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Cuba, Cine, Arte 7

(H)ojeando revistas (II)

En esta segunda parte, tres de los redactores de la revista Arte 7, Alejandro Armengol, Mario Naito López y José Rojas Bez, ofrecen su testimonio sobre su participación en aquel proyecto

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Al trabajo publicado la semana anterior, he querido sumar el testimonio de tres de los redactores de la revista Arte 7, quienes han accedido a contestar el cuestionario que les hice llegar a través del correo electrónico. Se trata del escritor y periodista Alejandro Armengol, Mario Naito López, especialista de la Cinemateca de Cuba y presidente de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica, y José Rojas Bez, quien además de trabajar como profesor en el Instituto Superior de Arte en Holguín, colabora en publicaciones cubanas y extranjeras con trabajos sobre cine. A continuación, se pueden leer sus respuestas.

¿Cómo fue que entraste a formar parte del consejo de redacción de la revista?

Armengol: Arte 7 fue una revista abierta a todos los universitarios, algo singular en aquella época en Cuba. Cualquiera que demostrara entusiasmo por el cine y ganas de trabajar en el proyecto podía participar en él y ocupar responsabilidades, que solo se adquirían a partir de una voluntad de trabajo.

Naito López: El grupo de cine de Extensión Universitaria, en torno a Alberto Mora Becerra, integrado por jóvenes que estudiábamos en la Universidad de La Habana en ese entonces, se fue formando a partir de mayo de 1970. Recuerdo que, a mi regreso de la zafra del 70, en la cual participé junto a la Brigada Venceremos, Orlando Rojas me dijo que se estaba nucleando un grupo de aficionados al cine y yo me sentí embullado para enrolarme en el proyecto. Entre las tareas que se comenzaron a acometer, estuvieron la reanimación del Cine-Club Universitario y la edición de un boletín sobre cine. Este empezó como un material impreso en ditto azul (un primer número), y luego como 3 o 4 números impresos en mimeógrafo. Esos números eran en papel gaceta. Como en el quinto número es que aparece en formato de revista en papel bond o semibond.

Rojas Bez: Entré a formar parte de la revista como fundador de la misma y de todo el grupo nucleado en torno a ella.

¿Cómo organizaban cada número? Te pregunto esto porque en determinado momento llegaron a ser unos cuantos miembros.

Armengol: Había una reunión semanal, que entre otros puntos discutía el contenido del próximo número y el estado de edición en que se encontraban los materiales: si habían sido recibidos, revisados, editados y preparados para la imprenta.

Naito López: No recuerdo haber participado en reuniones de discusión para decidir lo que se publicaría. Creo que Mora llevaba la iniciativa en ese sentido. Yo escribí algunos trabajos, algunos por idea propia, como el del cine negro, pues se estaba exhibiendo en esos momentos un ciclo de esa temática en el Cine-Club Universitario. También fue idea mía el ciclo de Introducción al cine moderno, del cual escribí comentarios de varias películas. Estas se repartieron entre los que integrábamos el consejo. Pienso que los créditos de los integrantes del Consejo de Redacción estaban dados por los que escribíamos en la revista. Yo había colaborado en Granma y en El Mundo entre 1967 y 1969, acabado de graduar del preuniversitario y luego de iniciarme en la carrera de Física de la Universidad, de ahí que me habían solicitado integrar el grupo de cine.

Rojas Bez: Estudiantes y aficionados, aunque muy serios, no estábamos todos siempre cuando “se armaba” cada número. Siempre un grupo; siempre Mora; pero no siempre los mismos. Sin embargo, había una especie de “consenso” o de intereses y motivaciones comunes por encima de los individuales. Por eso la revista tenía una personalidad más o menos estable. Quizás algunos rictus esquizoides, compulsivos o emocionales, pero los de una personalidad sana y “normal”.

Te aclaro que no puedes guiarte absolutamente por el machón de cada número, donde no aparece a veces el director de la revista como tal (Alberto Mora), ni se diferencia entre Consejo de Redacción, Redacción y colaboradores. No nos interesaba, y está bien. Pero quizás no esté bien que a veces, por algún descuido o quién sabe qué desliz, no se consigna un nombre que debía estar o puede aparecer alguno que no participó en armar ese número, pero cuyas opiniones y espíritu bien conocemos.

