Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Literatura

El síndrome de Peter Pan

Al igual que el personaje de Barrie, la mayor parte de la literatura para niños y jóvenes que se escribe en Cuba se niega a crecer, e insiste en permanecer anclada en una concepción propia de décadas atrás

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A comienzos del siglo pasado, el escritor inglés James Matthew Barrie dio vida a uno de los mitos más famosos de la literatura para niños. Me refiero a Peter Pan, el niño que vive en El País de Nunca Jamás y que se negó a crecer. Como él cuenta, se escapó de la casa “el mismo día en que nací, porque oí a papá y a mamá que hablaban de qué sería cuando grande, y yo quiero seguir siendo siempre niño y divertirme”.

Buena parte de la literatura para niños y jóvenes que se escribe en Cuba padece del síndrome de Peter Pan. Se niega a crecer e insiste en permanecer anclada en una concepción propia de décadas atrás. Hablo de aquella que ve esa manifestación como un ámbito exclusivamente restringido e infantilizado. En cambio, quien eche una mirada a los libros dirigidos a niños y adolescentes que se publican en otros países, comprobará que cada vez son más los autores que se ponen al día y abordan temáticas realistas que hasta hace décadas se consideraban inapropiadas para ese público lector. En una reseña sobre una de esas obras, Silvia Rodríguez Paneyko expresó: “Muchos piensan que los niños viven en cúpulas de cristal, inmunes a las complejidades del mundo que los rodea. No es así. Niños y adultos compartimos un mundo donde hemos de confrontar la maldad, las tristezas, la muerte, pero también, y por fortuna, conocer la belleza, la amistad y el amor”.

Ilustraré con algunos títulos lo que quiero decir. Semanas atrás, el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil fue concedido en España a la escritora catalana Maite Carranza por su novela Palabras envenenadas. Carranza narra en su libro, a manera de un trepidante thriller, la historia de una chica que desapareció misteriosamente cuando tenía quince años, tras hacer una llamada de auxilio con su celular. ¿Qué sucedió con ella? Su cuerpo nunca se encontró, ni se consiguieron pruebas para detener a ningún culpable. Cuatro años después, otra llamada suya da un giro de ciento ochenta grados a la vida de sus familiares y amigos. ¿Dónde está y qué fue de ella durante todos esos años en los que se le dio por muerta? Carranza se adentra en el oscuro mundo de los abusos sexuales infantiles y denuncia su invisibilidad y sus devastadoras consecuencia. Agustín Fernández Paz, Mónica Rodríguez, Ana Alcolea y David Fernández son otros escritores españoles contemporáneos que confirman la aceptación que tiene esta nueva tendencia realista.

Este año que ya finaliza, la argentina Mónica Schwartz dio a conocer Cómo vino hoy papá, un breve cuento destinado a niños y niñas de edad escolar. Narra la historia de una familia que sufre la enfermedad de un padre alcohólico, que cuando toma se pone violento. El propósito que la llevó a escribirlo fue tratar, de manera didáctica, sencilla y entretenida, el problema de la violencia familiar y de género, que tan sensible y difícil resulta abordar con los lectores de esa edad. Cito a continuación estas palabras suyas: “Me interesa trabajar el tema con los chicos porque muchas veces padecen situaciones como las que cuenta el libro, sin saber que lo que están viviendo no es normal ni sano y pueden sentirse identificados con la historia y empezar a hablar de su situación particular”.

También hay violencia en el entorno familiar de Ben Mander, el adolescente protagonista de Lizard People (no existe traducción al español), del norteamericano Charlie Price. En su caso, sin embargo, la causa es otra, pues está relacionada con la esquizofrenia que padece su madre. Su padre se divorció de ella tan pronto aparecieron las primeras manifestaciones de su enfermedad y el chico tiene que afrontar solo esa situación. El único apoyo lo encuentra en Marco, un chico que sabe mucho de enfermedades mentales porque su madre está recluida en un hospital siquiátrico.

