Actualizado: 22/04/2024 20:20
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No están todos los que son

Más allá de los nombres que usualmente se conocen y se citan, la literatura cubano-americana posee una nómina mucho más numerosa e interesante

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Entre las literaturas hispanas de Estados Unidos, la cubano-americana es la que ha tenido un desarrollo más rápido y un crecimiento más notorio. Hace varios años, el suplemento cultural del diario español Diario 16 dedicó un número a los hispanos en Estados Unidos. En uno de los artículos, el puertorriqueño Ed Vega citaba una anécdota. En mayo de 1992 lo invitaron a participar en un encuentro de escritores. Uno de los participantes, el cubano-americano Virgil Suárez, citó una lista de trabajos publicados en inglés por autores de origen cubano. Más de veinte, desde 1980. En cambio, apunta Vega, entonces no pasaban de unas cuarenta las obras de ficción escritas en inglés por sus compatriotas desde que en 1898 esa isla pasó a ser una posesión norteamericana.

Para muchos, sin embargo, la nómina de autores cubano-americanos se reduce a unos cuantos nombres: Cristina García, Gustavo Pérez Firmat, Achy Obejas, Roberto G. Fernández, Ricardo Pau-Llosa, Ana Menéndez y quizás alguno más. Por supuesto, se trata de aquellos cuya obra merecidamente ha tenido mayor difusión y ha recibido más reconocimientos. Pero además de estos, existen otros que, sin entrar en las odiosas comparaciones, también merecen atención. Es perfectamente normal que en cualquier literatura existan figuras descollantes junto a otras que no alcanzan igual nivel estético, pero que contribuyen a enriquecerla y completarla. En el caso concreto del cual me ocupo en estas líneas, la lista es numerosa, así que he pensado que el tema bien amerita más de un trabajo. En esta primera entrega y a manera de sugerencias de lectura, he seleccionado tres autores muy distintos entre sí.

Un thriller étnico

El primero es Alex Abella, quien con The Killing of the Saints (1991), aportó al paisaje de la narrativa cubanoamericana una de las primeras y hasta hoy no muy abundantes muestras de literatura de género. En su debut como novelista, Abella se acoge a los patrones de una tradición típicamente anglosajona, la del thriller, para contar una historia con elementos exóticos cubanos. Dos marielitos llevan a cabo uno de los más cruentos crímenes en la historia del sur de California: una mañana José Pimienta y Ramón Valdez, seguidores del culto de la santería, irrumpieron en una joyería para reclamar unas joyas que, según ellos, les había dado el dueño del establecimiento y que habían ofrendado a Ogún. El asalto terminó en una brutal masacre, cuyo saldo fue de seis muertos, entre ellos una niña pequeña.

Charlie Morelli, un investigador de origen cubano, asume la defensa de los asesinos, en un juicio plagado de turbias circunstancias. Él mismo cae en las redes de la santería, ese mundo desconocido, enigmático e incomprensible que despedazará durante el juicio los libros de leyes y aventará sus páginas. En el trato con los exiliados cubanos a los que se ve obligado a entrevistar, Morelli se conoce un poco mejor a sí mismo y escucha su propia historia entre nubes de humo ocre y la rítmica voz de los tambores. El marco de la trama es Los Ángeles, un explosivo mosaico étnico-cultural que refleja las contradicciones en que se halla inmersa la sociedad norteamericana, donde miles de emigrados hispanos sufren la marginación, las humillaciones y el racismo. Asimismo Abella refleja el rechazo de los marielitos por sus propios compatriotas del exilio, algo que recrea en el prólogo en el que un amigo aconseja a Charlie Morelli dejar el caso:

Who cares about these Marielitos who came here expecting everything to be done for them, thinking this is socialism or something, that all they have to do is ask and it shall be given, knock and the door will open. Coño, man, these guys just don´t want to break their backs, work their asses off like we did. They want everything just because they have a pretty face, you know? So all they do is complain about this and that and then pick up a pistola and think they can solve all their problems by pumping people full of bullets. I mean, most of them are just a bunch of niggers, brother, so don´t go around bothering too much with them. They give us white Cubans a bad name, you know, muy mala reputación. It was that son of a bitch Fidel who fucked the Americans up the ass and us too.