Nunca supimos de la protesta de alguno que participase y no apareciese ni de otro que apareciese y no participase directamente porque sentíamos siempre que siempre participábamos todos. Quizás por ello mismo la revista levantó con tanta fuerza y personalidad en tan poco tiempo. Explosionó pronto, levantó pronto y… fue muy efímera.

Como factor de este espíritu común, por ejemplo, siempre se buscó publicar un ensayo o artículo de teoría general (válido para todo cine, lugar y momento). Por ejemplo, páginas del Manifiesto de las artes de Riccioto Canudo. También, un ensayo o artículo de teoría relacionada con circunstancias del momento (algún hito latinoamericano o cubano, por ejemplo); comentarios de filmes de estreno y comentarios de filmes clásicos o de alguna trascendencia; y, en lo posible, entrevistas, palabras o participación de cineastas relevantes o experimentados.

Un factor medular de este espíritu común, importante para todo el grupo: entender y defender el cine como arte, como arte pleno; no como subterfugio o “arma” de un grupo de poder; sí, con valores morales, políticos o idiosincrásicos generales; sí, con otras funciones. Pero siempre bajo la égida de lo artístico, sin temor a la belleza, la sublimidad, la lograda dramaturgia, la grandiosidad ni otras “perfecciones” de la obra como arte.

¿Cuál fue tu participación en la revista?

Armengol: Arte 7 fue parte de un proyecto más amplio, que nunca llegó a materializarse por completo. En realidad, estaba supuesta a ser el órgano de difusión de ese proyecto, que consistía fundamentalmente en un movimiento de cine-clubs universitarios dedicados al estudio y difusión de la cultura cinematográfica. Ese movimiento llegó a tener vínculos con los pocos cine-clubs de obreros existentes en La Habana.

Fui miembro del consejo de redacción de la revista en una doble función. Una función editorial, propia de cualquier miembro de dicho consejo, y otra función como representante de uno de los cine-clubs del movimiento. En el momento de mayor desarrollo del proyecto, que duró solo unos pocos meses, los directores de los diferentes cine-clubs universitarios formamos parte del consejo de redacción. Tenía a mi cargo la programación del cine-club que funcionaba en el Anfiteatro Enrique José Varona. El cine-club del Varona fue el núcleo gestor alrededor del cual se desarrolló el movimiento.

En la reunión semanal mencionada se discutía la programación de los diferentes cine-clubs. Dos eran los cine-clubs fundamentales, el del Varona y el que funcionaba los martes en la Cinemateca de Cuba. Había otros en las facultades, pero de menor importancia. La programación de los cine-clubs proporcionaban en buena medida los materiales que nutrían cada número de Arte 7.

Naito López: Aparte de escribir algunos trabajos y de participar en la valoración de las películas (con cruces y ceros que se daban por apreciación cualitativa de la calidad de los filmes, algo que desapareció después a sugerencia del ICAIC, por darse una puntuación muy baja por error de interpretación a algunos filmes cubanos: puedo dar detalles del caso de Tercer Mundo, Tercera Guerra Mundial, de Julio García Espinosa), también revisé en algunas ocasiones galeras de pruebas para corregir errores.

Rojas Bez: Pregunta redundante cuando se lee todo lo anterior: cofundador, miembro del consejo de redacción desde el primer al último número y autor de algunas páginas, aunque siempre me concentré más en los sueltos o volantes y en la coordinación y búsqueda de trabajos de otros; no por ninguna razón premeditada, ni a gusto ni a disgusto, sino porque simplemente ocurrió así, como rutina si aquí valiese hablar de lo rutinario.

¿Pudiste comprobar si tenía alguna incidencia entre los jóvenes universitarios?

