Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Schlöndorf, Szabó, Cine

La filosofía del fracaso

Aunque pertenecientes a realizadores distintos, cuatro filmes permiten hacer un recorrido panorámico por un ideal de emancipación y fraternidad que se convirtió en una doctrina del poder absoluto del Estado

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La producción cinematográfica ha alcanzado en nuestros días unas cifras monumentales. Escribo estas líneas el día en que Estados Unidos se estrenan los nuevos filmes. De acuerdo al diario The New York Times, esta semana son 21. Eso, naturalmente, solo se refiere a aquellos que llegan a las salas de cine. Un número mucho mayor no tiene ese privilegio y sale directamente en DVD. Ante esa apabullante oferta, uno se pregunta si en realidad responde a la demanda. Me atrevo a afirmar que no.

Lo peor de esa inabarcable avalancha es que para espectadores y cinéfilos resulta imposible tener una idea de lo que tienen a su disposición. En numerosas ocasiones me ha ocurrido enterarme de la existencia de una película interesante por alguna razón (director, tema, actores…) al cabo de algunos años de rodada. Sobre esto hablaba hace unos días con un amigo, a quien comenté que se podría programar un extenso ciclo con títulos valiosos que se estrenaron de tapadillo o que salieron directamente en DVD, y de los cuales casi nadie tuvo noticia. Me pidió que le hiciera una relación de unos cuantos, pero tuve que confesarle que no anoto las películas que veo. En cambio, le prometí preparar una relación con unas pocas recomendaciones no elegidas al azar, sino a manera de hoja de ruta o de ciclo temático. Así lo hice y a continuación me referiré a ellas, pensando que la información tal vez puede interesar a algunos lectores.

Las cloacas del estalinismo

Por un orden que no tiene que ver con la fecha de realización, sino con el contexto cronológico del argumento que se narra, voy a comenzar con Mañana fue la guerra (URSS, 1987, 85 minutos). Vivía yo en Madrid cuando se estrenó en los cines Renoir, después de haber recibido la Espiga de Oro en el Festival Internacional de Valladolid (obtuvo otros premios en Polonia, Francia y Alemania). Fue el trabajo de diploma de Yuri Kara (1954), tras concluir sus estudios en el Instituto Estatal de Cinematografía. Está dedicado a Serguei Guerasimov, quien fue uno de sus profesores, y su guión fue escrito por Boris Vasíliev, el mismo de Los amaneceres son aquí apacibles, a partir de su novela homónima.

Mañana fue la guerra pertenece al conjunto de películas soviéticas rodadas en los años 80, que gracias a los nuevos aires traídos por la perestroika, ofrecieron una imagen realista y crítica de la etapa estalinista. Pero a diferencia de otras cintas más impactantes, tiene entre otros aciertos la singularidad de abordar aquella realidad desde un ángulo diferente. La acción se ubica en 1940 y sus protagonistas son un grupo de estudiantes de noveno grado del instituto de una ciudad de provincia. Son miembros del Komsomol y han crecido educados con los ideales comunistas que les han inculcado, y que ellos están convencidos son los mejores.

Un hecho que se produce los afectará a todos y marcará su pérdida de la inocencia. El padre de una de las muchachas, un ingeniero que diseña aviones y que era considerado un orgullo de la ciudad, es detenido por la policía secreta. Como se acostumbraba en tales casos, a la hija se le exige que renuncie públicamente a él, por ser un enemigo del pueblo. Pero ella rehúsa hacerlo. Eso lleva a una profesora intransigente y dogmática a solicitar una reunión para expulsarla del Komsomol, algo a lo cual la secretaria inicialmente se niega. El incidente tiene un desenlace trágico y muy doloroso para los jóvenes, que empiezan así a descubrir el verdadero rostro de un régimen en el cual el terror, las delaciones, el fanatismo y la represión estaban a la orden del día.