“Es importante que los jóvenes sepan lo que está pasando en su país. La migración es un tema candente, preocupante, que ellos están viviendo. Casi todas las familias tienen a alguien que se ha ido a Estados Unidos, cruzando el río o el desierto”. Estas declaraciones corresponden a la escritora mexicana Silvia Dubovy, y se refieren a su novela Ecos del desierto. En ella cuenta la historia de Miguel, un adolescente de un pueblo de Oaxaca que decide emigrar a Estados Unidos en busca de trabajo, en un viaje lleno de peligros. Llegar a su destino no es fácil; pero él lo consigue y comienza a ganarse la vida en la empresa de sus tíos, que llevan tiempo viviendo allá. Acompañado de su inseparable flauta de barro, Miguel siente que debe perseguir el mayor de sus sueños: convertirse en músico, aunque el destino le depara las más inesperadas sorpresas. Inicia así un viaje exterior e interior que le irá revelando el camino de su vida, marcada por el talento para la música. Para documentarse, Silvia Duvoboy cuenta que entrevistó a tres jóvenes y sus familias que vivieron varios años como indocumentados en Estados Unidos y luego regresaron a México.

Finalmente, quiero referirme a Rey y Rey, de las holandesas Linda de Haan (texto) y Stern Nijland (ilustraciones). Es un libro que ha tenido una gran difusión internacional, aunque no ha estado exento de polémicas y ha levantado algunas polvaredas. Su protagonista es un joven príncipe heredero que aún no se ha casado, como es costumbre en su reino. Su madre, una reina gruñona, le insiste en que debe contraer matrimonio y hace desfilar por el castillo una princesa tras otra. Ninguna es del agrado del príncipe, que le confiesa a su madre que nunca le han gustado mucho las princesas. Hasta que aparece la princesa Madeleine, acompañada por su hermano el príncipe Azul y se produce el flechazo… entre los dos príncipes. A pesar del sobresalto inicial de la reina, los dos jóvenes deciden casarse y de inmediato comienzan los preparativos para la boda. Rey y Rey posee el acierto de abordar con naturalidad y desenfado el tema de la homosexualidad, así como de promover entre los lectores actitudes de respeto y tolerancia hacia aquellos que no son ni piensan como nosotros. Es un cuento de hadas como los de toda la vida, pero para los niños de hoy.

Esa búsqueda de temas que forman parte de la cotidianidad, sigue siendo una signatura pendiente de la literatura para niños y jóvenes que se escribe en la Isla. Los autores parecen empeñados en seguir viendo la niñez y la adolescencia como un paraíso artificial. En sus obras apenas dan cabida a los personajes con vidas cercanas a las de sus hipotéticos lectores, y de igual modo los escenarios sociales conflictivos en general brillan por su ausencia. Me pregunto si los escritores conocen realmente a sus destinatarios, o si es que eso sencillamente les interesa un comino. No sé hasta cuándo se continuará aplazando, pero el dilema a enfrentar es claro: ¿mantener al lector en la ignorancia de esos temas o abrirle los ojos para que halle en la literatura posibles soluciones a esos problemas? Pienso que mientras no se asuma, el resultado será, como salta a la vista, una literatura que, en el mejor de los casos puede estar más o menos bien escrita, pero que no deja de ser esterilizada y sosa.

De la corta lista de salvedades

¿Excepciones? Por supuesto que las hay, aunque como siempre ocurre, solo vienen a confirmar lo que es regla o norma general. Un escritor a quien es obligado mencionar es el villaclareño Luis Cabrera Delgado. En su extensa bibliografía figuran dos títulos fundamentales: Ito (1994) y ¿Dónde está la Princesa? (2000). En el primero, un niño se tiene que enfrentar a la incomprensión de quienes, como la directora del internado donde estudia, lo han etiquetado como “distinto” por su sensibilidad, su comportamiento y sus gustos peculiares. En el segundo se cuenta la historia de Germancito, hijo de padres enfermos de sida. Su madre, una antigua cantante de un grupo de rock, acaba de fallecer y quienes ayudan al niño a sobrellevar el dolor por su pérdida son un grupo de personajes del mundo marginal (drogadictos, homosexuales, seropositivos). Existen, en fin, algunos otros autores y libros que integran la corta lista de salvedades. Pero en lugar de mencionarlos, me parece más útil dedicar el espacio a comentar algunas publicaciones recientes que se han venido a sumar.

