Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Literatura, Literatura cubana

Fallece en México el escritor cubano Yoel Mesa Falcón

Obtuvo en 1987 el Premio UNEAC de Poesía por su poemario El día pródigo. Su novela inédita Extraños en la noche fue finalista en los concursos “La ciudad y los perros” (2004) y “La Otra Orilla” (2006)

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Otro escritor cubano muerto a la intemperie del exilio: ¿a quién le importa eso? En Manzanillo, en el oriente de Cuba, donde nació el poeta, narrador y ensayista Yoel Mesa Falcón, hay un inmenso mar: el sonero Benny Moré quiso pescar la luna en sus marejadas apacibles (“A la Bahía de Manzanillo / voy a pescar la luna en el mar”), y en el sitio donde un ataque al corazón lo sorprendió en el celaje de su orfandad —Colima, México— hay un volcán de fuego que de vez en vez lanza sus cenizas sobre las ruinas del reino de Colliman.

Yoel vio las primeras luces del mundo en las señas de un piélago sediento y, a la vez, cordial; pero, murió rodeado de una orfandad en que todo el afán es carcoma y desolación: “Puede venir alguien y plantarse ante ti / como la aparición de todas las ausencias”, escribió el poeta ganador del Premio Julian del Casal de la UNEAC por El díapródigo (1987).

Dicen que vivía apartado: ¿quién arrenda el desarraigo, acaso no trajina por el aislamiento? Dicen que enfrentaba dificultades de diversa índole: ¿los que anidan cada noche un colchón de algodón humedecido por los sudores, mastican unos garbanzos o unas lentejas y se cobijan del frío a media: ahuyentan los aprietos desiguales?: todos estamos condenados al suplicio diario de la sobrevivencia, Yoel era uno más, quizás más carcomido por las ráfagas; pero, a fin de cuentas en vaivenes de acosos compartidos.

Lo vi muchas veces caminar por el follaje de las avenidas de la Ciudad de México persiguiendo adolescentes. Comimos muchas veces comida china en las fondas ruinosas de la Calzada de Tlalpan. Me sé de memoria varios de sus versos. Una tarde en Tabasco —febrero de 1997—, después de leer una hermosa ponencia sobre Carlos Pellicer, me confesó: “Yoel Mesa Falcón está loco / me lo acaba de decir una piedra”, recuerdo la mirada que posó en la espalda de un joven de características indígenas y me dijo “así son los muchachos que me gustan, igualitos a los pescadores de mi pueblo”: esa vez supe de todas las cicatrices de su cuerpo.

Yoel rezaba en las noches una plegaria de consonancia interminable, una oración en que la indagación de los signos humanos estaba untada de “el ánima de un recién ahorcado”. Me llamó una noche para decirme: “No volveré a ser el que fui antes del suplicio. Estoy enamorado de un guajirito de Tepoztlán que conocí en el mercado de La Merced: vende hierbas medicinales, perfumes de flores naturales y baratijas espirituales, pero tengo miedo. No quiero regresar de ese viaje, volver al mundo de ese suplicio, que ha sido siempre el amor para mí, desfigurado”.

Supe de su estancia en un albergue religioso en la gélida ciudad de Toluca. Supe de su silencio en los días lluviosos de mayo de la capital mexicana en que el verano carcome la primavera. Compartíamos el mismo contador público, guía de nuestras inestables finanzas para enfrentar las rigurosas declaraciones mensuales ante Hacienda: cada vez que le preguntaba a nuestro contable por Yoel, me decía: “ahí va, sobreviviendo a empujones”: Torturado hasta la muerte / verdugos estos trinos / la luz / el día que avanza con los ojos vendados / y me roza con sus dedos de seda / y sigue de largo preguntándose / si sabré entender su bendición.

No supe de su viaje a Colima. Me lo dijo la poeta santiaguera Odette Alonso, quien se enteró por el poeta, narrador y articulista Félix Luis Viera. Ni siquiera se sabe la fecha exacta de su muerte, el pasado mes de mayo. Ni siquiera estamos al corriente de la camisa que usaba ese día o los zapatos con los tacones desgastados que acorralaban sus delgados pies. No hay fotos en sus archivos ni el ticket de la función de cine el día que asistió a ver una cinta de Luis Buñuel. Aseguran que en su billetera encontraron un pasaje vencido de ida y vuelta en autobús con destino a la playa. Dicen que en Colima caen unos aguaceros repentinos. Sabe Dios si alcanzó a ver una de esas tardes en que las cenizas del volcán empañan la ciudad con una gama albina, caliginosa y obstinada.

Estela cromática de haber estado. / Pobre Gloria. / Testimonio / para quien quiera asomarse / a una desnudez. Yoel sabía del mar: cofre intacto de una sonata de alucinaciones. ¿A quién le reclamamos, esta vez, la muerte de un poeta a la intemperie?



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