He visto después Mañana fue la guerra en dos o tres ocasiones, y su visionado siempre me resulta conmovedor y entrañable. En primer lugar, eso tiene que ver, pienso, con el hecho de que Boris Vasíliev pertenece a la misma generación de la cual se habla. Algo que le da parte de su autenticidad al filme, probablemente porque el guión se sustenta en experiencias autobiográficas. La dirección además evita la nota sensiblera y adopta, por el contrario, una emotividad contenida, poética y teñida de melancolía. Los personajes están bien construidos y en varios se advierte claramente una evolución. A eso también contribuye el excelente elenco, que combina actores muy jóvenes (entre estos está Natalia Negoda, quien después rodó La pequeña Vera), que no desmerecen al lado de veteranos como Serguei Nikonenko y Vera Alentova, la protagonista de Moscú no cree en lágrimas. La película cuenta con una excelente fotografía en colores y en blanco y negro y sepia. La primera corresponde a las situaciones en que los jóvenes se mueven con más libertad, mientras que la segunda queda reservada para aquellos sitios en donde el estado totalitario puede controlar su vida privada.

Al final de Mañana fue la guerra, una de las estudiantes expresa su convicción de que el próximo año será mejor que el presente, mientras por la calle se ve desfilar un grupo de soldados que parten al frente. Se escucha luego la voz del director del instituto, quien fue expulsado del Partido por haber apoyado a los alumnos durante el incidente. Recuerda que en la guerra varios jóvenes de aquel grupo murieron heroicamente en distintas acciones los jóvenes del grupo. Iskra, la secretaria del Komsomol, fue ahorcada junto con su madre por la Gestapo. Tras el conflicto bélico, la Unión Soviética emergió como una de las potencias ganadoras y aprovechó para e imponer el comunismo en los países europeos a los que había contribuido a liberar. Estos pasaron a ser así satélites del Kremlin y, naturalmente, tuvieron que adoptar el mismo régimen totalitario.

Acto de resistencia y dignidad

El cineasta polaco Ryszard Bugajski (1943) ha comentado que cuando llevaba algún tiempo trabajando en el famoso Estudio X, bajo las órdenes de Andrezj Wadja, tuvo la idea de escribir un guión sobre la represión y la brutalidad que sufrió su país en los años 50, bajo Stalin. Un filme crítico sobre aquella etapa tenía pocas posibilidades de que lo aprobasen. Pero en 1982 las autoridades estaban ocupadas en la preparación de la ley marcial que iban a imponer, y el guión recibió luz verde para que se filmara. El interrogatorio, tal era su título, se filmó en el verano de ese año, y por la naturaleza del mismo el rodaje fue particularmente intenso. En un momento dado, se acabó la película de 35 milímetros y Bugajski tuvo que acudir a amigos y colegas de Europa y Estados Unidos. Estos recolectaron dinero, compraron 30 mil pies de película y se los enviaron. La película fue terminada en diciembre, pocos días antes de que se impusiera la ley marcial.

La mañana en que esto fue anunciado, Bugajski y su asistente fueron al estudio, tomaron los rushes y los ocultaron bajo ladrillos, lona y nieve en un sitio lejano. Al cabo de cierto tiempo, editaron el filme y lo sometieron a la aprobación. Como era previsible, fue prohibido, y ante el temor de que se “perdiera” o fuera destruido el director hizo una copia en VHS. De la misma se hicieron algunas copias que circularon clandestinamente. Bugajski fue despedido y la policía secreta le dijo que se iban a encargar de que le resultara imposible conseguir un empleo decente. El cineasta decidió salir al exilio y en 1985 se fue con su familia a Canadá. Allí pudo continuar trabajando en cine y televisión. El interrogatorio solo se pudo estrenar cuando la democracia fue restablecida en Polonia. Exactamente siete años después de la implantación de la ley marcial, la película se proyectó en Varsovia. Al año siguiente, participó en la sección oficial del Festival de Cannes, donde su protagonista, Krystina Janda, recibió el premio de actuación femenina.

