Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Música sin fecha de caducidad

Medio siglo después de que grabasen sus primeras grabaciones, Los Zafiros conservan intacta la capacidad de sorprender y emocionar

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En estas últimas semanas he estado oyendo el compacto Bossa Cubana (World Circuit, Nueva York, 1999), un recopilatorio que incluye diecisiete temas grabados entre 1963 y 1967 por el famoso grupo vocal Los Zafiros. Allí figuran títulos como La caminadora, Y sabes bien, Un nombre de mujer, Puchunguita, ven y Cuando yo la conocí, que en su momento disfrutaron de una enorme popularidad en Cuba. Escuchados hoy, medio siglo después de que algunos de ellos fueron grabados, constituyen algo más que un modo de alimentar la nostalgia de quienes entonces los conocimos. Son interpretaciones que poseen el rasgo común de la calidad y conservan intacta la capacidad de sorprender y emocionar.

La de Los Zafiros es una historia cuyo inicio unos sitúan en 1961 y otros en 1962. Dos jóvenes del municipio habanero de Cayo Hueso, Leoncio “Kike” Morúa y Miguelito Cancio, decidieron formar un grupo vocal. En Cuba existe una rica tradición de agrupaciones musicales de ese tipo. Basta recordar los cuartetos de Orlando de la Rosa, Aida Diestro y Facundo Rivero. Precisamente, Miguelito contaba con el pedigrí de haber formado parte del último. Una vez que Kike y Cancio comenzaron a echar a andar el proyecto, alguien les sugirió contactar con otro vecino de Cayo Hueso, Néstor Milí Bustillo (1910-1967).

Este era un poco mayor que ellos y contaba con varios años de trayectoria en la música. Como guitarrista, había trabajado con el Septeto Mora y el conjunto Jóvenes del Cayo. Asimismo en la década de los 40 se había dado a conocer como compositor. Canciones suyas fueron interpretadas, entre otros, por artistas como Benny Moré y Celia Cruz. El primero le grabó A mi padre. Para la segunda, Milí Bustillo compuso uno de sus temas más populares, El yerbero moderno, que fue galardonado con discos de oro en España y México.

Al que iba a convertirse en el siguiente integrante del grupo lo hallaron en una barbería situada en Oquendo y Virtudes. Su nombre era Ignacio Elejalde, y hacía poco que había regresado de Europa. Se acompañaba con una guitarra y cantaba Manhã de Carnaval, el tema musical de la película francesa Orfeo negro. Lo interpretaba en portugués, pues había aprendido ese idioma durante su estancia en Portugal. Tras escucharlo, Kike, Miguelito y Néstor se quedaron muy impresionados. Cantaba apasionadamente y sobre todo poseía un notable y altísimo registro. Le propusieron unirse a ellos e Ignacio aceptó.

Ignacio fue precisamente quien llevó al quinto integrante. Poco después de regresar de Europa, se había encontrado con un amigo de la infancia, Eduardo Elio Hernández, “El Chino” (1939-1995). Trabajaba como chapista y no tenía experiencia como cantante, pero aun así Ignacio le pidió que se les uniera en la casa de Milí Bustillo, “para ver si él podía ayudarlos a montar una canción”. Resultó que El Chino poseía una voz original y de gran belleza, y pasó a ser la pieza que faltaba para echar a andar el proyecto.

Comenzaron entonces a ensayar en casa de Milí Bustillo, en Valle esquina a San Francisco. Como referencia tomaron las agrupaciones vocales que proliferaban en Estados Unidos desde la década de los 50. Dentro de la corriente del doo wop o du dua, llamada así por ser una de las frases que entonaban habitualmente, estaban The Penguins, The Moonglows, The Orioles, The Cadillacs, The Dells, The Five Satins, The Mills Brothers, The Inkspots, todos integrados por afroamericanos. Sin embargo, el principal modelo a partir del cual empezaron a montar las primeras canciones fue The Platters, un quinteto que en Cuba disfrutó de mucha popularidad (sus miembros eran cuatro hombres y una mujer).

Se trata de uno de los grupos norteamericanos más exitosos de esa época. Durante su trayectoria, The Platters vendieron más de 50 millones de discos. Asimismo 40 de sus discos clasificaron en el Billboard Hot 100, cuatro de ellos en el primer puesto: The Great Pretender, My Prayer, Twilight Time y Smoke gets in your eyes (por cierto, en Cuba también se popularizaron las versiones al español de Los Cinco Latinos). Su despegue se produjo en 1955, cuando My Prayer escaló al máximo puesto de la lista general. Entonces eso era algo impensable para los artistas afroamericanos, pues existía una lista separada para el rhythm and blues. Entre 1953 y 1960, The Platters tuvo como solista a Tony Williams, quien poseía una alta tonalidad próxima a la de un tenor. Era hermano de una cantante de blues y fue responsable casi exclusivo de los éxitos del grupo. Sobre él recaía el peso de las interpretaciones. Los demás integrantes se limitaban a dar un bien estructurado soporte vocal.