Armengol: La incidencia entre los jóvenes universitarios fue enorme. Todavía, después de más de 40 años muchos recuerdan aquella época, entre ellos escritores, pintores y periodistas. Hay que tener presente dos factores. Uno, la total escasez imperante en Cuba a comienzos de la década de 1970, escasez que también afectaba a los productos culturales. Otro, en el caso específico de la revista, la existencia de una publicación que, sin apartarse del canon ideológico y estético imperante o impuesto, desplegaba cierta “frescura” al no estar elaborada por funcionarios o profesionales de la cultura —con las limitaciones políticas que entonces implicaba este término—, sino por simples estudiantes, aficionados en última instancia.

Al efecto, recuerdo un encuentro informal, a la salida de una proyección en una de las “salitas” del ICAIC, con el realizador y escritor argentino Octavio Getino, que nos dedicó una especie de reproche a Eugenio Espinosa y a mí sobre Arte 7. Getino nos dijo que la revista —creo que la llamó “la revistica”— le recordaba las publicaciones universitarias de su época de estudiante. A mi entonces eso me avergonzó un poco, pero con los años comprendí que era el mejor elogio que podía hacérsele a Arte 7. Por supuesto, para un intelectual orgánico como Getino una revista —”revistica”— universitaria era una manifestación de debilidad pequeño burguesa en la lucha ideológica de la vanguardia intelectual latinoamericana. Pero ya sabemos cuántos bodrios cinematográficos produjo esa vanguardia revolucionaria, y cuántos libros por suerte ya olvidados, para decir lo menos.

Pero para los estudiantes universitarios lo fundamental del proyecto tuvo poco que ver con esa discusión ideológica y estética que el tiempo demostró superflua, sino con la posibilidad de ver un cine —europeo, estadounidense, indio— que no se exhibía con frecuencia en las salas del país. Y verlo de forma libre y gratuita. Por supuesto que el “gancho” eran las películas de Hollywood, pero no solo eso. Proyectamos en la Cinemateca de Cuba, a sala llena —unas 1.300 lunetas— Pather Panchali, de Satyajit Ray, y logramos crear un movimiento independiente en torno al cine en la Universidad de La Habana.

Naito López: Esta revista tuvo gran aceptación en los jóvenes de la época. Era gratis, y ellos se volvían locos por conseguirla.

Rojas Bez: No hicimos en el breve tiempo de existencia y hoy ya no podemos hacer estadísticas ni encuestas. Pero los números volaban, universitarios y no universitarios escribían pidiéndola, hasta el punto en que habíamos comenzado a teclear de nuevo los primeros cuatro números para una “reedición” con el formato nuevo, para coleccionistas e interesados. No sé si quedarían las cartas, pero muchos llegaron a pedir la revista desde el extranjero. Recuerdo a la Cinemateca de Praga y a algunos cinéfilos mexicanos. Está, quizás como dato más fehaciente, la gran cantidad de cine-clubes, espacios fílmicos y radiales, entre otros, que adoptaron, desde ayer hasta hoy, el nombre Arte 7, aunque no dudo que en algunos casos como efecto del inconsciente colectivo y no con toda conciencia del origen del nombre.

¿A qué atribuyes que se dejara de editar?

Armengol: Dos motivos. El más simple fue económico. La impresora universitaria André Voisin dejó de imprimirla por falta de papel y tinta y porque todos sus recursos debían estar destinados a la impresión de textos de estudio, según la orientación del Comandante en Jefe.

El segundo, y más importante, político. En realidad, las autoridades universitarias tenían una especie de “papa caliente” en las manos que no sabían cómo quitársela de arriba. La revista no era contestataria, ni siquiera “incómoda” políticamente, porque criticaba al cine estadounidense, al capitalismo y sus productos culturales, y apoyó el Congreso Nacional de Cultura, etc., etc. Pero al mismo tiempo era un proyecto en manos de estudiantes universitarios que no eran jóvenes comunistas ni estaban dirigidos por una facultad universitaria específica, por lo que hasta cierto punto eran “difíciles” de controlar.

