Actualizado: 23/04/2024 20:43
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El sacerdocio y la poesía

Se cumple el centenario del nacimiento de Ángel Gaztelu, quien al decir de Gastón Baquero, fue por derecho propio uno de los mejores tonos de la gran melodía total del grupo Orígenes

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“El sacerdote es acaso el ser que más inmediato se encuentra de la poesía”. La afirmación pertenece a Gastón Baquero, y la empleó para referirse a su amigo Ángel Gaztelu, en quien, en efecto, el sacerdocio y la poesía convivieron de modo armónico. En un trabajo anterior publicado en este mismo periódico escribí sobre él, a propósito de su fallecimiento. Hoy vuelvo a hacerlo para recordar que, por estos días, se cumple el centenario de su nacimiento.

Pertenece Gaztelu al nutrido grupo de emigrantes españoles cuya vida y obra está

íntimamente ligada a Cuba. Había nacido el 19 de abril de 1914 en Puente La Reina, un pueblo medieval de la comunidad de Navarra. Allí vivió hasta 1927, año en que emigró a la Isla con su familia. Era modesto y poco dado a hablar de sí mismo, y por eso casi nada se sabe de su adolescencia. A comienzos de la década de los 30 ingresó en el Seminario Conciliar de San Carlos y San Ambrosio, de La Habana, donde estudió la carrera eclesiástica. Se graduó en 1938 y pasó a impartir clases de latín, literatura y gramática en ese mismo plantel. En particular, ganó fama como profesor de la primera de esas materias.

Tenía la ilusión de que se iba a quedar en el Seminario como docente. En una entrevista que le hizo Nedda G. de Anhalt, comentó: “Era en realidad lo que más me gustaba. Dar clases y estar cerca de la biblioteca”. Pero no fue así. Antes de que se iniciara el nuevo curso, hubo tres nombramientos de parroquias. A Gaztelu lo designaron en “la peor de todas, en el sentido eclesiástico, y la más lejana de La Habana (…) José María Chacón y Calvo vino a verme, quería interceder por mí, que no hicieran eso. Iba a protestar. Se lo prohibí”.

Ya desde la etapa de estudiante se empezó a interesar en la poesía, lo cual dio lugar a que recibiese algunas reprimendas. Acerca de ello, en la citada entrevista expresó: “Siempre me interesó la literatura y en particular la poesía, pero mi educación en el Seminario era anticuada. No se enseñaba a ningún poeta moderno. Tuve un maestro jesuita colombiano con quien estudié poemas de José Asunción Silva y Rubén Darío. A mí me encantaron”. En 1932 conoció a una persona que iba a desempeñar un papel decisivo en su formación literaria: José Lezama Lima. Su hermano Salvador estudiaba con él en el bachillerato y fue así como Gaztelu tuvo su primer encuentro con quien a partir de entonces pasó a ser su mentor. Fue el inicio de una amistad que se mantuvo inalterable hasta la muerte de Lezama Lima, en 1976.

Gaztelu recordó que el autor de La fijeza encausó su vocación literaria, y gracias a él pudo leer por primera vez a autores como Federico García Lorca y James Joyce. Y cito de nuevo sus palabras: “Él fue modificando mi estilo. Y no solo eso, sino que además de leerme los poemas, se convirtió en mi crítico, diciéndome cuál debía publicar y cuál no”. También se debió a la intervención directa de Lezama Lima el que Juan Ramón Jiménez incluyera once textos suyos en la antología La poesía cubana en 1936 (1937). Aquel libro lo dio a conocer como poeta, aunque no pudo asistir a la lectura pública que se realizó: “No me dejaron ir a recitar mis poemas. Era pecado”.

Acompañó a su amigo en la aventura de Verbum (1937), primera de las revistas que Lezama Lima dirigió y animó. Allí publicó el ensayo “Muerte de Narciso, rauda cetrería de metáforas”. Lo acompañó también en Espuela de Plata (1939-1941), a cuyo comité de colaboración luego se unió. Posteriormente, ambos codirigieron Nadie Parecía (1942-1944). Gaztelu participó además, junto con otros relevantes poetas, en el destacado proyecto cultural de Orígenes (1944-1956). Formó parte de su consejo de colaboración, junto con Eliseo Diego, Fina García Marruz, Julián Orbón, Octavio Smith y Cintio Vitier. Asimismo conviene señalar que colaboraciones firmadas por él aparecieron en Grafos, Musicalia y La Quincena. Por otro lado, en 1941 intervino en el ciclo “Los poetas de ayer vistos por los poetas de hoy”, dentro del cual dio una conferencia sobre Joaquín Lorenzo Luaces.