The Platters como prototipo

Los temas de The Platters constituyeron una referencia sonora que llenó toda una época, la del imperio de los grupos vocales afroamericanos de los 50. No es, pues, casual que los jóvenes del grupo en ciernes lo tomaran como prototipo. De hecho, en el primer disco que grabaron rindieron un homenaje al célebre quinteto, al interpretar en español esa excelsa declaración de amor que es My Prayer. Pero considerarlos simplemente como la clonación cubana de The Platters es tan injusto como inexacto. Significaría reducir a Los Zafiros a una copia más o menos lograda de los norteamericanos, algo que está muy lejos de ser cierto.

Luego de considerar el nombre de Los Fakires, los jóvenes decidieron finalmente adoptar el de los Zafiros (según Cancio, fue una idea suya; otros se la atribuyen a Milí). Pronto las sesiones de ensayos se materializaron en las primeras canciones montadas por el grupo. Con ese repertorio debutaron en octubre de 1962 en el Hotel Oasis, de Varadero, donde realizaron una temporada. Después vinieron las actuaciones en televisión, primero en Juntos a las 9 y luego en espacios como Música y Estrellas y El Casino de la Alegría. Asimismo trabajaron en los cabarets Nacional de Prado y Caribe del Hotel Habana Libre.

El grupo alcanzó una difusión nacional cuando en diciembre de 1963 la EGREM les grabó su primer disco. Era lo que entonces se conocía como extended play, y contenía cuatro temas: Cuando yo la conocí, Mi amor, perdóname, Bellecita y Mi oración. En el estudio recibieron un tratamiento especial y contaron con el acompañamiento de músicos tan famosos como Tata Güines, Orlando Cachaíto López, Roberto García, Emilio del Monte y Guillermo Barreto.

Por esa época, hubo además algunos cambios internos. Oscar Aguirre, quien acompañaba al cuarteto como guitarrista, lo abandonó, debido, según algunos, a que no le dejaban cantar. También se separó Milí Bustillo, en su caso por problemas de salud y desavenencias con algunos de los integrantes. En cambio, Los Zafiros ganó mucho con la incorporación de Manuel Galbán (1931-2011). Era un talentoso pianista y guitarrista, que entonces tenía mucho trabajo en clubes y emisoras de radio. Alguien lo recomendó a los cuatro jóvenes, y cuando lo escucharon tocar supieron que habían hallado a su guitarrista. Con eso, el grupo se completó, pues Galbán pasó a sumir el rol de guitarrista, pianista y director musical (a partir de ese momento, adoptaron como eslogan “cuatro voces y una guitarra”). Galbán fue también una pieza clave en lo que se refiere a mantener el profesionalismo y la disciplina, aunque esto último no siempre lo logró.

Como después demostró, Galbán poseía unas notables cualidades como guitarrista. En una ocasión, él explicó así su personal modo de ejecutar ese instrumento: “Yo combino los pasajes veloces con los arpegios, a la vez que hago una adecuada utilización de los bajos. De esa manera, doy la sensación de que toca más de un músico. Voy armonizando y apagando con la otra mano, una trampa a la que me llevó la manera de cantar de Kike. Yo seguía los pasos de ellos para mantener el ritmo de la agrupación”. A propósito de ese comentario, el pianista y compositor Peruchín le dio la razón, al expresar que para reemplazar a Galbán se necesitarían dos guitarristas.

Y aquí se impone hablar sobre la aportación musical de Los Zafiros. Lo primero a destacar son las características que los distancian de The Platters. En este sentido, hay que señalar que el quinteto norteamericano se inscribía dentro de un estilo muy definido, el rhythm and blues de la época. El productor Buck Ram, quien fue el “inventor” del grupo, comprendió muy bien las limitaciones que conllevaba hacer una música racial. Decidió entonces edulcorar el rhythm and blues con bellas armonías, arreglos sofisticados, ricos en secciones de cuerda, y letras para enamorados a la luz de la luna. De ese modo logró que esa música saliera de los guetos afroamericanos, uno de los méritos que es de rigor reconocer al conjunto. Por otro lado, The Platters fue siempre un quinteto sustentado en Tony Williams: su canto era el centro de las interpretaciones y era arrullado por las voces de los otros cuatro miembros.

