Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Literatura, Literatura cubana, Erotismo

«Exorcismo final»: una reseña

El libro de cuentos eróticos de la autora cubana Yovana Martínez Milián

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La mejor manera de librarme de la tentación es caer en ella
Oscar Wilde

Hice un hueco en la noche del domingo y decidí leerme de un tirón Exorcismo final, el ya bastante comentado y muy alabado libro de cuentos eróticos de la autora cubana Yovana Martínez Milián.

Me serví un buen whisky con hielo y salté al ruedo, al ruedo de mi poltrona con aquel breve tomito que, eventualmente, me depararía una noche agitada y mucho más turbada que de costumbre. Siete u ocho de mis amigos, todos del sexo masculino, me lo habían advertido con palabras elocuentes que no debo repetir aquí en su totalidad: “¡Verás, verás que vuelves a la adolescencia, y tómalo con calma que puede darte taquicardia, ya verás!”.

Como creo estar curado de todos los espantos, tomo estas recomendaciones y alabanzas con un grano de sal —de hecho, he estado demorando la lectura por una u otra razón—, pero ya no puedo estirar más el asunto. A cada rato me pregunto: “sí leo por necesidad algunos mamotretos de los que no quiero acordarme, cómo no voy a dedicarle un tiempito a este”. Pues bien, llegó la hora de permitir que lo que tenía que pasar, pasara. Tomé algunas precauciones y decidí enfrentar valientemente aquello. Agarré el libro y sin encomendarme a nadie —que de vez en cuando hay que arriesgarse— comencé la lectura con el ánimo y la expectación por las nubes, aunque con muchas dudas.

El primer cuento —son veintiséis en total, pero cortos e hirientes, como las viejas navajitas de afeitar que utilizábamos una y otra vez allá en Cuba— se titula “La sorpresa”. Lo leo y sí, es bastante erótico, quizás hasta un poco pornográfico, pero… ¡Opss!, me arrastra sin compasión a mis días de estudiante universitario en la Isla, crudos y enervantes días. El segundo, lo leo sin detenerme, se llama “Obstinación de ostra” y resulta ser una secuela, muy inteligente y literaria por demás, del primero, y me reconozco de pronto sumergido en una nostalgia que me lleva a Nocturno, aquel viejo programa de radio que alguna vez me hizo soñar, pero también rabiar por lo que no tenía. Sigue “La vida podía ser una mierda”, y aunque disfruto el erotismo, no he sentido aún la necesidad de recurrir a mis previsiones, al contrario, me voy metiendo en una historia que va cobrando forma cuento a cuento y me arrastra a mi propia historia —la mía tiene que ver con hospitales y trabajos asistenciales en el campo, la de la autora con estudiantes de arte, pero como se parecen, coño— aunque contada desde la otra acera, la femenina.

Y yo, que me precio de ser un caballero de la vieja escuela, siento cierta pena ajena por la ignorancia y la incompetencia de algunos de estos muchachos —¿personajes debería decir?— que la autora nos va presentando uno a uno, con alias y casi siempre con poca ropa, todos muy machos y testosterónicos, rudos a veces, algo tiernos otras, pero al mismo tiempo muy desconocedores del alma femenina. Y es entonces que empiezo a comprender que estoy leyendo un libro erótico, pornográfico en ocasiones, pero que al mismo tiempo me destapa y hace crecer mi imaginación, y eso, aquí y dondequiera, es arte del bueno. Y no solo arte, porque el dichoso librito me retrotrae a mis propias vivencias personales, y eso es historia, o mejor, intrahistoria.

Voy recorriendo, cuento a cuento, la historia de mi vida —parece ser que también la de la autora (o no), aunque nos separan años y vivencias— desde mi ya lejana isla caribeña hasta la que vivo ahora en otro país diferente y enorme, pero con costumbres y hábitos que todavía recuerdan alguna que otra vez, y sobre todo en este rincón del sur, los de allá. Hábitos y costumbres que se mezclan, los mezcla la autora, con los recién llegados que cargan con su aparente desinterés por las convenciones sociales —vulgaridad le llaman algunos, los más estirados— y su erotismo a flor de piel.

Cuando voy por “Apretaditos”, quizás llevo una hora o algo más de lectura, ya sé que la autora escribe formidablemente bien, que domina diferentes técnicas literarias, que maneja con mano maestra —¿quién dijo que era nueva en esto?— el arte de atraparlo a uno en la lectura y sorprendernos con enfoques que cambian todo el tiempo sin aburrir y sin dejar de contarnos historias que todos podemos haber vivido.