Alfredo Guevara específicamente nos declaró la guerra —y la llevó a cabo personalmente— de todas las formas posibles, desde quitarnos el control de las proyecciones en la Cinemateca de Cuba hasta conversaciones con el rector de aquellos momentos. Éramos hasta cierto punto un grupo de jóvenes inocentes, pero Alfredo conocía muy bien la historia del Mayo Francés, y cómo todo ese movimiento político se inició precisamente vinculado a una… cinemateca. No quería que algo similar pudiera ocurrir en La Habana. Sabía que era imposible que se desarrollara —para eso estaba el MININT—, pero no quería que brotara —para eso estaba el ICAIC—. Hay que recordar que todo esto sucede en el momento más negro —no gris— de la cultura cubana, que ocurre en la década de 1970. Hay otra historia “secreta” de Arte 7, que no conocen siquiera muchos de sus miembros, y en la que se mezclan un supuesto atentado a Fidel Castro, Raúl Roa, Heberto Padilla (su detención y posterior “autocrítica”), Norberto Fuentes, Guillermo Cabrera Infante, Julio Cortázar y hasta Pierre Golendorf. Pero esa la cuento en otro momento.

Naito López: La gestión para la edición Alberto Mora la lograba dada sus relaciones, pues había sido ministro antes. Creo que se imprimía con papel sobrante del Banco Nacional de Cuba. Los últimos números fueron publicándose cada vez más distantes unos de otros, y la fecha que se consignaba en la revista era muy atrasada con respecto a la de la fecha de aparición verdadera. Según rumores, a Alfredo Guevara no le empezó a agradar la idea de la popularidad de la revista. Alguien me dijo que él había planteado “que no quería icaicitos”. También Mora fue sustituido en el cargo de responsable de cine de Extensión Universitaria por Ana Mildred Vidal[1], situada por la Unión de Jóvenes Comunistas. Era la época que siguió a la ofensiva revolucionaria y después al Congreso de Educación y Cultura, y quizás hubo decisiones para que no proliferaran ciertas libertades que nos tomábamos con los materiales que se publicaban.

La desaparición de la revista prácticamente coincidió con la terminación de mi carrera en la Universidad de La Habana, y yo al igual que otros colegas de la revista teníamos que asumir nuestra vida laboral. En mi caso, fui enviado a Las Villas a la Universidad Central a cumplir el servicio social, y ya esto dificultó el que pudiera continuar. Rojas Bez y Manuel Mariño regresaron a Oriente. Alberto Mora dejó de dirigir Extensión Universitaria y por supuesto la revista, al encargársele otras tareas, y lamentablemente se privaría de la vida meses más tarde. O sea, casi todas las personas que formaban parte integrante de dar vida a este proyecto tuvieron que seguir otros rumbos.

Rojas Bez: Se movieron muchas intrigas y factores políticos junto a algunos quizás muy personales. Existen la envidia, el odio a lo diverso, etc. Weltanschauung. Espíritu de los tiempos. Recordemos aquellos tiempos de “radicalizaciones” por un lado y oportunismos por otro. Recordemos que la norma era las autocracias o designaciones singularizadas. En esto mando yo y no puede haber otros diferentes. Un solo esto y un solo lo otro. Un solo cine o cinematografía, un solo ballet … A veces no dicho ni hecho tan tajantemente, sino con alguna sutileza como “Soy el que estoy encargado de”, “Soy el elegido para”. ¿Cómo iba a haber dos revistas de cine en el país, sobre todo cuando una de ellas no era un simple remedo, pálido eco repetidor de LA revista designada, sino incluso con percances habidos en el grupo que la creó y alimenta?

Recuerdo un percance mío, para no recordar los de otros que deben avalar los suyos propios. Sucedió con el volante de Los dioses vencidos, de Edward Dmytrik, para la sesión del 15 de agosto de 1970. Osadía, apostasía de aquel entonces: señalar valores positivos en un filme realizado por uno de “los diez” retractados cuando la cacería de brujas de Hollywood. ¡Izquierdismo, izquierdistas!, ¿cómo no reconocer valores cinematográficos en ese filme? Pero, así fueron las cosas. Ojerizas de los izquierdistas de arriba, sin ninguna reacción en contra del comentario por parte de los miles de aficionados. A partir de ese volante se impuso entonces que cada uno firmase (antes no se firmaban, como un aporte colectivo, ya que muchos lo leían o comentábamos antes de publicarse), para responsabilizarse cada uno con lo que escribía. Parece banal, pero fue ya una laceración a la unidad artístico-cultural del grupo y a su “prestigio” entre las más altas autoridades universitarias. Fueron solo este y otros percances de algunos. A veces con lo que se escribía, otras veces con lo que se decía y otras veces con algo que hacía alguno de los jóvenes miembros del grupo.

