Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Cine, Arte 7

Idilio folclórico

Es una película tan mala, que debiera enseñarse en todas las escuelas de cine del mundo para mostrar lo que se debe evitar cuando se hace un filme

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No recuerdo si fue en 1966, cuando participó en las olimpíadas de ajedrez de La Habana o cuando asistió al Capablanca In Memoriam, pero fue Leonid Stein (para mí, aparte de Fischer, el jugador más imaginativo que he encontrado en mi vida, y si no fue campeón mundial se debió a ser víctima de unas reglas absurdas de la FIDE y a la combinación de ser judío ucraniano y alcohólico en la Unión Soviética de entonces), quien me dio una respuesta que después escuché de otros, pero que en ese momento me pareció, a mis quince años, una de las ideas más lúcidas que he escuchado. Le pregunté que cómo, en determinadas posiciones, él sabía cuál era la jugada buena y me respondió que él no sabía cuál era la buena, pero sí sabía cuáles eran las malas que había que evitar y que eso era lo importante.

Este viejo y sabio consejo se puede aplicar a Vuelos prohibidos, el segundo largometraje del realizador cubano Rigoberto López. Es una película tan mala, que debiera enseñarse en todas las escuelas de cine del mundo para mostrar lo que se debe evitar cuando se hace una película. Estoy convencido que tiene un gran valor didáctico.

Monique y Mario se encuentran en un aeropuerto parisino. Ella lo acaba de escuchar discutiendo con un camarero y como Mario no habla francés, lo ayuda a resolver su problema. El, en agradecimiento, la invita a un café. Ahí descubren que ambos se dirigen a La Habana y que el vuelo ha sido pospuesto. Pero descubren algo más. Ella va a Cuba para conocer al padre que nunca conoció, pues su madre, una veterana del Mayo de 1968, había ido después a La Habana, donde tuvo un romance fugaz con “un teniente”, conocido por Manolo y de ahí, en 1969, nació ella.

La premisa, basada en una idea del director y de la escritora Wendy Guerra, pudo ser promisoria, pero el tratamiento de la misma aniquila todo interés y valor estético. Con una pretenciosidad mal tomada de Hiroshima Mon Amour, al romance se le conceden unas aristas intelectuales, que no solamente quedan en la superficie de cualquier tema que tocan, sino que se expresan mediante el uso de una simbología gastada y facilista, que ilustra todo lo que se debe evitar en el uso de símbolos representativos.

La Francia de este filme es la de la torre Eiffel, los pietajes de documentales de Mayo del 68, los hoteles antisépticos de los aeropuertos y los intelectuales en pose. La Habana que se presenta se identifica por cortes de caña, discursos en la Plaza de la Revolución, el Malecón, el Morro, las partes derruidas de la ciudad y las imágenes del Che y de Castro. Una postal folclorista para mostrar períodos de ensoñación ideológica, que además se expresan con redundancia en los diálogos.

Se establecen supuestas discusiones sobre las diferencias entre la sociedad socialista y la capitalista, para tratar de llegar a una solución simplificada (a través del sexo, por supuesto) del conflicto y mostrar que podemos convivir. Pero a ello se llega a través de frases clichés como “lo de Cuba es complejo”, o “sí y no”, para obviar respuestas que ofrezcan una verdadera discusión o al menos una mínima introspección. Los cubanos todos “tenemos de filósofos y de locos”, según Mario, y “de seductores” según Monique. O sea, la visión folclórica que el primer mundo tiene del tercero y la versión también folclórica que el tercer mundo le quiere presentar al primero. Somos los pobres caníbales en taparrabos que luchamos por nuestro orgullo y nuestra independencia. Claro, en este caso, el caníbal anda muy bien vestido.

No hay un lugar común que López no toque, pero peor aún es la idea de unir a un timbero sin experiencia como actor, como es Paulo FG, incapaz de expresar una emoción con eficiencia dramática, y juntarlo con una actriz como Sanaa Alaoui, experimentada y excelente, en una película que descansa en estos dos personajes. Si el director pensó que la actriz iba a sacar lo mejor del actor, se equivocó completamente. El desempeño fluido de Alaoui como Monique no hace más que subrayar el desastre interpretativo de la actuación indiferente y sin matices de Paulo FG como Mario.

Para colmo de males, existen errores de continuidad que pudieran ser perdonables en un filme mejor hecho, pero que aquí no hacen más que destacar la ineficacia de la producción. Resulta que Monique dice haber nacido en abril de 1969, la película parece suceder en tiempos actuales, pero Manolo, el padre, le comunica a su esposa que esa hija que nació de una relación casual, tiene 34 años, por lo que estaríamos en 2003. En un restaurante al cual acuden Mario y Monique, piden una botella de vino de reserva de 2004. O esto es ciencia ficción y piden un vino que aún no existe, o estamos en 2015 y alguien perdió la cuenta de los años. Mario dice haber tenido 18 años en el 68, lo cual lo haría en estos tiempos, un hombre de 65 años, lo que no parece ni de lejos. O sea, que no hubo cuidado en los detalles del guión.

Inconsistencias, símbolos gastados, lugares comunes, diálogos ridículos y pretenciosos, una pésima actuación del personaje principal masculino y una simplificación folclorizante y cobarde de un tema que se quiere presentar como algo significativo, son los rasgos que definen este filme cuya única salvación es la presencia de Sanaa Alaoui, una actriz francesa de origen marroqui, quien ha tenido éxito en series de la televisión francesa y también ha realizado trabajos en el cine español.

Producida por el ICAIC y por una fundación dominicana presidida por el exmandatario de ese país, Leonel Fernández. La película no tuvo éxito ni de taquilla ni de crítica en la Isla.

Rigoberto López realizó un documental interesante hace muchos años, titulado Yo soy, del Son a la Salsa (1996), pero sus incursiones en el largometraje han sido fatales, la primera fue Roble de olor (2004), un filme olvidable que en Cuba se conoció vox populi como “Roble de horror”. Ahora con su segundo largometraje de ficción ha empeorado su calidad como realizador. Aquí lo único que se debió haber prohibido fue hacer este filme.

Vuelos prohibidos (Cuba, 2015). Director: Rigoberto López. Guión: Rigoberto Lopez y Julio Carranza, basado en una idea de López y de Wendy Guerra. Con: Paulo Fernández Gallo (Paulo FG), Sanaa Alaoui, Mario Balmaseda y Daisy Granados. Disponible en DVD a través de Kimbara Cinemateca Cubana.


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