El interrogatorio cuenta la historia de un acto de resistencia, como lo fue en cierto modo el empeño de Bugajski por rodar su filme. Su protagonista es Tonia, una cantante de cabaret frívola, extrovertida y que fue promiscua en su juventud. Una noche se emborracha con dos supuestos admiradores y al día siguiente despierta en el interior de una celda, junto a otras mujeres. Al principio piensa que se trata de un error burocrático y está convencida de que pronto la han de soltar. Pero gradualmente se da cuenta de que su detención tiene que ver con un coronel del ejército que fue su amante incidental. No están tras ella, sino que su propósito es conseguir que lo incrimine como miembro de un complot contra el gobierno.

Tonia se niega a firmar una confesión que los propios interrogadores saben que es falsa. A partir de entonces, es sometida a un largo proceso de brutalidad, vejaciones e intimidación para someterla, que incluye un metódico repertorio de torturas físicas y sicológicas. Eso en lugar de quebrarla, produce una transformación en ella: de ser una persona ordinaria y políticamente apática, pasa a defender su integridad humana y a definir, por primera vez, su código moral. Rehúsa incriminar a un hombre inocente, pues eso podrá hasta llevarlo a la muerte. Empieza a comprender quién es realmente y desde ese momento pasa a luchar no ya por su vida, sino por su dignidad. Está lejos de ser una heroína, pero la situación la fuerza a actuar de un modo heroico. Se crece al enfrentar un poder diabólico, y su resistencia la hace más fuerte. Tiene sobre sus interrogadores la conciencia de su ventaja ética, y eso le da la satisfacción de que incluso puede valer la pena morir por ella.

El filme de Bugajski ofrece un durísimo e impresionante retrato de la represión durante la etapa estalinista. Incluso tengo que reconocer que por momentos es difícil de ver, pero al mismo tiempo es de esas obras cuya visión resulta necesaria. Pero es sobre todo una película sobre la capacidad de sobrevivencia del ser humano, incluso en situaciones extremas. Cuenta con el extraordinario trabajo de Krystina Janda, quien antes había tomado parte en títulos como Sin anestesia, El director de orquesta, El hombre de mármol y El hombre de hierro, que también proponen reflexiones políticas y éticas. Aquí se enfrentó a un papel que le exigía mucho a nivel emocional y físico, y con su composición demostró que es una actriz inmensa.

Una balada inspirada en hechos reales

La mano de hierro con que eran gobernados los llamados países del Este no logró acallar del todo los anhelos de libertad y democracia de la población. Los ejemplos de Hungría y Checoslovaquia son los primeros que han de venir a la mente. Algunos años después de aquellos dos movimientos se produjeron en Polonia unos hechos que marcaron una página decisiva de la historia de Europa e hirieron gravemente al comunismo. Solo era cuestión de aguardar al tiro de gracia, para que todos pudiéramos celebrar con júbilo su entierro. De esos hechos habló Wadja en El hombre de hierro y, más recientemente, en Walesa. Pero entre esas dos películas fue rodada La huelga (Alemania-Polonia, 2006, 104 minutos), que pese a la fama y veteranía de su director, el alemán Volker Schlöndorf, se conoce mucho menos.

Schlöndorf ha llamado a su filme una “balada inspirada en hechos reales”. El personaje real que lo inspiró se llama Anna Wolentynowiccz, quien no permitió que su nombre ni sus hechos biográficos se usaran. Por eso la protagonista de La huelga se llama Agniezka Kowalska. En la escena de 1961 con la cual se inicia la película aparece cuando está recibiendo el diploma de heroína del trabajo socialista, por haber sobrecumplido su meta con un 270 por ciento. Es la décima vez que lo consigue, así que la administración del astillero Lenin, de Danzig, quiso premiarla de otra manera y le regala un televisor. Es huérfana, madre soltera y analfabeta, y pese a su pequeña estatura y su aparente debilidad se ha impuesto a la adversidad y la tragedia. Gracias a la ayuda de su hijo y del esposo, fallecido poco después durante la luna de miel, logra aprender a leer para pasar el examen y obtiene un puesto de conductora de grúa.