Nos llegaron invitaciones. Por si alguno no lo recuerda, lo digo en singular. A mí, personalmente, me llegaron invitaciones a no insistir más en Arte 7 y sumarme a colaborar en LA gran revista cubana sobre cine. Así las cosas, unos con buenas intenciones (¿por qué vamos a dudarlo?), otros con intenciones regulares y otros con pésimas, incluyendo la envidia o el sentirse atacados a lo mejor.

Téngase en cuenta, además, que ninguno era adicto, de hecho, al izquierdismo de ciertas tendencias incluyendo, en la propiamente cultural, la prédica de las imperfecciones necesarias del cine, las artes y las comunicaciones o el cine y el arte como pura arma ideológica o política. Creíamos en la plenitud del cine como arte, que implica multiplicidad de funciones, desde la comunicativa a la valorativa, con implicaciones ideológicas o idiosincráticas (¡Todos los filmes son políticos!), pero también con la función lúdica y hedonística… el placer del arte consumado. Creíamos en los valores seculares del arte y defendíamos al cine como arte y, mientras más perfecto y logrado como tal, mejor. No éramos ni formalistas vacuos ni esteticistas, pero nos acusaron de ello desde las alturas oficiales. Quizás no éramos teóricos maduros de ello, pero así lo sentíamos.

Eso sí, y a algunos debió molestarle mucho: éramos adictos a las nuevas olas (la francesa no solo, todas, incluyendo la checa) y además, lo cual no era necesariamente una virtud pero tampoco necesariamente un defecto, porque los jóvenes (y los adultos) siempre tenemos influencias: éramos de propensión cahierista, influidos por los teóricos del cine y la cultura franceses y también a los ingleses (además de Cahiers du cinéma nos interesaba mucho, por ejemplo, Sight & Sound), aunque no desdeñábamos a los rusos (claro, Eisenstein, Vertov,…). Ello traería ojerizas de ciertas personas que no fueron a conversatorios ni entrevistas a los que se les invitó, ni nos dieron guiones, partes suyas o documentos solicitados para la revista, como sí lo hicieron Jorge Haydú y Manuel Octavio Gómez, sin temor al diálogo.

Cuidado, fíjate, voy a mencionar un nombre, pero no para satanizarlo ni beatificarlo. Se trata de un ser humano y, como tal, con virtudes y defectos. Se mencionó mucho su nombre entonces y hoy algunos siguen señalándolo, y no a otros que debieron escudarse en el suyo: Alfredo Guevara. Sí, quizás el defecto, de personalidad o el del referido “Espíritu de los Tiempos”, haber sido tocado por los hálitos autocráticos y los afanes de control que muchos sufrieron. ¿Quién sabe? Sin embargo —no habiendo sido nunca amigo suyo, quizás por el contrario, también afectado como joven de Arte 7—, hay que admitir su vasta cultura y su sensibilidad y amor por el cine, por el cine en general y no sólo el que él pretendía hacer o “liderar”. Bajo su dirección se vio en Cuba más cine que en cualquier otra parte del mundo. No, no exagero. Más incluso que en Nueva York o París, porque allí no se veía el cine de los márgenes en los circuitos comerciales y normales, mientras en La Habana se estrenaba o podía ver una película de Kurosawa o Ichikawa a la vez que otra de Wajda, una de Milos Forman, otra de Bergman, Antonioni, Fellini, Varda, Richardson, Scorsese, Coppola, Polanski y también Sanjinés y Littin junto a Subiela: norte, sur, este, oeste y hasta el centro, arriba y abajo. Estoy seguro –sí, especulo, pero con base y experiencia– de que bajo la dirección de otros bien conocidos que se mencionaban menos y que quizás aún hoy alguien venere, sólo hubiésemos visto cine soviético y neorrealismo italiano junto a algunas pocas películas imperfectas o puramente “izquierdosas” de Latinoamérica.