El autor explora el fascinante rostro oculto de la ciudad, con sus extrañas alianzas de comercio y brujería, crimen y ley. Sobre ese escenario mueve a sus personajes, entre los cuales Ramón Valdez, la antropóloga Graciela de Alba y el propio narrador son los caracteres mejor perfilados. The Killing of the Saints puede definirse como un thriller étnico, manifestación que tiene entre sus primeros exponentes al chicano Thomas Sánchez, el creador de Zoot Suit Murders. En ese sentido, la crítica norteamericana acuñó frases como “García Márquez meets Elmore Leonard” o “If Dashiell Hammett and Raymond Chandler had been Latinos, they might have written The Killing of the Saints”.

Obra de ritmo trepidante y avasallador, que atrapa de principio a fin y se lee de un tirón, posee aires de best seller y un tratamiento que asegura su traslado a la pantalla grande (además de trabajar como intérprete de español en el Tribunal Superior de Los Ángeles, Alex Abella es un reputado guionista de cine). Asimismo está escrita con oficio y convicción. Sus ingredientes más novedosos hay que buscarlos en su contenido, pues una de las reglas de oro del género en que se inscribe es precisamente repetir fórmulas y tópicos fijos para no defraudar a un público lector fiel y poco exigente. Como señaló Ramón de España al reseñar la edición en castellano, estamos ante una buena novela, ante un producto tremendamente honesto que no pretende dar gato por liebre ni presentarse como algo distinto de lo que es: un brillante ejercicio de estilo respetuoso con las reglas del género. El diario The New York Times incluyó The Killing of the Saints en su selección de los libros más notables del año. Además ha sido traducida al italiano y el francés.

Abella incursionó luego en el thriller político, con The Great American (1997), una obra de gran envergadura, en la que vuelca una mirada dolida y desencantada sobre la revolución cubana. Después retornó al género en que mejor se mueve con Dead of Night (1998) y Final Acts (2000). Más que de una secuela, Dead of Night es una revisión de su primera obra, a cuyos sucesos y personajes se alude en varias ocasiones. De hecho, Charlie Morelli escribió una novela sobre aquel caso, Killing of the Angel, que tuvo buenas ventas y se editó en varios países. Abella vuelve a recrear el mundo de la santería, la subcultura cubana y los sórdidos barrios latinos de Los Ángeles. Como en The Killing of the Saints, ha escrito un thriller aderezado con elementos étnicos y color local, en el cual retoma el viejo motivo del enfrentamiento del bien y el mal e indaga en el precio del éxito en la sociedad norteamericana. En Final Acts, Charlie Morelli se une a Rita Carr, una atractiva abogada irlandesa-mexicana que lo ayuda a limpiar su nombre, pues aparece como sospechoso del asesinato de dos jóvenes. La novela está narrada alternadamente por ambos, y los capítulos más interesantes corresponden a la voz femenina.

Literatura del reasentamiento

En el discurso narrativo de los cubano-americanos, The Chin Kiss King (1997) marcó un interesante punto de inflexión. El paso gradual de la literatura del exilio a la literatura del reasentamiento, señalado por algunos críticos a propósito de The Mambo Kings Play Songs of Love, alcanzó una inequívoca materialización en esta novela, la primera que publicó Ana Veciana-Suárez. Nada hallamos aquí sobre las penurias y dificultades que entraña la vida del exiliado cubano, y tampoco existen referencias a la realidad política que provocó el destierro. El lector debe imaginarse cómo los drásticos cambios ocurridos en la Isla afectaron las existencias de los personajes. Estos además no se sienten acuciados por la necesidad de interrogarse sobre su identidad, y tampoco se habla sobre la experiencia traumática que entraña el ir reemplazando un idioma y una cultura por otros. En The Chin Kiss King, el reasentamiento es ya un hecho consumado, y la autora se centra por completo en preocupaciones de alcance más universal como el amor, la pérdida de un ser querido, la imposibilidad de consuelo cuando el sufrimiento y la vida parecen estar hechos del mismo paño.

La novela de Veciana-Suárez se inscribe dentro de lo que casi constituye un género dentro de la prosa de ficción hispanoamericana: las obras que siguen o hacen convivir varias generaciones de una familia. Recordemos, a modo de ejemplos, títulos sobradamente conocidos como Cien años de soledad, de García Márquez, La casa de los espíritus, de Isabel Allende, a los cuales hay que sumar Dreaming in Cuban, de la cubano-americana Cristina García. The Chin Kiss King cuenta la historia de tres mujeres, Cuca (abuela), Adela (madre) y Maribel (nieta). Esta última acaba de tener un bebé que nació con una terrible e incurable malformación genética. Entre ellas, los lazos afectivos estaban rotos desde hace tiempo, y la llegada del niño servirá para reestablecerlas y estrecharlas. Sin embargo, esta sinopsis no permite hacerse una idea de lo que Ana Veciana-Suárez logra hacer con tan sencilla anécdota.

