Actualizado: 23/04/2024 20:43
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No apta para espectadores claustrofóbicos

Con Metro, uno de sus más recientes éxitos de taquilla, el cine ruso recupera las películas de catástrofes en un thriller que es la producción más cara rodada en ese país

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Rusia tampoco ha logrado escapar a lo que alguien definió con gráfica frase como la “mcdonaldnización del cine”. En la patria de Andréi Tarkovski, un concepto como el de blockbuster es hoy común. Desde que desapareció la Unión Soviética, y con ella el régimen comunista, son ya unos cuantos los filmes realizados con el claro propósito de reventar la taquilla. No obstante, a diferencia de Estados Unidos es justo reconocer que dentro de esa producción comercial existen ciertos matices. Están, por un lado, las películas de Timur Bekmambetov (Night Watch, Day Watch), que siguen fielmente sin ningún complejo los patrones del género de terror fantástico. De hecho, le abrieron las puertas de Hollywood, donde dirigió Wanted, protagonizada por James McAcoy, Angelina Jolie y Morgan Freeman. Ha participado además como productor ejecutivo de The Darkest Hour, Apollo 18 y Lincoln: Vampire Hunter.

En otra vertiente, se han rodado películas que arrojan miradas a figuras y hechos del pasado, tanto el más antiguo (La Horda, Gambito turco) como el más inmediato (Gagarin, Almirante). El cine bélico constituye un género de gran tradición en Rusia. Dentro del mismo, han obtenido notables ingresos de taquilla títulos sobre la Guerra Patria (Estrella, La fortaleza de Brest) y el conflicto de Chechenia (Guerra). El éxito más reciente ha sido Stalingrado, primera producción en 3D para IMAX. Muy buena acogida entre los espectadores -también entre los críticos- tuvo Hermano, del fallecido Alexéi Balabanov, cuya obra se situó a medio camino entre el cine comercial y el cine de autor.

De esa visión de la Rusia negra participa otra película de Balabanov, la también exitosa Cargo 200, en la que el secuestro y violación de la hija de un alto cargo del Partido Comunista por un policía corrupto y psicópata permite al director mostrar una imagen de la decadencia y podredumbre de la Unión Soviética en vísperas de la Perestroika. Y sin ánimo alguno de agotar el tema, como dato adicional apunto que los actores rusos comienzan a abrirse un hueco en las superproducciones norteamericanas. Vladimir Mashkov intervino en las taquilleras Behind Enemy Lines y Mission Impossible: Ghost Protocol. Y en la actual temporada de Game of Thrones, su compatriota Yuri Kolokolnikov interpreta a Styr, el personaje sin orejas y de cráneo rapado que gobierna a los Thenn con puño de acero.

Esa breve introducción viene a propósito de una película rusa que he visto recientemente y de la cual quiero dar noticia. Su título original es Metpo (Metro, 2013) y su realización costó 13 millones de dólares, un costo impresionante para la industria cinematográfica de ese país. De esa suma, 6 millones fueron aportados por los fondos estatales destinados a promover el cine nacional. La dirigió Antón Megerdichev, y el guión se basa en la novela homónima de Dmitro Safonov. Lo firman Denis Kuryshev y Viktorya Yeveyva, quienes habitualmente escriben programas para la televisión.

Metro se estrenó en Rusia el 21 de febrero del año pasado. Durante la primera semana fue la película más vista, por encima de títulos taquilleros como A Good Day to Die Hard, The Last Stand, Dark Skies, Snith y The Imposible. Recaudó 4.5 millones de dólares y al cabo de tres semanas había llegado a los 10 millones, unas cifras muy positivas en el mercado ruso. Hasta la fecha, se ha estrenado comercialmente en Polonia, Filipinas y Japón, y en España, Alemania y Francia está accesible en DVD.

Una historia de cataclismo y supervivencia

Desde que fue inaugurado, el metro de Moscú ha tenido una considerable presencia en el cine. No es de extrañar, pues es algo de lo cual los moscovitas se sienten muy orgullosos. Está considerado uno de los más hermosos del mundo, y precisamente fue construido con la premisa de que los palacios deben de ser para el pueblo y no para una élite aristocrática (de ahí que se le conoce como el “palacio subterráneo”). Sus paredes están cubiertas con mármoles y mosaicos de vivos colores, y los andamios están iluminados por fastuosas lámparas. Cada estación fue diseñada con un estilo distinto, lo cual las hace únicas. Como medio de transporte, es usado diariamente por 9 millones de personas. Al año acumula más de 3 mil millones, que equivale a un tercio de la población mundial.

De entre los numerosos filmes en los que aparece el metro de la capital rusa, escojo tres para ilustrar. Pocos años después de que fuera abierto al público, Alexander Medvedkin rodó El Nuevo Moscú (1938). En esa película muestra ese flamante transporte público como símbolo de la nueva ciudad que estaban creando los bolcheviques. Por su parte, Yuri Egorov dedicó el largometraje Voluntarios (1958) a narrar la construcción del metro. El personaje central lo interpretaba el conocido actor Mijaíl Ulianov.