Cumpliendo la asignación como sacerdote, Gaztelu pasó a ser “párroco fiel y tenaz de la vegetal Bauta” (la frase pertenece a Gastón Baquero). Allí, además de sus labores como tal, realizó un excelente trabajo de restauración de la iglesia. Contó para ello con la ayuda de algunos amigos y compañeros de grupo: el escultor Alfredo Lozano y los pintores René Portocarrero y Mariano Rodríguez. El primero diseñó el Cristo crucificado del altar mayor, mientras que los murales fueron creados por Portocarrero y Mariano. Este último también pintó dos vitrales, uno dedicado a la Virgen de Fátima y otro a San José. En mayo de 1956, esas obras se exhibieron en el Lyceum. Al referirse a esa faceta, Roberto Méndez Martínez ha señalado que Gaztelu fue un pionero del arte moderno aplicado a la liturgia.

El párroco hizo además que aquel humilde pueblecito se convirtiese en anfitrión de la familia de Orígenes. En Bauta presidió el matrimonio de Eliseo Diego con Bella García Marruz. Allí además se reunían los escritores y artistas del grupo en memorables banquetes de los cuales se conservan algunas fotos. En un texto titulado “Un día el ceremonial”, recogido por Ciro Bianchi Ross en Imagen y posibilidad, Lezama Lima escribió: “El ceremonial de Orígenes se desplazaba en varias direcciones. Era su primera forma el ceremonial litúrgico (bodas, bautizos y santos). Después hablaríamos de ceremonial de la amistad. Eran las veces en que nos reuníamos en torno al padre Gaztelu, en la pequeña iglesia de Bauta, exornada con pinturas y vitrales de Portocarrero y Mariano”.

Poesía ingenua, llena de gracia y fino lirismo

En 1940, Gaztelu publicó un cuadernillo de 11 páginas con el sencillo título de Poemas (Cuadernos de Espuela de Plata). No fue hasta 1955 que entregó a la imprenta su libro Gradual de laudes. Salió bajo el sello de Orígenes y estaba ilustrado, como apuntó Jorge Mañach, con unas “delicadas e inteligentes viñetas” de Portocarrero. En las páginas iniciales llevaba esta dedicatoria: “A mis padres: Dª Ángela Gorriti de Gaztelu, a D° Joaquín Gaztelu Pérez de Larraya; y a Dª Rosa Lima de Lezama”. Incluía como prólogo un texto de Lezama Lima titulado “El Padre Gaztelu en la poesía”, que comenzaba: “Conténtase La Habana defendida por el Padre Gaztelu. Ligero palpable, la luz lo amiga. Atraviesa un puente romano revisando el memorial de la Edificación. Aparta las cortinas de la librería buscando diseños de cálices, monstruos y ángeles tridentinos. Allí le da la hora a un cantante para que se integre en un coro de Pallestrina”. Tras aquella edición, Gradual de laudes ha tenido otras tres: Ediciones del Equilibrista, México, 1987 (facsimilar); Ediciones Unión, La Habana, 1997; Gobierno de Navarra, Departamento de Educación y Cultura, 1997.

Los textos están distribuidos en seis bloques: Décimas (9), Canciones (6), Romances (4), Sonetos (12), Versos libres (6) y Poemas sacros (12). Al final, figura uno más breve, Versiones latinas, que recoge “Carmen de Pascua”, de Lactancio Firmino, y “Muy pía Oración”, de Pico de la Mirandola. Buena parte de los poemas son, como es de esperar, de inspiración católica. A este respecto, Jorge Luis Arcos ha comentado que la poesía de Gaztelu no elude “lo que se puede denominar como la consagración católica de las imágenes, es decir, habrá siempre en su poesía una alabanza de los sentidos, una aprehensión de lo particular que, dentro de un expreso conocimiento trascendentalista, enfatiza el vínculo con la realidad del mundo sensible”. Uno de los mejores ejemplos de esa vertiente es “Oración y meditación de la noche”. Acerca del mismo, Cintio Vitier comentó que “por primera vez se escribe en Cuba (…) un poema religioso absoluto, sin impostación ni literatura” (dado que se refiere a un poema, ¿no es esto último una contradicción?).