Los Zafiros supieron fundarse a sí mismos y acuñaron una identidad sonora que los distinguió de otras agrupaciones de esa época. A diferencia de The Platters, sus interpretaciones no admiten que se les encasille bajo una categoría específica. Una de las razones es que su extraordinario sonido lo crearon a partir de la fusión de ritmos y estilos muy diversos. En su repertorio se pueden identificar elementos procedentes del rhythm and blues, la samba, el calipso, la bossa nova, junto a expresiones de la herencia musical cubana como el bolero, la rumba, el filin, la conga. Pero el original tratamiento dado a esa amalgama hace que no sea fácil reconocer las manifestaciones originales. Es el caso de la bossa nova en Bossa cubana o el calipso en Y sabes bien.

Por otro lado, el protagonismo casi absoluto que Tony Williams tuvo en The Platters, en Los Zafiros estaba compartido entre Kike, Ignacio y El Chino. La distribución era hecha de acuerdo a las peculiaridades vocales de cada uno. Así, El Chino era un excelente bolerista y se desenvolvía maravillosamente en los ritmos cubanos. Eso se confirma al oír grabaciones como Por no comprenderte, Mis sentimientos, Herido de sombras, La caminadora, Rumba como quieras. Ignacio poesía unas espléndidas cualidades de tenorino que manejaba muy bien. Eso le permitía bordar temas románticos como Canción de mi Habana y Mi oración, aunque también se destacó en otros más movidos como Cuando yo la conocí y Bellecita.

Y por último estaba Kike, quien tenía una buena voz, dúctil e idónea para géneros musicales como el twist, el calipso y la bossa nova. Algo que se pone de manifiesto al escucharlo en Y sabes bien, Puchunguita, ven y Bossa Cubana. En Kike, Ignacio y El Chino hay que resaltar además la esmerada dicción y el correcto fraseo, algo que hoy en día es una carencia notoria en muchos artistas de la Isla. En cuanto a Miguel Cancio, nunca hizo de solista y su participación se limitó a los coros.

Lograron ser uno y cuatro a la vez

A las cualidades individuales de Kike, Ignacio y El Chino se añadía una excepcional armonía vocal y una rica interacción grupal. Las canciones estaban montadas con lujo de detalles y auténtico mimo. Detrás de cada una se nota una esmerada labor para que los coros diesen un adecuado soporte al solista. Varias décadas después, uno sigue admirando el trenzado de los adornos y la imaginación de los fondos. En el reverso de la carátula del extended play que mencioné antes, hay unas palabras que me aparece oportuno reproducir: Los Zafiros “han logrado ser uno y cuatro a la vez, conservándose siempre los mismos y, al mismo tiempo, diferentes en cada una de sus intervenciones”. En cuanto al acompañamiento musical, hay que apuntar que como Los Zafiros basaban su trabajo en el aspecto vocal, el cajón sonoro buscaba interferir lo menos posible. Por eso el acompañamiento no era mucho: consistía en guitarra, bajo, batería y eventualmente algún instrumento adicional.

Otro aspecto destacado es el notable nivel del repertorio, acertado tanto por su variedad como por su coherencia. Muchos de los temas con los cuales el grupo cimentó su fama, son verdaderas joyas de nuestra cancionística. Me vienen a la mente Dichoso mar, Por no comprenderte, Mi amor, perdóname, He venido, Herido de sombras, Mis sentimientos, Canta lo sentimental… Asimismo la mayoría de las letras se distinguían por su sensibilidad y buen gusto: “Para volar/ mi paloma se tiende/ como un pañuelito de luz./ Baila la lluvia/ y dentro de mí/ canta lo sentimental”. Un rasgo que incluso se mantiene en las canciones más movidas y pegadizas. Un ejemplo que lo ilustra es el de La caminadora: “Caminando por la calle/ del pueblecito natal/ con su tipo espiritual/ ella va luciendo el talle./ Con la bata remangá,/ sonando sus chancleticas,/ los hombres le van detrás/ a la linda mulatica”. En tal sentido, hay que señalar que Los Zafiros siempre tuvieron el cuidado de no traspasar las fronteras que separan lo popular de lo populachero.

Me referí anteriormente a los cantantes, un elemento que es la piedra angular del grupo. Sin embargo, no puede obviarse la contribución que hizo Milí Bustillo durante la etapa inicial. Ante todo, suya fue la idea de que el grupo adoptara la estructura de un cuarteto vocal que se acompañase con una guitarra. A él se debieron también la armonización de las voces y los arreglos. El papel que desempeñaba como director lo prueba el hecho de que el cuarteto se dio a conocer con el nombre de Los Zafiros de Milí, y así figura en la carátula del primer disco que grabaron. Y como mencioné su trayectoria previa como compositor, conviene recordar que dos de los primeros éxitos del grupo, La caminadora y Mírame fijo, llevan su firma.

