Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Cine, Arte 7

La tuerca que no giró

Dados los estándares de exigencia que tengo para la obra de Tarantino, la película me defraudó, dice el autor de esta reseña

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Ante todo debo confesar mi fanatismo por el cine de Quentin Tarantino. No solamente considero que es un gran director, un artista original con una voz muy propia y distinguible, sino que además, con sus innovaciones en el lenguaje cinematográfico, se ha convertido en uno de los cineastas más influyentes de los últimos veinte años (y cuesta trabajo creer que hace 22 años irrumpió en el panorama cinematográfico con la extraordinaria Reservoir Dogs). Para confirmar esto último no hay más que ver la cantidad de tarantinitos que han surgido imitándolo con sus filmes, o los personajes tarantinescos que abundan en el cine independiente de las últimas dos décadas, o la cantidad de diálogos prácticamente tomados de las páginas de Tarantino.

Cuando hace dos años reseñé para esta misma publicación su anterior filme Django Unchained, terminé la crítica diciendo que: “Me atrevo a decir que es la peor película de Tarantino, pero de todos modos, prefiero un Tarantino débil a cualquier película de Catherine Hardwicke”. Lo dije porque me pareció que el guion era flojo, algo poco característico de su obra. Esta vez, me ha pasado lo mismo con su más reciente obra.

The Hateful Eight es el octavo largometraje de Tarantino. Lo dice él mismo en los créditos de la película, lo cual nos da a entender bien a las claras su disgusto con la distribuidora que le obligó a dividir Kill Bill en dos partes, ya que él la considera una sola obra. Una vez más, se atreve a redefinir géneros. Esta película puede considerarse como un thriller ubicado en el oeste, mezclando características de ambos géneros, con el giro peculiar del autor.

John Ruth es un cazarrecompensas que lleva, en una diligencia a través de las nieves casi esteparias de Wyoming, a la bandolera fugitiva Daisy Domergue para entregarla y ahorcarla en el pueblo de Red Rock. En el camino se tropiezan con el mayor Marquis Warren, un veterano de los destacamentos afroamericanos durante la Guerra Civil, quien ahora se gana la vida también como cazarrecompensas y lleva un bulto de tres hombres que también va a entregar en Red Rock. Ruth acepta, a regañadientes, que Warren se suba a su diligencia, ya que este dice haber perdido sus caballos.

Un poco más adelante se les suma Chris Mannix, el hijo de un distinguido luchador racista sureño, quien conoce la historia de Warren. Mannix también ha perdido su caballo y como los demás, va camino a Red Rock, donde dice que asumirá el puesto de sheriff. Ya aquí comienzan los diálogos inteligentes y los intercambios paranoides típicos de Tarantino.

Como una peligrosa tormenta se aproxima, se ven obligados a parar en la Mercería de Minnie (Minnie’s Haberdashery), para refugiarse hasta que pase la tormenta, pero al llegar allí se encuentran con cuatro personajes que no esperaban y no hay rastro de Minnie ni de su esposo. Uno de ellos es un mejicano que supuestamente Minnie dejó encargado de cuidar el lugar. Otro es un inglés que dice va a ser el responsable de ahorcar a Minnie, otro, muy callado, es supuestamente un antiguo general del ejército sureño y el cuarto es un personaje ambiguo y enigmático. En poco tiempo, todos parecen desconfiar de cada uno de ellos, sobre todo los tres que acaban de arribar (Daisy no cuenta porque es una prisionera), quienes temen un complot oscuro para arrebatarles a Daisy.

Contar más arruinaría la trama a los espectadores y lo cierto es que las sorpresas se suceden en los minutos siguientes. La trama se detiene, vuelve atrás para ahondar en lo sucedido y aclarar misterios y continúa con más sorpresas a medida que avanza, hasta su final, que es uno de sus mayores logros.