Gradual de laudes, escribió Raimundo Lazo, es un muestrario de una fluyente versificación de altas y variadas cualidades de armonía, ritmo y expresión. El poeta conjuga un alma clásica con el estilo de sus compañeros de grupo. Eso hace que, “lejos de complicarse o perderse en sutilezas, su poesía florece ingenua, llena de gracia y fino lirismo en su no afectada novedad”. Esos valores se aprecian en poemas como “Canción”, del cual copio estos versos: “Desde que así me has tocado/ noche de agudas centellas,/ ya no tengo más cuidado,/ ni sueño que tus estrellas.// Ojos que me habéis mirado/ tan profundamente el alma,/ que todo lo habéis ganado/ para vuestra noche y calma.// Lumbres que me habéis herido/ con ímpetu tan certero,/ que morir a lo vivido/ es vivir por lo que muero”.

Dentro de la poética de lo cubano, se destaca “Tarde de pueblo”, un texto verdaderamente antológico. Para Vitier, constituye “la página de más concentrados sabores, luces y aromas cubanos en la poesía de Gaztelu”. Otro notable crítico, José Olivio Jiménez, le dedicó un lúcido ensayo, “Un poema cubano de Ángel Gaztelu”, que está recogido en el libro Estudios sobre poesía cubana contemporánea (1961). Allí afirma que es “un texto poético fina y sutilmente enraizado en el paisaje que lo sustenta”. Esa “fina captación de lo cubano como interior y como paisaje” que logra Gaztelu, cristalizó en un poema hermoso y perdurable: “A estas horas lentas de vagas complacencias/ de luces asombradas y lejos indecisos,/ cuando dobla un oro tenue la hoja de la tarde/ y estambres delicados sonrosan la distancia;/ cuando los limpios portales campesinos/ se ofrecen cual corolas o claros ventanales”.

El trabajo de restauración que Gaztelu llevó a cabo en Bauta lo prosiguió después en otras iglesias. En 1956 emprendió la construcción del templo para la parroquia de Nuestra Señora de la Caridad, de Playa Baracoa. De nuevo Portocarrero y Lozano le brindaron su colaboración. Los planos fueron realizados por Eugenio Batista, quien era un famoso arquitecto. Asimismo cuando fue nombrado párroco de la iglesia habanera del Espíritu Santo acometió allí obras de restauración. Lozano creó un bajorrelieve de bronce sobre el bautismo de Cristo. A propósito de ello, Lezama Lima le comentó a su hermana Eloísa en una carta: “Angelito está bien. Trabaja en su iglesia con mucho fervor, la ha mejorado con aireamiento de la piedra, menos altares y en uno de los patios ha colocado un relieve de Alfredo Lozano, que está trabajando con verdadera plenitud”. Durante su etapa en esa iglesia, Gaztelu redactó el trabajo La Iglesia Parroquial del Espíritu santo. Reseña histórica, que se publicó en 1963 junto con otro de Luis F. Le Roy.

En su correspondencia familiar, Lezama Lima dejó abundantes testimonios de la inalterable amistad que Gaztelu le profesó. En una misiva de septiembre de 1963 le expresa a sus hermanas: “Gaztelu se ha portado con nosotros muy bien. Muy cariñoso con Mamá, es la única persona con quien salgo (…) Me ha demostrado ser un amigo para siempre. De otros no puedo decir otro tanto”. En una carta fechada un año después comenta que al morir su madre, el párroco dijo en el cementerio “unas palabras muy bellas y sentidas”. Y en otra de 1972, le cuenta a Eloísa que Gaztelu “lleva una vida mundana y social. Todas las semanas nos visita y nuestra amistad sigue inalterable. Ya no escribe ni prosa ni verso. Parece que se ha jubilado definitivamente de la poesía”. En los años en que estuvo condenado al ostracismo y la marginación, una de las pocas alegrías que Lezama Lima tuvo eran precisamente las visitas semanales de Gaztelu.

A mediados de la década de los 80, Gaztelu emigró a Estados Unidos. Se radicó en Miami, donde pasó a ser párroco de la iglesia San Juan Bosco. En 2002 visitó La Habana, con motivo de la entrega del Premio de Crítica de Arte Guy Pérez Cisneros. A este lo había conocido en 1933, y fue otra de las amistades decisivas en su formación literaria. En la etapa en que vivía en Miami, un amigo sorprendió al sacerdote con un inesperado regalo: un cuaderno de poemas inéditos escritos por él entre 1932 y 1934, cuando aún era seminarista, y que había entregado a Lezama Lima. Al morir este, el manuscrito fue hallado entre sus papeles.

El 29 de octubre de 2003 murió en Miami el párroco a quien Jorge Mañach calificó como “un cabalísimo poeta, uno de los más genuinos y acendrados que en mucho tiempo se hayan dado en Cuba”.