Actualizado: 17/04/2024 23:20
cubaencuentro.com cuba encuentro
| Cultura

Artes Plásticas

La edad de la mirada

Leslie Sardiñas expone su obra más reciente en la galería Servando Cabrera.

Enviar Imprimir

Entre las actividades colaterales que se realizaron en torno a la edición 27 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, la galería Servando Cabrera inauguró a principios de diciembre la exposición Náufrago, del artista plástico Leslie Sardiñas.

De la percepción del baile de máscaras inagotable que constituye la existencia diaria y el bregar cotidiano entre la gente, pudiera surgir una vocación por escrutar e incomodar, por desvelar el mecanismo de subsistencia que se halla tras nuestras habituales metamorfosis kafkianas.

Es así que, como Oscar Matzerath, los personajes que emergen de las obras de Sardiñas realizan un guiño irónico a través de la apariencia infantil que les concede su autor. Sin embargo, los ojos retratados parecen interrogar al espectador con la experiencia y la sabiduría de quien ha vivido mucho y ha aprendido a diseccionar la piel del travesti urbano. Frente al positivismo con que solemos amparar la resolución de nuestras acciones, surge siempre la sospecha y la duda, la incógnita sociológica sobre la corrección política de las mismas, sobre la percepción del otro.

Tal vez sea ese el motivo por el que este creador despoja a sus "niños" rebeldes, indómitos, de las marcas detectables de una coerción cultural histórica que los convertiría en sujetos reconocibles. La ilusión de lo atroz que recrea la morfología alterada y la deformación expresionista de esos cuerpos, la sosegada violencia implícita en esas imágenes que condensan la espera de un gesto sólo intuido, la boca maniatada para evitar la palabra delatora o cómplice, son apenas algunos indicios de ese otro rostro especular que se va creando cuando las obras de Leslie Sardiñas dialogan con la mirada del espectador.

La sinopsis de cualquier vida

Náufrago, más allá de la alusión fácil a una condición insular postrera e irreversible, metaforiza el sino perenne de un viaje, una búsqueda, de la caída de una utopía y de un volver a empezar. A fin de cuentas, así se construye la sinopsis de casi cualquier vida. Indefectiblemente siempre estamos recomenzando: primero emitimos los sonidos guturales que son el prólogo del aprendizaje de un lengua; luego andamos a gatas entre tropezones y caídas. De pronto estamos en medio de un contexto diferente cuyas normas punitivas desconocemos y, por ende, irrespetamos inconscientemente. ¿Acaso conscientemente?

La naturaleza irreverente del niño forma parte de nuestra realidad ordinaria, como mismo la intimidación que causa el sentido del orden y de la ley en sociedades que se aferran a los esquemas modernos del control y la vigilancia. El castigo al que nos sometieron no ha dejado de estar en la base de los temores, pero también en las apetencias de las obsesiones.

La infracción casual, la irreverencia calculada, la transgresión habitual, se han convertido en el acicate morboso de la particular crónica amarilla que cada uno trata de protagonizar. No en balde, algunos de los referentes formales y líricos más atendidos por este artista se encuentran fuera del ámbito canónico de Occidente, lejos del ethos judeocristiano.

De ahí que la convivencia en ciertas composiciones de figuras de infantes y motivos fálicos, extraídos del diapasón instrumental del ámbito de la violencia, no porte un sentido lineal moralista en primera instancia. Es entonces cuando un personaje perfectamente salido del universo fabuloso de Charles Perrault podría esconder una manzana envenenada, o tal vez un corazón extraído con alevosía, sin que por ello sienta remordimiento.

Quizás porque al trocar las censurables acciones de los adultos en juegos "inocentes" de niños, Sardiñas descubre la falacia de las convenciones sociales que segmentan sus "verdades" correccionales según preceptos que poco atienden a esas otras verdades de los que están al margen de las normas.

Por ello quizás estas obras buscan la seducción en lo aparentemente grotesco de las deformidades, lo irregular y las asimetrías. De nuevo la imagen fragmentada que devuelve cada obra de Leslie Sardiñas hace recordar la narración congelada en la memoria, la visión sobre lo que un día pensamos, lo que somos, o lo que haríamos.

La mascarada, la apariencia simulada, la pose social acomodada a la mirada ajena, esa pasarela de vanidades y disfraces, pasan ante los personajes ansiosos y descarnados de este artista como una secuencia de acontecimientos en la ópera que orquestamos.