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Literatura, Literatura cubana, Eliseo Alberto

Las cosas que Lichi ama

Al cumplirse cuatro años del fallecimiento del escritor cubano Eliseo Alberto de Diego

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Eliseo Alberto de Diego García Marruz, Lichi (Arroyo Naranjo, Cuba, 10 de septiembre de 1951 - México, DF, 31 de julio de 2011): era domingo, hace cuatro años el autor de Informe contra mí mismo murió. Me acuerdo porque hacía un calor enorme: la canícula desafiaba los presagios y en las principales avenidas de la Ciudad de México aparecieron pajaritos muertos: en Bucareli y Reforma, en Juárez y 5 de Mayo, en Cuauhtémoc y Viaducto, en Eje 8 Sur y Tlalpan, en Izazaga y Fray Servando, en Zapata y División del Norte... Hace cuatro años, era domingo.

“La noche es simple y cotidiana/ como una hoja de almácigo/ por donde cruza/ una hormiga redonda,/ semejante/ en su soledad a los sputnik/ y en su minúsculo cuerpo/ a los misterios de los sueños.// La noche/ es el espejo/ de tus oscuros ojos donde duermo”. Lichi ama la anochecida como sugiere en este poema de su libro Las cosas que yo amo (UNEAC, 1977) —Primera Mención del Premio de Poesía Julian del Casal, 1976—: un sendero de nostalgia abre las puertas, y Lichi camina sobre mosaicos de dibujos de tinta negra en letanía. Lichi ama los lienzos desde una añoranza atribulada.

Hace cuatro años era domingo y no importaba el trueno de un aguacero que nunca cayó: incumbía la flama de la fogata, el bolero que reza el vendaval sin rumbo que se lleva tantas cosas de este mundo. Hace cuatro años era domingo, no me canso de recordarlo. En la cineteca ponían una película de Buñuel y en Bellas Artes un violonchelista japonés estaba interpretando a las doce del mediodía una sonata de Bach.

En los preámbulos se presenta el ensueño torcido de Manuel Zequeira y Arango (“Destruirme a mí mismo, mi victoria”). Julian del Casal deambula por esquinas oscuras de La Habana. Lecuona entona una sevillana que trota sobre el ancladero de la Villa de Guanabacoa. Hay en los preludios un bolero santiaguero: dos o tres acordes de Corona confirman “la común aspiración de tener un lugar/ donde decir que se ha vivido”. La estación abarca la tranquilidad de una almendra. El tiempo es un paisaje atolondrado con muchas vidas.

Lichi ama las sombrillas, los puertos desolados, el arroyo, los papalotes, la página envejecida de un libro, los abrazos (nunca los adioses), los poemas íntimos con flores, las canciones con cocuyos orientales, el cursis pasaje de la telenovela estelar, el anhelo de los amigos, la muchacha que llega y se marcha sin decir nada, la primavera atribulada y el sosiego atribulado de un beso.

Siempre era domingo con él. Siempre en las fábulas que reinventaba. Hay, por ejemplo, dos La Metamorfosis: la de Kafka con Gregorio que despierta convertido en insecto, y la de Lichi con un hombre envuelto en un exuberante desconsuelo y aferrado a la decepción de una funesta historia de amor. Hay varios diarios de José Martí. Lichi podía dar detalles de la raza del caballo de Dos Ríos. Un José Maceo perfumado con aromas traídas de París recorre la manigua cubana. La trapecista Anabelle y el mago Adrusbal siguen atrapados en un vertiginoso romance en que los espejos y los ecos se entrecruzan.

“Clemencia es una palabra que se usa poco”, inicio de Caracol Beach. Lichi ama la misericordia de esos personajes huérfanos, desesperados, extravagantes, limpios y cordiales que moran sus libros. “Retorna vida mía que te espero”: Sindo Garay lo pidió en un bolero que Lichi se sabía de memoria y lo fraseaba desentonado entre un ron y un whisky. Aquel domingo yo puse una canción de Lecuona que Esther Borja canta con delirio, “Crisantemo”. Aquel domingo, hace cuatro años, José María Heredia, beso a beso con el exilio, exclamaba: “¡Qué nubes! ¡qué furor! El sol temblando.”

A veces la muerte nos propone un trato. A veces, no siempre: su premura no da oportunidad para el diálogo. Eso pasó con Lichi aquel domingo de hace cuatro años. Porque quién vio jamás las cosas que yo amo, decía el poeta Eliseo Diego. Nunca se sabe. El hombre es el inventor de sus demonios y de su quebrantada felicidad. Lichi siempre se conformó con las entregas mínimas de sus amigos.

Hace cuatro años era domingo, si no me creen consulten los almanaques. Sólo sé que a todos nos desguasaba el dolor, todavía nos sigue desguasando. La sombra de Lichi huyó por una bocacalle de la colonia Doctores del DF. El había pedido que la enterraran en La Habana: así lo hizo María José, Fefé y unos amigos mexicanos. “El mundo se arropa con el calor de una franela”. Aquí estamos. Viernes 31 de julio, 2015: Esta mañana corre una brisa semejante a su ternura.


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