Puestos a reconocer contribuciones, tampoco debe olvidarse a Oscar Aguirre. Pese a que estuvo poco tiempo como guitarrista, contribuyó al repertorio por lo menos con tres temas, Por no comprenderte, Cuando yo la conocí y Sí, corazón. Su nombre se suma así a la lista de compositores que escribieron para Los Zafiros. Ahí aparecen Tania Castellanos (Canción de mi Habana), Frank Domínguez (Verdadera novedad), Piloto y Vera (Y deja, Mis sentimientos), Luis Chanivecky (Bossa Cubana, La luna en tu mirada), Pacheco y Castillo (Un nombre de mujer), Rolando Vergara (He venido, Hermosa Habana, Rumba como quieras) y el propio Kike (Chaverot). Al respecto, es pertinente resaltar que el cuarteto nutría básicamente su repertorio con composiciones nacionales. La inclusión de Mi oración, Madureira Scherzo y Canción de Orfeo representaron casos excepcionales.

No estaban preparados para ese éxito

En 1965, cuando la popularidad nacional del grupo estaba en su punto más alto, fueron seleccionados para formar parte del Grand Music Hall de Cuba. En esa delegación artística estaban también la Orquesta Aragón, Elena Burke, Celeste Mendoza. Se presentaron en la Unión Soviética, Polonia, la República Democrática Alemana y Francia. En este último país, Los Zafiros tuvieron mucho éxito. Cantaron en el legendario Teatro Olympia de París, donde tuvieron una entusiasta acogida y recibieron una ovación de once minutos. Eso posibilitó que circulara en Francia un disco con cuatro de sus grabaciones (Bossa Cubana, Cuando yo la conocí, Madureira Scherzo y Chaverot). Todo auguraba que el lanzamiento internacional del cuarteto estaba bien encaminado.

Pero para entonces los problemas internos en el grupo se habían agudizado. Galbán puso todo su empeño en tratar de dirigir a aquellos cuatro jóvenes que, de la noche a la mañana, se habían convertido en celebridades adoradas por las chicas. Como él comentó, “eran buenos muchachos, pero no estaban preparados para todo el éxito que lograron”. De acuerdo a su testimonio, tan pronto abrían los bares ahí estaban ellos. No comían, no dormían. Se comportaban como adolescentes, como niños que no han crecido. Dado que esa situación escaba a su control, en 1972 Galbán optó por salir del grupo. Los cuatro cantantes intentaron proseguir solos. Grabaron unos pocos temas con una orquesta, pero el resultado fue mediocre. Fue el fin de la brillante carrera de Los Zafiros.

Los excesos con que los cuatro jóvenes habían vivido durante esos años terminaron por pasarle factura. Ignacio falleció a causa de una hemorragia cerebral en 1982. No tenía más que 40 años. En1983 lo siguió Kike, minado por la cirrosis, a una edad similar a la de Ignacio. El Chino pasó sus últimos años muy enfermo. Vivía solo en Cayo Hueso. Murió en 1995, a los 56 años, en el mismo hospital donde fallecieron Ignacio y Kike.

Por su parte, Galbán tras abandonar Los Zafiros creó el grupo Batey, con el cual realizó giras por Italia, Francia y España. Más tarde se integró a la Vieja Trova Santiaguera y a Afrocuban All Stars. En 1998 participó en la gira internacional de Ibrahim Ferrer. Por cierto, en sus presentaciones este incluyó dos temas de Los Zafiros (uno es Herido de sombras). Galbán colaboró además en la compilación de Bossa Cubana, el disco compacto editado en Estados Unidos. Falleció en 2011. De todos los miembros del cuarteto, Miguel Cancio es el único que aún vive. Desde 1993 reside en Estados Unidos.

Desde fines de los años 90, existe un interés por recuperar el legado de Los Zafiros. Antes de que en Estados Unidos saliera a la venta el disco compacto Bossa Cubana, en Cuba la EGREM editó una compilación con 15 grabaciones del cuarteto. Asimismo en 1997 el cineasta Manuel Herrera rodó el largometraje Los Zafiros: locura azul. A ese filme se han sumado después dos documentales. Uno es del salvadoreño Jorge Dalton: Herido de sombras (2004, 27 minutos). El otro es Los Zafiros: Music from the Edge of Time (2007, 79 minutos), y lo dirigió Lorenzo DeEstefano. Los dos documentales son esfuerzos loables y aportan un material valioso. Pero se hicieron cuando habían desparecido personas cuyos testimonios resultan imprescindibles. Eso hace que la trayectoria de Los Zafiros quede incompleta, como un rompecabezas al que le faltaran piezas. Perdurará así como una leyenda la historia de aquellos cuatro jóvenes de Cayo Hueso que, sin tener formación ni experiencia previa, protagonizaron un fenómeno musical que definió una época. Cuatro jóvenes que cantaban como los dioses.