En 2009, Lina Leiva Méndez (Morón, 1964) ganó el Premio La Edad de Oro con Las barcas de cristal (Editorial Gente Nueva, La Habana, 2010, 38 páginas). En el breve texto que aparece en la solapa se apunta que la autora “recorre, en pequeños cuentos que sorprenden por su peculiar sentido de la concisión y realismo, los puntos más vulnerables de la niñez y la adolescencia, sus angustias, anhelos, sensaciones y desengaños”. Ese propósito se pone de manifiesto tan pronto se comienza a leer el libro. En “El duende”, la narración que lo abre, una mujer agresiva e insensible golpea a su hijo porque se ha pintado el pelo de verde para parecerse a un duende. En “El otro soldado de plomo”, una profesora de educación artística se niega a darle el papel principal de una obra de teatro a un niño, solo por el hecho de ser negro. En “El significado de las palabras”, una madre prohíbe a su hijo ver a su papá, después que ha descubierto que este es homosexual. Para que se pueda tener una idea de cómo escribe Leiva Nieves, copio a continuación “Mensaje al infinito”, otro de los cuentos de su libro:

“Los guardacostas se acercan. Pasan los binoculares de mano en mano. Observan a un niño agitando una gorra.

“-¡Mamá, mamá, despierta, ya nos encontraron!

“Ella intenta decirle algo. No lo logra. Daniel la abraza llorando.

“El barco llega. El niño tiembla. Su piel es frágil y sus labios resecos sangran.

“Desde el barco guardacostas, el pequeño grita un mensaje al infinito.

***

“Daniel ya no habla español. De su pasado solo recuerda un mar tormentoso y cruel.”

Leiva Méndez combina esas temáticas realistas con un lenguaje metafórico. No me atrevo a afirmar que en la práctica tal asociación sea imposible, pero por lo menos en Las barcas de cristal no ha cristalizado en una obra literariamente válida. A fuerza de dar a esas historias un tratamiento poético, de constreñirlas, de emplear la elipsis, de prescindir de referencias temporales y espaciales, de hurtar al lector claves necesarias para su comprensión, los cuentos pierden asidero con la realidad y resultan poco interesantes. El libro se resiente además de una escritura un tanto monocorde, en la que se echa en falta la presencia del humor. A Leiva Méndez hay que reconocerle el acierto de haber seleccionado unos temas idóneos para el público adolescente. Este busca en los libros un espejo en el cual verse reflejado. Acude a sus páginas para encontrar respuestas a sus anhelos, conflictos e interrogantes, así como a problemáticas que en el entorno familiar son tabú. Otra cuestión es el estilo que escogió para escribir sus textos, que no constituye el vehículo expresivo apropiado.

Varios de los asuntos tratados por Lina Leiva Méndez aparecen también —en unos casos como tema central y en otros de modo circunstancial— en las narraciones del pinareño Nelson Simón (1965). Aludo concretamente a las recopiladas por él en sus dos últimos libros, Cuentos del buen y mal amor (Editorial Gente Nueva, La Habana, 2010, 38 páginas) y As de corazones (Editorial Cauce, UNEAC, Pinar del Río, 2010, 78 páginas). Sus cuentos, sin embargo, no tienen lugar en escenarios asépticos o abstractos y sus personajes son familiares y reconocibles.

Por ejemplo, la protagonista de “Pietro y Carmina” coquetea con dos estudiantes de secundaria que rapean como nadie, se hacen los “pinchos”, llevan aros en las orejas y saben especular (en el lenguaje popular cubano, quiere decir tener CUC). Carmina es la chica más bonita y vanidosa de la clase, y por eso no ha advertido que Pietro está enamorado de ella desde la primera vez que la vio. Es cierto que a diferencia de los de ella, sus padres son obreros. Pero él “no los cambiaría por nada del mundo, ni siquiera en aquellos momentos en que lo regañan o no lo dejan salir el fin de semana por haber suspendido el último control”. Son, ya digo, personajes con los que los adolescentes cubanos de hoy se identificarán, pues comparten muchos de sus problemas, dilemas e inquietudes.

