Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Novela Negra, Literatura, Cortázar

Novelar de piel para afuera

Homenajeado este año en la Semana Negra, Julio Cortázar dejó, sin embargo, una opinión negativa acerca de ese género narrativo, en el que, según él, todo sufre un proceso de envilecimiento deliberado

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Para mí resulto un enigma el hecho de que este año, la Semana Negra de Gijón se realizara bajo la sombra de Julio Cortázar (así se anunció cuando fue presentada). Su director, Ángel de la Calle, adelantó que la figura, vida y obra del narrador argentino sería el eje temático principal del evento, con motivo del cumplirse en 2014 el centenario de su nacimiento. Asimismo “El Rufo”, el detective de papier maché que se ha convertido en la mascota de la Semana, abandonó su tradicional traje negro y se vistió de verde, para evocar a un cronopio, el personaje creado por Cortázar en uno de sus libros de cuentos.

Que yo recuerde, Cortázar no cuenta en su bibliografía con ninguna novela que pueda catalogarse dentro del género al cual está dedicado ese festival. Sí recuerdo, en cambio, que por lo menos en una etapa de su vida el autor de Queremos tanto a Glenda tenía una no muy buena opinión del mismo. La resumió en un ensayo titulado “Situación de la novela”, que apareció en la revista mexicana Cuadernos Americanos (julio-agosto 1950, páginas 223-243). En la página 240, pasa a referirse a “otras líneas novelísticas dignas de consideración porque representan, no exactamente posiciones antagónicas, sino más bien la aprehensión de aspectos correlativos al hombre contemporáneo”. Una es la novela italiana de los años posteriores a la caída del fascismo. La otra, para él “la rama más significativa (no hago cuestión de calidad sino de peculiaridad)”, es “la de los tough writers de Estados Unidos, los escritores «duros», criados en la escuela de Hemingway (alguien podría decir que más que escuela, eso fue un reformatorio), novelistas como James Cain, Dashiell Hammett y Raymond Chandler”.

A continuación, Cortázar apunta que parte de la evidencia de que ninguno de ellos es un gran escritor: “¿Cómo serlo, si todos ellos representan una forma extrema y violentísima de ese repudio consciente o inconsciente de la literatura que señalábamos antes?”. Expresa que en ellos se hace intensa la necesidad de tirar el lenguaje por la borda. Y escribe que “la abundancia del insulto, de la obscenidad verbal, del uso creciente del slang, son manifestaciones de este desprecio a la palabra en cuanto eufemismo del pensamiento y el sentimiento”.

En su opinión, en esos autores “todo sufre un proceso de envilecimiento deliberado; este escritor hace con el idioma lo que sus héroes con las mujeres; es que ambos tienen la sospecha de su traición. No se puede matar el lenguaje, pero cabe reducirlo a la peor de las esclavitudes. Y entonces el tough writer se niega a describir (porque eso da ventaja al lenguaje) y usa apenas lo necesario para presentar las situaciones. No conforme con esto, se rehúsa a emplear las grandes conquistas verbales de la novela psicológica, y escoge la acción novelesca de la piel para afuera”.

A Cortázar le molesta que los personajes de Hammett no piensen jamás verbalmente, sino que actúan. Llama la atención sobre el hecho de que sus mejores obras —La llave de cristal, El halcón maltés, Cosecha sangrienta— son acción pura. Y señala que se trata del “primer caso de libros donde en vano se buscará la menor reflexión, el más primario pensamiento, la más leve anotación de un gesto interior, de un sentimiento, de un móvil. Y lo que es más asombroso, algunos de estos libros (como también los de Chandler) están escritos en primera persona, la persona confidencial por excelencia en todas las literaturas”.

La novela policial baja de sus alturas estéticas

Cataloga esas novelas como policiales, pero reconoce que a la vez representan “una reacción contra el género, del que solo guardan la estructura en base de un misterio que resolver”. Menciona al francés Roger Caillois, quien ha estudiado la especial fisonomía de los detectives de Hammett, “casi delincuentes ellos mismos, enfrentando a los criminales con armas análogas, con la mentira, la traición y la violencia”. Y agrega: “Aquí también la novela policial baja de sus alturas estéticas —desde Conan Doyle a Van Dine— para situarse en un plano de turbia y directa humanidad”.

Encuentra una paradoja donde, en mi opinión, no la hay, al decir que el lenguaje se venga de Hammett y Chandler: “Hay momentos en sus novelas donde la acción narrada está tan absolutamente lograda como acción, que se convierte en el virtuosismo del trapecista o del volatinero; se estiliza, se deshumaniza, como las peleas a puñetazos de las películas yanquis, que son el colmo de la irrealidad por exceso de verismo”. Admite que en el cine, aunque a los personajes tampoco se les oye pensar, los rostros y los gestos piensan por ellos. En la novela, por el contrario, no hay ni siquiera eso: “la novela ha llegado a un punto extremoso; queriendo eliminar intermediarios verbales y psicológicos, nos da hechos puros; pero es que no hay hechos puros; se ve que el deseo está, no en decir el hecho, sino en encararlo, incorporarse e incorporarnos a la situación”.

Según Cortázar, “huyendo del lujo verbal, de las esfumaduras y las sobreimpresiones en que abunda la técnica de la novela, se cae en el lujo de la acción”. Describe a continuación lo que puede ser un ejemplo de una escena escrita al modo de estos novelistas, y luego apunta: “No exagero: léase, como prueba, Farewell, my Lovely, de Raymond Chandler”.

Acerca de esta novelística, que como él aclara menciona en sus formas extremas, señala que “responde claramente a una reacción contra la novela psicológica, y a un oscuro designio de compartir el presente del hombre, de coexistir con su lector en un grado que jamás tuvo la novela”. Cortázar entra en contradicción con lo que antes expuso, y escribe que el alejamiento de la “literatura” (¿no es eso lo que justamente criticó a Hammett, Chandler y Cain?) “supone la búsqueda de un lenguaje que sea el hombre en vez de —meramente— expresarlo”. Todo lo dicho, sostiene, evidencia que los lenguajes “literarios” están liquidados como tales; “liquidados cuando son infieles o insuficientes para la necesidad de inmediatez humana”.

De acuerdo a Cortázar, esa inmediatez es la que lleva al novelista a ahondar en el lenguaje (“y de ahí sale la obra de un Henry Miller, por ejemplo”) o a reducirlo a una estricta enunciación objetiva (“y este es Raymond Chandler”). Menciona a los protagonistas de El extranjero y El halcón maltés, y aunque considera la obra de Albert Camus más relevante que la de Hammett, le parece importante que ambos personajes “sean nosotros, sean inmediatos. No como contemporáneos sino como testimonios de una condición, una humillación, una siempre esperada liberación”.

Acerca de la novela del siglo XIX, Cortázar comenta que en ella los lectores y los héroes participaban de una cultura, “pero no compartían sus destinos de manera entrañable; se leían novelas para escaparse o para esperanzarse; nunca para encontrarse o preverse”. Hoy, en cambio, se escriben y se leen novelas “para confrontarse aquí y ahora; con todo lo vago, nebulosos y contradictorio que pueda caber en estos términos”. Partiendo de las propias ideas expuestas por Cortázar, se puede decir que para confrontar el aquí y el ahora y coexistir con su lector, a los escritores no les sirven las formas de la novela decimonónica. Deben buscar y crear otras nuevas, como hizo él con Rayuela, y como antes habían hecho, a su modo, autores como Hammett, Cain y Chandler.