Esas tres mujeres solas (Cuca es viuda, Adela es divorciada y a Maribel la abandonó el padre de Víctor, el recién nacido) se unen en el esfuerzo por llenar con amor la corta vida del niño, cuya minúscula y fugaz presencia las transforma, las ayuda a descubrirse mutuamente, a encontrar en ellas fuerzas y vulnerabilidades comunes e insospechadas, a asumir actitudes más humanas. Maribel, una metódica analista dedicada por entero a su trabajo, obsesionada con los horarios y el orden y la más americanizada de las tres, empieza a disfrutar del tiempo que pasa con su abuela y su madre y a fijarse en detalles en los que nunca antes se detuvo. Adquiere asimismo nuevas costumbres, como la de sentarse con Adela a ver telenovelas, mientras come mermelada de guayaba con queso crema. En el polo opuesto a ella se halla su madre, una mujer madura pero aún atractiva, frívola e infantilmente vanidosa, que se preocupa más de cuidar sus uñas que atender a su hija. Busca el placer sin pensar en sus consecuencias, ya sea derrochando el dinero en la lotería o acostándose con el esposo de su mejor amiga.

La lección que aprende en los cinco meses y pico que vive Víctor es que no se puede escapar del sufrimiento a través del placer. Y finalmente, comprende que debe madurar y asumir su responsabilidad como madre. Ambas encuentran apoyo en Cuca, la matriarca del grupo, cuya filosófica resignación proviene de haber perdido varios embarazos. Se consuela refugiándose en el mundo espiritual (a menudo conversa con sus familiares muertos), en la evocación de su etapa en Cuba, en el poder curativo de las plantas medicinales. Su sabiduría le dice que lejos de mantenerse apartada del drama que vive Maribel, debe participar del mismo. Consigue que Adela y Maribel adopten las ocho lecciones que aprendió de Mamá Cleofe, entre las cuales está luchar, pero también aceptar y rendirse al destino, por más inaceptable que éste sea. “Life give you mierda and you make fertilizer”, argumenta.

Las tres protagonistas son vistas por la autora con mucho afecto, respeto y comprensión. Son personajes honestos, entrañables y profundamente humanos en sus virtudes e imperfecciones. Algo que se extiende a los caracteres masculinos: Carlos, el carnicero amante de Adela; Eduardo, el padre ausente de Víctor; Miguel, el padre de Adela; Caleb, su jefe. En ese sentido, es pertinente la opinión de Richard Bernstein, quien al comentar la novela en The New York Times señaló que en la misma los hombres “fail both practically and morally, which seems less a feminist cri de coeur by Mrs. Veciana-Suárez and than her sad reflection on the real world these days”.

La novela está contada de manera lineal, aunque incorpora desplazamientos en el plano temporal (recuerdos, sueños, conversaciones con personajes muertos) que sirven para conocer la historia anterior de las tres mujeres, y que contribuyen a que muchos de sus comportamientos y actitudes se justifiquen y sean más verosímiles. Veciana-Suárez utiliza como vehículo expresivo un realismo permeado de poesía y lirismo. Acierta además al abordar un argumento como ese sin recurrir a clichés ni derivar abiertamente hacia la sensiblería o el desborde sentimental. Por fortuna, cuando se concluye su lectura no hay que tener a mano un pañuelo, como dice el reclamo publicitario de amazon.com.

The Chin Kiss King no es una obra triste ni deprimente; es sensible, conmovedora (a veces, no obstante, se insiste en un ternurismo blando que hubiese sido aconsejable evitar). Y por paradójico que pueda parecer, más que una novela sobre la muerte, es una celebración de la vida y de la capacidad redentora del amor.

Asimismo y contrariamente a lo que se anuncia en la contraportada de la edición española, no emplea el exotismo ni el color local. El Miami que se recrea en sus páginas es familiar y reconocible (Veciana-Suárez sabe captar las entonaciones del discurso bilingüe y los matices del biculturalismo), pero no es pintoresco ni folclórico. La autora prefiere dedicarse más al registro casi minimalista del coraje cotidiano de las tres mujeres, de la mansedumbre con que fluyen sus días, de esos detalles en apariencia sencillos e intrascendentes que las ayudan a sobrellevar su infortunio. En resumen, y aunque no haga falta decirlo, The Chin Kiss King representó un estreno literario muy prometedor, pese a lo cual no ha tenido continuidad.