La novedad de los cuentos de Nelson Simón no reside tanto en el ropaje, esto es, en la forma en que están narrados, sino en el abordaje de aspectos esenciales de la adolescencia. Una edad, como es de conocimiento común, en la cual los chicos y chicas se hallan inmersos en la búsqueda de sí mismos. A veces, eso coincide además con situaciones familiares difíciles, que ellos no logran comprender bien. Es lo que le sucede a Ana, la protagonista de “La pared”. Últimamente anda muy seria y metida en sus pensamientos. No ha visto las aventuras, ni tampoco los videojuegos que le prestó su amigo Raúl. Supo que sus padres se van a divorciar y quiere saber qué quiere decir eso. Finalmente, lo averigua en su propio círculo familiar: es una pared de ladrillos que divide una casa en dos.

Otras son las preocupaciones de María Carla (“Lluvia de mayo”) y Eleonora (“Seré eternamente tuya”). La primera es la única chica de su aula a quien aún no le han salido los senos. En cambio, las amigas presumen de los suyos y se burlan de ella: “Estás planchada como una tabla”. Su cara además está llena de esas pecas odiosas. Con semejante facha, nunca va a lograr que Darío se fije en ella. En cuanto a Eleonora, al terminar el séptimo grado se ha dado cuenta de que conseguir novio no es tan fácil como ella pensaba. Para ello, hay que ser una chica fácil (o sea, estar dispuesta a todo para conseguir un novio), sexy y moderna (esto implica: llevar una saya muy corta, bailar reguetón, coleccionar fotos de tus artistas favoritos, vestirse como ellos y especular). Y ella no es atractiva, pues lleva espejuelos y aún se peina con motonetas o cola de mula; no le gustan el escándalo ni la vulgaridad del reguetón; no tiene fotos de Shakira o Daddy Yankee, ni le interesa parecerse a ellos; y no puede especular porque sus padres son obreros y los pocos CUC que entran a su casa se usan para cosas más necesarias. Para colmo, su mayor diversión es la lectura. En especial, le encantan las novelas góticas y le gustaría ser seducida por un vampiro.

La mayoría de los cuentos tienen como eje central a personajes femeninos. Una de las excepciones es “El caballo rosado”. Su protagonista y narrador es Ale, un chico a quien las burlas y miradas acusadoras de aquellos que lo discriminan por ser “diferente”, lo han llevado a recluirse en la soledad. Tiene un único amigo, Marcelo, que a pesar de ser muy distinto a él, llega a comprenderlo y lo defiende de los otros estudiantes. Esa amistad es puesta a prueba e incluso los distancia cuando en la pizarra y en las paredes del baño de la escuela empiezan a aparecer corazones con el nombre de ambos. No obstante, cuando está a punto de irse becado a estudiar deporte, Marcelo va a visitar a Ale, para expresarle que siempre será su amigo. Y le agradece que le haya enseñado a comprender que los caballos rosados que él pinta, también existen. Se trata, en resumen, de una hermosa e inteligente historia sobre la tolerancia y el respeto a la diferencia.

La soledad, los nuevos patrones impuestos a la juventud, la muerte, la necesidad de priorizar los valores espirituales sobre los materiales, la falta de afecto filial, el efecto de la separación de los padres sobre los niños y adolescentes, también forman parte del arsenal temático de esos cuentos. Asimismo el amor aparece como motivo recurrente, pues de un modo u otro las historias gravitan en torno al universo afectivo.

A esas historias, que recrean la forma de vida y los problemas de los adolescentes actuales, Nelson Simón les aporta un tratamiento imaginativo, además de su dominio y su frescura narrativa y de una prosa clara pero cuidada. Sabe además incorporar un acertado toque de humor a unos cuentos de base realista. Con eso los desdramatiza, sin que pierdan su fondo veraz y serio, y además reivindica la lectura como fuente de placer. Los dos libros incluyen expresivas y graciosas ilustraciones de Raúl Martínez Hernández. Habrían ganado y lucido más de haberse impreso en colores, pero esa es ya otra cuestión.