Justo un día de 1970 cuando está desempeñando esa labor, es testigo de un accidente que cuesta la vida a 21 obreros. Se debió a las malas condiciones de seguridad y al exceso de horas extras para cumplir las metas. Pero el llamado sindicato, la administración y el Partido atribuyen el accidente a un error humano: los obreros habían bebido cuando trabajaban. Por tanto, el astillero no tiene que compensar a los familiares de los fallecidos. En el carácter de Agniezka se conjugan el patriotismo, la devoción religiosa y la conciencia de clases y un sentido innato de la justicia. Eso la lleva a enfrentarse a los insensibles y petrificados dirigentes del astillero. Su actitud le gana el respeto de sus compañeros, pero también la hostilidad de sus superiores.

Agniezka ha de recordar a algunos a Norma Rae, a quien Sally Field vio vida en la pantalla. Solo que sus jefes no son codiciosos capitalistas, sino burócratas comunistas y dirigentes sindicales que, en teoría, están comprometidos a defender a los trabajadores. Para doblegar a Agniezka, esos dirigentes emplean diversos métodos de persuasión. Comienzan por enfrentarla a su hijo, a quien convencen de que sus planes de ir a estudiar a Varsovia pueden verse afectados si su madre persiste en su postura. Como eso no funciona, la detienen y torturan. Pero ella demuestra poseer una admirable tenacidad y nada consigue doblegarla.

No pueden despedirla del trabajo, porque lleva allí treinta años y su conducta como obrera ha sido ejemplar. Primero la encierran en un local del astillero durante todo el tiempo que dura su jornada laboral. Después hallan otra solución. Como ella conservó en su apartamento la trompeta de su difunto esposo y ese instrumento es propiedad de la banda del astillero, la echan por ladrona. Solo que no imaginaban el movimiento de apoyo que esa medida arbitraria iba a desencadenar, y que convirtió a aquella humilde mujer en una activista que después movilizó a millones de polacos.

En la última parte del filme se narra el nacimiento de Solidaridad en 1980, un movimiento en el cual Agniezka, es decir, Anna Wolentynowiccz, tuvo una participación fundamental. De hecho, es ella quien convence a Leszek (Lech Walesa en la realidad) de no aceptar las concesiones hechas por el gobierno y exigir cambios radicales que beneficien a los trabajadores de todo el país. Al igual que en El interrogatorio, en la película se rinde tributo a una heroína poco conocida (en opinión de Wadja, Schlöndorf colocó a esa pequeña y valiente mujer en un pedestal). Aquí también cobra vida gracias a una magnífica actriz, la alemana Kathalina Talbauch, hija del director teatral Benno Besson. Sus diálogos fueron doblados al polaco, pero es un detalle que no se nota: tan vívida y convincente es su interpretación, que al poco rato uno se olvida de ello.

La huelga comparte el título con el filme realizado por Serguéi Eisenstein en 1924. Y a propósito de esto, es oportuno citar algo que A.O. Scott apuntó en su crítica en el New York Times: “Hay una deliciosa justicia poética en la manera como, al contar la historia de Solidaridad, Volker Schlöndorf ha empleado las imperfectas y eficaces técnicas del realismo socialista para representar el colapso del socialismo”.

Retrato de la era postcomunista

No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista, afirma la sabiduría popular. Y el socialismo no fue una excepción: solo logró durar poco más de siete décadas. La caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética ocasionaron un efecto dominó en los demás países del Este europeo. Vino entonces la difícil reconstrucción de estos, para poder salir de los escombros del socialismo. Como era previsible, se rodaron varios filmes que reflejan la realidad de aquellos primeros años. De entre todos, tengo un particular aprecio por Dulce Emma, querida Böbe (Hungría, 1991, 82 minutos), lo cual no quiere decir que sea necesariamente el mejor.

A diferencia de otros colegas, sobre todo de Rusia, el húngaro István Szabó (1938) no se asomó a las cloacas del estalinismo, sino que prefirió echar una mirada a la sociedad húngara en la era postcomunista. Conocido por sus coproducciones internacionales, con Dulce Emma… viene a cerrar el ciclo sobre los regímenes totalitarios. Pero aunque hablaba del nazismo (Mephisto, Hanussen, Réquiem por un imperio) y del decadente imperio austro-húngaro de Francisco José (Coronel Redl), en realidad se refería al de su propio país, el totalitarismo del “comunismo real”.

