Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Raúl Hernández Novás, un olvidado

El autor vivía con la muerte dentro; era una persona introvertida, de soledad; de ahí, quizás, su rico mundo interno

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Yo te quiero, verso amigo,
Porque cuando siento el pecho
Ya muy cargado y desecho,
Parto la carga contigo.
José Martí

Este artículo no se trata de una crítica sobre la notable obra de un “clásico” que dejó un mundo que no se percató —parafraseo una canción de un querido amigo— que él vivía soñando en su interior.

No soy una especialista en literatura cubana. Solo pretendo evocar lo que conocí de un poeta al que era muy difícil acceder. Recuerdo su figura alta y encorvada, su sonrisa gentil pero lejana, cuando ambos esperábamos la guagua en Línea y G. Este encuentro era diario pero creo que solo intercambiamos una docena de palabras. Raúl llevaba la soledad consigo, al igual que la enfermedad congénita del corazón que padecía. Aquella travesía dura que era poder montarse en un ómnibus a la hora de la salida de los trabajos parecía no tocarlo; miraba a un punto ninguno con una expresión inescrutable, la cabeza baja, las manos en los bolsillos si no llevaba una inmensidad de papeles seguramente relacionados con su labor como investigador literario.

El autor vivía con la muerte dentro; era una persona introvertida, de soledad; de ahí, quizás, su rico mundo interno.

Al principio lo catalogué como un clásico, no solo porque creo lo es en la literatura cubana, sino también porque para apreciar su obra hay que conocer a los poetas del Siglo de Oro, los clásicos del cine; la extensa obra de los Beatles; también a Dios, Fellini, Aquiles y Lezama Lima; seguir la enumeración sería tedioso. Por fuera mostraba timidez y hermetismo, pero se comunicaba intensa y extensamente con su mundo artístico. En un poema recrea casi textualmente la canción de John Lennon “The Fool on the Hill” (día tras día solo en la colina/ Nunca da una respuesta, Gelsomina/ Nadie lo quiere. El nunca los atiende).

Su exquisita poesía, que navega con soltura la rima, algo tan difícil en la poesía de la segunda mitad del siglo pasado, no parece, sin embargo, un decoupage, sino el verso fino de alguien tan vulnerable como la Gelsomina de la cinta de Fellini; con ella se identifica y da la inspiración a su libro publicado póstumamente Sonetos a Gelsomina (Ediciones Unión, La habana, 1991). Pero en esta rima casi decimonónica irrumpe la crasa realidad que le tocó vivir (Tengo una angustia que le traquetea/ unido a una congoja que le zumba).

Este brillante poeta e investigador ha sido generalmente ignorado, sus principales premios los recibió después de muerto. No solo en Cuba, sino por antologadores extranjeros. En la antología The Whole Island: Six Decades of Cuban Poetry de Mark Weiss, éste menciona conversaciones sobre la antología con poetas y poetisas en todo caso de segunda categoría. Afirma que hubiera podido incluir a Hernández Novás pero “In [that] case would have meant eliminating other of their work that I thought more important to include.[1] Los ¿poetas? a los que me referí antes tenían excelentes relaciones con el editor de la antología, como el mismo relata. No creo que Hernández Novás haya tenido excelentes relaciones sino con sus personajes y su Olimpo artístico. Lo conocí superficialmente, pero estoy segura de que le importaba un bledo el destino terrenal de sus poemas; estos fungían como su mejor contacto con la realidad, y escribiéndolos podía vivir.

En Cuba su relativa marginalización en parte se debía a esta absoluta falta de habilidades de “corte”. No debe haberle mostrado su obra a alguna “vaca sagrada”, no creo que haya asistido a muchos cocteles para rodearse de “la intelectualidad”. Mucho menos creo que en algún momento de su vida productiva haya hecho un “auto de fe” de su condición revolucionaria.

No puedo imaginarme al poeta interviniendo en una asamblea de ejemplares, o para rifar un refrigerador, o en un “círculo de estudios”; es imposible imaginarlo “informando” a uno de los policías que “atienden” Cultura.

Hay un poema en el que anuncia su muerte y muestra la rebeldía que debe haber sentido (todos la sentimos) en una de aquellas reuniones inútiles: “Yo que he informado tanta sombra enhiesta/ vasto y sin forma yo seré el informe/ último, sin envío/ sin respuesta.”

No era solo eso.

¿Qué pecado cometió Raúl Hernández Novás, además de no ceder ni un ápice en su magna soledad? Se suicidó, en pleno Período Especial; dicen que por el dolor de no poder alimentar a su padre. No hacen falta muchos catalizadores para llevar al suicidio a una persona perdida en un hermético laberinto, salvado apenas por la literatura, pero cuando yo enviaba a mis hijos a la escuela con solo un vaso de agua con azúcar por desayuno, sentía algo muy cercano a los deseos de morir, por lo tanto me parece perfectamente plausible el motivo de ese final tan trágico.

De su vasta obra poética, solo dos libros fueron publicados mientras vivía; los demás, ocho, fueron publicados póstumamente; muerto el perro se acabó la rabia. Algo semejante a lo que sucedió con Lezama, quien dejó una fuerte impronta en la obra de Novás.

Tratándose de un personaje tan inalcanzable, en un medio tan retorcido e insincero, la verdadera historia de la relación de la sociedad con ese hombre angustiado que para suicidarse usó un arma de un antepasado del S XIX no se sabrá nunca. Solo es evidente que su brillante obra no ha recibido la atención y divulgación debida.


[1] El subrayado es mío.


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