Pero posiblemente para muchos espectadores la visión más famosa y entrañable es la presentada en Yo ando por Moscú (1964), la comedia lírica dirigida por Gueorgui Danelia. En ese filme, hay varias escenas que tienen como escenario el metro. En una de ellas, un jovencísimo Nikita Mijalkov interpreta una de las canciones más famosas dedicadas a la capital rusa, mientras va saliendo de una estación. Y aunque no está hecha en Rusia, señalo que en la última película de la serie Resident Evil, la titulada Resident Evil: Retribution (2012), un enorme y horrible monstruo sin ojos persigue a los protagonistas por el interior de la estación Arbatskaya.

A diferencias de esos y otros filmes, el de Antón Megerdichev posee dos aspectos que lo distinguen: una gran parte de la acción se desarrolla en el interior de los túneles y es además el primero en que allí ocurre un desastre natural. La película tampoco está al servicio de contenidos ideológicos, sino que es un thriller que cuenta una historia de cataclismo y supervivencia. Con Metro, la cinematografía rusa incursiona en el género de catástrofes, que allí solo tenía el hoy lejano antecedente de La tripulación (1979), realizado en la época de la Unión Soviética por Alexander Mitta.

Lo primero a señalar es que estamos ante una película concebida como puro espectáculo. Se inscribe además en un género muy específico, y en ese sentido el espectador ya sabe con seguridad lo que va a ver. El guión incluye varios de los clichés habituales en el cine de desastre y se atiene a las normas competitivas del mercado impuestas por Hollywood. Incluso Metro hace recordar de inmediato a Daylight (1996), aquel filme en el que Sylvester Stallone guiaba a un grupo de personas sobrevivientes del colapso que se produjo en el túnel Holland, que une la isla de Manhattan con el continente. En ese caso, la explosión de un camión que transporta sustancias tóxicas peligrosas provoca la progresiva inundación de las aguas del río Hudson.

A partir de un punto de partida similar —la funesta combinación de escenarios subterráneos y agua—, la película rusa trata de buscar una identidad argumental a través de ingredientes un poco más realistas y verosímiles. Durante la construcción de los túneles entre dos estaciones (Sadovaya y Park Kultury) se abrieron unas grietas imposibles de detectar y que con el paso de los años se fueron agrandando. Además de las vibraciones producidas por el continuo pase de los trenes, eso se agravó con el boom inmobiliario que vive el Moscú actual. Esa conjunción de factores provoca un derrumbe que hace que las aguas del río Moskova inunden los túneles, justo a la hora punta, cuando los trenes circulan abarrotados. La catástrofe, pues, está servida.

La noche anterior, un viejo empleado descubrió humedad en las paredes y cuando terminó su turno expresó su preocupación a dos jóvenes colegas. Estos no lo consideraron importante como para suspender el servicio temporalmente. “Anoche llovió”, agrega uno de ellos. Y hasta se burla del señor diciéndole que quizás lo soñó y el agua era en realidad cerveza o algo más fuerte. El personaje que advierte de la inminente catástrofe y que no es escuchado, constituye un tópico casi infaltable en este tipo de películas, y Metro no escapa a ello.

Lo que viene a partir de entonces es, como le comenta a un reportero un hombre que logra salir de los túneles, el caos. El torrente de agua que se le viene encima hace que el maquinista de la línea circular active el freno de emergencia, y a consecuencia de ello el tren descarrila. Unas cuantas personas mueren a causa del impacto. Otras perecen electrocutadas cuando tratan de llegar andando al andén o son aplastadas contra la pared. Hay que agradecer al director que no muestre esas escenas con el detallismo sangriento y macabro con que suelen hacerlo las producciones hollywoodenses. Eso no impide que sea muy impresionante la secuencia del choque, rodada en cámara lenta, en la que se ve cómo los cuerpos, los cristales rotos y las estructuras de metal vuelan por el aire.

Buen empleo de los recursos

A partir de entonces, el filme pasa a narrar la lucha por la supervivencia de un grupo de sobrevivientes. Tienen que hallar cuanto antes un modo de salir de los túneles, pues el agua acabará por inundarlos por completo. Siguiendo el principio de los vasos comunicantes, el nivel tiene que subir hasta igualar el del río Moskova. Corren, por tanto, el riesgo de morir ahogados. Ignoran además que en el exterior, los servicios de rescate no han podido llegar al sitio del accidente porque se hallan atrapados en un monumental atasco. Es viernes por la tarde y como se muestra en la película, el tráfico en las principales calles y avenidas de Moscú es demencial.