Tras la mala recepción que tuvo su primera producción en inglés, Meeting Venus (1990), Szabó volvió a Hungría y rodó Dulce Emma…, una película de bajo presupuesto. En ella hace un estudio casi documental acerca de los efectos que tiene en los ciudadanos la reconversión de un país, tras ocurrir un cambio de sistema político. La súbita desaparición del comunismo supuso para muchos una transformación radical, que en ocasiones trajo injusticias sangrantes. En las nuevas circunstancias, a la gente además le tomó tiempo hallar su camino y su voz. El filme de Szabó, como han señalado algunos críticos, fue uno de los pocos títulos del cine centroeuropeo que abordó exitosamente esos problemas sociales. En su momento esos méritos estéticos fueron reconocidos con el Oso de Plata en el Festival de Berlín de 1992 y con el galardón al mejor guión en los Premios del Cine Europeo.

Las protagonistas, cuyos nombres se identifican en el título, eran profesoras de ruso en una escuela secundaria de Budapest. Pero en el marco del nuevo contexto, ese idioma ha dejado de ser una asignatura obligatoria. Más aún, para muchos era la lengua “ocupante” (en una escena, los estudiantes queman en el patio los manuales con que la aprendían). Para poderse reciclar, las dos toman clases de inglés, junto con los otros profesores. Lo que aprenden de noche es lo que enseñan al otro día a los alumnos, de modo que solo están un poquito más adelantados que ellos.

Su salario apenas les alcanza y se ven obligadas a vivir en un cutre “hostal para maestros” que está cerca del aeropuerto. Allí comparten una habitación reducida y sin baño. Pero no quieren regresar al pueblo de donde vinieron hace siete años, en busca de una vida mejor, y para sobrevivir, tratan de hacer apaños. Emma hace servicio doméstico y limpia una casa tres veces por semana. Böbe empieza a alternar con extranjeros y a ejercer la prostitución (es lo que en Cuba se llamaría una jinetera). Esto último le trae problemas con la policía y precipita la película a un final desolador.

Emma y Böbe son dos mujeres atrapadas en los cambios que tienen lugar en su país, tras la caída del comunismo. Creían que en el nuevo contexto iban a continuar disfrutando el mismo estatus social que antes tenían, pero pronto despiertan a la realidad del capitalismo. En una conversación, Böbe le comenta a su amiga: “Eres una tonta, Emma. Solidaridad, generosidad, espíritu colectivo, olvídate de esas palabras. Pueden haber tenido algún valor, pero lo han perdido. Ahora lo que importa es lo que tú tienes. Hasta los alumnos se fijan en cómo vas vestida”. Para Emma además la situación es particularmente difícil, pues a la misma se suma su crisis personal. Mantiene una relación con el director de la escuela, un tipo cobarde, casado y con dos hijos, y no sabe cómo terminar esa relación que no va a ninguna parte.

Menos espectacular que los dramas históricos y políticos por los cuales Sazbó es conocido internacionalmente, Dulce Emma… basa precisamente sus mejores logros en su modestia. Cuenta una anécdota sencilla y escrita con minúsculas, que desarrolla la crónica sentimental de la disgregación de un modo de vida y cómo esto termina por destrozar la existencia de quienes no supieron adaptarse al nuevo. Ese tema es abordado en tono realista, con una inteligente puesta en escena y un notable trabajo de las actrices. Szabó opta por una cadencia desdramatizada que, sin embargo, no resta dureza a la tragedia que hay dentro de este sensible drama. La escena final, en la cual se ve a Emma vendiendo periódicos en la estación del metro, es de esas que se recuerdan por un buen tiempo.

Las cuatro películas de las que aquí he dado noticia no son obras maestras, pero sí obras de valores estéticos muy respetables. Merecen que quienes buscan en el cine algo más que un simple entretenimiento para pasar el rato buceen en las colecciones personales, las repesquen en DVD o las vean en sitios de la red. Les garantizo que no quedarán defraudados.