Un comentario al margen. Es uno de esos libros que uno cree que se puede escribir de un tirón, o que cualquiera de nosotros puede escribir con facilidad, pero que va, desmenúcelo con calma y luego me cuenta. Prosigo con mi “crítica”.

Sobre la marcha caigo en la cuenta de que la buena literatura erótica también nos cuenta la vida y la historia de sus personajes y de la sociedad en que se mueven y disfrutan y gozan, o no, el sexo. El buen sexo, el mal sexo —el mal palo— como se decía en mi época.

No es que Yovana haya escrito un nuevo Kama Sutra, no, es evidente que ella tiene sus preferencias y son relativamente limitadas, por lo menos para mí gusto —¡cuánto creo haber aprendido de esta mujer en una hora y media de lectura, Dios!—, pero me recuerda, eso sí, a Scheherezade, las de Las mil y una noches, que nos lleva de cuento en cuento hasta salvar su vida, solo que esta vez, a diferencia del sultán de marras, yo voy a terminar este de una sola vez y no amenazo para nada la integridad física de la autora. Y también viene a mi mente el Decamerón, con sus deliciosas narraciones y sus secuelas, que siguen manifestándose muchos siglos después, quizás hasta en la propia autora.

Pero el Decamerón de Yovana es mucho más moderno y centrado en algo que Boccaccio no conoció, el Caribe y Miami. Y sus gentes, que es lo importante. Y su historia, que se nos narra como el que no quiere la cosa, sin imponernos nada, sin ideologías intermedias, sin teques ni descargas moralistas o inmoralistas, sin propaganda (lo que se agradece, y mucho), pero eso sí, marcándonos a fuego —no hay una intención masoquista en esto, aclaro— con ejemplos sacados de la vida real (desconozco si de la vida real de la autora, pero a veces lo parece y no sé si eso despierta mi admiración o si me asusta), por lo menos de una vida real que fue la mía y que creo fue la de muchos de mis conocidos.

Entonces llega “Fantasía de rabbit a dos manos” y me doy cuenta de que el libro se ha terminado —todavía queda whisky aguado en el vaso— y no he tenido en ningún momento la urgencia de detener la lectura para dedicarme a otros menesteres. Y eso… pues eso es culpa de la buena literatura que destila el susodicho ejemplar de Yovana. Quizás, quizás en una segunda o una tercera lectura se pueda poner al lado la literatura, la buena literatura, y exprimirle otro producto a la obra, pero no ahora.

Cierro el libro, boto el whisky aguado y me detengo a pensar —lo otro es irme a dormir, pero no puedo— en lo que acabo de leer. ¿Es de verdad un libro erótico? Pues sí, lo parece, pero tiene algo más. ¿Es pornográfico, sucio, depravado? Algo, algo tiene de eso, pero no le permite a uno regodearse en el sexo facilón y cursi, ¡qué va! ¿Es literatura de género, eso que ahora se ha dado en denominar “estudios de la mujer” o women’s studies? Sí, por supuesto, algo de eso también tiene, pero sin la arrogancia y la cargante pesadez teórica del feminismo tradicional. ¿Es historia de Cuba pura y dura? No, claro que no, pero también tiene algo de eso, y no solo de Cuba, sino también del sur de la Florida.

A ver… ¿Es literatura amorosa y romántica? Umm, sí, a veces, pero es ese romanticismo crudo, desinhibido —postmodern le llaman algunos— que conoce el amor, pero sabe de sus limitaciones e infidelidades impostergables. Y que conste, no sé si la autora lo ha hecho a propósito, pero el libro tiene un poco, un poquito, bien dosificado, de cada una de las cuatro formas de amor que describía Stendhal: amor como placer, amor físico, amor pasión y amor como vanidad. Búsquelas, es un pequeño ejercicio para una segunda lectura.

¿Qué he leído entonces? Pues… no sé, habrá que dejar su definición a los críticos que dicen saber de esas cosas. Yo, por lo menos, he leído Exorcismo final, que se me fue entre las manos como en su tiempo se me fue Lolita de Nabokov o Travesuras de la niña mala de Vargas Llosa, pero más rápido. Ah, y que me hizo rememorar mis propias historias de adolescencia, juventud y adultez temprana. Y eso es importante para quien ya ha recorrido más espacio en la vida que el que le queda por recorrer.

Guardo el libro en un lugar seguro —no es de los que se prestan ni se regalan, es de los que se recomienda para que lo compren— que es saludable tenerlo al alcance de la mano, apago la luz y me voy a dormir, o no sé, a pensar.

Y pienso en esa frase de D.H. Lawrence que leí alguna vez en no sé dónde:

“Guarda silencio cuando no tengas nada que decir, pero cuando la pasión genuina te mueva, di lo que tengas que decir, y dilo caliente”.


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