Unas memorias honestas y valientes

En la ya extensa bibliografía producida por la literatura cubano-americana figuran varios libros de testimonios autobiográficos. Muy diferente a esos títulos en varios aspectos son las memorias que María del Carmen Boza recogió bajo el título de Scattering the Ashes (1998). Se trata de una obra escrita por su autora por una imperiosa necesidad de comprender, de comprenderse a sí misma y de comprender a los otros. Ante todo, a su padre, ese patriarca doctrinario y violento cuya figura asoció durante décadas al exilio y el sufrimiento. Ramiro Boza Valdés era en Cuba subdirector del diario El Crisol. En 1960 salió del país con su mujer y su hija hacia Estados Unidos, donde se vio reducido a trabajar como reportero en la Associated Press. En Miami se sumó a las actividades políticas contra el régimen castrista, a través del Consejo Revolucionario de Cuba. Cuando se gestaba la invasión de la Brigada 2506, era un firme candidato para encabezar un ministerio en el gobierno provisional que John F. Kennedy planeaba instaurar en la Isla.

El desastre de Playa Girón y la traición del Presidente norteamericano significaron para él un duro golpe del que no logró reponerse. Convencido de que el destierro temporal iba a durar más de lo que él y otros compatriotas suyos pensaban, vivió el resto de su vida en una airada desesperación y una incurable amargura. Pese a que adoptó la nacionalidad de ese país, nunca perdonó a los norteamericanos el que hubiesen traicionado a los exiliados cubanos. De hecho, comenta su hija, no habría podido decir si odiaba más a los comunistas o a los norteamericanos. Llegó a escribir un libro en el que contaba “la perfidia de los hermanos Kennedy”, del cual María del Carmen Boza solo recuerda que “it was angry and rethorically anti-Communist”, pero José Miró Cardona, uno de sus amigos más cercanos, le aconsejó no publicarlo.

Terco hasta lo indecible, prefirió renunciar a los cigarros H. Upmann que tanto le gustaban solo porque hizo la promesa de no fumar más hasta que Fidel cayese. Lentamente, fue descendiendo a la locura: le hablaba y gritaba a los presentadores de los telediarios y vociferaba contra la decadencia moral de Estados Unidos. Un día fue con su mujer y su hija a ver Doctor Zhivago. Al salir del cine estaba furioso: le pareció un filme de propaganda comunista que además tenía escenas pornográficas; un comentario que hizo después a Miró Cardona y que este acogió con una sonrisa benevolente. Bromista, locuaz y entusiasta con los demás, según su hija para su familia “he saved his depression and his silence. With us he was Stone”. Finalmente, determinó poner fin a tan atormentada existencia, y el 19 de mayo de 1989, aniversario de la muerte de José Martí, se disparó un tiro en la cabeza.

Scattering the Ashes tiene, entre otros aciertos, el hacer de la indagación en los recuerdos personales una obra de alcance e interés más abarcadores. Estas memorias estremecidas y compasivas de la lucha de una mujer y una familia por aceptar las terribles consecuencias del exilio, reflejan de modo convincente la influencia de los acontecimientos políticos ocurridos en la Isla en estas últimas décadas en la vida cotidiana de los cubanos. Ofrecen además un sensible retrato de una comunidad muchas veces incomprendida y vista con unos prejuicios muy extendidos que merecerían ser revisados.

Interesada en conocer las razones que condujeron a su padre al suicidio, María del Carmen Boza repasa algunos hechos de la historia cubana más reciente: la promulgación de la Reforma Agraria, el fusilamiento de Humberto Sorí Marín, los juicios televisados de los primeros años sesenta, la invasión de Playa Girón, la Crisis de Octubre. Las páginas que les dedica van más allá de la simple búsqueda en los desvanes de su memoria y se nota que están respaldadas por una sólida documentación que, si bien alarga un tanto el relato, no está plasmada de forma densa ni altera el estilo de la narración. La autora desliza aquí y allá citas de sus lecturas literarias, y a menudo interrumpe la narración con largos desvíos alrededor del tema, haciendo que lo personal interrumpa el análisis político o viceversa. De ello resulta un apretado tapiz en el que se entretejen las memorias, la historia personal y colectiva, los conflictos generacionales, los dolores físicos y mentales, la ira y el empeño por alcanzar la autocomprensión y el perdón.

Scattering the Ashes es además un libro provocador, valiente, honesto, en el que María del Carmen Boza saca a la luz unos recuerdos que, en ocasiones, son inclementes, descarnados y poco complacientes consigo misma. Sí, realmente hace falta mucho coraje para escribir una obra como ésta.