La película pasa a centrarse entonces en varias personas sobrevivientes a la catástrofe que tratan desesperadamente de salir de los túneles. Forman el grupo una indigente que se coló en la estación para huir de un policía (luego nos enteramos de que antes fue enfermera en Chernobil); una pareja de jóvenes que terminan enamorándose; un hombre con fobia al agua; un cirujano que lleva a su hija al colegio. Después que se produce la inundación, a ellos se une un hombre de negocios que resulta ser el amante de la esposa del médico (optó por el metro porque su auto quedó atascado en el tráfico). Este último está al tanto de la infidelidad de su mujer y sufre resignadamente. El otro sabe quién es él y pone todo su empeño en revelarle su identidad. Como es previsible, el culebrón del trío provoca entre los dos hombres una tensión que finalmente deriva en un enfrentamiento.

Metro es la película más costosa hecha en Rusia. Su presupuesto, sin embargo, es ínfimo si se compara con el de producciones norteamericanas como Volcano (90 millones), Twister (92 millones), The Day after Tomorrow (125 millones), 2012 (200 millones), Pompeiii (100 millones). En todo caso, si es cierto que costó 13 millones sus realizadores se han apuntado un verdadero logro técnico: los decorados, el diseño de producción y los efectos especiales corresponden a los de una producción mucho más cara.

Gracias a ese buen empleo de los recursos, ni los propios moscovitas notaron que el filme no se rodó realmente en el metro de esa ciudad. Las autoridades no lo autorizaron, por lo cual se tuvo que hacer en el de Samara. Allí permitieron a los realizadores filmar algunas escenas en una estación que entonces se encontraba en obras. A propósito de esto, en una conferencia de prensa Antón Megerdichev bromeó: “Los túneles gotean por todas partes, así que no tuvimos que añadir efectos gráficos con la computadora”.

Apunté antes que el argumento del filme parte de una premisa realista e inquietantemente verosímil. El temor a una catástrofe en los subterráneos del metro seguramente está en el inconsciente colectivo de los moscovitas. Su propia condición convierte a ese sistema de transporte en el más vulnerable. Muchos deben de recordar aún los atentados terroristas del 29 de marzo de 2010, que causaron varias decenas de muertos.

Aparte de figurar entre los más usados del planeta, el metro de Moscú es uno de los más profundos. La estación más baja se halla a 276 pies de la superficie y supera en 100 pies a la más baja del metro de Nueva York. En el filme además el desastre es provocado por causas naturales, aunque ha eso ha contribuido la mano del hombre con la construcción incontrolada de edificios. En ese sentido y aunque no constituye un aspecto central, Metro puede leerse como una crítica a la expansión económica que se hace sin tomar en consideración las consecuencias.

Algo que a los espectadores extranjeros se les ha de escapar, es la incorporación de ciertos detalles que forman parte de la mitología del metro moscovita. Este es rico en leyendas urbanas, que van desde voces misteriosas, fenómenos sobrenaturales, sucesos inexplicables, hasta la construcción de un segundo metro que llega al Kremlin. Los moscovitas lo bautizaron como Metro-2 y su existencia es algo que las autoridades nunca han negado ni confirmado. Asimismo hay dos búnkeres que se hicieron para que sirvieran de refugio en caso de un ataque nuclear, y a los cuales hoy se puede entrar mediante una visita organizada. Cuentan con unas salidas de ventilación, y los personajes del filme logran emerger al exterior precisamente a través de uno de ellos.

A diferencia de los filmes de este tipo, el aspecto humano adquiere mucha importancia. Las personas atrapadas en los túneles se dan cuenta de la gravedad de la situación y comprenden que la deben enfrentar todos juntos. Son gente común que toma en sus manos la responsabilidad de salvar sus propias vidas. No pueden contar con los servicios de rescate, pues como ya anoté el tráfico les impide llegar al lugar. Su participación en la acción de la película es, por tanto, muy limitada. Asimismo en el filme se da un significativo protagonismo al cirujano, quien se muestra humanitario y ayuda a algunos de sus compañeros. Pero en el diseño de su personaje los guionistas se apartaron del patrón del (super)héroe que salva solo a los demás. Más cercano al villano usual es el amante de la esposa del médico, cuyo intérprete, por cierto, es una especie de sosias de Vladimir Putin.

Se trata, en suma, de un digno ejemplo de cine de acción. Cuenta con un montaje profesional y visualmente atractivo. Y a pesar de que dura 132 minutos, el director consigue mantener el interés de una trama eficazmente inquietante. No sería de extrañar que después de ver el filme, haya quienes sientan un poco de temor al subirse a un vagón del metro. Y hablando de verlo, quienes se animen a ello lo pueden hacer en Youtube. Está bajo el título con que se distribuyó en España: Pánico en el metro. Tiene el inconveniente de que una versión doblada a nuestro idioma. Pero en fin, del diablo un pelo.