Obsesionado con el cine y sus tradiciones, Tarantino decidió filmar en 70 milímetros, con una duración original de 187 minutos, pero al ser llevada al formato digital, se redujo a 167 minutos (ya que son contados los cines en los cuales se puede mostrar en formato de 70 milímetros). Esto ayuda a que la excelente fotografía del magistral Robert Richardson (Inglorious Basterds, Hugo, JFK, Django Unchained, Platoon), varias veces nominado y ganador de tres óscares, recuerde en sus planos abiertos de grandes praderas y puestas en escenas llenas de detalles a las maravillosas composiciones de William Wyler y su fotógrafo, el checo Franz Planer, en The Big Country, otro clásico de la fotografía del western. La fotografía resulta otro de los principales intérpretes del filme, a pesar de que gran parte de este ocurre dentro de la mercería. Sus contrastes de iluminación y el cambio de matices en los colores, obedeciendo al tiempo y al tempo, son, cuando menos, sobrecogedores.

En el desarrollo de la trama, Tarantino parece regresar al modelo que usó en Reservoir Dogs, confinando a sus personajes, sin posibilidad de salida, a un espacio mínimo y asfixiante, en el cual las dudas y las sospechas se sobreponen interminablemente. Es aquí donde la película resbala. Cierto que el guion mantiene la agudeza y la ironía que son sello del autor, pero se sobresaturan. Esta vez Tarantino se homenajea a sí mismo y tanto los diálogos iniciales en la diligencia, como los de la mercería, se vuelven repetitivos y cansones, sin a veces añadir nada nuevo a la trama. Es la tuerca que no pudo apretar bien en el engranaje. No sabe dónde detener su sarcasmo.

Por otra parte, traiciona el espíritu y las reglas del thriller y del suspense, en el cual todas las cartas deben estar sobre la mesa desde el principio y no se deben ocultar con el propósito de despistar al espectador, aunque aquí uno se lo sospecha desde bien temprano, lo cual conspira contra el desarrollo de la trama de forma que interese.

A Tarantino le gusta rescatar actores cuyas carreras han caído y los encuentra haciendo películas olvidables y personajes nimios. Eso hizo con Robert Forster y Pam Grier en Jackie Brown, y ahora con Jennifer Jason-Leigh, una actriz cada vez más subutilizada y quien recientemente declaró que ya había aceptado el hecho de que no vería más papeles importantes en su camino. Su actuación como Daisy Domergue es mesurada en su ambigüedad y sarcasmo.

Samuel L. Jackson, un veterano y favorito de Tarantino, está excelente, como Marquis Warren en un papel que ya ha repetido muchas veces y que hace sin esfuerzo. Kurt Russell, como John Ruth, da la nota apropiada sin que se requiera mucho de él. Otros veteranos de Tarantino como Tim Roth y Michael Madsen dan con soltura los tonos histriónicos necesarios en sus papeles de apoyo. La adición que sorprende es Demián Bichir (Che, Hidalgo, Cilantro y Perejil), un mejicano que hace de mejicano pero que lleva su papel a un nivel probablemente superior a lo que originalmente se le exigió y cobra una importancia destacada en el mantenimiento del suspenso. Bruce Dern está bien en su limitado papel, en el cual ni se para de una butaca.

Fiel a su afición por los spaghetti western de los 70, encarga la música a Ennio Morricone, el multipremiado y genial compositor italiano responsable de la música de más de quinientos filmes, tanto en Europa como en Estados Unidos.

De nuevo, dados los estándares de exigencia que tengo para la obra de Tarantino, la película me defraudó por los problemas de guion arriba mencionados, pero no puedo decir que sea una mala película, es, como en el caso de Django Unchained, desafortunadamente, otra película débil de Tarantino.

The Hateful Eight (EEUU, 2015). Guion y dirección: Quentin Tarantino. Director de fotografía: Robert Ricardson. Con: Samuel L. Jackson, Demián Bichir, Jennifer Jason-Leigh, Walton Goggins, Kurt Russell y Tim Roth. De estreno amplio en todo Estados Unidos.


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