tablado.

Unos boleros conmovieron al mundo en 2003: un veterano cubano al piano y un gitano de voz borracha y arenosa grabaron un álbum de nostalgias acumuladas para que todos sacáramos los pañuelos y enjugáramos los lloros contenidos. Bebo Valdés y Diego El Cigala: Lágrimas Negras que nos sorprendieron desnudos y hambrientos en las orillas. Después, Dos lágrimas (2008) que nos despojaron de las máscaras y nos paramos en las ventanas para que el viento se tragara los desgarros y la tarde continuara con su brisa como si nada.

Flamenco, bolero, coplas y ritmos afrocubanos en cruces de misericordias y asombros desde hace 10 años: prodigio en el que músicos cubanos, argentinos y españoles realizan el milagro de tener entre nosotros un ajiaco acústico al servicio de la voz de Diego Ramón Jiménez Salazar, alias El Cigala.

Romance de la luna Tucumana (Universal Music, 2013): “Mi eterno agradecimiento a Bebo Valdés, que me hizo sentir la confianza necesaria para trascender el flamenco y llegar a otras músicas”, escribe El Cigala en el cuaderno de su más reciente álbum. ¿Cuánto le debe este cantaor madrileño, discípulo de Camarón de la Isla, al pianista habanero?: el lanzamiento de Lagrimas Negras con Bebo al piano, interpretando boleros, sones cubanos y tangos lo consagra definitivamente.

En este nuevo fonograma recurre a un piquete de músicos cubanos (Yelsy Heredia, contrabajo; José Luis Quintana, Changuito, percusiones; Antonio Machado, trompeta...), españoles (Diego García El Twanguero, guitarra; Antonio Rey, guitarra), argentinos (Mariano Otero, contrabajo) para edificar un groove de resonancia muy particular: percusiones afrocubanas escoltando a la guitarra eléctrica (El Twanguero) y prosodia porteña que va de Expósito a Gardel, de Atahualpa Yupanqui a Carlos Cobián... El Río de la Plata en lindes soneras desde gratas inflexiones gitanas.

Inicia el fandango con “La canción de las pequeñas cosas” (Tejada Gómez/Isella): protagonismo del Twanguero en el preludio con fraseo de Cigala en rondas flamencas que desemboca en un guaguancó encabezado por Changuito bajo riffs de la trompeta de Machado en guiños chappotinianos y sabrosas jaculatorias robadas a Arsenio Rodríguez.

“Naranjo en flor” (Expósito), “Los mareados” (Doblas/Cobián/Weisbach/Cadícamo), “Milonga de Martín Fierro” (composición de El Cigala: basado en el poema de Hernández), “Dejame que me vaya”(Carabajal/Ternavasio), “Por una cabeza”(Gardel/La Pera), “Siempre París”(Expósito) y “Balderrama”(Castilla/Leguizamon) —una de las más hermosas chacarera/zamba del folclor del Río de la Plata: Cigala la interpreta en embriagado fraseo de ostinato en 6/8— transcurren en guardia de repasos rítmicos de sensuales propuestas gitanas: un Cigala estimulado en las raíces de la música porteña. Fundamentales los pulsos de Diego García, los apuntes afrocubanos de Changuito y el walking montunero de Heredia.

El álbum alcanza momentos culminantes en “Romance de la luna tucumana” (Atahualpa Yupanqui): magistral introducción de la guitarra flamenca (Twanguero) que confluye en un son cubano: percusiones y contrabajo lo montunean con total desenfado de guaracha santiaguera.

“Niebla del riachuelo” (Cobián), tema interpretado con hondura de arropada congoja en Lagrimas negras, concurre ahora en un sugerente bolero son de referencias a Miguel Matamoros. Diego Ramón Jiménez Salazar, el hijo querido del Rastro de Madrid: El Cigala en un diálogo con el Rio de la Plata de conjunciones y atavíos afrocubanos (las aportaciones del percusionista fundador de Los Van Van —José Luis Quintana, Changuito— y los pulsos changüiseros del contrabajista guantanamero Yelsy Heredia: concluyentes en el diapasón provocativo y hermoso conseguido): el amor subraya este nuevo cortejo con América del cantaor madrileño.

El Cigala en el Auditorio Nacional de la Cuidad de México

Diego El Cigala, el ahijado de Camarón de la Isla, desnudó la noche del pasado 31 de octubre: las fragancias rítmicas del flamenco agrietaron los ecos en un concierto de dos horas y media en el que presentó su más reciente álbum Romance de la Luna Tucumana. Piano, percusiones, contrabajo, dos guitarras y la voz azorada y punzante del cantaor madrileño hicieron el milagro. Anochecida empalmada de tango, folclor rioplatense, ritmos afrocubanos y flamenco.

Prologo instrumental desbordado de concordancias sureñas: el pianista Jaime Calabuch tejiendo conjeturas con el contrabajista Yelsy Heredia, y las guitarras en improvisaciones de guiños gitanos. Entra Cigala, arropado de azul, en susurrante fraseo de “La canción de las simples cosas”, una milonga que Mercedes Sosa popularizó en los 80, el público lo recibe con ovación prolongada. Protagonismo de la guitarra del Twanguero en el preludio con fraseo de Cigala en rondas jacarandosas que desemboca en un guaguancó encabezado por las percusiones y el montuno del contrabajo.

“Es un placer estar en este lugar, en este país que todo el mundo sabe que amo. Nunca lo he negado y sólo quiero sembrar mi flamenco en los filos de la ranchera mexicana. Doy las gracias a Gabriel García Marquez y a su esposa Mercedes por estar esta noche aquí conmigo””, dice el cantaor: leyenda incitante del flamenco/bolero contemporáneo.

“Un aplauso para Bebo Valdés, que me hizo sentir la cordialidad necesaria para manifestar el flamenco y explorar otras músicas”, pide emocionado El Cigala. Los acordes de “Niebla de riachuelo” se tiñen de filin cubano: frases que se amplifican, se fragmentan, se extienden sobre el pañuelo armónico: sala en vilo. Aplausos delirantes. “Vete de mí” acompañado de piano en sueltos pespuntes jazzísticos (guiños cómplices a Ignacio Villa, Bola de Nieve), “Corazón loco”, un bolero de ardores profanos que convence al más introvertido de los mortales. “Bien pagá” en tenues costuras funk/flamenco que desemboca en un suculento son/guaguancó protagonizado por Heredia en tributo a Cachao. “Historia de un amor”, del panameño Carlos Eleta Almarán, o la nostalgia untada de embriagueces.

Y entran los clústeres del piano que anuncian “Lágrimas negras” y el Auditorio Nacional es una apoteosis. Cigala improvisa sobre el montuno con soltura guaguancosera. Heredia está a sus anchas con visos changüiseros que el percusionista reafirma con repiques de las congas. Las dos guitarras se lanzan tras los retumbos. Encore: “Dos gardenias” (Isolina Carrillo) en elegante arenga de sentimientos tempestuosos.

Diego Ramón Jiménez Salazar, es decir Diego El Cigala, repletó los estrépitos en la última noche de octubre. Todavía el lamento de su timbre arenoso retumba en la transitada Avenida Reforma de la capital mexicana: alguien canta “Lagrimas Negras” para que no termine el prodigio. “Tengo tres amores: el flamenco, la música cubana y estas incisiones flamencafrocubana que aprendí con Bebo Valdés”, me dijo en el camerino —copa de ron cubano en su mano enfundada de cinco anillos de oro—, minutos después del concierto, el intérprete de “Si te contara” (Félix Reina).


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