Guevara, con su gran influencia, sí debe haber tenido muchísimo que ver con la desaparición de la revista. Pero deben haberlo instigado otros muchos con muchos más defectos que se escondieron en él, los acostumbrados “zorros” de siempre más que la figura que mostraba el rostro; “zorros izquierdosos” y “zorros oportunistas” que existieron detrás, junto, relativamente separados o después de él.

En fin, la revista desapareció y no fue, te lo aseguro (no desde los ámbitos de la especulación, como antes acabo de hacer, sino en el de las seguridades factuales): no por falta de interés y dedicación del grupo; ni por poco deseo de apoyarla (publicarla, etc.) por parte de los colegas institucionales de Alberto Mora y otros colaboradores. Tampoco por pobre acogida de público; ni porque recibiese críticas fundamentadas serias y desencubiertas por parte de casi nadie. Desapareció, simplemente desapareció y ni el mismo Mora pudo explicárnoslo bien antes de su pronta muerte.

¿Cómo valoras hoy tu participación en aquella experiencia?

Armengol: Arte 7 fue un principio y un fin. Se dice fácil, aunque cuando ocurre en la adolescencia o temprana juventud marca para toda la vida. Tener, de pronto, la posibilidad de crear —con todos los medios editoriales, de divulgación, así como los recursos para proyectar películas— al alcance de la mano. Pero duró poco. Una especie de primavera. El resto, una frustración intelectual que se extendió hasta mi salida del país.

Naito López: Para mí la experiencia de participación en el grupo de Arte 7 resultó memorable en mi vida. Dado mi interés y amor por el cine desde temprana edad, y de haber empezado a emborronar cuartillas desde la adolescencia, el nuclearme con otros aficionados y amantes resultó altamente positivo. En primer lugar, porque esto enriqueció mi acervo cultural, al posibilitar confrontar criterios artísticos sobre filmes y directores con otros compañeros. El hecho de poder sugerir y organizar ciclos de películas uno mismo me complació enormemente, pues así yo podía contribuir a que otras personas pudieran disfrutar de películas que yo mismo recomendaba. La posibilidad de ver plasmadas en una publicación concebida por jóvenes y para jóvenes sobre el séptimo arte, me proporcionó un deleite espiritual tremendo. Lástima que como casi todas las cosas en la vida, estas no son eternas sino efímeras, y que no pudiera tener una existencia más prolongada.

Para mí fue algo que me reportó una gran satisfacción personal. Nunca antes ni después creo que hubo o ha habido un movimiento cine clubista tan grande en la Universidad de La Habana, tanto por los ciclos que organizábamos, como con la aparición de la revista. Hace pocos años, hubo una reunión en el ICAIC dirigida por el entonces presidente del ICAIC Omar González y por funcionarios del Ministerio de Educación Superior y de la Unión de Jóvenes Comunistas con vistas al programa de fomento a la cultura, para tratar de recuperar la educación y el interés de los espectadores por el cine. Entonces se hizo mención a aquella época a principios de los años 70, en que la Universidad ebullió de efervescencia por el cine y se mencionó mi nombre y el de José Rojas Bez como aquellos que el dirigente del Ministerio de Educación Superior recordaba entre los principales entusiastas del movimiento, de cuando estudiaba en la Universidad. Yo me puse de pie, y le dije a los organizadores que yo estaba presente y había sido uno de aquellos gestores.

Rojas Bez: Útil y creativa para la existencia del grupo y la revista. Para mí, en lo personal, magnífica como formación cultural y de la personalidad; inigualable como hito juvenil; aleccionadora en lo político-cultural; satisfactoria en el haber hecho y promovido algo a la vez que muy frustrante en no haber podido hacer todo lo bueno que queríamos.